El panorama litúrgico actual, el pontificado de Benedicto XVI, conferencia pronunciada por Mons. Juan Miguel Ferrer durante el 54º Cursillo
diocesano de liturgia “Liturgia y Nueva Evangelización”, Astorga, 10 de octubre
de 2011.
1. Cuando van a cumplirse 50 años de la
Sacrosanctum Concilium.
Como
introducción a esta ponencia trazo un apretado panorama de lo que han sido, en
la vida litúrgica de la iglesia, los años desde la promulgación (4 de diciembre
de 1963) de SC hasta el pontificado de Benedicto XVI.
Una
-primera etapa- de entusiasmo y frenética actividad, la que abarca desde 1964 a
1974 (más o menos, se puede prolongar la década hasta 1978 y la muerte del papa
Pablo VI), caracterizada por la “reforma litúrgica” que buscaba aplicar las
directrices de la Constitución conciliar.
Probablemente
nunca, tanto como en esos años, se estudió, trabajó y publicó en materia de
Liturgia y Pastoral litúrgica. Son muchos los avances conseguidos en esta
materia para la vida del Pueblo de Dios. Nace verdaderamente una nueva noción
no sólo de Liturgia, sino de piedad y espiritualidad cristiana que toca a
muchísimos fieles (tanto sacerdotes como religiosos y laicos). Aquí se
encuentran posiblemente los grandes y positivos logros de la “reforma”.
Evidentemente la “recepción” de SC y, particularmente, de la “reforma” que
sigue, no fue igual en todo el mundo. Unos la acogen como insuficiente, pero se
escudan en ella para introducir, en la praxis, su idea de Liturgia; otros la
aceptan fielmente y así buscan aplicarla; otros la aceptan, más no la
entienden, y la acogen sólo formalmente, en lo externo. Otros, finalmente, la
repudian como si de un error evidente se tratase y se aferran a la praxis
litúrgica anterior. Estas diversas actitudes ante la nueva Liturgia mostraban
las diversas actitudes ante el Concilio, que en la Liturgia se evidenciaban. De
tales diversas posturas y de su confrontación, no siempre con espíritu de
comunión eclesial, nace el nivel de conflictividad intraeclesial que marca esos
años, abonado por las actitudes propiciadas por las fuerzas culturales que
dominaron (clave conflictividad, revolución cultural, “mayo 1968”), por esos
años, la sociedad occidental. Oficialmente la “reforma” se plasma, es su obra
fundamental, en la primera generación de libros litúrgicos tras el Vaticano II
incluyendo, como soporte teológico-pastoral sus “introducciones generales” o
“Praenotanda”.
Ahora
bien, la “reforma”, en este primer periodo, parece imponerse a la “renovación”,
con lo cual, muchas veces, la “reforma oficial” es traspasada por el
“reformismo” (rupturista), de donde surgen constantemente los abusos; o se ve
obstaculizada por un “conformismo” (sin alma) o por un “integrismo” (que la
rechaza). Junto a esto están los límites de toda obra humana. En esta de la
“reforma litúrgica” tal vez el más evidente ha sido el transmitir la idea (hoy
casi universal) de que la Liturgia es una “manufactura”, queriendo indicar con
este término el acento que se pone en la componente humano-eclesial de la Liturgia,
en detrimento del protagonismo divino. Frente a la Liturgia manufactura se
alzará la reivindicación de la Liturgia sagrada o de la dimensión mistérica de
la misma.
Con el
pontificado del beato Juan Pablo II se inicia una -segunda etapa-, la que abarca
desde 1985 a 1995 (que puede dilatarse a todo el pontificado del beato Juan
Pablo II). Esta segunda etapa comienza con el balance de la aplicación del
Concilio que se realiza en el Sínodo Extraordinario de 1985, que, sobre la
Liturgia, pide: a) la recuperación del sentido sagrado de la celebración y b)
una intensa catequesis de carácter mistagógico.
Jalones
de lo que este periodo significa serán algunos decisivos documentos, unos
generales, otros estrictamente litúrgicos:
• 14 de septiembre 1984 (lo incluimos ya en este
periodo), el Caeremoniale Episcoporum, libro no sólo para los Obispos, sino
norma para toda acción litúrgica, en lo que no es exclusivamente episcopal,
pues la liturgia del Obispo reviste un carácter modélico.
• 2 de julio 1988, Motu Proprio Ecclesia Dei, buscando
restaurar la unidad de la Iglesia herida por la Ordenación de cuatro obispos
sin mandato apostólico por parte de Mons. Lefebvre, creando una Comisión
Pontificia para ello y autorizando, con diversas condiciones y cautelas el uso
de los libros litúrgicos vigentes en 1962 (AAS 80 -1988- 1495-1498).
• 4 de diciembre 1988, Carta Apostólica, Vicesimus
quintus annus, documento clave, que declara cerrado el periodo de las
“reformas” e insiste en la necesidad de aplicarse a la tarea de la
“renovación”, que implica la interiorización de la enseñanza de SC, como un
hecho espiritual. Señala luces y sombras de la “reforma” precedente, insiste en
la necesidad de la formación a todos los niveles y apunta, como importantes retos
de futuro las tareas de la inculturación y la relación de la Liturgia con
la piedad popular.
• 11 de octubre 1992, Constitución Apostólica, Fidei
depositum, y, con ella, la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica
(8-04-1993). La segunda parte de dicho Catecismo ofrece un magnífico compendio
sobre la Liturgia, base para el programa de formación litúrgica reclamado por
el Sínodo de 1985 y, más concretamente, en la carta Vicesimus quintus annus.
• 25 de enero 1994, Instrucción Varietates Legitimae de
la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos,
carta magna sobre la “inculturación de la Liturgia” atendiendo a las
indicaciones de Vicesimus quintus annus sobre perspectivas de futuro.
• 28 de marzo 2001, Instrucción Liturgiam authenticam
de la misma Congregación, dando una nueva reglamentación a la tarea de la
traducción de los libros litúrgicos, en íntima relación con la cuestión de la
“inculturación”.
Junto a
los documentos tendremos que situar, como paso conclusivo de la tarea de
“reforma” emprendida tras el Concilio, la segunda generación de libros
litúrgicos, que implica la aparición de libros aun no editados en la primera
etapa y segundas (o terceras, en algún caso, como el Misal) ediciones típicas
de libros ya editados, que ahora se revisan a la luz del Sínodo de 1985 y
de Vicesimus quintus annus. Una mención especial merece la Colección de Misas
de la Virgen María (15-08-1986), que recoge los principios de Marialis cultus
del papa Pablo VI (2-02-1974) pero responde también al deseo emergente de
conciliar Liturgia y Piedad Popular, que recogerá Vicesimus quintus annus dos
años más tarde.
Otra
serie de importantes documentos entran en este periodo de “renovación
litúrgica” que se extiende hasta el final del pontificado del beato Juan Pablo
II y que con palabras del mismo Papa podemos caracterizar por la
“profundización” (Spiritus et Sponsa n.6) en el misterio de la Liturgia y la
enseñanza de SC.
• 3 de mayo de 1998, Carta apostólica Dies Domini,
sobre la santificación del domingo, tema clave en la formación y vivencia
litúrgica de todo el pueblo cristiano, conectando aquí con su identidad y
misión.
• 6 de enero 2001, Carta apostólica Novo millenio
ineunte, trazando un plan pastoral para la Iglesia del tercer milenio, tras la
magna celebración del Jubileo del año 2000. Este breve documento sigue teniendo
un gran interés por la conexión entre Liturgia-palabra de Dios-vida y misión
que hace en la línea del esquema general del documento del Sínodo
extraordinario de 1985.
• 17 de diciembre 2001, Directorio sobre la Piedad
Popular y la Liturgia, de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina
de los Sacramentos, que entrará en vigor en enero del 2002 y que responde a las
líneas de futuro señaladas en 1988 por Vicesimus quintus annus y de las
que una primera respuesta fue la Colección de Misas de la Virgen María de 1986,
a la que ya hemos hecho referencia. Este documento señala un camino importante
en esta materia.
• 17 de abril 2003, Encíclica Ecclesia de Eucharistia,
importantísimo documento de la “renovación y profundización litúrgicas” para
entender el papel de la Liturgia en la vida de la Iglesia y de cada fiel.
Corrigiendo abusos y proponiendo un modelo de participación, la Virgen María.
• 28 de junio 2003, Exhortación Ecclesia in Europa, con
un capítulo sobre Liturgia inmejorable, Celebrar el Evangelio de la Esperanza.
Que sintetiza las ideas claves de lo que la Iglesia quiere y entiende por
“renovación litúrgica”.
• 4 de diciembre 2003, Carta apostólica Spiritus et
Sponsa a los “40 años de SC” , documento que caracteriza toda esta última fase
de la recepción del Concilio en materia litúrgica, “de la renovación a la
profundización” (n. 6-10).
• 7 octubre 2004, Carta apostólica Mane nobiscum Domine
que convoca el “año de la Eucaristía” y prolonga la senda de Novo millenio
ineunte y de Ecclesia de Eucharistia.
• 25 de marzo 2004, Instrucción Redemptionis
Sacramentum de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos, respuesta a las peticiones de Ecclesia de Eucharistia , de Mane
nobiscum Domine y la celebración del “año de la Eucaristía”. Documento muy
importante de cara a la recta comprensión de la celebración eucarística y de la
Liturgia en general, en la línea de “profundización” de los documentos de este
último periodo que estamos considerando. No se puede reducir esta Instrucción a
un mero “elenco de errores litúrgicos”.
Este es
el punto en el que se encuentra la vida litúrgica de la Iglesia al comienzo del
pontificado de Benedicto XVI. Un magisterio abundante y riquísimo, desde todos
los aspectos, sobre la materia. Muchos logros en el campo de la vivencia
litúrgica de la Liturgia por parte de los fieles practicante, pero también una
disminución clamorosa del número de fieles practicantes, un cierto “cansancio”
en el clero, que afecta también a la vida litúrgica, un fuerte contexto
secularizador, dentro y fuera de la Iglesia, la pervivencia de rechazos viscerales
de la reforma y, lo que es mucho más común una idea de Liturgia donde se
antepone la componente humana, donde en la aplicación a la participación
prevalece el activismo y donde la creatividad se presenta como exigencia de
verdad o autenticidad, llevando la Liturgia a una diversidad sin freno, hasta
poner en peligro la comunión eclesial en la fe, la oración y los sacramentos.
Toda norma parece innecesaria o puramente orientativa y todo grupo o sacerdote
se cree capacitado para “hacerse su Liturgia”. Es evidente que estas diversas
problemáticas y posicionamientos ante la Liturgia se viven con proporción e
intensidad diversa según los lugares, el mundo es muy grande, pero representan,
creo que fielmente, las situaciones que la Iglesia vive cuando Benedicto XVI
comienza el ejercicio de su ministerio petrino al frente de la Iglesia.
2. Los documentos del pontificado de Benedicto
XVI que miran a la Liturgia.
Es
evidente la preocupación del Papa por la Liturgia, por su estudio riguroso, por
su cuidada, bella y religiosa celebración. Testimonio de ello ha sido su
deseo expreso de que el primer volumen de su “Opera omnia” que vea la luz sea
el dedicado a los libros y estudios sobre la Liturgia. No obstante, es cierto,
que el Santo Padre aun no ha dedicado ningún gran documento magisterial a la
Liturgia en su conjunto, no obstante eso no quiere decir que no haya ofrecido
en diversos documentos su autorizada enseñanza sobre la materia, en perfecta
continuidad con el magisterio pontificio de antes y después del Vaticano II (lo
que él gusta en llamar hermenéutica de la continuidad).
Veamos
alguno de esos documentos:
* 22 de
febrero 2007, Exhortación apostólica Sacramentum caritatis, que responde al
Sínodo sobre la Eucaristía, celebrado en la estela del “Año de la Eucaristía” y
de los documentos que lo acompañaron, a los que ya hemos hecho referencia en el
apartado anterior de nuestra exposición. No es algo a pasar por alto el que
Benedicto XVI haya unido, por medio del título, esta Exhortación con su primera
Encíclica: Deus caritas est y Sacramentum caritatis. Como se ve luego en el
contenido de la Exhortación, el “rostro” de ese Dios-Amor y la vocación del ser
humano (creado a “su imagen y semejanza”) se descubren por medio de la
Eucaristía y gracias al proceso de gracia que ella genera. Para el Papa la
Liturgia, y singularmente la Eucaristía, es un signo visible de la presencia
salvífica de Dios, una “teofanía” y tiene un nivel de valor y comprensión
universal, aun para los no creyentes, aunque su destino propio es alimentar la
vida de los ya bautizados e impulsar todos sus dinamismos de santificación y
misión, como ya enseñó la SC (n. 10). Luego viene la insistente llamada a
celebrar bien, a entender la “participación” como un acto personal pleno, que
reclama la escucha y la respuesta, la acción, la comprensión, pero que reclama
también la admiración, la adoración, el silencio y una cierta dimensión
“apofática” (reconocimiento de estar inmerso en lo que nos supera y no podemos
explicar en categorías humanas). Sin faltar una llamada a la reflexión, que no
pretende cuestionar la legitimidad de muchas prácticas litúrgicas
posconciliares, pero si relativizarlas y evitar algunos excesos, que pueden
contradecir su razón de ser original (Por ejemplo: “concelebración”, recuperada
como forma de expresar la unidad del sacerdocio, y que puede perder su razón de
ser en una masa de concelebrantes que supera las dimensiones humanas de
relación con el Altar, de grupo compacto y visible al resto de los
participantes expresando la unidad con el celebrante principal, en principio el
Obispo; “capilla de la adoración”, separada del Altar mayor para favorecer
adoración y la piedad eucarística, pero que privando sistemáticamente al
espacio principal de la iglesia de la presencia de Cristo-Eucaristía puede
llegar a favorecer la “desacralización” del templo; insistencia en la
centralidad de la Misa, y de la comunión dentro de ella, en la piedad
eucarística, por fidelidad al mandato del Señor y para dar objetividad a la
misma, pero que si olvida la necesidad de adoración, que nace en la
celebración, pero requiere tiempos más allá de la celebración que ayudan a la
plena participación, puede convertirse en un acto trivial que no termina de
modelar la propia existencia...).
* 7 de
julio 2007, Motu Proprio Summorum Pontificum, no se trata solo de una concesión
al tradicionalismo, ni siquiera puede considerarse solo como una mano tendida a
las comunidades agrupadas en el entorno de la Fraternidad san pío X. El nuevo
Motu Proprio amplía y facilita, casi sin límites las posibilidades ofrecidas
por el anterior Motu Proprio del beato Juan Pablo II, Ecclesia Dei. El Papa
explicaba sus razones en una “carta de acompañamiento” dirigida al episcopado
universal. Recientemente la instrucción de la Congregación para la
Doctrina de la Fe sobre la aplicación del Motu Proprio completa y perfila su
razón de ser. No se pretende invalidar la reforma litúrgica en su conjunto.
Pero es cierto que Summorum Pontificum une a su finalidad ecuménica otra
“pedagógica”. El Papa considera que es bueno que las dos formas históricamente
sucesivas de celebrar la Liturgia Romana convivan. No fija un tiempo. De esta
convivencia tiene que nacer un enriquecimiento recíproco. Por eso en el
espíritu del Documento está que se den a conocer las dos formas celebrativas,
se amen y se respeten. Conocimiento y respeto recíproco para un enriquecimiento
recíproco. ¿Pero qué se pueden ofrecer una forma de celebrar a la otra? La
forma precedente ha de descubrir los valores de la “reforma” y la forma actual
ha de descubrir, con gozo, los elementos que merecen seguir haciéndose
presentes en nuestra Liturgia, en una clara actitud de “hermenéutica de
continuidad”. Eso requiere celebrar bien y con sentido las dos formas y evitar
anárquicas mezclas, si algo ha de cambiar en una u otra lo establece la suprema
autoridad no la ocurrencia de cada celebrante o grupo. Tampoco pretende el Motu
Propio favorecer más una “Liturgia a la Carta”. Es cierto que cada cual puede
escoger el modo que más le ayuda a celebrar y nutrir su fe, pero aceptando
ambas, cualquier exclusivismo absoluto en torno a una forma de celebración u
otra es contrario a la voluntad del Motu Proprio. Una y otra forma son de la
Iglesia y las recibimos de la Iglesia, no tenemos derecho a “manipularlas”.
* 25 de
marzo 2009, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos publica el Compendium Eucharisticum, este es un “material para la
oración y el estudio” en torno al Santísimo Sacramento. Nada nuevo, pero, pese
a ello, tal vez si que ha sido una propuesta audaz. Reclama ser traducido a las
diversas lenguas. Presenta una introducción teológica sobre la Eucaristía, a
nivel catequético y luego diversos elencos de textos de la tradición eclesial,
litúrgicos y extralitúrgicos que quieren servir para el estudio académico y
para la meditación personal. Un instrumento importante y bello (se cuidó mucho
la edición) para favorecer la “profundización” en la Liturgia de cara a una
participación completa y cada vez más fructuosa. Presentando entre dichos
textos los ordinarios de la Misa de 1962 y el actual, de modo que se favorezca
una pacífica y común asimilación de sus elementos de fe y de piedad, de sus
tesoros propios.
* 30 de
septiembre 2010, Exhortación apostólica Verbum Domini, tras el Sínodo de la
Eucaristía se celebró otro sobre la Palabra de Dios. Recordemos que ya los
Documentos del Sínodo extraordinario de 1985 decían que la Iglesia vive de la
Palabra de Dios y de la Liturgia (singularmente de los Sacramentos). No podía faltar
en la exhortación sobre la Palabra un específico apartado dedicado a la
relación Liturgia-Palabra de Dios (Segunda Parte, nn. 52-71).
* 30 de
agosto 2011, Motu Proprio Quaerit semper, por el que se reestructuran algunas
competencias de los organismos de la Curia Romana modificando la constitución
Pastor Bonus. En particular, dice el Santo Padre respecto a la Congregación
para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos: “En las presentes
circunstancias ha parecido conveniente que la Congregación para el Culto Divino
y la Disciplina de los Sacramentos se dedique principalmente a dar nuevo
impulso a la promoción de la Sagrada Liturgia en la Iglesia, según la
renovación querida por el Concilio Vaticano II desde la Constitución
Sacrosanctum Concilium”. No deja de ser importante el uso de la palabra
“renovación” (no reforma) y las alusiones explícitas al “Concilio” y a la
constitución Sacrosanctum Concilium.
3. El ejemplo litúrgico de Benedicto XVI, el
papel del Oficio de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice.
A este
respecto hay que aclarar dos excesos en los que se puede caer ante el “modelo”
litúrgico que ofrece el Santo Padre en las celebraciones que él preside. Por
una parte están quienes hacen del “ejemplo-ley”, pero si el Santo Padre desea
obligar a algo no sólo da ejemplo, legisla, sea modificando, sea ampliando la
ley preexistente; por otra parte están quienes afirman la “absoluta
originalidad” de la Liturgia Papal, y deducen, que lo que en Liturgia hace el
Papa nada tiene que ver con el cómo han de celebrar Obispos y Sacerdotes, pero,
quien conoce la historia de la Liturgia, sabe cómo la Liturgia Papal, salvo en
lo que es estrictamente propio del Papa, es fuente principal del Ceremonial de
los Obispos y éste, salvo lo específicamente episcopal, es modelo de la
liturgia presbiteral solemne.
Si nos
centramos en las novedades introducidas por el Oficio de las Celebraciones
Litúrgicas del Sumo Pontífice, bajo el pontificado de Benedicto XVI, pronto
descubriremos que no hace otra cosa que (A) destacar algunos signos o elementos
previstos en las rúbricas de los libros litúrgicos vigentes del Rito Romano:
por ejemplo,
-
cuidar los tiempos de silencio en la Misa, particularmente al final de la
Liturgia de la Palabra y tras la Comunión;
- o, en
las grandes solemnidades, emplear ornamentos especialmente valiosos y bellos
aunque sean de estilos y épocas anteriores a la nuestra (frontales de Altar,
casullas recortadas ricamente bordadas, manteles y albas con encajes...);
-
o, finalmente, pedir a quien va a recibir de su mano la comunión, lo haga de
rodillas y en la boca como destacando el cuidado de evitar peligros de
profanación al dar comunión a desconocidos (no es el ambiente normal de una
parroquia, por eso en la boca y no en la mano) y destacando un signo de
recogimiento y adoración en una asamblea normalmente masiva (por eso de
rodillas y no en pié);
- o
bien (B) optar por una posibilidad de las que el Misal ofrece, dándole
preferencia sobre otras también permitidas: por ejemplo,
-
colocar la cruz sobre el altar y en su centro, con preferencia a
colocarla a un lado, sobre el Altar, o cerca del mismo;
-
colocar, también sobre el Altar, a ambos lados de la cruz, los seis candelabros
y el séptimo ante ella, con preferencia a situarlos cerca, pero fuera del
Altar;
-
utilizar con preferencia la Plegaria Eucarística I, Canon Romano, sobre las
otras Plegarias del Misal;
-
proclamar en lengua latina algunos elementos del Propio y del ordinario de la
Misa, con preferencia al uso, ya habitual, de las respectivas lenguas
vernáculas;
- dar
preferencia al canto gregoriano y la polifonía sacra sobre los cantos
populares.
Ninguna
de estas opciones significa cambiar la liturgia vigente, ni obliga a hacer lo
mismo a todos los celebrantes y en todas las ocasiones, pero sí buscan crear un
nuevo clima a la hora de optar ante las alternativas previstas en los
libros litúrgicos vigentes. Un nuevo clima o unos criterios, que aunque no
coincidan con los de muchos liturgistas o pastoralistas, están en plena sintonía
con los principios de la SC y de los documentos magisteriales que, desde los
años “80”, se han venido sucediendo sobre la materia y que hemos aquí
presentado sucintamente. Por ello, esta “nueva criteriología”, para el uso de
los libros litúrgicos y la celebración, no sólo se puede decir fiel a la letra
y espíritu del Concilio, sino, según la “interpretación auténtica” del mismo y
de SC en particular.
Una
cosa queda clara, la Pastoral Litúrgica es hoy una prioridad para Benedicto
XVI, como lo fue para los Padres del Vaticano II. Esta Pastoral tiene un
objetivo fundamental: impulsar la recta y completa formación litúrgica
siguiendo los pasos de SC y del Catecismo de la Iglesia Católica. Para asegurar
la comprensión de su naturaleza y favorecer un modo de celebrarla y de
participar en ella que dé, cada vez, más vigor a la vida y a la misión de todos
los fieles cristianos.
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