Mis queridos hermanos y amigos:
El próximo Domingo, día 13 de octubre, al día siguiente
de la celebración de la gran Fiesta de la Virgen del Pilar, “Madre de
España”, el Delegado del Santo Padre “elevará al honor de los altares” −expresión
tradicional en el culto multisecular del pueblo cristiano a sus Santos− a 522
nuevos mártires del siglo XX en España, que se sumarán a los 1001 ya
beatificados durante el Pontificado de Juan Pablo II (471 mártires) y de
Benedicto XVI (530). Entre ellos, los ya beatificados y los que lo serán el próximo
domingo, se encuentra un elevado número que han sido martirizados en Madrid, en
la Ciudad y en la Provincia, en los años 1936 y 1937, los más crueles de la
persecución religiosa sufridas por la Iglesia diocesana de Madrid. Religiosos
de las Órdenes y Congregaciones de más arraigo en la historia y en la vida de
la Iglesia y del pueblo madrileño, constituyen, en el número y en la variedad
de las familias religiosas a los que pertenecen, el núcleo principal de los
mártires madrileños del siglo XX beatificados por la Iglesia. A ellos se añaden
religiosas, sacerdotes diocesanos, seminaristas y fieles laicos. ¡Son
centenares! Con toda razón histórica y eclesial se puede afirmar que el siglo
XX en Madrid ha sido tiempo de martirio: ¡de Iglesia de mártires! Los mártires,
entregando la vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había
transformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor con el
perdón de sus perseguidores, son la prueba más evidente de la fecunda fidelidad
de la Iglesia al Evangelio en un lugar y un tiempo determinado; en nuestro
caso, en el Madrid contemporáneo (Cfr. Porta Fidei, 13). Había que haber
nacido, crecido y/o vivido en un ambiente eclesial muy enamorado de Cristo y
muy empapado del amor fraterno a los hermanos, vecinos y conciudadanos,
creyentes o no creyentes, practicantes o no practicantes, para que puestos
antes el dilema de renunciar a su vocación de consagrados, de sacerdotes
diocesanos o de apóstoles laicos, es decir, puestos ante la disyuntiva de negar
a Cristo y de renunciar a su seguimiento… o la muerte, no dudan en su elección:
¡morir por Él!
En el Madrid de “los años 30” del pasado siglo,
han sido muchos los hijos de la Iglesia y no pocas de sus hijas que prefirieron
la muerte antes que negar a Jesucristo: el Hermano, el Amigo, el Señor, el
único Salvador y Redentor del hombre. Su martirio significaba mucho más que un
acto individual de heroísmo humano o de servicio ejemplar a una causa noble.
Daba forma heroica a la unión más fiel y amorosa al Cristo que, siendo Hijo de
Dios, no se arredró ante la Pasión y Muerte en la Cruz como acto de amor
infinitamente misericordioso para que el hombre pudiera ser librado de la
muerte del alma y del cuerpo. Ante el ejemplo de entrega radicalmente amorosa
de los mártires, abrazados a Cristo Crucificado y Glorificado, se hace
inevitable rememorar el texto paulino de que la pasión de Cristo necesita ser
completada en y por su Cuerpo que es la Iglesia.
Por ellos, los mártires madrileños del siglo XX, la
comunidad diocesana de los fieles cristianos madrileños prestó a la Iglesia en
España y en todo el mundo, al hombre y a la sociedad de aquel tiempo tan
dramático de las guerras mundiales y de las luchas fratricidas entre hijos de
un mismo pueblo y de un mismo solar patrio, el servicio más valioso que uno
pudiera imaginarse. Muriendo por Aquél, que nos lleva por el camino de la
verdad, del amor y de la vida morían también por nosotros, por nuestra
salvación definitiva ¡eterna!; morían para que la Iglesia, en sus hijos e hijas,
en sus pastores y fieles −consagrados y laicos−, resplandeciera en la santidad
que es “la perfección de la caridad”. Y, de este modo, auténticamente
purificada y transformada por el amor inequívoco y total a Cristo, pudiera dar
al mundo y a los hombres el testimonio límpido y valiente de la Fe. “La
sangre de los mártires” fue semilla de cristianos en los primeros siglos de
la Iglesia naciente; lo siguió siendo a través de todos los periodos de su
historia sin interrupción alguna hasta hoy. Lo fue, de forma portentosa, en la
historia del siglo XX, dramática siempre y trágica en no pocas ocasiones, pero
en la que la imagen de la Iglesia, apoyada en el ejemplo y en la intercesión de
sus incontables mártires, se alzaba como el verdadero signo de la victoria de
la esperanza de que la humanidad volvería a poder encontrar el camino de una
verdadera sanación de sus heridas más atroces −el odio, la venganza, la guerra
sin fronteras, las miserias físicas y espirituales de toda especie… la
explotación del hombre por el hombre− y la senda de una nueva edificación de la
humanidad como una familia universal de hermanos que marchan unidos, en la
experiencia del amor de Dios y al prójimo, por los itinerarios de la historia
hacia la misma meta de la vida y de la felicidad que sólo Dios da, a través del
tiempo, en la eternidad.
Nuestros mártires madrileños del siglo XX vistos,
contemplados y venerados dentro de la corona de todos los Mártires de la España
contemporánea, han sido y siguen siendo en la actualidad “semilla de
cristianos”. Ejemplos e intercesores amigos para la nueva Evangelización de
este “querido y viejo Madrid” al que estamos llamados a evangelizar: de
ese Madrid que late en lo más profundo de nuestros anhelos de solución de sus
crisis más dolorosas −el paro, las rupturas familiares, la soledad y el
desamparo de tantos niños y ancianos, la dureza de muchos corazones…− y al que
queremos llevarle la Buena Noticia del Evangelio que nos salva ahora y siempre:
¡eternamente!.
Para “la Misión-Madrid”, para su fecundidad
espiritual y humana, el ejemplo y la intercesión sus Mártires son luz y, a la
vez, impulso precioso para el corazón creyente y misionero de los hijos de la
Iglesia, sin el cual pretender ofrecer hoy a nuestros hermanos, sobre todo a
los más jóvenes y más necesitados del amor fraterno y de la solidaridad
cristiana, el testimonio veraz y convincente de la Fe, resulta una quimera
imposible. Los Mártires, que se beatificarán en Tarragona el próximo Domingo
son los primeros mártires beatificados españoles del Pontificado del Papa
Francisco que nos enseña incansable y conmovedoramente con sus gestos y con su
Magisterio que “la fe es un bien para todos, es un bien común; su luz no
luce sólo dentro de la Iglesia ni sirve únicamente para construir una
ciudad eterna en el más allá; nos ayuda a edificar nuestras sociedades, para
que avancen hacia el futuro con esperanza” (“Lumen Fidei” 51). Así brilla
el testimonio de la fe de los mártires del siglo XX en Madrid y en España:
¡como una prueba irrefutable, heroicamente vivida y trasmitida, de esa
esperanza que no defrauda y de la que nos da testimonio gozoso el Papa.
A la Virgen Santísima, Nuestra Señora de la Almudena,
Reina de los Mártires, le pedimos que nos ayude −como Ella sólo sabe hacerlo− a
venerar y a imitar a nuestros mártires de tal modo que nuestro seguimiento de
su Hijo Jesucristo, Crucificado y Resucitado por nuestra salvación, sea cada
vez más fiel, más auténtico y más fecundo para la evangelización de nuestros
hermanos, todos nuestros conciudadanos de Madrid.
Con todo afecto y con mi bendición,
Antonio María Rouco Varela
Cardenal Arzobispo de Madrid
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