El demonio y su cola
Entre los muchos temas
sobre los que departió ampliamente el cardenal Ratzinger, anticipados ya en el
reportaje periodístico que precedió a este libro, hay un aspecto marginal que
parece haber centrado la atención de muchos comentaristas. Como era de prever,
muchos artículos, con su correspondiente titulación, estaban dedicados no
precisamente a los profundos análisis teológicos, exegéticos o eclesiológicos
del Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sino más bien a las
referencias (algunos párrafos entre decenas de cuartillas) a aquella realidad
que la tradición cristiana designa con los nombres de Diablo, Demonio, o
Satanás.
¿Por el atractivo de lo
pintoresco? ¿Por la divertida curiosidad hacia eso que muchos (incluso
cristianos) consideran como una "supervivencia folklórica", como un
aspecto "inaceptable para una fe que ha llegado a la madurez"? ¿O
acaso se trata de algo más profundo, de una inquietud que se oculta detrás de
la burla? ¿Serena tranquilidad, o exorcismo revestido de ironía?
No vamos a responder a
esto. Nos contentaremos con registrar el hecho objetivo: no hay tema como
el del "Diablo" para suscitar el revuelo de los mass-media de la
sociedad secularizada.
Es difícil olvidar el eco —inmenso, y no sólo irónico, sino a veces hasta
rabioso— que suscitó Pablo VI con su alocución durante la audiencia general del
15 de noviembre de 1972. En ella volvía sobre lo que ya había expresado
el 29 de junio precedente en la Basílica de San Pedro refiriéndose a la
situación de la Iglesia: «Tengo la sensación de que por algún resquicio ha
entrado el humo de Satanás en el templo de Dios». Y había añadido
entonces que «si en el Evangelio, en los labios de Cristo, se menciona tantas
veces a este enemigo de los hombres», también en nuestro tiempo él, Pablo VI,
creía «en algo preternatural que había venido al mundo para perturbar, para
sofocar los frutos del Concilio Ecuménico y para impedir que la Iglesia
prorrumpa en el himno de júbilo, sembrando la duda, la incertidumbre, la
problemática, la inquietud y la insatisfacción» 13 (Nota 13: Pablo VI,
Alocución en la audiencia general del 29 de junio de 1972).
Ya ante aquellas primeras
alusiones se levantaron en el mundo murmullos de protesta. Pero ésta
explotó de lleno —durante meses y en los medios de comunicación del mundo
entero— en aquel 15 de noviembre de 1972 que se ha hecho famoso: «El mal que
existe en el mundo es el resultado de la intervención en nosotros y en nuestra
sociedad de un agente oscuro y enemigo, el Demonio. El mal no es ya sólo
una deficiencia, sino un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor.
Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa. Se sale del marco de la
enseñanza bíblica y eclesiástica todo aquel que rehusa reconocerla como
existente; e igualmente se aparta quien la considera como un principio
autónomo, algo que no tiene su origen en Dios como toda creatura; o bien quien
la explica como una pseudorrealidad, como una personificación conceptual y
fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias» 14 (Nota 14:.
Pablo VI, Alocución del 15 de noviembre de 1972).
Tras añadir algunas citas bíblicas en
apoyo de sus palabras, Pablo VI continuaba: «El Demonio es el enemigo número
uno, es el tentador por excelencia. Sabemos que este ser oscuro y perturbador
existe realmente y sigue actuando; es el que insidia sofísticamente el
equilibrio moral del hombre, el pérfido encantador que sabe insinuarse en
nosotros por medio de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia, de la
lógica utópica, o de las confusas acciones sociales, para introducir en
nosotros la desviación... » 15 (Nota 15: Ibid.: Pablo VI, Alocución del 15 de
noviembre de 1972).