BENEDICTO
XVI
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 22 de agosto
de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
Se celebra hoy la
memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María invocada con el título:
«Reina». Es una fiesta de institución reciente, aunque es antiguo su origen y
devoción: fue instituida por el venerable Pío XII, en 1954, al final del Año
Mariano, fijando para su celebración la fecha del 31 de mayo (cf. Carta enc. Ad
caeli Reginam, 11 de octubre de 1954: AAS 46 [1954] 625-640). En esa
circunstancia el Papa dijo que María es Reina más que cualquier otra criatura
por la elevación de su alma y por la excelencia de los dones recibidos. Ella no
cesa de dispensar todos los tesoros de su amor y de sus cuidados a la humanidad
(cf. Discurso en honor de María Reina, 1 de noviembre de 1954). Ahora,
después de la reforma posconciliar del calendario litúrgico, fue situada ocho
días después de la solemnidad de la Asunción para poner de relieve la íntima
relación entre la realeza de María y su glorificación en cuerpo y alma al lado
de su Hijo. En la constitución del concilio Vaticano II sobre la Iglesia
leemos: «María fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo y elevada al
trono por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente
a su Hijo» (Lumen gentium, 59).
Este es el fundamento
de la fiesta de hoy: María es Reina porque fue asociada a su Hijo de un modo
único, tanto en el camino terreno como en la gloria del cielo. El gran santo de
Siria, Efrén el siro, afirma, sobre la realeza de María, que deriva de su
maternidad: ella es Madre del Señor, del Rey de los reyes (cf. Is 9,
1-6) y nos señala a Jesús como vida, salvación y esperanza nuestra. El siervo
de Dios Pablo VI recordaba en su exhortación apostólica Marialis cultus:
«En la Virgen María todo se halla referido a Cristo y todo depende de él: con
vistas a él, Dios Padre la eligió desde toda la eternidad como Madre toda santa
y la adornó con dones del Espíritu Santo que no fueron concedidos a ningún otro»
(n. 25).
Pero ahora nos
preguntamos: ¿qué quiere decir María Reina? ¿Es sólo un título unido a otros?
La corona, ¿es un ornamento junto a otros? ¿Qué quiere decir? ¿Qué es esta
realeza? Como ya hemos indicado, es una consecuencia de su unión con el Hijo,
de estar en el cielo, es decir, en comunión con Dios. Ella participa en la
responsabilidad de Dios respecto al mundo y en el amor de Dios por el mundo.
Hay una idea vulgar, común, de rey o de reina: sería una persona con poder y
riqueza. Pero este no es el tipo de realeza de Jesús y de María. Pensemos en el
Señor: la realeza y el ser rey de Cristo está entretejido de humildad,
servicio, amor: es sobre todo servir, ayudar, amar. Recordemos que Jesús fue
proclamado rey en la cruz con esta inscripción escrita por Pilato: «rey de los
judíos» (cf. Mc 15, 26). En aquel momento sobre la cruz se muestra que
él es rey. ¿De qué modo es rey? Sufriendo con nosotros, por nosotros, amando
hasta el extremo, y así gobierna y crea verdad, amor, justicia. O pensemos
también en otro momento: en la última Cena se abaja a lavar los pies de los
suyos. Por lo tanto, la realeza de Jesús no tiene nada que ver con la de los
poderosos de la tierra. Es un rey que sirve a sus servidores; así lo demostró
durante toda su vida. Y lo mismo vale para María: es reina en el servicio a
Dios en la humanidad; es reina del amor que vive la entrega de sí a Dios para
entrar en el designio de la salvación del hombre. Al ángel responde: He aquí la
esclava del Señor (cf. Lc 1, 38), y en el Magníficat canta: Dios
ha mirado la humildad de su esclava (cf. Lc 1, 48). Nos ayuda. Es reina
precisamente amándonos, ayudándonos en todas nuestras necesidades; es nuestra
hermana, humilde esclava.
De este modo ya hemos
llegado al punto fundamental: ¿Cómo ejerce María esta realeza de servicio y de
amor? Velando sobre nosotros, sus hijos: los hijos que se dirigen a ella en la
oración, para agradecerle o para pedir su protección maternal y su ayuda
celestial tal vez después de haber perdido el camino, oprimidos por el dolor o
la angustia por las tristes y complicadas vicisitudes de la vida. En la
serenidad o en la oscuridad de la existencia, nos dirigimos a María confiando
en su continua intercesión, para que nos obtenga de su Hijo todas las gracias y
la misericordia necesarias para nuestro peregrinar a lo largo de los caminos
del mundo. Por medio de la Virgen María, nos dirigimos con confianza a Aquel
que gobierna el mundo y que tiene en su mano el destino del universo. Ella,
desde hace siglos, es invocada como celestial Reina de los cielos; ocho veces,
después de la oración del santo Rosario, es implorada en las letanías
lauretanas como Reina de los ángeles, de los patriarcas, de los profetas, de
los Apóstoles, de los mártires, de los confesores, de las vírgenes, de todos
los santos y de las familias. El ritmo de estas antiguas invocaciones, y las
oraciones cotidianas como la Salve Regina, nos ayudan a comprender que
la Virgen santísima, como Madre nuestra al lado de su Hijo Jesús en la gloria
del cielo, está siempre con nosotros en el desarrollo cotidiano de nuestra
vida.
El título de reina es,
por lo tanto, un título de confianza, de alegría, de amor. Y sabemos que la que
tiene en parte el destino del mundo en su mano es buena, nos ama y nos ayuda en
nuestras dificultades.
Queridos amigos, la
devoción a la Virgen es un componente importante de la vida espiritual. En
nuestra oración no dejemos de dirigirnos a ella con confianza. María
intercederá seguramente por nosotros ante su Hijo. Mirándola a ella, imitemos
su fe, su disponibilidad plena al proyecto de amor de Dios, su acogida generosa
de Jesús. Aprendamos a vivir como María. María es la Reina del cielo cercana a
Dios, pero también es la madre cercana a cada uno de nosotros, que nos ama y
escucha nuestra voz. Gracias por la atención.
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