Paralelo entre Lc.12,35-36
y Sal.33,13-15
1. Nuestro Señor
Jesucristo vino a los hombres, se alejó de ellos y a ellos ha de volver. Con
todo, aquí estaba cuando vino y no se alejó cuando se retiró, y ha de volver a
aquellos a quienes dijo: He aquí que estoy con vosotros hasta la consumación
de los siglos. Según la forma de siervo que tomó por nosotros, en un
determinado tiempo, nació, murió y resucitó y ya no morirá ni la muerte se
enseñoreará en adelante de él. Pero según la divinidad por la que es igual al
Padre, estaba en este mundo, el mundo fue hecho por él y el mundo no le
conoció. Sobre esto acabáis de oír lo que nos advierte el Evangelio
precaviéndonos y queriendo que estemos dispuestos y preparados en la espera del
último día. De forma que, después de este último día que ha de temerse en este
mundo, llegue el descanso que no tiene fin. Bienaventurados quienes los
consigan. Entonces estarán seguros quienes ahora carecen de seguridad, y
entonces temerán quienes ahora no quieren temer. Este deseo y esta esperanza es
lo que nos hace cristianos. ¿Acaso nuestra esperanza es una esperanza mundana?
No amemos el mundo. Del amor de este siglo fuimos llamados para amar y esperar
otro siglo. En éste debemos abstenernos de todos los deseos ilícitos, es decir,
debemos ceñir nuestros lomos y hervir y brillar en buenas obras, que equivale a
tener encendidas las lámparas. Pues en otro lugar del Evangelio dijo el Señor a
sus discípulos: Nadie enciende una lámpara y la coloca bajo el celemín, sino
sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Y para
indicar por qué lo decía, añadió estas palabras: Luzca así vuestra luz
delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a
vuestro Padre que está en los cielos.
2. Por
tanto, quiso que tuviésemos ceñidos nuestros lomos y encendidas las lámparas.
¿Qué significa ceñir los lomos? Apártate del mal. ¿Qué significa lucir?
¿Qué tener encendidas las lámparas? Y haz el bien. ¿Y qué significa lo
añadido: Y vosotros sed semejantes a los hombres que esperan a su Señor
cuando regrese de las bodas, sino lo que se consigna en el salmo: Busca
la paz y persíguela Estas tres cosas, a saber: el abstenerse del mal, el
obrar el bien y el esperar el premio eterno se mencionan en los Hechos de los
Apóstoles, donde se escribe que San Pablo les enseñaba la continencia, la
justicia y la esperanza de la vida eterna. A la continencia corresponde tener
los lomos ceñidos; a la justicia, las lámparas encendidas y a la
expectación del Señor la esperanza de la vida eterna. Luego, apártate
del mal es la continencia, es decir, tener los lomos ceñidos. Haz el
bien es la justicia, o sea, tener las lámparas encendidas. Busca la paz
y persigúela es la expectación del siglo futuro. Por tanto, sed
semejantes a los hombres que esperan a su Señor cuando regrese de las bodas.
3. Teniendo estos mandatos y promesas, ¿por qué buscamos días
buenos en la tierra donde no podemos encontrarlos?
Sé que los buscáis
al menos cuando estáis enfermos u os halláis en medio de las tribulaciones que
abundan en este mundo. Porque cuando la edad toca a su fin, el anciano está
lleno de achaques y sin gozo alguno. En medio de las tribulaciones que torturan
al género humano, los hombres no hacen otra cosa que buscar días buenos y
desear una vida larga que no pueden conseguir aquí. La vida larga del hombre,
en efecto, es tan corta en comparación con la duración de aquel siglo universal
como una gota de agua lo es en comparación con la inmensidad del mar. Pues ¿qué
es la vida del hombre, incluso la que se denomina larga? Llaman vida larga a la
que ya en este siglo es breve y a la que, como dije, está llena de gemidos
hasta la decrépita vejez. Aquí todo es corto y breve y, sin embargo, ¿con qué
afán la buscan los hombres? ¡Con cuánto esmero, con cuánto trabajo, con cuántos
cuidados y desvelos, con cuántos esfuerzos buscan los hombres vivir largos años
y llegar a viejos! Y el mismo vivir largo tiempo, ¿qué es sino correr hacia el
fin de la vida? Viviste el día de ayer y quieres vivir el de mañana. Pero al
pasar el de hoy y el de mañana, ésos tendrás de menos. De aquí que cuando
deseas que brille un día nuevo, deseas al mismo tiempo que se acerque aquel
otro al que no quieres llegar. Invitas a tus amigos a un alegre aniversario y a
quienes te felicitan les oyes decir: «Que vivas muchos años». Y tú deseas que
acontezca según ellos dijeron. Pero ¿qué deseas? Que se sucedan unos a otros y
que, sin embargo, no llegue el último. Tus deseos se contradicen: quieres andar
y no quieres llegar.
4. Si, como dije, a
pesar de las fatigas diarias, perpetuas y gigantescas, ponen los hombres tanto
cuidado en morir lo más tarde posible, ¿cuánto mayor no debe ser el esmero para
no morir nunca? Más en esto nadie quiere pensar. A diario se buscan días buenos
en este siglo en que no los hay y nadie quiere vivir de modo adecuado para
llegar a donde se encuentran. Por ello nos amonesta la Escritura con estas
palabras: ¿Quién es el hombre que ama la vida y quiere ver días buenos? La
pregunta la hizo la Escritura, que sabía ya lo que se iba a responder. Sabe, en
efecto, que todos los hombres buscan la vida y los días buenos. De la misma
manera, vosotros, al hablaros y decir: ¿Quién es el hombre que ama la vida y
quiere ver días buenos?, todos respondisteis en vuestro corazón: «Yo».
Porque también yo que os hablo amo la vida y los días buenos. Lo que buscáis
vosotros, eso busco yo también.
5. Si todos necesitáramos oro y yo quisiera conseguirlo en
vuestra compañía; si se hallare en cualquier sitio de vuestro campo, en
cualquier posesión vuestra y viéndoos buscarlo os preguntase: «¿Qué buscáis?»,
me responderíais: «Oro». «Yo también, os diría: ¿Buscáis oro? También yo lo
busco. Lo que vosotros buscáis también yo lo busco, pero advertid que no lo
buscáis donde podemos encontrarlo. Por tanto, escuchad de mi boca dónde podemos
hallarle. Yo no os lo quito; os muestro el yacimiento; más aún, sigamos todos a
quien conoce dónde se encuentra lo que buscamos». Así también ahora, puesto que
deseáis la vida y los días buenos, no os podemos decir: «No deseéis la vida y
los días buenos», sino que os decimos: «No busquéis la vida y los días buenos
aquí en este siglo en el que no pueden ser buenos». ¿Por ventura no es
semejante esta vida a la muerte? Estos días pasan corriendo, porque el día de
hoy echó fuera al de ayer; el de mañana nace para excluir al de hoy; es más, si
ni los días permanecen, ¿por qué, entonces, quieres tú permanecer con ellos?
Por tanto, no sólo no coarto vuestro deseo de vida y días buenos, sino que lo
excito con mayor vehemencia. Buscad, pues, la vida; buscad los días buenos, pero
buscadlos donde pueden encontrarse.
6. ¿Queréis oír
conmigo el consejo de quien conoce dónde se hallan los días buenos y la vida?
Oídlo, no de mi boca, sino en mi compañía. Hay alguien que nos dice: Venid,
hijos, oídme. Acudamos juntos, plantémonos en pie, prestemos atención y con
el corazón comprendamos lo que dice el Padre: Venid, hijos, oídme; os
enseñaré el temor de Dios. Qué pretende enseñarnos y a quién es útil el
temor de Dios, lo explica a continuación con estas palabras: ¿Quién es el
hombre que ama la vida y quiere ver días buenos? Todos respondemos:
«Nosotros». Pero oigamos lo que sigue: Reprime tu lengua del mal y no hablen
tus labios mentira. Di ahora: «Yo». Nada más preguntar: ¿Quién es el
hombre que ama la vida y quiere ver días buenos?, respondíamos todos al
instante: «Yo». ¡Ea, pues!; que alguien me diga ahora: «Yo». Por tanto, Reprime
tu lengua del mal y no digan mentira tus labios. Y ahora di: «Yo». Luego,
¿amas la vida y los días buenos y no quieres reprimir tu lengua del mal y tus labios
para que no hablen mentira? ¡Qué diligente eres para el premio y cuan perezoso
para el trabajo! ¿A quién se le da el salario sin haber trabajado? ¡Ojalá
pagues el jornal a quien trabaja en tu casa! Pues estoy seguro de que a quien
no trabaja no se lo pagas. ¿Por qué? Porque al que no trabaja nada le debes.
También Dios prometió un salario. ¿Cuál? La vida y los días buenos, que
todos deseamos y a los que todos intentamos llegar. Y nos dará la recompensa
prometida. ¿Qué recompensa? La vida y los días buenos. ¿Qué son los días
buenos? La vida sin fin y el descanso sin trabajo.
7. Prometió un
salario altísimo. Veamos lo que exige para conseguirlo. Inflamados de amor por
tal promesa dispongamos ya nuestras fuerzas, nuestros hombros y nuestros brazos
para cumplir su mandato. Pero ¿qué?, ¿nos ha de mandar llevar una gran carga,
quizá tomar pico y pala, o, tal vez, levantar un edificio? Nada difícil te
mandó; sólo que reprimas el miembro que entre todos mueves con más rapidez;
éste es el que te manda reprimir: Reprime tu lengua del mal. No es
trabajo levantar un edificio, y ¿lo es contener la lengua? Reprime tu lengua
del mal. No digas mentiras, no recrimines, no calumnies, no profieras
falsos testimonios, no blasfemes. Reprime tu lengua del mal. Considera
tu enojo cuando alguien habla mal de ti. Como te enojas contra quien habló mal
de ti, enójate así contigo mismo cuando hables mal de otro. No hablen
mentira tus labios. Lo que hay dentro de tu corazón, eso dígase fuera. Que
no se oculte una cosa en el corazón y profiera otra la lengua. Apártate del
mal y obra el bien. Pues ¿cómo he de decir «Viste al desnudo» a quien
todavía quiere desnudar al vestido? ¿Cómo es posible que reciba a un peregrino
quien oprime a un conciudadano? Luego, siguiendo el orden, ante todo apártate
del mal y haz el bien; primero ciñe tus lomos y luego enciende la lámpara.
Y cuando hayas hecho esto, espera tranquilo la vida y los días buenos. Busca
la paz y persigúela y entonces, con la frente levantada, dirás al Señor:
«Hice lo que ordenaste; dame lo que prometiste».
SAN AGUSTÍN, Sermones (X), Sermón 108, 1-7, BAC Madrid
1983, pág. 770-77
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