Homilía de Juan Pablo II
en la Canonización
de San Maximiliano María Kolbe
(1894-1941)
10 de Octubre de 1982
1. «Nadie tiene amor más grande que
el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13).
Desde hoy la Iglesia quiere llamar
«santo» a un hombre a quien le fue concedido cumplir de manera rigurosamente
literal estas palabras del Redentor.
Así fue. Hacia finales de julio de
1941, después que los prisioneros, destinados a morir de hambre, habían sido
puestos en fila por orden del jefe del campo, este hombre, Maximiliano María Kolbe, se presentó
espontáneamente, declarándose dispuesto a ir a la muerte en sustitución de uno
de ellos. Esta disponibilidad fue aceptada, y al padre Maximiliano, después de
dos semanas de tormentos a causa del hambre, le fue quitada la vida con una
inyección mortal, el 14 de agosto de 1941.
Todo esto sucedía en el campo de
concentración de Auschwitz (Oswiecim), donde fueron asesinados durante la
última guerra unos cuatro millones de personas, entre ellas la Sierva de Dios
Edith Stein (la carmelita sor Teresa Benedicta de la Cruz), cuya causa de
beatificación sigue su curso en la Congregación competente [fue canonizada por
Juan Pablo II el 11 de octubre de 1998]. La desobediencia al mandamiento de
Dios creador de la vida: «No matarás», causó en ese lugar la inmensa hecatombe
de tantos inocentes. En nuestros días, pues, nuestra época ha quedado así
horriblemente marcada por el exterminio del hombre inocente.
2. El padre Maximiliano Kolbe,
prisionero del campo de concentración, reivindicó, en el lugar de la muerte, el
derecho a la vida de un hombre inocente, uno de los cuatro millones. Este
hombre (Franciszek Gajowniczek) vive todavía y está aquí presente entre
nosotros. El padre Kolbe reivindicó su derecho a la vida, declarando la
disponibilidad de ir él mismo a la muerte en su lugar, ya que ese hombre era un
padre de familia y su vida era necesaria para sus seres queridos. De este modo,
el padre Maximiliano María Kolbe reafirmó así el derecho exclusivo del Creador
sobre la vida del hombre inocente y dio testimonio de Cristo y del amor. Así,
escribe, en efecto, el Apóstol Juan: «En esto hemos conocido la caridad: en que
Él dio su vida por nosotros; y nosotros debemos dar nuestra vida por nuestros
hermanos» (1 Jn 3,16).
El padre Maximiliano, al que la
Iglesia venera ya como «Beato» desde 1971, al dar su vida por un hermano, se
asemeja a Cristo de manera particular.
3. Reunidos aquí hoy, domingo 10 de
octubre, ante la basílica de San Pedro en Roma, nosotros queremos poner de
relieve el valor especial que a los ojos de Dios tiene la muerte por martirio
del padre Maximiliano Kolbe:
«Preciosa es a los ojos del Señor la
muerte de los justos» (Salmo 115 [116],15). Así hemos repetido en el Salmo responsorial.
¡Verdaderamente es preciosa e inestimable! Mediante la muerte de Cristo en la
cruz se realizó la redención del mundo, ya que esta muerte tiene el valor del
amor supremo. Mediante la muerte del padre Maximiliano Kolbe, un límpido signo de
tal amor se ha renovado en nuestro siglo, que en tan alto grado y de tantos
modos está amenazado por el pecado y la muerte.
Parece como si en esta liturgia
solemne de la canonización se presentara entre nosotros aquel «mártir del amor»
de Oswiecim (como lo llamó Pablo VI), diciendo:
«Yo soy tu siervo, Señor, siervo
tuyo, hijo de tu esclava; rompiste mis cadenas» (Salmo 115 [116],16).
Y, como recogiendo en uno sólo el
sacrificio de toda su vida, él, sacerdote e hijo espiritual de San Francisco,
parece decir:
«¿Qué podré yo dar al Señor por todos
los beneficios que me ha hecho? Alzaré el cáliz de salvación, invocando tu
nombre, Señor» (Salmo 115 [116], 12s).
Estas palabras son palabras de
gratitud. La muerte sufrida por amor, en lugar del hermano, es un acto heroico
del hombre, mediante el cual, junto al nuevo Santo, glorificamos a Dios. De Él,
en efecto, proviene la gracia de semejante heroísmo, la gracia de este
martirio.
4. Glorifiquemos, por tanto, hoy las
grandes obras de Dios en el hombre. Ante todos nosotros, reunidos aquí, el
padre Maximiliano Kolbe levanta «el cáliz de la salvación», en el que está
recogido el sacrificio de toda su vida, sellada con la muerte de mártir «por un
hermano».
Maximiliano se preparó a este
sacrificio definitivo siguiendo a Cristo desde los primeros años de su vida en
Polonia. De aquellos años data el sueño arcano de dos coronas: una blanca y
otra roja, entre las que nuestro santo no elige, sino que acepta las dos. Desde
los años de su juventud estaba invadido por un gran amor a Cristo y por el
deseo del martirio.
Este amor y este deseo lo acompañaron
en el camino de su vocación franciscana y sacerdotal, para la que se preparó en
Polonia y en Roma. Este amor y este deseo lo siguieron a través de todos los
lugares de su servicio sacerdotal y franciscano en Polonia, y en su servicio
misionero en Japón.
5. La inspiración de toda su vida fue
la Inmaculada, a la que confiaba
su amor por Cristo y su deseo del martirio. En el misterio de la Inmaculada
Concepción se desvelaba a los ojos de su alma aquel mundo maravilloso y
sobrenatural de la gracia de Dios ofrecida al hombre. La fe y las obras de toda
la vida del padre Maximiliano indican que entendía su colaboración con la
gracia como una milicia bajo el signo de la Inmaculada Concepción. La
característica mariana es particularmente expresiva en la vida y en la santidad
del padre Kolbe. Con esta señal quedó marcado todo su apostolado, tanto en su
patria como en las misiones. En Polonia y en Japón fueron centro de este
apostolado las especiales ciudades de la Inmaculada («Niepokalonów», polaco,
«Mugenzai no Sono», japonés).
6. ¿Qué sucedió en el búnker del
hambre del campo de concentración de Oswiecim (Auschwitz), el 14 de agosto de
1941?
A esta pregunta responde la liturgia
de hoy: «Dios probó» a Maximiliano María «y lo encontró digno de sí» (cf. Sab
3,5). Lo probó «como oro en el crisol y le agradó como un holocausto» (cf. Sab
3,6).
Aunque «a los ojos de los hombres
padecía un castigo», sin embargo, «su esperanza estaba llena de inmortalidad»,
ya que «las almas de los justos están en las manos de Dios y no les tocará
tormento alguno». Y cuando, humanamente hablando, les llega el tormento de la
muerte, cuando «a los ojos de los hombres parece que mueren...», cuando «su
partida de este mundo es considerada por nosotros como una desgracia...»,
«ellos están en paz»: tienen su vida y su gloria «en las manos de Dios» (cf.
Sab 3,1-4).
Semejante vida es fruto de la muerte
a la manera de la muerte de Cristo. La gloria es la participación en su resurrección.
¿Qué sucedió, pues, en el búnker del
hambre, el día 14 de agosto de 1941?
Se cumplieron las palabras de Cristo
a los Apóstoles, al «enviarlos a dar fruto y un fruto que permaneciese» (Jn
15,16).
El fruto de la muerte heroica de
Maximiliano Kolbe perdura de modo admirable en la Iglesia y en el mundo.
7. Los hombres miraban lo que sucedía
en el campo de «Auschwitz» (Oswiecim). Y, aunque a sus ojos les parecía que
«moría» un compañero de su tormento, aunque humanamente podían considerar su
«partida de este mundo» como «una desgracia», sin embargo, en su conciencia
ésta no era simplemente «la muerte».
Maximiliano no murió, «dio la vida...
por el hermano».
En esta muerte, terrible desde el
punto de vista humano, estaba toda la definitiva grandeza del acto y de la
opción humanas: voluntariamente se ofreció a la muerte por amor.
En esta su muerte humana había un
testimonio transparente de Cristo: el testimonio dado en Cristo a la dignidad
del hombre, a la santidad de su vida y a la fuerza salvadora de la muerte, en
la que se manifiesta la fuerza del amor.
Por esto, la muerte de Maximiliano
Kolbe se convirtió en un signo de victoria. La victoria conseguida sobre todo
el sistema de desprecio y odio hacia el hombre y hacia lo que de divino existe
en el hombre; victoria semejante a la conseguida por nuestro Señor Jesucristo
en el calvario.
«Seréis mis amigos si hacéis lo que
yo os mando» (Jn 15,14).
8. La Iglesia acepta este signo de
victoria, conseguida mediante el poder de la redención de Cristo, con
veneración y con gratitud. Intenta leer su elocuencia con toda humildad y amor.
Como sucede siempre que proclama la
santidad de sus hijos e hijas, también en este caso intenta obrar con toda la
precisión y responsabilidad debidas, penetrando en todos los aspectos de la
vida y muerte del Siervo de Dios.
Sin embargo, la Iglesia, al mismo
tiempo, ha de estar atenta, leyendo el signo de santidad dado por Dios en su
Siervo aquí en la tierra, a no dejar pasar su plena elocuencia y su significado
definitivo.
Por eso, al juzgar la causa del Beato
Maximiliano Kolbe –a partir de su beatificación–, se tomaron en consideración
las diferentes voces del Pueblo de Dios, y, sobre todo, de nuestros hermanos en
el Episcopado, tanto de Polonia como de Alemania, que pedían proclamar Santo a
Maximiliano Kolbe como mártir.
Ante la elocuencia de la vida y la
muerte del Beato Maximiliano, no puede dejar de reconocerse lo que parece
constituye el contenido principal y esencial del signo dado por Dios a la
Iglesia y al mundo con su muerte.
¿No constituye esta muerte, afrontada
espontáneamente, por amor al hombre, un cumplimiento especial de las palabras
de Cristo?
¿No hace esta muerte a Maximiliano,
de modo especial, semejante a Cristo, modelo de todos los mártires, que ofreció
su propia vida en la cruz por los hermanos?
¿No tiene una muerte semejante una
especial y penetrante elocuencia precisamente para nuestra época?
¿No constituye un testimonio de
especial autenticidad de la Iglesia en el mundo contemporáneo?
9. Por todo esto, en virtud de mi
autoridad apostólica, he decretado que Maximiliano María Kolbe, que después de
la beatificación era venerado como confesor, sea venerado en lo sucesivo también como mártir.
«Preciosa es a los ojos del Señor la
muerte de los justos».
Amén.
Después de la canonización del P.
Kolbe, a la hora del Ángelus, el Papa dijo:
Estamos en la hora del rezo del Ángelus,
la oración que recuerda el misterio de la Encarnación del Verbo en el seno
purísimo de María Santísima. Y lo haremos con las inspiradas palabras del nuevo
Santo, Maximiliano María Kolbe, apóstol infatigable de la devoción a la
Inmaculada: «Al cumplirse el tiempo de la venida de Cristo, Dios Uno y Trino
crea exclusivamente para Sí a la Virgen Inmaculada, la colma de gracia y habita
en Ella (“El Señor es contigo”). Y esta Virgen Santísima con su propia humildad
cautiva de tal manera su Corazón, que Dios Padre le da por Hijo a su propio
Hijo Unigénito; Dios Hijo desciende a su seno virginal, mientras Dios Espíritu
Santo plasma en Ella el cuerpo santísimo del Hombre-Dios. Y el Verbo se hizo
carne como fruto del amor de Dios y de la Inmaculada» (Scritti III, pág.
700).
María es el don maravilloso que
Cristo ha hecho a la Iglesia y a la humanidad. «Para atraer a las almas y
transformarlas mediante el amor –dice también el nuevo Santo–, Cristo manifestó
el propio amor iluminado, el propio Corazón inflamado de amor por las almas, un
amor que le ha impulsado a subir a la cruz, a permanecer con nosotros en la
Eucaristía y a entrar en nuestras almas y a dejarnos en testamento su propia
Madre como Madre nuestra» (o. c., III, pág. 699).
Elevemos, pues, con filial confianza
nuestra mirada a Ella y digamos:
"Ángelus Domini...».
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