jueves, 18 de junio de 2020

Meditaciones después del tiempo pascual con textos de Santo Tomás de Aquino 68


Jueves después del Corpus

USO DE LA EUCARISTÍA


I. La Eucaristía debe recibirse frecuentemente.

Los efectos de este sacramento son análogos a los de la nutrición corporal. De continuo se verifica un desperdicio del humor natural por la acción del calor y el trabajo; y es necesario tomar frecuentemente alimento corporal para reparar lo perdido, de modo que el desgaste continuo no produzca la muerte.

Así, por la concupiscencia original y la ocupación en cosas exteriores, se verifica un desgaste de devoción y de fervor, con los que el hombre se recoge en Dios. Por consiguiente, es necesario reponer muchas veces lo perdido, para que el hombre no se aleje totalmente de Dios.

II. ¿Es necesario comulgar diariamente?


En este sacramento dos cosas se requieren por parte del que le recibe; el deseo de unirse a Cristo, lo cual realiza el amor, y la reverencia al sacramento, que proviene del don del temor. Lo primero invita a la frecuencia cotidiana de este sacramento, pero lo segundo retrae.

Por lo cual si alguno sabe, por experiencia, que con la comunión diaria se acrecienta en él el fervor del amor, y que no se disminuye su reverencia, ese tal debe comulgar diariamente. Pero si la comunión diaria disminuye en él la reverencia y no se acrecienta mucho el fervor, debe abstenerse algunas veces, para acercarse después con mayor reverencia y devoción.

Por consiguiente, cada cual debe, en esto, ser dejado a su criterio. Y esto es lo que dice San Agustín: "Si dijera a alguno que no debe recibirse diariamente la Eucaristía, y otro afirmara que debe tomarse todos los días, haga cada cual lo que piadosamente cree deba hacerse según su fe." Y lo prueba con los ejemplos de Zaqueo y del Centurión, uno de los cuales recibe gozoso al Señor, mientras el otro dice: No soy digno de que entres en mi casa (Mt 8, 8), y los dos alcanzaron misericordia, honrando ambos al Señor, aunque de manera distinta.

Sin embargo, el amor y la esperanza, a los cuales nos induce siempre la Escritura, son preferidos al temor: Por lo que habiendo dicho Pedro: Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador (Lc 5, 8), respondió Jesús: No temas. (Ibíd. 10).

A él nos acercamos ciertamente muchísimo por la humildad; pero no se sigue que sea más laudable abstenerse de este sacramento, como más meritorio; porque la caridad es la que nos une directamente a Dios, mientras que la humildad dispone a esta unión, ya que somete el hombre a Dios. Por lo que el mérito consiste más en la caridad que en la humildad.
(4, Dist., 12, q. III, a. 2)

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