Martes después del Corpus
POR LA EUCARISTÍA
SE PERDONA LA PENA DEL PECADO
El sacramento de la
Eucaristía es a la vez sacrificio y sacramento; es sacrificio en cuanto es
ofrecido, y sacramento en cuanto se recibe. Y por esto el efecto como
sacramento se produce en el que lo consume, y como sacrificio en el que lo
ofrece o en aquéllos por quienes se ofrece.
Si, pues, se
considera como sacramento, tiene dos clases de efectos: 1º, directamente por
virtud del sacramento; 2º, como por cierta concomitancia. Por virtud del
sacramento tiene directamente aquel efecto para el que ha sido instituido; y no
lo ha sido para satisfacer, sino para alimentar espiritualmente por la unión a
Cristo y a sus miembros, como también el nutrimiento se une al que se nutre.
Pero como esta unión se verifica por la caridad, por cuyo fervor uno consigue
el perdón, no sólo de la culpa, sino también de la pena, de ahí resulta que,
por cierta concomitancia con su efecto principal, el hombre consigue la
remisión de la pena, no de toda ella, sino según el modo de su devoción y
fervor.
En cuanto es
sacrificio, tiene una virtud satisfactoria; pero en la satisfacción se atiende
más al afecto del oferente que a la cantidad de la oblación. Por eso el Señor
dice acerca de la viuda que ofreció dos ases, que echó más que todos los otros
(Mc 12, 43); así, aunque esta oblación baste por su cantidad para satisfacer
por toda pena, sin embargo se hace satisfactoria para aquéllos por quienes se
ofrece o también para los que la ofrecen, según la cantidad de su devoción y no
por toda pena.
La virtud de Cristo,
que se contiene en este sacramento, es infinita. Por consiguiente, el que sólo
se quite por este sacramento parte de la pena, y no toda, no proviene del
defecto de la virtud de Cristo, sino del defecto de la devoción del hombre.
(3ª q. LXXIX, a. 5)
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