Sábado posterior al II domingo después de Pentecostés
EL INMACULADO CORAZÓN DE LA VIRGEN MARÍA
I. La Bienaventurada
Virgen María fue purísima. Pues era necesario que la Madre de Dios brillase por
una máxima pureza. Ninguna cosa es receptáculo de Dios, si no está limpia,
según aquello de David: A tu casa conviene santidad, Señor (Psal., XCII, 5.)
(1ª 2ae , q. LXXXI, a. 5, ad 3eum)
La Bienaventurada
Virgen no mereció la encarnación sino suponiendo que ella debía realizarse. Y
así mereció que se verificase por ella, no ciertamente de condigno, sino por
conveniencia; en cuanto que era conveniente que la Madre de Dios resplandeciese
con tal pureza que no pudiera concebirse ninguna más grande después de la
pureza divina, como dice San Anselmo.
(3. Dist., 4, a. 4)
II. La
Bienaventurada Virgen hizo voto de virginidad.
Ciertamente, las
obras de perfección son más loables cuando se hacen por voto. La virginidad
debió brillar principalmente en la Madre de Dios. Por lo tanto fue muy
conveniente que su virginidad fuese consagrada por voto.
Refiriéndose a ello
dice San Agustín: "María contestó al Ángel de la Anunciación: ¿Cómo será
esto, porque no conozco varón? (Lc 1, 34). Lo que no hubiera dicho si antes
ella no hubiese ofrecido a Dios los votos de su virginidad."
Como la plenitud de
la gracia existió perfectamente en Cristo, y, no obstante, algún principio de
ella existió anteriormente en su Madre, así también la observancia de los
consejos, que es efecto de la gracia de Dios, comenzó perfectamente en Cristo
pero de algún modo fue incoada en la Virgen, su Madre.
(3ª, q. XXVIII, a.
4)
III. La
Bienaventurada Virgen obtuvo la aureola de la virginidad.
La aureola es una
recompensa privilegiada que corresponde a una victoria privilegiada. Por eso
hay tres aureolas según las victorias privilegiadas en tres luchas, propuestas
a todo hombre. En la lucha contra la carne, el que obtiene la victoria más
preciosa es aquel que se abstiene de los deleites carnales, como la Virgen. En
la lucha contra el mundo, la victoria principal es la del que soporta la
persecución del mundo hasta la muerte. En la lucha contra el diablo, la
victoria principal es la que se obtiene cuando uno arroja al enemigo no sólo de
sí mismo, sino también de los corazones de los demás, lo cual se lleva a cabo
por la doctrina de la predicación. Por consiguiente, la aureola se debe a los
vírgenes, a los mártires y a los predicadores o doctores.
Luego la aureola es
debida a la Bienaventurada Virgen, en la cual se da la virginidad perfectísima,
que le ha valido el título de Virgen de las Vírgenes.
Algunos objetan que
no se le debe aureola, porque no soportó ninguna lucha con respecto a la
continencia. Además, dicen otros que la Bienaventurada Virgen no tiene aureola
por premio de la virginidad, si la aureola se toma propiamente en su relación
con la lucha, pero que posee una cosa mayor que la aureola, por el propósito
perfectísimo de guardar virginidad. Pero otros dicen que posee aureola
excelentísima; pues aunque no sintió lucha, conoció, sin embargo, alguna lucha
de la carne, mas a causa de la vehemencia de su virtud le estuvo de tal modo
sujeta la carne que esa lucha le fue insensible.
Esto no parece
conveniente, pues la fe enseña que la Bienaventurada Virgen fue totalmente
inmune del fomes del pecado y sus inclinaciones a causa de su perfecta
santificación; y no es piadoso suponer que hubo en ella alguna lucha. Por lo
cual debe decirse que posee propiamente aureola, para conformarse en esto con
los demás miembros de la Iglesia, que son vírgenes; y si ella no tuvo que
luchar contra las tentaciones de la carne, tuvo, sin embargo, que luchar contra
la tentación del enemigo, que no respetó siquiera al mismo Cristo.
(4, Dist., 49, q. V, a. 3, ad 2um)
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