Jueves después del Corpus
USO DE LA EUCARISTÍA
I. La Eucaristía debe
recibirse frecuentemente.
Los efectos de este
sacramento son análogos a los de la nutrición corporal. De continuo se verifica
un desperdicio del humor natural por la acción del calor y el trabajo; y es
necesario tomar frecuentemente alimento corporal para reparar lo perdido, de modo
que el desgaste continuo no produzca la muerte.
Así, por la
concupiscencia original y la ocupación en cosas exteriores, se verifica un
desgaste de devoción y de fervor, con los que el hombre se recoge en Dios. Por
consiguiente, es necesario reponer muchas veces lo perdido, para que el hombre
no se aleje totalmente de Dios.
II. ¿Es necesario
comulgar diariamente?
En este sacramento dos
cosas se requieren por parte del que le recibe; el deseo de unirse a Cristo, lo
cual realiza el amor, y la reverencia al sacramento, que proviene del don del
temor. Lo primero invita a la frecuencia cotidiana de este sacramento, pero lo
segundo retrae.
Por lo cual si alguno
sabe, por experiencia, que con la comunión diaria se acrecienta en él el fervor
del amor, y que no se disminuye su reverencia, ese tal debe comulgar
diariamente. Pero si la comunión diaria disminuye en él la reverencia y no se
acrecienta mucho el fervor, debe abstenerse algunas veces, para acercarse
después con mayor reverencia y devoción.
Por consiguiente, cada
cual debe, en esto, ser dejado a su criterio. Y esto es lo que dice San
Agustín: "Si dijera a alguno que no debe recibirse diariamente la
Eucaristía, y otro afirmara que debe tomarse todos los días, haga cada cual lo
que piadosamente cree deba hacerse según su fe." Y lo prueba con los
ejemplos de Zaqueo y del Centurión, uno de los cuales recibe gozoso al Señor,
mientras el otro dice: No soy digno de que entres en mi casa (Mt 8, 8), y los
dos alcanzaron misericordia, honrando ambos al Señor, aunque de manera
distinta.
Sin embargo, el amor y
la esperanza, a los cuales nos induce siempre la Escritura, son preferidos al
temor: Por lo que habiendo dicho Pedro: Señor, apártate de mí, que soy un
hombre pecador (Lc 5, 8), respondió Jesús: No temas. (Ibíd. 10).
A él nos acercamos
ciertamente muchísimo por la humildad; pero no se sigue que sea más laudable
abstenerse de este sacramento, como más meritorio; porque la caridad es la que
nos une directamente a Dios, mientras que la humildad dispone a esta unión, ya
que somete el hombre a Dios. Por lo que el mérito consiste más en la caridad
que en la humildad.
(4, Dist., 12, q. III,
a. 2)
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