Lunes después de la Santísima Trinidad
LA IMAGEN DE DIOS EN EL HOMBRE
1. Crió Dios al hombre
a su imagen (Gen 1, 27). El hombre es en gran manera semejante a Dios en cuanto
que la naturaleza intelectual puede imitar mucho a Dios. Pero en lo que más
imita a Dios la naturaleza intelectual es en que Dios se conoce y se ama a sí
mismo. Por consiguiente podemos considerar desde tres aspectos la imagen de
Dios en el hombre:
Uno, en la aptitud
natural que el hombre tiene para conocer y amar a Dios; y esta aptitud reside
en la misma naturaleza del espíritu, que es común a todos los hombres.
Otro, en que el
hombre conoce actual o habitualmente a Dios y lo ama, aunque de un modo
imperfecto, y esta imagen surge de la conformidad que da la gracia.
Tercero, en que el
hombre conoce a Dios en acto y le ama perfectamente; y ésta es la imagen según
la semejanza que da la gloria. Por lo cual, sobre aquello: Sellada está, Señor,
sobre nosotros la imagen de tu rostro (Sal 4, 7), distingue la Glosa tres
clases de imagen: de creación, de restauración y de semejanza. La primera se
encuentra en todos los hombres; la segunda, únicamente en los justos; la
tercera, sólo en los bienaventurados.
(1ª, q. XCIII, a. 4)
II. La imagen de
Dios está principalmente en nosotros, cuando en acto conocemos y amamos a Dios.
Pues la criatura intelectual, se asemeja en gran manera a Dios por ser
intelectual; ya que posee esa semejanza sobre las demás criaturas y esto
incluye a todas las otras.
Por lo que hace al
género de esta semejanza, más se asemeja Dios cuando lo conoce en acto que
cuando lo conoce en hábito o en potencia, pues Dios es siempre inteligente en
acto.
Y cuando conoce en
acto, se asemeja en gran manera a Dios, por cuanto conoce al mismo Dios; y Dios
conoce todas las otras cosas, conociéndose a sí mismo.
(Contra Gentiles,
lib., III, cap. 23)
Así, pues, la imagen
de la Trinidad se considera primaria y principalmente en el alma según sus
actos, es decir, por el conocimiento que tenemos pensando, y del que formamos
el verbo interno, del cual prorrumpimos en amor; secundariamente y como por
consecuencia según sus potencias y principalmente según sus hábitos, esto en
cuanto incluyen virtualmente los actos.
(1ª, q. XCIII, a. 7)
III. La imagen de
Dios en el hombre puede estar tan borrosa que sea casi nula, como en los que no
tienen uso de razón; o bien oscura y deforme, como en los pecadores; o clara y
hermosa, como en los justos (San Agustín, De Trin., I. 14, c. 4).
(1ª, q. XCIII, a. 8, ad 3eum)
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