«Magis mori quam
peccare – Antes morir que pecar». Este adagio cristiano inspiró el testimonio
hasta la muerte de los mártires de Uganda que la Iglesia canonizó en 1964,
siendo insertado como máxima en una oración de su festividad. Aquellos
cristianos habían sido preparados para dar testimonio supremo de su fe por el
padre Lourdel, apóstol de Uganda.
Simeón Lourdel nace el
20 de diciembre de 1853 en Dury, en el departamento francés de Pas-de-Calais.
Su padre es agricultor, y su madre, afectuosa y enérgica, posee una gran fe;
tendrán cinco hijos. Vigoroso y exuberante, Simeón se siente poco atraído por
los estudios que sigue en el seminario menor. Rebelde a la disciplina,
frecuenta de buena gana a los alumnos más revoltosos y prefiere los trabajos
del campo a los deberes del verano. Sin embargo, lee con ardor los relatos de
las lejanas misiones. El ejemplo de los misioneros le atrae, pero su vocación
es considerada dudosa por parte de los responsables del seminario menor. Al
empezar el curso de 1870, Simeón, que se ha empeñado en ayudar a su padre en la
recolección, se incorpora a las clases con dos meses de retraso, por lo que es
expulsado sin contemplaciones. De regreso a casa, el muchacho exclama llorando:
«Quiero ser sacerdote« Aunque me digan que no tengo vocación, yo demostraré que
sí». Tras emprender en serio sus estudios, consigue ingresar en el seminario
mayor de Arras en octubre de 1872. Durante sus estudios de filosofía, proyecta
incorporarse a la jovencísima Sociedad de los Misioneros de África, que acaba
de fundar el arzobispo de Argel, Monseñor Lavigerie. A principios de febrero de
1874, es admitido en el noviciado de dicha Sociedad, en Maison-Carrée, cerca de
Argel.
No se trata de una
excursión
El 2 de febrero de
1875, Simeón se compromete con los Misioneros de África (los «padres blancos»),
animado por el deseo del martirio, y el 2 de abril de 1877, recibe la
ordenación sacerdotal. En 1878, Monseñor Lavigerie organiza una caravana que
llevará a diez misioneros al centro de África; entre ellos está el padre
Lourdel. La marcha tiene lugar a finales de abril. A pesar de que algunos
exploradores, como Livingstone o Stanley, probaran que se puede sobrevivir a
las fatigas del viaje, no se trata de una excursión: lluvias torrenciales o sol
abrasador, falta de agua potable, fiebres y demás enfermedades, ataques a la
caravana, deserciones de los porteadores, marchas forzadas por parajes
deshabitados y tórridos, aguas pantanosas enfangadas, encuentros con caravanas
de esclavos encadenados entre los cuales hay mujeres y numerosos niños« A
finales de diciembre de 1878, los misioneros llegan al sur del inmenso lago
Victoria, dispuestos a atravesarlo para alcanzar Uganda.
Unas verdes colinas,
frescos valles y una frondosa vegetación hacen de Uganda un país espléndido.
Sus habitantes, los «baganda», viven en chozas de ramajes. Hay una artesanía
variada: se trabaja el hierro, se realiza alfarería, se confeccionan tejidos,
cestas, esteras y se fabrican instrumentos musicales. El país es gobernado por
un rey cuya autoridad es absoluta, y al que acompañan un sinnúmero de pajes
reclutados entre los hijos de sus oficiales. La poligamia, la esclavitud y los
vicios son frecuentes. No obstante, la dignidad de su población se manifiesta
por su manera de vestir y su urbanidad. Respetuosos con la autoridad y
valientes, los baganda son súbditos fieles y guerreros intrépidos. El dios de
los baganda, Katonda, es venerado junto a otros dioses que los brujos pretenden
representar. Para los baganda, el hombre no perece por completo tras la muerte,
sino que un espíritu se libera del cuerpo. A partir de 1852, el islam se ha
introducido a través de las caravanas de mercaderes, quebrantando en la
mentalidad de las elites la religión pagana. Tras la llegada en 1875 del
explorador inglés Stanley, le siguen, dos años más tarde, misioneros anglicanos
tan valientes como generosos. Uno de ellos, Mackay, se instala en 1879 en
Rubaga, la capital. La religión tradicional mantiene un papel importante en la
sociedad, pero el factor esencial de la cohesión es el rey, el Kabaka. Los
mejores de entre los súbditos del rey no están seguros de que los sacrificios
humanos, las ejecuciones sin motivo o la poligamia sean justos, lo que les abre
al cristianismo.
En el momento de la
llegada de los padres blancos, el monarca de los baganda se llama Mutesa. Es
elegante, orgulloso y poderoso, además de autoritario y receloso. Su
inteligencia y astucia le hacen comprender enseguida que la llegada de los
europeos (ingleses, belgas, franceses y alemanes) derivará en competición. De
ese modo, podrá aprovecharse de sus rivalidades y negociar con el que más
ofrezca. En febrero de 1879, la llegada, en calidad de exploradores, del padre
Lourdel y del hermano que le acompaña, sobresalta a la corte de Mutesa. Sin
embargo, el rey acaba dándoles una buena acogida, instalándolos cerca de la
capital y sometiéndolos a una estrecha vigilancia. Al oír que el hermano que
acompaña al padre Lourdel le llama «Mon père», los baganda imaginan que es su
nombre, dándole la forma de «Mapera», que lo designará en adelante en la
región. Además de la preocupación por evangelizar, los padres añaden la del
desarrollo material. Muchos baganda se dirigen a ellos por diversas razones,
pero, en un primer momento, ninguno presenta esperanza seria de conversión. En
contrapartida, el primer ministro observa con desagrado la influencia que los
padres están ejerciendo, ya que estos se dedican a recomprar a los árabes
traficantes de esclavos el mayor número posible de niños, a los que acogen en
un orfanato y a quienes enseñan la verdadera religión.
Las exigencias del
Evangelio
El padre Lourdel
dejará profunda huella en Uganda. Se relaciona con la gente de un modo
agradable y, provisto de su estuche médico, da los primeros auxilios con tanto
éxito que le hace merecedor de una sólida reputación. Su cortesía sorprende, ya
que no se espera tal cordialidad por parte de un hombre considerado superior.
El rey Mutesa anuncia un día su deseo de hacerse católico; el padre Lourdel le
responde que antes debe renunciar a la poligamia, pero el rey no está dispuesto
a ello. Monseñor Lavigerie escribirá: «Creo que, con él, se habría podido
puntualizar, y decirle que no podía ser fiel y recibir el bautismo sin
renunciar antes a la poligamia, pero que podía creer en Nuestro Señor, adorarle,
rezarle e implorar su auxilio contra sí mismo y sus pasiones, hasta haberlas
dominado». Hay que decir, no obstante, que el prelado no se encontraba en el
lugar para poder apreciar los vaivenes imprevisibles del rey.
En 1881, los árabes
esclavistas, cuyo tráfico se ve dificultado por la presencia de los misioneros,
persuaden a Mutesa para que declare el islam como religión del Estado; sin
embargo, el padre Lourdel consigue hacer fracasar el proyecto. Son numerosos
los baganda que han optado por el catolicismo después de haber abrazado el
islam o el protestantismo, y con frecuencia el segundo antes que el primero.
Después de haber observado a los padres y de haber escuchado su doctrina, se
han ido decidiendo libremente. Son excelentes catequistas, y la propagación del
cristianismo sería mucho más rápida si los jefes no impidieran a sus siervos
aprender la religión, y si los misioneros pudieran desplazarse con libertad por
el país. Hay otros baganda que acuden a los padres con motivaciones a veces
ambiguas, pero, con la ayuda de la gracia, sus convicciones se van asentando.
Según las directrices de Monseñor Lavigerie, los misioneros sólo deben bautizar
a aquellos que hayan perseverado al menos durante cuatro años en el
catecumenado.
Los esclavistas y los
notables, furiosos por la creciente influencia de Mapera, sienten un odio
mortal hacia los padres. Por su parte, el padre Lourdel considera que la
poligamia de los poderosos, que priva de esposas a los aldeanos pobres, es una
causa de la frecuente homosexualidad. El propio rey se deja llevar por ella y
por la pedofilia. Mapera enseña a sus catecúmenos que, en este tema, ceder a
los caprichos del rey es reprobado por Dios. Si bien es verdad que una actitud
firme contra los deseos del rey los expone a su cólera y a la muerte, esos
jóvenes cristianos no dudan en rechazar sus pretensiones. Muy pronto
constituyen un grupo de jóvenes serios, realmente deseosos de conciliar su
conducta diaria con las enseñanzas recibidas, sin dejar de servir al rey con
dedicación.
«Mapera era tu amigo»
No obstante, a finales
de 1882, la indecisión del rey en materia de religión, además de su temor hacia
las potencias europeas, de las que los blancos son considerados emisarios,
engendran una inseguridad real para los padres. Por eso deciden alejarse de la
misión durante un tiempo y, el 20 de noviembre, se embarcan hacia el sur del
lago Victoria, dejando tras de sí a veinte bautizados y a más de cuatrocientos
cuarenta catecúmenos. Durante su ausencia, los cristianos se organizan, dirigidos
por los catequistas, la mayoría de los cuales tienen entre 20 y 30 años. El 10
de octubre de 1884, Mutesa muere, rodeado de musulmanes y con el Corán sobre el
pecho. Para sucederle, es elegido su hijo Mwanga. De carácter abierto, curioso
y amable, Mwanga había visitado con frecuencia a los padres, dando muestras de
mucha confianza y afecto hacia el padre Lourdel. Antes de marcharse, éste le
había dicho: «En cuanto seas rey, regresaremos». José Mukasa, que es ahora el
enfermero de Mwanga después de haber dedicado sus cuidados a Mutesa, le dice un
día al rey: «Majestad, Mapera era tu amigo. –Es verdad, responde el rey. –¿No
te gustaría que regresara? Daba buenos remedios a tu padre. –También es verdad;
escríbele para que vuelva».
A mediados de julio de
1885, los padres regresan, constatando que la Iglesia ha crecido, hasta el
punto de que el número de cristianos se ha más que duplicado. El padre Lourdel
escribe: «Mwanga está predispuesto a nuestro favor, así que creo que nos dejará
toda libertad para la instrucción; sin embargo, en lo que a él respecta, le
costará practicar la religión« Ha renunciado a todas las supersticiones del
país, aunque tiene la desgracia de fumar cáñamo, lo que le dejará atontado
durante unos cuantos años. Algunos de nuestros neófitos ejercen gran influencia
sobre él y le favorecen con sus consejos». No obstante, Mwanga está sujeto a
vaivenes repentinos; al igual que su padre, da muestras de cierta propensión a
la homosexualidad. En la Declaración Persona humana, la Iglesia enseña: « Según
el orden moral objetivo, las relaciones homosexuales son actos privados de su
regla esencial e indispensable. En la Sagrada Escritura están condenados como
graves depravaciones e incluso presentados como la triste consecuencia de una
repulsa de Dios (Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10). Este juicio de la
Escritura no permite concluir que todos los que padecen de esta anomalía son
del todo responsables, personalmente, de sus manifestaciones; pero atestigua
que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados y que no pueden
recibir aprobación en ningún caso» (Congregación para la Doctrina de la Fe, 29
de diciembre de 1975, 8). Como ferviente cristiano, José Mukasa, cuya ambición
es vivir según las enseñanzas de Cristo, intenta desviar al rey de la lujuria,
de la droga y de la idolatría. Para conseguirlo, no duda en alejar del palacio
a los jóvenes pajes que tiene a su cargo cuando el rey los solicita para
relaciones homosexuales: «Cuando el rey os solicite para el mal, negaos a ello»
–les dice. Dicha actitud irrita a Mwanga, pero José le exhorta con estas
palabras: «Majestad, te lo ruego, deja de hacer esas cosas. Dios detesta la
impureza«». San Pablo, en efecto, condena la lujuria como vicio especialmente
indigno del cristiano y que excluye del reino de los cielos: ¡No os
engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los
afeminados, ni los homosexuales« heredarán el Reino de Dios (1 Co 6,
9-10).
Acabar con la plaga
del sida
La virtud de la
castidad resulta necesaria para mantener un comportamiento justo ante Dios;
también es el mejor método de lucha contra la epidemia del sida. «No os dejéis
engañar por las palabras vacías de quienes ridiculizan la castidad o vuestro
autocontrol» –decía el Papa Juan Pablo II a los jóvenes de Uganda, en Kampala,
el 6 de febrero de 1993. «La fuerza de vuestro futuro amor conyugal depende de
la fuerza de vuestro compromiso actual a la hora de aprender el verdadero amor,
una castidad que implica abstenerse de toda relación sexual fuera del matrimonio.
La actitud sexual de la castidad es la única manera segura y virtuosa de acabar
con la plaga del sida, que tantas víctimas jóvenes ha producido». Esta
enseñanza del Papa se ve corroborada por un estudio elaborado en Uganda sobre
la prevención contra el sida: «A finales de los años 80, el contagio por el
virus del sida (VIH) era un problema dramático en Uganda. En 2003, sin embargo,
la extensión de la infección por VIH se estimaba en el 6% de la población
total; aunque esa cifra resulte evidentemente muy elevada, nada tiene que ver
con la de 1990 (30%, un triste récord mundial), ni con la de otros países
africanos en la actualidad« Cabe preguntarse cómo se ha podido conseguir ese
éxito, y si se puede reproducir en otros lugares« En resumen, durante el período
comprendido entre 1989 y 1995 se produjo un cambio brutal en los hábitos
sexuales de la población de Uganda« Denunciar el sida por lo que es, una
enfermedad mortal en el 99% de los casos y que se transmite mediante las
relaciones sexuales, fue suficiente para provocar un cambio en el
comportamiento de la población. A ello hay que añadir la estrategia de
prevención adoptada, que, en lugar de promover los exámenes médicos preventivos
gratuitos y el uso de los preservativos, se basó en la abstinencia y en la
fidelidad« El presidente de Uganda, Yoweri Museveni, intervino en la
conferencia de Bangkok (Conferencia Internacional sobre el sida, en julio de
2004) para mencionar el éxito que había alcanzado su país en la lucha contra el
VIH. No dudó en declarar que «el sida es fundamentalmente un problema moral,
social y económico. Considero que los preservativos son una improvisación, no
una solución« Las relaciones humanas deben basarse en el amor y en la
confianza», y añadió que la abstinencia era más eficaz que el preservativo para
combatir el VIH. Por su parte, su esposa se lamentó de que «el reparto de
preservativos a la juventud significa concederles permiso para que hagan
cualquier cosa, y eso conduce a una muerte segura»» (Albert Barrois, Le
Sida, l'éthique et l'expérience, en la revista Liberté politique, núm. 27,
noviembre de 2004).
«Hoy también, y más
que nunca, deben emplear los fieles los medios que la Iglesia ha recomendado
siempre para mantener una vida casta: disciplina de los sentidos y de la mente,
prudencia atenta a evitar las ocasiones de caídas, guarda del pudor, moderación
en las diversiones, ocupación sana, recurso frecuente a la oración y a los
sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Los jóvenes, sobre todo, deben
empeñarse en fomentar su devoción a la Inmaculada Madre de Dios»
(Declaración Persona humana, 12).
«Elogio» de los
cristianos
El 15 de noviembre de
1885, la cólera de Mwanga contra José Mukasa se resuelve con una condena a
muerte, y José es decapitado. Conscientes de que se aproxima una violenta
persecución, los catecúmenos se apresuran a acudir a la misión para recibir el
bautismo. Carlos Lwanga, jefe de la gran choza donde el rey realiza sus
solemnes recepciones, es un atleta vigoroso, afable, siempre dispuesto a ayudar
y estimado por todos. Su probidad y minuciosidad han merecido el aprecio y la
confianza del rey. Además, ejerce con los pajes una influencia comparable a la
de José Mukasa. No obstante, durante los primeros meses de 1886, una sucesión
de acontecimientos desgraciados (incendios, etc.) acaban sacando de quicio a
Mwanga. Los traficantes de esclavos denigran a los cristianos: «No se entregan
a los placeres de la carne; no rinden culto a las divinidades ni gustan del
pillaje; si ordenas matar a alguien, no acceden, y ellos mismos ni siquiera
temen que les maten. Cuando todos tus súbditos hayan adoptado ese tipo de vida,
¿qué clase de rey serás tú?». Mwanga se enfurece: «¡Los mataré a todos!».
Durante la mañana del 26 de mayo, el rey convoca a los verdugos y a los grandes
jefes. Al mismo tiempo, Carlos Lwanga reúne a los pajes, que no son más que
catecúmenos, y les administra el Bautismo. Después, con todos los cristianos,
se presenta ante el rey, que les manda renegar de su fe. Ante el rechazo, les
condena a ser quemados vivos. Varios cristianos son martirizados durante la
marcha hacia el suplicio, en Namugongo.
La ejecución principal
tiene lugar el 3 de junio, festividad de la Ascensión. Los cristianos están
llenos de gozo: «¡Se diría que van de boda!» –exclaman los verdugos,
estupefactos. Cada cristiano es envuelto en un enrejado de caña y depositado
sobre la hoguera, que los verdugos encienden. Espontáneamente, los mártires
rezan el Padrenuestro. Los verdugos escuchan, desconcertados. Cuando los
mártires llegan a la frase Perdona nuestras ofensas, como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden, el espanto se apodera de los verdugos, que
gritan con todas sus fuerzas: «¡No somos nosotros los que os matamos, son
nuestros dioses que os matan porque los tratáis de demonios!». A Carlos Lwanga
se le reserva una suerte especial. Tras haber asistido al martirio de los demás
cristianos, es conducido a una hoguera levantada para él. Mientras el fuego
devora su cuerpo, el verdugo le grita: «¡Venga, que Dios te saque del fuego!».
Él responde: «Lo que llamas fuego no es más que agua fresca. Tú, ten cuidado,
no sea que el Dios al que insultas te sumerja algún día en el verdadero fuego
que no se apaga». En el momento de morir, exclama con potente voz: «¡Oh, Dios
mío!». El 22 de junio de 1934, Carlos Lwanga fue declarado por Pío XI «patrono
de la juventud africana». Un centenar de cristianos recibieron la gracia del
martirio entre 1885 y 1887. En 1964, el Papa Pablo VI canonizó a veintidós
católicos, sobre los cuales existe una rigurosa documentación.
¿Por qué esa furia?
El padre Lourdel
considera que son cuatro los motivos principales que enfurecieron al rey contra
los cristianos: el temor a que los misioneros, después de instruir a la gente,
se apoderaran del país; la constatación de que sus esclavos saben más que él;
el rechazo a que los pajes, instruidos por la religión, se opongan a sus
vicios, y el temor que siente, al igual que numerosos poderosos del país, de
que el culto al verdadero Dios substituya al de las divinidades paganas. Sin
embargo, aquella sangrienta persecución, lejos de reducir el flujo de
conversiones, lo amplifica. Durante los meses siguientes, la furia del rey se
apacigua, pero albergando sospechas con respecto a los padres blancos.
Profundamente afectado
por aquellos acontecimientos, el padre Lourdel abre su corazón a su hermano,
ahora cartujo, sobre su vida de oración y sus tribulaciones espirituales: «A
veces me pregunto si mi fe no desfallece« Es sobre todo en las misiones cuando
uno se da cuenta de que la fe es realmente un don de Dios, tanto para el
cálculo personal como para las almas de los convertidos« Tengo la desgracia de
no ser hombre de oración. Pide para mí esa gracia de saber meditar».
Entre septiembre de
1888 y febrero de 1890, el rey Mwanga es destronado dos veces, pero cada vez
consigue recuperar el poder; también los padres son exiliados dos veces. Con
motivo de su segundo regreso, asisten a una verdadera oleada de aspirantes para
el catecumenado. Los misioneros se ven obligados a poner a prueba la sinceridad
de los candidatos, pues estar de parte de los cristianos se ha convertido en
algo bien visto. A principios del mes de mayo de 1890, el padre Lourdel cae
gravemente enfermo. Un régimen alimenticio deficiente, fiebres persistentes y
todos los contratiempos sufridos en su apostolado han arruinado su robusta
constitución. El 11 de mayo, pide perdón a Dios por no haberlo servido mejor, a
pesar de que toda su vida de misionero haya sido un entramado de
contradicciones, de fatigas, de peligros, de sufrimientos de toda clase
soportados para dar a conocer y hacer amar a Cristo. Al día siguiente, entrega
su último suspiro.
La misión de Uganda
cuenta en aquel momento con cerca de 2.200 bautizados y aproximadamente 10.000
fervientes catecúmenos. Enseguida surgirán los seminarios, los noviciados y las
escuelas de catequistas que el padre Lourdel anhelaba. En 1911, los católicos
representan el 30% de la población, y los anglicanos el 21%. El cristianismo se
ha convertido en la principal religión, y sus costumbres y prácticas en las
costumbres de los baganda. En lo que respecta al rey Mwanga, exiliado en las
islas Seychelles, termina oscuramente su vida en 1903, después de ser bautizado
finalmente por los anglicanos.
«En esta celebración
anual se nos invita a orar asiduamente por las misiones y a colaborar con todos
los medios en las actividades que la Iglesia realiza en todo el mundo para
construir el reino de Dios, «reino eterno y universal: reino de verdad y de
vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz» (Prefacio
de la fiesta de Cristo, Rey del universo). Se nos llama ante todo a testimoniar
con la vida nuestra adhesión total a Cristo y a su Evangelio. Sí, nunca hay que
avergonzarse del Evangelio y nunca hay que tener miedo de proclamarse
cristianos, silenciando la propia fe» (Juan Pablo II, Mensaje del 19 de mayo de
2002, para la Jornada mundial de las misiones). Pidamos al padre Lourdel que
nos conceda la gracia de dar testimonio gozoso de nuestra fe.
Dom Antoine Marie osb
También leer:
El martirio de San Carlos Lwanga y sus compañeros en Uganda
Publicado por la Abadía San José de Clairval en: www.clairval.com
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