Lunes de la duodécima semana
¿ES LA MISERICORDIA LA MAYOR DE LAS VIRTUDES?
I. Una virtud puede
ser la mayor de todas en dos conceptos: 1º, en sí misma, y 2º, por comparación
con el que la tiene. En sí misma, la misericordia es la mayor, porque a ella
corresponde difundirse a los demás y, lo que es más, sobrellevar sus defectos,
lo cual es propio de una virtud superior; y así la misericordia es propia de
Dios, y por ella, sobre todo, se dice que manifiesta su omnipotencia. Pero
respecto del que tiene misericordia no es la mayor, a no ser que quien la posee
sea el Ser Supremo, que no tiene superior a sí, sino que todos le están
sometidos; pues para el que tiene alguno sobre sí, mayor y mejor cosa es el
unirse al superior que tolerar el defecto del inferior. Y por eso, en cuanto al
hombre, que tiene a Dios como superior, la caridad por la cual se une a Dios es
mejor que la misericordia, por la cual tolera los defectos de sus prójimos.
Pero entre todas las virtudes que se refieren al prójimo, la misericordia es la
más excelente, como también lo es su acto; puesto que tolerar el defecto de
otro en cuanto tal, es propio del superior y del mejor.
Ciertamente es
preferida la misericordia al culto divino, según aquello de Oseas: Misericordia
quiero, y no sacrificio (6, 6), porque no damos culto a Dios por sacrificios
exteriores, u ofrendas, a causa de él mismo, sino para utilidad nuestra y de
los prójimos: porque él no necesita de nuestros sacrificios, sino que quiere se
los ofrezcamos para excitar nuestra devoción y para provecho del prójimo. Por
consiguiente, la misericordia con que socorremos las necesidades de otros es el
sacrificio más grato a él, ya que de manera más inmediata nos induce al
servicio y utilidad de nuestros prójimos, como se dice en la Epístola a los
Hebreos: No olvidéis hacer el bien y comunicar con otros vuestros bienes;
porque de tales ofrendas se agrada Dios (13, 16).
Aun cuando la suma
de la religión cristiana consista en la misericordia en cuanto a los actos
exteriores, el efecto interior de la caridad, por la cual nos unimos a Dios,
supera al amor y a la misericordia para con los prójimos.
Y de esto resulta
mayor semejanza con Dios, pues por la caridad nos asemejamos a Dios, en nuestra
unión con él por el afecto; y por consiguiente es mejor que la misericordia,
por la cual nos asemejamos a Dios según la semejanza de la acción.
(2ª 2ae , q. XXX, a.
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II. Tres motivos
deben movernos sobre todo a practicar la misericordia.
1º) La necesidad,
pues quien no practica la misericordia, tampoco encontrará misericordia. Se
hará juicio sin misericordia a aquel que no usó de misericordia (Stgo. 2, 13).
2º) La utilidad,
porque quien practica la misericordia hallará misericordia, como dice Cristo,
según el Evangelio de San Mateo: Bienaventurados los misericordiosos; porque
ellos alcanzarán misericordia (5, 7).
3º) La conveniencia,
pues, recibiendo nosotros misericordia de todas las criaturas, es bastante
conveniente que tengamos misericordia con otros. Estamos llenos de miserias, y
si las criaturas no se compadecen de nosotros, dándose ellas mismas, y sus
beneficios, a nosotros, no podríamos subsistir. Si el sol y el fuego retirasen
su luz y calor, y la tierra negase sus frutos, ¿qué haría el hombre miserable?
Es, por lo tanto, conveniente que, necesitando el hombre de misericordia, la
tenga él con los demás.
(Serm. Dom. IV post Pentecost.)
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