III. “No habrá para ti otros dioses delante de mí”
2110 El primer mandamiento prohíbe honrar a
dioses distintos del Único Señor que se ha revelado a su pueblo. Proscribe la
superstición y la irreligión. La superstición representa en cierta manera una
perversión, por exceso, de la religión. La irreligión es un vicio opuesto por
defecto a la virtud de la religión.
La superstición
2111 La superstición es la desviación del
sentimiento religioso y de las prácticas que impone. Puede afectar también al
culto que damos al verdadero Dios, por ejemplo, cuando se atribuye una
importancia, de algún modo, mágica a ciertas prácticas, por otra parte,
legítimas o necesarias. Atribuir su eficacia a la sola materialidad de las
oraciones o de los signos sacramentales, prescindiendo de las disposiciones
interiores que exigen, es caer en la superstición (cf Mt 23, 16-22).
La idolatría
2112 El primer mandamiento condena el politeísmo.
Exige al hombre no creer en otros dioses que el Dios verdadero. Y no venerar
otras divinidades que al único Dios. La Escritura recuerda constantemente este
rechazo de los “ídolos [...] oro y plata, obra de las manos de los hombres”,
que “tienen boca y no hablan, ojos y no ven”. Estos ídolos vanos hacen vano al
que les da culto: “Como ellos serán los que los hacen, cuantos en ellos ponen
su confianza” (Sal 115, 4-5.8; cf. Is 44, 9-20; Jr 10,
1-16; Dn 14, 1-30; Ba 6; Sb 13, 1-15,19). Dios,
por el contrario, es el “Dios vivo” (Jos 3, 10; Sal 42, 3,
etc.), que da vida e interviene en la historia.
2113 La idolatría no se refiere sólo a los
cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en
divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre
honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de dioses o de
demonios (por ejemplo, el satanismo), de poder, de placer, de la raza, de los
antepasados, del Estado, del dinero, etc. “No podéis servir a Dios y al
dinero”, dice Jesús (Mt 6, 24). Numerosos mártires han muerto por no
adorar a “la Bestia” (cf Ap 13-14), negándose incluso a simular su
culto. La idolatría rechaza el único Señorío de Dios; es, por tanto,
incompatible con la comunión divina (cf Gál 5, 20; Ef 5,
5).
2114 La vida humana se unifica en la adoración
del Dios Único. El mandamiento de adorar al único Señor da unidad al hombre y
lo salva de una dispersión infinita. La idolatría es una perversión del sentido
religioso innato en el hombre. El idólatra es el que “aplica a cualquier cosa,
en lugar de a Dios, la indestructible noción de Dios” (Orígenes, Contra
Celsum, 2, 40).
Adivinación y magia
2115 Dios puede revelar el porvenir a sus
profetas o a otros santos. Sin embargo, la actitud cristiana justa consiste en
entregarse con confianza en las manos de la providencia en lo que se refiere al
futuro y en abandonar toda curiosidad malsana al respecto. Sin embargo, la
imprevisión puede constituir una falta de responsabilidad.
2116 Todas las formas de adivinación deben
rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los muertos, y
otras prácticas que equivocadamente se supone “desvelan” el porvenir (cf Dt 18,
10; Jr 29, 8). La consulta de horóscopos, la astrología, la
quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de
visión, el recurso a “mediums” encierran una voluntad de poder sobre el tiempo,
la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la
protección de poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y el
respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios.
2117 Todas las prácticas de magia o
de hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias
ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el
prójimo —aunque sea para procurar la salud—, son gravemente contrarias a la
virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables aún cuando van
acompañadas de una intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención
de los demonios. Llevar amuletos es también reprensible. El espiritismo implica
con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a
los fieles que se guarden de él. El recurso a las medicinas llamadas
tradicionales no legítima ni la invocación de las potencias malignas, ni la
explotación de la credulidad del prójimo.
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