MENSAJE
PASTORAL
Caminos
de actuación pastoral entorno a
«Amoris
Laetitia»
Mons. Rafael Escudero López-Brea
Obispo Prelado de Moyobamba
Obispo Prelado de Moyobamba
A todos los sacerdotes, a
los religiosos y religiosas, a los animadores de las comunidades rurales, a los
catequistas y a todos los fieles laicos de la Prelatura de Moyobamba.
Queridos hermanos y
hermanas:
Después de haber celebrado
con gozo el Encuentro de Prelatura 2017 entre sacerdotes, religiosos y
religiosas, en el que hemos tenido la oportunidad de orar, compartir la alegría
de nuestra consagración al Señor en el servicio a la misión y de estudiar
juntos la Exhortación Apostólica Postsinodal «Amoris
Laetitia» del Papa Francisco, recogiendo el trabajo que hemos
llevado a cabo en torno a este documento, me dirijo a todos ustedes y a todo el
Pueblo de Dios que camina en la Prelatura de Moyobamba con este mensaje
pastoral.
I «Amoris
Laetitia»
Este mensaje reflexiona
sobre la exhortación apostólica «Amoris
Laetitia», aborda cuestiones pastorales delicadas como la
formación de la conciencia, y da indicaciones sobre cómo implementar el texto
pontificio en la Prelatura.
Las disposiciones y la
información que lo acompañan no presentan cambios en la doctrina de la
Iglesia, y son consistentes con las enseñanzas de los papas el Beato Pablo
VI, San Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.
Mi intención como obispo es
ayudar a los fieles a acoger el documento «Amoris
Laetitia» y ponerlo en la perspectiva de la evangelización y
planificación pastoral. Por eso, las disposiciones quieren ser una guía
particularmente útil para los sacerdotes y demás agentes pastorales. Éstas
serán un recurso clave para revisar y actualizar los programas de preparación
al matrimonio en nuestra prelatura de Moyobamba.
Al publicar «Amoris Laetitia», el Papa
Francisco hace un nuevo llamamiento a la Iglesia para renovar e intensificar la
proclamación misionera cristiana acerca de la naturaleza del sacramento del
matrimonio y de la familia. Con ello, el Santo Padre, en unión con
toda la Iglesia, espera fortalecer a las familias ya existentes y tender la
mano a quienes han fracasado en su matrimonio, incluyendo a todos los que están
marginados de la vida de la Iglesia.
"Amoris Laetitia" llama a un
acompañamiento sensible de aquellas personas que, con una comprensión
imperfecta de la enseñanza cristiana sobre el matrimonio y la vida familiar,
tal vez no vivan de acuerdo a la fe católica, pero desean estar más integradas
en la vida de la Iglesia.
Las declaraciones del Santo
Padre parten de la interpretación católica clásica, clave para la teología
moral, de la relación entre la verdad objetiva sobre lo que está bien y lo que
está mal – por ejemplo, la verdad sobre el matrimonio revelado por el propio
Jesús – y cómo entiende y aplica cada persona esta verdad a las situaciones
particulares según el juicio de su conciencia. La enseñanza católica deja
en claro que la conciencia subjetiva del individuo nunca puede ir contra la
verdad moral objetiva, como si la conciencia y la verdad fueran dos principios
rivales a la hora de tomar decisiones que atañen a la moral. Como escribió San
Juan Pablo II, “La conciencia no es una fuente autónoma
y exclusiva para decidir lo que es bueno o malo” (Veritatis
Splendor 56, 60). Más bien, “la conciencia es la aplicación de la
ley a cada caso particular” (Veritatis Splendor 59). La
conciencia está sostenida por la ley moral objetiva y debe ser formada por
ésta, porque “la verdad sobre el bien moral,
manifestada en la ley de la razón, es reconocida práctica y concretamente por
el juicio de la conciencia” (Veritatis Splendor 61). Es
importante entender que para que una conciencia esté adecuadamente formada la
persona ha de tener un encuentro personal con Cristo.
Pero personas con buenas
intenciones pueden errar en cuestiones de conciencia, sobre todo en una cultura
que está profundamente confundida sobre temas en relación al matrimonio y la
sexualidad, por lo que pueden no ser totalmente culpables de actuar contra la
verdad. Los pastores de la Iglesia, movidos por la misericordia, deberán
adoptar un enfoque pastoral sensible en todas estas situaciones; un enfoque
paciente, pero también fielmente sabedor de la verdad salvífica del Evangelio y
el poder transformador de la gracia de Dios, confiado en las palabras de
Jesucristo que promete que “conoceréis la verdad, y la verdad os
hará libres” (Jn 8, 32). Los pastores deberán esforzarse por
evitar tanto el subjetivismo que ignora la verdad, como el rigorismo privado de
misericordia.
Como todos los documentos
magisteriales, «Amoris Laetitia» se
entiende mejor cuando se lee a la luz de la tradición de la enseñanza y vida de
la Iglesia. El propio Santo Padre afirma claramente que ni la enseñanza de la
Iglesia ni la disciplina canónica con relación al matrimonio han cambiado: “puede comprenderse que no debía
esperarse del Sínodo o de esta Exhortación una nueva normativa general de tipo
canónica, aplicable a todos los casos” (Amoris Laetitia 300).
La Exhortación del Santo Padre debería leerse, por lo tanto, en continuidad con
el gran tesoro de sabiduría entregado por los Padres y Doctores de la Iglesia,
por los testimonios de la vida de los Santos, las enseñanzas de los Concilios
de la Iglesia y los documentos magisteriales previos.
II
Diversas situaciones:
1
Los matrimonios católicos
El matrimonio cristiano es,
por su naturaleza, indisoluble, permanente, formado por un varón y una mujer y
abierto a la vida. La expresión sexual del amor dentro de un matrimonio
verdaderamente cristiano está bendecida por Dios: es un vínculo poderoso de
belleza y alegría entre el hombre y la mujer. Fue el propio Jesús quien elevó
el matrimonio a una nueva dignidad. El matrimonio válido de dos personas
bautizadas es un sacramento que confiere gracia y que tiene el potencial de
profundizar la vida de la pareja en Cristo, sobre todo a través del privilegio
compartido de traer una nueva vida a este mundo y de educar a los hijos en el
conocimiento y el amor de Dios.
2
Los católicos separados o divorciados y que no se han vuelto a casar por lo
civil.
Los pastores nos
encontramos a menudo con personas cuyos matrimonios pasan por momentos muy
difíciles, a veces por razones que parecen inmerecidas, otras por la culpa de
uno o de los dos cónyuges. El estado de estar separado o divorciado y,
por lo tanto, de estar solo, puede conllevar un gran sufrimiento. Puede
significar estar separado de los propios hijos, una vida sin intimidad conyugal
y, para algunos, la perspectiva de no tener nunca hijos.
Algunas personas,
conscientes de que un vínculo matrimonial válido es indisoluble, rechazan en
plena conciencia un nuevo vínculo y se dedican a sacar adelante a sus familias
y sus deberes cristianos. Desde luego, deben recibir los sacramentos y
merecen el cálido apoyo de la comunidad cristiana, pues demuestran de manera
extraordinaria su fidelidad a Jesucristo. Dios les es fiel incluso si sus cónyuges
no lo son, una verdad que los católicos debemos reforzar.
3
Los católicos que están separados o divorciados y que se han vuelto a casar por
lo civil.
«Amoris Laetitia», manifiesta una
preocupación especial hacia los católicos divorciados y que se han vuelto a
casar por lo civil. En algunos casos, un primer vínculo matrimonial válido
puede no haber existido nunca. En otros, el primer vínculo matrimonial de uno o
de ambas partes puede ser válido. Esto impediría cualquier matrimonio sucesivo.
Si tienen hijos del matrimonio original, tienen el importante deber de
educarles y cuidar de ellos.
4
Los católicos que son convivientes y no están casados.
La cohabitación de parejas
no casadas es muy común ahora y a veces está alentada por la conveniencia, el miedo
a un compromiso perdurable o por el deseo de “probar” la vida en relación.
Algunas parejas retrasan el matrimonio hasta que pueden permitirse una gran
celebración nupcial. Muchos niños nacen de estas uniones irregulares. En estos
casos hemos de considerar que si tienen hijos existe una obligación
natural en la justicia a que los padres cuiden de sus hijos. Y los hijos tienen
el derecho natural a ser cuidados y educados por ambos padres.
5
Los jóvenes católicos.
Dice el Papa: “Recuerdo que de ninguna manera la
Iglesia debe renunciar a proponer el ideal pleno del matrimonio, el proyecto de
Dios en toda su grandeza: Es preciso alentar a los jóvenes bautizados a no
dudar ante la riqueza que el sacramento del matrimonio procura a sus proyectos
de amor, con la fuerza del sostén que reciben de la gracia de Cristo y de la
posibilidad de participar plenamente en la vida de la Iglesia. La tibieza,
cualquier forma de relativismo, o un excesivo respeto a la hora de proponerlo,
serían una falta de fidelidad al Evangelio y también una falta de amor de la
Iglesia hacia los mismos jóvenes” (Amoris Laetitia 307).
III ¿Qué
podemos hacer?
Objetivo general: “Construir hogares
sólidos y fecundos según el plan de Dios… Misericordia y discernimiento pastoral
ante situaciones que no responden plenamente a lo que el Señor nos propone”
(Amoris Laetitia, 6).
Algunos caminos pastorales:
1 Todo plan pastoral
cuyo fin sea apoyar a los matrimonios católicos deberá integrar la enseñanza en
la gracia sacramental que tienen a su disposición y, en particular, cómo pueden
ser introducidos más plenamente en esta fuente de gracia, para que así
experimenten el poder del sacramento con el fin de fortalecer su relación.
Estrechamente relacionado
con esto, los pastores deberán insistir en la importancia de la oración común,
el santo Rosario y la lectura de la Escritura en casa, aprovechando la gracia
que les es concedida por acudir con frecuencia a los sacramentos de la
confesión y la eucaristía, y a la necesidad de apoyarse mutuamente con la ayuda
de amigos y familiares católicos comprometidos.
Cada familia es una “iglesia doméstica”, pero
ninguna familia cristiana puede sobrevivir indefinidamente sin el apoyo de la
gran familia de la Iglesia. Por eso, es necesario que la parroquia ofrezca a
las familias católicas momentos de oración, retiros espirituales, jornadas de
formación y convivencia.
Las parroquias y los
movimientos eclesiales deberán encontrar modos de ayudar a familias que llevan
el peso de una situación de enfermedad, de problema económico o de crisis
matrimonial.
2 Los pastores
deberán ofrecer a los católicos separados o divorciados y que no se han vuelto
a casar por lo civil amistad y comprensión, les deberán facilitar que conozcan
a laicos de confianza y ayuda práctica, para que puedan mantenerse
fieles incluso bajo presión.
Del mismo modo, las
parroquias y los movimientos eclesiales deberán preocuparse intensamente del
bien espiritual de quienes están separados o divorciados desde hace tiempo.
Los católicos separados o
divorciados y que no se han vuelto a casar por lo civil no tienen ningún
obstáculo para recibir la absolución y la comunión eucarística regularmente y
pueden participar de todas las funciones eclesiales propias de su condición de
laicos.
En algunos casos, uno puede
preguntar, de manera razonable, si el vínculo matrimonial original era válido y
si existen las bases para un decreto de nulidad. Las personas que atraviesan
estas circunstancias deberán ser apoyadas firmemente para que busquen la ayuda
de un tribunal eclesiástico. Se debe llevar a cabo un proceso canónico y la
autoridad competente debe decidir según la ley canónica.
3 Los católicos
separados o divorciados que se han vuelto a casar deben ser acogidos en la
comunidad católica. Los pastores deberán asegurarse de que estas personas
no se consideren como fuera de la Iglesia. Al contrario, como personas
bautizadas, pueden y deben compartir su vida. Las parejas deben sentir el amor
que merecen de sus pastores y de toda la comunidad como hermanos que comparten
la fe cristiana.
Al mismo tiempo, como
observa «Amoris Laetitia 300», los sacerdotes deberán “acompañar a los divorciados que se han
vuelto a casar en el camino del discernimiento de acuerdo a la enseñanza de la
Iglesia y las orientaciones del Obispo… Se
trata de un itinerario de acompañamiento y de discernimiento que orienta a
estos fieles a la toma de conciencia de su situación ante Dios… Este
discernimiento no podrá jamás prescindir de las exigencias de verdad y de
caridad del Evangelio propuesto por la Iglesia”.
A la luz de esto, los
sacerdotes deberán ayudar a los católicos separados o divorciados que se han
vuelto a casar por lo civil a formar sus conciencias según la verdad. Este es
un verdadero trabajo de misericordia, que debe ser realizado con paciencia,
compasión, con el deseo genuino del bien para todos los implicados, con
sensibilidad por las heridas de cada una de las personas, guiándolas con
amabilidad hacia el Señor. Su fin es la reconciliación plena de la persona con
Dios y su prójimo, y la restauración de la plena comunión con Jesucristo y la
Iglesia.
De hecho, los pastores
deberán transmitir fielmente la enseñanza católica a estos hermanos, tanto en
el confesionario como públicamente. Deberán hacerlo con gran confianza en el
poder de la gracia de Dios, sabiendo que, cuando es dicha con amor, la verdad
sana, construye y libera.
4 Con los católicos
que son convivientes y no están casados y ya tienen hijos, fruto de esa unión,
si la pareja tiene la suficiente madurez para transformar su relación en un
matrimonio hay que ayudarles a comprometerse de una manera permanente y formar
una unión válida. Aquí la prudencia juega un papel vital. Cuando una u otra
persona no es capaz de casarse, o no quiere comprometerse en el matrimonio, el
pastor deberá instarles a separarse.
Cuando la pareja está
dispuesta a contraer matrimonio, hay que invitarla a vivir en castidad hasta
que estén sacramentalmente casados. Con la ayuda de la gracia de Cristo, el
dominio de uno mismo es posible. Y este ayuno de la intimidad física es un
poderoso elemento para la preparación espiritual de una vida juntos para
siempre. Obviamente, hay que ayudar a las personas a ser conscientes de su
situación ante Dios, para que puedan confesarse ampliamente antes de la boda y
empezar así su vida matrimonial con alegría en el Señor.
Los católicos convivientes
que no tienen hijos deben prepararse al matrimonio viviendo
separadamente. Cuando una pareja que cohabita tiene hijos, por el bien de
estos tal vez deberán seguir viviendo juntos, pero en castidad.
A menudo las parejas de
bautizados, o de uno bautizado y el otro no, que conviven y que piden los
sacramentos de iniciación cristiana, o que buscan volver a la fe católica, son
sólo vagamente conscientes de los problemas creados por su situación. Los
sacramentos de la iniciación cristiana solo deben recibirlos el día que
celebren su matrimonio en el Señor y no antes.
¿Pueden los católicos
separados o divorciados que se han vuelto a casar por lo civil y los católicos
que son solo convivientes recibir los sacramentos?
Siguen vigentes las
condiciones objetivas exigidas por el Magisterio de la Iglesia para poder
acceder a la recepción de los sacramentos. Estas condiciones objetivas fueron
expresadas por el Papa San Juan Pablo II en la Exhortación Familiaris consortio 84,
ratificadas por Benedicto XVI (Sacramentum charitatis, 29)
y contenidas en el Catecismo de la Iglesia Católica,
1650. Asimismo, el Pontificio Consejo para los Textos Legislativos publicó la
Declaración Sobre la admisibilidad a la Sagrada
Comunión de los divorciados que se han vuelto a casar (24-VI-2000).
Así como la declaración del cardenal Müller de 2016, según el cual las reglas
de Familiaris Consortio
84 y Sacramentum Caritatis
29 son todavía válidas y aplicables en todos los casos. Siguiendo estos
principios hemos de recibir el magisterio del Papa Francisco expuesto en el
capítulo VIII de la Exhortación Amoris
laetitia. Ésta se sitúa en continuidad con el magisterio precedente
(cf. Amoris Laetitia, capítulo
III).
Los católicos separados o
divorciados que se han vuelto a casar por lo civil y los católicos que son solo
convivientes se encuentran en una situación que contradice objetivamente a la
ley de Dios. La Iglesia requiere de estas personas que se abstengan de
intimidad sexual. Esto se aplica también a los casos en que ellos deban vivir,
por el bien de sus hijos, bajo el mismo techo. Vivir como hermano y
hermana es necesario para que reciban la reconciliación en el sacramento de la
penitencia, que abre el camino a la eucaristía. Se anima a estas
personas a acercarse al sacramento de la penitencia regularmente, pudiendo
recurrir a la gran misericordia de Dios en este sacramento si fracasan en la
castidad.
Incluso para aquellos que,
por el bien de los hijos, viven bajo el mismo techo en casta continencia y han
recibido la absolución, por lo que son libres del pecado personal, permanece el
hecho objetivo de que su estado público y condición de vida en la nueva
relación son contrarios a la enseñanza de Cristo contra el divorcio. Por lo
tanto y de manera concreta: cuando los pastores den la comunión a personas
divorciadas que se han vuelto a casar y a parejas convivientes que intentan
vivir de manera casta, lo deben hacer de un modo tan discreto que eviten dar escándalo
o que implique que la enseñanza de Cristo puede ser obviada. También hay que
tener cuidado de que parezca que se apoya el divorcio, el nuevo matrimonio
civil o la sola convivencia.
Los católicos separados o
divorciados que se han vuelto a casar y los católicos solo convivientes están
invitados a participar en la celebración de la Misa, en la escucha de la
Palabra de Dios, en la Adoración eucarística, en la vida comunitaria de una
parroquia o de un movimiento eclesial, en reuniones de oración o de formación y
a tomar parte en las actividades caritativas de la parroquia, junto con el
acompañamiento espiritual y discernimiento del pastor. Sus hijos, ya sean del
matrimonio original como de la relación actual, son parte integrante de la vida
de la comunidad católica y deben recibir los sacramentos y ser educados en la
fe.
Las católicos separados o
divorciadas que se han vuelto a casar y los católicos que son solo convivientes
no deben tener puestos de responsabilidad ni en la Prelatura ni en la
parroquia: En el consejo parroquial; ni como animadores; y tampoco deben
llevar a cabo funciones litúrgicas como lector, ministro extraordinario de la
comunión o ejercer como padrinos en los sacramentos; ni han de ejercer el
ministerio de la enseñanza y de la catequesis.
Esto es difícil para
muchos, pero cualquier cosa inferior a esto sería engañar a las personas sobre
la naturaleza de la Eucaristía y la Iglesia. No debe haber contraposición entre
doctrina y pastoral, entre verdad y caridad. La gracia de Jesucristo es una real
y poderosa semilla de cambio en un corazón creyente y, por su poder de sanación
interior, puede rehacerlo a una vida de santidad. Los pastores y todos los que
trabajan al servicio de la Iglesia deberemos promover incansablemente la
esperanza en este misterio salvífico.
5 En el Encuentro de
Prelatura se sugirieron también una serie de acciones pastorales que nos
ayudarán. De entre ellas, ordenadas y sintetizadas, destaco las siguientes:
A – En cualquiera de las
diversas situaciones hemos de potenciar la pastoral familiar en las parroquias:
Evangelización de las parejas, visitando las casas y proponiéndoles encuentros,
retiros de conversión, catecumenado de adultos. Esta labor misionera la
coordinaría el párroco con un equipo de laicos suficientemente preparados.
Después formación integral a través de la catequesis, la oración, la
participación en los sacramentos, el recurso a temas de crecimiento humano y
afectivo. Luego una progresiva integración en la vida y actividad de la Iglesia
a través del compromiso misionero.
B – Eduquemos a los jóvenes
en una sana sexualidad y afectividad para que disciernan el amor verdadero.
C – Cuidemos la formación
de los enamorados en la verificación de sus convicciones sobre los compromisos
matrimoniales; así como el cursillo prematrimonial que se instituyó en la
Prelatura, si es necesario, ampliémoslo, dinamicémoslo y mejorémoslo.
D – Celebremos con los
matrimonios y las familias el domingo de la Sagrada Familia, así como las
fechas de aniversario matrimonial donde puedan renovar sus promesas.
E – Creemos grupos
matrimoniales parroquiales, liderados por matrimonios formados y
experimentados. Aprovechemos más los movimientos eclesiales como Retiros
Juan XXIII, Renovación Carismática, Camino neocatecumenal, Seguidores de Jesús
el Maestro, e invitemos a movimientos familiaristas como Parejas para Cristo,
Familia en Misión, Equipos de Nuestra Señora…
F – Podemos crear algunos
centros de ayuda y orientación a las familias.
G – Formemos grupos
parroquiales de padres orantes por sus hijos.
H – Creemos escuelas de
padres en las parroquias.
I – Fomentemos
encuentros con las familias de los animadores.
J – Participemos en
el Taller de Métodos naturales de regularización de la natalidad, que se lleva
a cabo en Moyobamba, y extenderlo a las demás parroquias. Aprovechemos la
estancia en nuestra Prelatura de misioneros monitores de los métodos naturales.
K – Establezcamos puentes
de colaboración entre las familias, la parroquia y la institución educativa.
Año Jubilar por el
centenario de las apariciones de la Virgen de Fátima
Por el centenario de las
apariciones de la Virgen de Fátima en Portugal, el Papa Francisco ha decidido conceder la indulgencia
plenaria durante todo el Año Jubilar que comenzó el 27 de
noviembre de 2016 y terminará el 26 de noviembre de 2017.
El Santuario de Fátima
indicó que para obtener la Indulgencia Plenaria los fieles deben cumplir
primero con condiciones habituales: confesarse, comulgar y rezar por las
intenciones del Santo Padre.
Las Indulgencia Plenarias
podrá obtenerse durante todo el Año Jubilar y para ello existen tres maneras.
1.- Peregrinar al Santuario
La primera forma es que los
fieles vayan en peregrinación al Santuario de Fátima en Portugal y que allí
participen en una celebración u oración dedicada a la Virgen.
Además de ello los fieles
deben rezar el Padrenuestro, recitar el Credo e invocar a la Madre de Dios.
2.- Ante una imagen de la
Virgen de Fátima en cualquier parte del mundo.
La segunda forma se aplica
para los fieles piadosos que visitan con devoción una imagen de Nuestra Señora
de Fátima expuesta solemnemente a la veneración pública en cualquier templo,
oratorio o local adecuado en los días de los aniversarios de las apariciones, el 13 de cada mes desde mayo hasta
octubre de 2017, y participen allí devotamente en alguna
celebración u oración en honor de la Virgen María.
También se debe rezar un
Padrenuestro, el Credo e invocar a la Virgen de Fátima.
3.- Los ancianos y enfermos
La tercera forma de obtener
la indulgencia se aplica a las personas que por la edad, enfermedad u otra
causa grave estén impedidos de movilizarse.
Pueden rezar ante una
imagen de la Virgen de Fátima y deben unirse espiritualmente en las
celebraciones jubilares en los días de las apariciones, los días 13 de cada
mes, entre mayo y octubre de 2017.
Además tienen que ofrecer
con confianza a Dios misericordioso, a través de María, sus oraciones y dolores
o los sacrificios de su propia vida.
Queridos fieles de la
prelatura de Moyobamba, nos acompaña en este camino la Santísima Virgen y su
esposo San José que con Jesús forman la Sagrada Familia de Nazaret. A Ellos les
pedimos bendición y protección para nuestras familias en nuestra Iglesia particular.
Con mi afecto y bendición.
Moyobamba, 31 de marzo de
2017
+Rafael Escudero López-Brea
Obispo Prelado de Moyobamba
Obispo Prelado de Moyobamba
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