Entrevista en el Diario La Rioja
(08-10-2019), con motivo de la Conferencia de Mons Munilla «Ser creyente en una
sociedad postcristiana. ¿Es posible el diálogo?», organizada por la Bitácora
XXI, e impartida en el Centro Cultural de Ibercaja de Logroño (La Rioja), el
mismo martes, 8 de octubre de 2019.
«EL MAYOR PELIGRO HOY PARA EL
CRISTIANISMO NO ES SER MINORITARIO, SINO INSIGNIFICANTE»
1.
¿Cuál debería ser la actitud del
creyente en una sociedad laica, beligerante o conformista?
En la carta de San Pablo a los Romanos
leemos: «Y no os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de
la mente» (Rom 12, 2). Lo cual no supone que haya que estar peleándose con todo
el mundo. Lo que sí me atrevo a afirmar es que El mayor peligro del
cristianismo en el momento presente no radica en ser minoritario, sino en ser
insignificante. El conformismo lleva inevitablemente a la insignificancia y a
la irrelevancia. Decía Chesterton que solamente el que está vivo es capaz de
remar contra corriente.
2.
¿Es posible establecer un diálogo entre
la fe y la razón o hablan idiomas diferentes?
La inolvidable encíclica de San Juan
Pablo II “Fides et Ratio” (1998), utiliza la imagen de un ave que vuela
acompasadamente con dos alas: la fe y la razón. La experiencia nos dice que la
crisis de fe ha ido de la mano de la crisis de la razón. Por ejemplo, los
mismos planes educativos que intentan descarrilar a la religión en el sistema
de enseñanza, son los que han relegado a la filosofía. Alguien dijo que el
enemigo de la fe no es la razón, sino la ‘superstición’. Baste señalar la
invasión en nuestros días de todo tipo de juegos de azar, o la plaga de todo
tipo de adicciones.
3.
Le traslado una pregunta inspirada en
las últimas obras de Stephen Hawking: Si el universo es explicable sin Dios,
¿por qué seguir creyendo?
Es un hecho que la mayoría de los
grandes científicos han sido creyentes, lo cual tampoco demuestra por sí mismo
la existencia de Dios. La pregunta por Dios no implica específicamente a los
científicos, sino a todos los seres humanos. No es una cuestión teorética, sino
existencial. En cualquier caso, ahora que no está ya entre nosotros, apuesto a
que Stephen Hawking tendrá una perspectiva muy diferente…
4.
En ocasiones, usted ha dicho que resulta
más cómodo no plantearse la existencia de Dios. ¿Pero no sucede más bien al
revés? ¿No resulta más cómoda, más tranquilizadora, la fe que la duda?
Reconocer la existencia de Dios llama a
la propia conversión. Si Dios existe, obviamente, todo se funda en Él; y su
mensaje nos interpela al olvido de nosotros mismos y a la entrega de nuestra
vida por amor a Dios y al prójimo. ¡No parece que esta sea una postura cómoda!
Buscar el sentido de la vida no es
sinónimo de tomar una pastilla tranquilizante; al igual que negar a Dios
tampoco es sinónimo de valentía. La pregunta por el sentido de la vida requiere
de mucha honestidad, para que no nos engañemos a nosotros mismos.
5.
La palabra ‘aggiornamento’ se hizo
célebre durante las sesiones del Concilio Vaticano II. ¿Se quedó a medias ese
‘aggiornamento’?
Por desgracia, la palabra
‘aggiornamento’ fue mal comprendida en muchos ámbitos. En la práctica se
tradujo en una mundanización del cristianismo; en vez de en una cristianización
del mundo. De lo que se trata es de tener frescura para comunicar a nuestro
mundo de un mensaje eterno. Por ello, obviamente, el ‘aggiornamento’ no ha
terminado…
6.
Sobre todo a raíz de los casos de
pederastia y de la no siempre recta actitud de la jerarquía, la Iglesia parece
sufrir lo que los especialistas en publicidad llamarían ‘una crisis de
reputación’. ¿Cree que el problema ya se ha resuelto o deberían tomarse más
medidas?
Se trata de un problema de toda la
sociedad, que sigue requiriendo un profundo análisis. En datos de octubre del
año pasado, de los 45.155 españoles con antecedentes penales por delitos
sexuales, 33 eran clérigos. La participación de miembros de la Iglesia en ese
tipo de delitos, ha supuesto para nosotros una gran catarsis. Pienso que
también debería suponerlo para el resto de la sociedad.
7.
Los obispos suelen renegar cuando se les
califica de ‘conservadores’ o ‘progresistas’, pero eso no quiere decir que no
haya diferencias importantes entre ellos, e incluso entre los Papas. El mensaje
y las actitudes de Francisco no son los de Juan Pablo II. ¿Le cuesta a la
Iglesia reconocer la pluralidad que existe en su interior?
Hay razones de fondo para renegar de
esas etiquetas simplistas. Las categorías que debieran importarnos no son la de
progresista-conservador, sino la de verdadero-falso, bueno-malo,
prudente-imprudente… Con su habitual ironía, Chesterton sentenció: «El mundo
moderno se ha dividido a sí mismo en conservadores y progresistas. La ocupación
de los progresistas consiste en seguir cometiendo errores. La ocupación de los
conservadores consiste en impedir que los errores se corrijan».
Y sí, la pluralidad en los estilos
existe, y es buena; pero no me cabe la menor duda de que el Papa Francisco y
Juan Pablo II, suscribirían la siguiente expresión de Benedicto XVI: «El
auténtico antídoto del conservadurismo no es el progresismo sino la
extroversión misionera».
8.
A usted, por ejemplo, le suelen tildar
de ‘conservador’. ¿Le incomoda esta etiqueta?
La vida le enseña a un obispo a no
dejarse incomodar por las etiquetas y los clichés que se le adjudican. Tengo
muy claro que cuando me presente delante de Dios, no me preguntará si fui
progresista o conservador, sino si cuidé del rebaño que se me encomendó, si
defendí la fe de los sencillos ante las herejías del momento, si proclamé la
Buena Nueva a un mundo necesitado de sentido, si opté de forma preferente por los
pobres y desheredados de la tierra, si denuncié las injusticias ante las que el
mundo calla, si fui un hombre de oración, si mantuve el impulso misionero, si
di ejemplo del Evangelio con una vida santa… ¡Lo demás son fuegos artificiales!
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