RADIOMENSAJE
DE SU SANTIDAD PÍO XII
A LOS FIELES DE ESPAÑA
A LOS FIELES DE ESPAÑA
16 de abril de 1939
Con inmenso gozo Nos dirigimos a vosotros, hijos
queridísimos de la Católica España, para expresaros nuestra paterna
congratulación por el don de la paz y de la victoria, con que Dios se ha
dignado coronar el heroísmo cristiano de vuestra fe y caridad, probado en
tantos y tan generosos sufrimientos.
Anhelante y confiado esperaba Nuestro Predecesor, de s.
m., esta paz providencial, fruto sin duda de aquella fecunda bendición, que en
los albores mismos de la contienda enviaba «a cuantos se habían propuesto la
difícil y peligrosa tarea de defender y restaurar los derechos y el honor de
Dios y de la Religión» [1]; y Nos no dudamos de que esta paz ha de
ser la que él mismo desde entonces auguraba, «anuncio de un porvenir de
tranquilidad en el orden y de honor en la prosperidad» [2].
Los designios de la Providencia, amadísimos hijos, se
han vuelto a manifestar una vez más sobre la heroica España. La Nación elegida
por Dios como principal instrumento de evangelización del Nuevo Mundo y como
baluarte inexpugnable de la fe católica, acaba de dar a los prosélitos del
ateísmo materialista de nuestro siglo la prueba más excelsa de que por encima
de todo están los valores eternos de la religión y del espíritu. La propaganda
tenaz y los esfuerzos constantes de los enemigos de Jesucristo parece que han
querido hacer en España un experimento supremo de las fuerzas disolventes que
tienen a su disposición repartidas por todo el mundo; y aunque es verdad que el
Omnipotente no ha permitido por ahora que lograran su intento, pero ha tolerado
al menos algunos de sus terribles efectos, para que el mundo viera, cómo la
persecución religiosa, minando las bases mismas de la justicia y de la caridad,
que son el amor de Dios y el respeto a su santa ley, puede arrastrar a la
sociedad moderna a los abismos no sospechados de inicua destrucción y
apasionada discordia.
Persuadido de esta verdad el de sano pueblo español, con
las dos notas características de su nobilísimo espíritu, que son la generosidad
y la franqueza, se alzó decidido en defensa de los ideales de fe y civilización
cristianas, profundamente arraigados en el suelo de España; y ayudado de Dios,
«que no abandona a los que esperan en Él (Jdt 13, 17) supo resistir
al empuje de los que, engañados con lo que creían un idea humanitario de
exaltación del humilde, en realidad no luchaban sino en provecho del ateísmo.
Este primordial significado de vuestra victoria Nos hace
concebir las más halagüeñas esperanzas, de que Dios en su misericordia se
dignará conducir a España por el seguro camino de su tradicional y católica
grandeza; la cual ha de ser el norte que oriente a todos los españoles, amantes
de su Religión y de su Patria, en el esfuerzo de organizar la vida de la Nación
en perfecta consonancia con su nobilísima historia de fe, piedad y civilización
católicas.
Por esto exhortamos a los Gobernantes y a los Pastores
de la Católica España, que iluminen la mente de los engañados, mostrándoles con
amor las raíces del materialismo y del laicismo de donde han procedido sus errores
y desdichas y de donde podrían retoñar nuevamente. Proponedles los principios
de justicia individual y social, sin los cuales la paz y prosperidad de las
naciones, por poderosas que sean, no pueden subsistir, y son los que se
contienen en el Santo Evangelio y en la doctrina de la Iglesia.
No dudamos que así habrá de ser, y la garantía de
Nuestra firme esperanza son los nobilísimos y cristianos sentimientos, de que
han dado pruebas inequívocas el Jefe del Estado y tantos caballeros sus fieles
colaboradores con la legal protección que han dispensado a los supremos
intereses religiosos y sociales, conforme a las enseñanzas de la Sede
Apostólica. La misma esperanza se funda además en el celo iluminado y
abnegación de vuestros Obispos y Sacerdotes, acrisolados por el dolor, y
también en la fe, piedad y espíritu de sacrificio, de que en horas terribles
han dado heroica prueba las clases todas de la sociedad española.
Y ahora ante al recuerdo de las ruinas acumuladas en la
guerra civil más sangrienta que recuerda la historia de los tiempos modernos,
Nos con piadoso impulso inclinamos ante todo nuestra frente a la santa memoria
de los Obispos, Sacerdotes, Religiosos de ambos sexos y fieles de todas edades
y condiciones que en tan elevado número han sellado con sangre su fe en
Jesucristo y su amor a la Religión católica: «maiorem hac dilectionem nemo
habet», «no hay mayor prueba de amor » (Jn 15, 13).
Reconocernos también nuestro deber de gratitud hacia
todos aquellos que han sabido sacrificarse hasta el heroísmo en defensa de los
derechos inalienables de Dios y de la Religión, ya sea en los campos de
batalla, ya también consagrados a los sublimes oficios de caridad cristiana en
cárceles y hospitales.
Ni podemos ocultar la amarga pena que nos causa el
recuerdo de tantos inocentes niños, que arrancados de sus hogares han sido
llevados a lejanas tierras con peligro muchas veces de apostasía y perversión:
nada anhelamos más ardientemente que verlos restituidos al seno de sus
familias, donde volverán a encontrar ferviente y cristiano el cariño de los
suyos. Y aquellos otros, que como hijos pródigos tratan de volver a la casa del
Padre, no dudamos que serán acogidos con benevolencia y amor.
A Vosotros toca, Venerables Hermanos en el Episcopado,
aconsejar a los unos y a los otros, que en su política de pacificación todos
sigan los principios inculcados por la Iglesia y proclamados con tanta nobleza
por el Generalísimo: de justicia para el crimen y de benévola generosidad para
con los equivocados. Nuestra solicitud, también de Padre, no puede olvidar a
estos engañados, a quienes logró seducir con halagos y promesas una propaganda
mentirosa y perversa. A ellos particularmente se ha de encaminar con paciencia
y mansedumbre Vuestra solicitud Pastoral: orad por ellos, buscadlos,
conducidlos de nuevo al seno regenerador de la Iglesia y al tierno regazo de la
Patria, y llevadlos al Padre misericordioso, que los espera con los brazos
abiertos.
Ea pues, queridísimos hijos, ya que el arco iris de la
paz ha vuelto a resplandecer en el cielo de España, unámonos todos de corazón
en un himno ferviente de acción de gracias al Dios de la Paz y en una plegaria
de perdón y de misericordia para todos los que murieron; y a fin de que esta
paz sea fecunda y duradera, con todo el fervor de Nuestro corazón os exhortamos
a «mantener la unión del espíritu en el vínculo de la paz » (Ef 4,
2-3). Así unidos y obedientes a vuestro venerable Episcopado, dedicaos con gozo
y sin demora a la obra urgente de reconstrucción, que Dios y la Patria esperan
de vosotros.
En prenda de las copiosas gracias, que os obtendrán la
Virgen Inmaculada y el Apóstol Santiago, patronos de España, y de las que os
merecieron los grandes Santos españoles, hacemos descender sobre vosotros,
Nuestros queridos hijos de la Católica España, sobre el Jefe del Estado y su
ilustre Gobierno, sobre el celante Episcopado y su abnegado Clero, sobre los
heroicos combatientes y sobre todos los fieles Nuestra Bendición Apostólica.
Notas:
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