ENCUENTRO CON LOS JÓVENES
EN LA PLAZA MATTEOTTI DE GÉNOVA
DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
Domingo 18 de mayo de 2008
Domingo 18 de mayo de 2008
Queridos jóvenes:
Lamentablemente, la lluvia me persigue en estos días, pero
aceptémosla como signo de bendición, de fecundidad para la tierra, y también
como símbolo del Espíritu Santo, que viene a renovar la tierra, incluida la
tierra árida de nuestras almas.
Vosotros sois la juventud de Génova. Me alegra veros aquí. Os
abrazo con el corazón de Cristo. Doy las gracias a los dos representantes que
han actuado como portavoces vuestros. Y agradezco a todos el trabajo de
preparación, no sólo exterior, sino sobre todo espiritual: con la adoración
eucarística y la vigilia de oración habéis salido al encuentro del Espíritu
Santo y, en el Espíritu, habéis entrado en la fiesta de la Santísima Trinidad,
que celebramos hoy. Gracias por este camino que habéis recorrido.
También os agradezco vuestro entusiasmo, que siempre debe
caracterizar vuestra alma, no sólo en los años de la juventud, llenos de
expectativas y sueños, sino siempre, incluso cuando hayan pasado los años de la
juventud y comencéis a vivir otras etapas de vuestra vida. Pero en el corazón
todos debemos seguir siendo jóvenes. Es hermoso ser jóvenes. Hoy todos quieren
ser jóvenes, permanecer jóvenes, y se disfrazan de jóvenes, aunque el tiempo de
la juventud haya pasado de manera visible.
Me pregunto —he reflexionado—: ¿por qué es hermoso ser joven? ¿Por
qué el sueño de la juventud perenne? Me parece que son dos los elementos
determinantes. La juventud tiene todavía el futuro por delante; todo es futuro,
tiempo de esperanza. El futuro está lleno de promesas.
Para ser sinceros, debemos decir que para muchos el futuro también
se presenta oscuro, sembrado de amenazas. Hay incertidumbre: ¿encontraré un
puesto de trabajo?, ¿encontraré una vivienda?, ¿encontraré el amor?, ¿cuál será
mi verdadero futuro?
Y ante estas amenazas, el futuro también puede presentarse como un
gran vacío. Por eso, hoy muchos quieren detener el tiempo, por miedo a un
futuro en el vacío. Quieren aprovechar al máximo inmediatamente todas las
bellezas de la vida. Y así el aceite en la lámpara se consuma cuando la vida
debería comenzar. Por eso es importante elegir las verdaderas promesas, que
abren al futuro, incluso con renuncias. Quien ha elegido a Dios, incluso en la
vejez tiene ante sí un futuro sin fin y sin amenazas.
Por tanto, es importante escoger bien, no arruinar el futuro. Y la
primera opción fundamental debe ser Dios, Dios revelado en su Hijo Jesucristo.
A la luz de esta opción, que nos ofrece al mismo tiempo una compañía para el
camino, una compañía fiable, que no nos abandona nunca, se encuentran los
criterios para las demás opciones necesarias. Ser joven implica ser bueno y
generoso. Y la bondad en persona es Jesucristo, el Jesús que conocéis o que
busca vuestro corazón. Él es el Amigo que no traiciona nunca, fiel hasta la
entrega de su vida en la cruz. Rendíos a su amor.
Como lleváis escrito en vuestras camisetas preparadas para este
encuentro: "Liberaos" gracias a Jesús, porque sólo él puede libraros
de vuestras preocupaciones y de vuestros temores, y colmar vuestras
expectativas. Él dio su vida por nosotros, por cada uno de nosotros. ¿Podría
defraudar vuestra confianza? ¿Podría llevaros por senderos equivocados? Sus
caminos son caminos de vida, llevan a los pastos del alma, aunque sean
escarpados y difíciles.
Queridos amigos, os invito a cultivar la vida espiritual. Jesús
dijo: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo
en él, ese da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada" (Jn 15,
5). Jesús no hace juegos de palabras; es claro y directo. Todos le entienden y
toman posición. La vida del alma es encuentro con él, Rostro concreto de Dios.
Es oración silenciosa y perseverante, es vida sacramental, es Evangelio
meditado, es acompañamiento espiritual, es pertenencia cordial a la Iglesia, a
vuestras comunidades eclesiales.
Pero ¿cómo se puede amar, entrar en amistad con alguien a quien no
se conoce? El conocimiento impulsa al amor y el amor estimula el conocimiento.
Así sucede también con Cristo. Para encontrar el amor con Cristo, para
encontrarlo realmente como compañero de nuestra vida, ante todo debemos
conocerlo. Como los dos discípulos que lo siguen después de escuchar las
palabras del Bautista y le dicen tímidamente: "Rabbí, ¿dónde vives?"
(Jn 1, 38), quieren conocerlo de cerca.
Es el mismo Jesús quien, hablando con los discípulos, distingue:
"¿Quién dice la gente que soy yo?" (cf. Mt 16, 13),
refiriéndose a los que lo conocen de lejos, por decirlo así "de segunda
mano". "Y vosotros ¿quién decís que soy yo?", refiriéndose a los
que lo conocen "de primera mano", habiendo vivido con él, habiendo
entrado realmente en su vida personalísima hasta convertirse en testigos de su
oración, de su diálogo con el Padre.
Así, es importante que tampoco nosotros nos limitemos a la
superficialidad de tantos que escucharon algo acerca de él: que era una gran
personalidad, etc..., sino que entremos en una relación personal para conocerlo
realmente. Y esto exige el conocimiento de la Escritura, sobre todo de los
Evangelios, donde el Señor habla con nosotros. Estas palabras no siempre son
fáciles, pero entrando en ellas, entrando en diálogo, llamando a la puerta de
las palabras, diciendo al Señor: "Ábreme", encontramos realmente
palabras de vida eterna, palabras vivas para hoy, tan actuales como lo fueron
en aquel momento y como lo serán en el futuro.
Este coloquio con el Señor en la Escritura no debe ser nunca un
coloquio individual; ha de hacerse en comunión, en la gran comunión de la
Iglesia, donde Cristo está siempre presente, en la comunión de la liturgia, del
encuentro personalísimo de la sagrada Eucaristía y del sacramento de la
Reconciliación, donde el Señor me dice: "Te perdono".
Un camino muy importante es también ayudar a los pobres, a los
necesitados, tener tiempo para los demás. Hay muchas dimensiones para entrar en
el conocimiento de Jesús. Naturalmente están también las vidas de los santos.
Tenéis numerosos santos aquí, en Liguria, en Génova, que nos ayudan a encontrar
el verdadero rostro de Jesús. Sólo así, conociendo personalmente a Jesús,
podemos también comunicar esta amistad nuestra a los demás; podemos superar la
indiferencia. Porque, aunque parezca invencible —en efecto, a veces, la
indiferencia da la impresión de no necesitar a Dios—, en realidad, todos saben
qué les falta en su vida.
Sólo cuando descubren a Jesús caen en la cuenta: "Esto era lo
que yo esperaba". Y nosotros, cuanto más amigos seamos de Jesús, tanto más
podremos abrir el corazón a los demás, para que también ellos sean realmente
jóvenes, es decir para que tengan ante sí un gran futuro.
Al final de este encuentro tendré la alegría de entregar el
Evangelio a algunos de vosotros como signo de un mandato misionero. Id,
queridos jóvenes, a los ambientes de vida, a vuestras parroquias, a los barrios
más difíciles, a los caminos. Anunciad a Cristo, el Señor, esperanza del mundo.
El hombre, cuanto más se aleja de Dios, su Fuente, tanto más se extravía; la
convivencia humana se hace difícil, y la sociedad se disgrega.
Estad unidos entre vosotros, ayudaos a vivir y a crecer en la fe y
en la vida cristiana, para que podáis ser testigos intrépidos del Señor. Estad
unidos, pero no cerrados. Sed humildes, pero no tímidos. Sed sencillos, pero no
ingenuos. Sed sensatos, pero no complicados. Entrad en diálogo con todos, pero
sed vosotros mismos. Permaneced en comunión con vuestros pastores: son
ministros del Evangelio, de la divina Eucaristía, del perdón de Dios. Para
vosotros son padres y amigos, compañeros de camino. Los necesitáis y ellos os
necesitan, todos os necesitamos.
Cada uno de vosotros, queridos jóvenes, si permanece unido a Cristo
y a la Iglesia, puede realizar grandes cosas. Este es el deseo que formulo para
vosotros y que os dejo como consigna. A los que estáis inscritos para
participar en el Encuentro mundial de julio en Sydney os digo: "¡Hasta la
vista!". Extiendo este saludo a todos, porque todos podéis seguir ese
acontecimiento incluso desde aquí. Sé que en esos días las diócesis organizarán
con ese motivo momentos comunitarios, para que los jóvenes del mundo entero
vivan de verdad un nuevo Pentecostés.
Os encomiendo a la Virgen María, modelo de disponibilidad y de
humilde valentía para aceptar la misión del Señor. Aprended de ella a hacer de
vuestra vida un "sí" a Dios. Así Jesús vendrá a habitar en vosotros,
y lo llevaréis con alegría a todos.
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