Testamento espiritual de
Alejandro Serenelli
(El asesino – el perdón de la madre
– el testamento)
(En la foto Alejandro Serenelli rezando el rosario ante un cuadro de Santa María Goretti)
El asesino
Se llamaba Alejandro Serenelli. Tenía 20 años. Se dedicó a lecturas impuras y estas le dañaron su alma. Era un trabajador de la misma finca donde vivía María, y al verla tan hermosa se enamoró de ella, y sus pasiones lo incitaron a irrespetarla. La niña, aunque apenas tenía doce años, sin embargo como robusta campesina, aparecía como si tuviera tres años más. Ya otras veces Alejandro le había hecho propuestas indignas a la jovencita y ésta las había rechazado valientemente. El se sentía despreciado y como vencido por la fuerza de voluntad de la santa.
Y el 5 de Julio de 1902, por la tarde, aprovechando que la mamá de María estaba trabajando en el campo, el joven subió al segundo piso de la casa, donde la joven estaba remendando una pieza de ropa, y la invitó a entrar con él a una habitación. Ella lo rechazó, y el otro a empujones la lanzó hacia adentro. La niña gritaba pidiendo auxilio, pero él la ahogaba con sus fuertes brazos.
Ella exclamaba: ¡"No, no! Es pecado. ¡No! No. Alejandro, ¡te irías al infierno! ¡Prefiero morir antes que hacer lo que desagrada a Dios!". Al oír esto, el atacante sacó un cuchillo y apuñaló brutalmente a la inocente joven.
Ella cayó por el suelo, pidiendo auxilio. El asesino le clavó todavía una vez más el puñal en la espalda y salió huyendo. Catorce heridas le contaron después en su cuerpo a la niña, los médicos al examinarla.
Lo último que el asesino escuchó antes de salir huyendo fue: "Alejandro, yo te perdono".
Al fin llega la mamá y le pregunta angustiada:
María, María, ¿qué ha sucedido? ¿Quién te ha herido?
Fue Alejandro.
¿Y porqué te hizo esto?
Porque no quise hacer las cosas malas que él quería.
Y el mismo asesino y los médicos certificaron que la niña conservó su total virginidad.
Cinco horas después, una ambulancia llevaba a la pobre hija al hospital de San Juan de Dios. Por la misma carretera, unos policías llevaban encadenado a Alejandro Serenelli. Distinto fruto de la educación que cada cual había recibido: la una aprendió a preferir la muerte antes que ofender a Dios, y el otro aprendió en sus malas lecturas a obrar el mal sin medir sus consecuencias.
El estado de la jovencita era desesperado. Los médicos hicieron lo posible por salvarle la vida pero todo fue inútil. Sin colocarle anestésico, porque no lo había, le abrieron el vientre para operarla, y durante dos horas la pobre víctima sufrió aquel atroz martirio. María toma entre sus manos la medalla de la Virgen Milagrosa , que siempre llevaba al cuello y va ofreciendo a Dios sus terribles dolores. Con paciencia sobrehumana soportó la operación y la sed abrasadora que la siguió.Las últimas horas de su vida fueron conmovedoras. Recibió con emoción de niña inocente su última comunión y la Unción de los enfermos. Narró que desde hacía tiempo tenía temor de una agresión de Alejandro pero que no había dicho nada por no angustiar a la familia.
Le preguntan si perdona al agresor.
Sí, le perdono, por amor a Jesucristo, y deseo que un día pueda ir él también al cielo.
Luego empiezan los delirios de la altísima fiebre. Grita asustada, como tratando de defenderse de Alejandro. Luego invoca a la Virgen Santísima y recobra la calma.
Veinticuatro horas después de ser atacada, murió santamente. La mamá, el Sr. Cura Párroco, una noble señora española, y dos religiosas italianas habían permaneció toda la noche junto a la cama de la agonizante.
Su muerte conmovió a las gentes de la región. Sin distinción de clases sociales, todos quisieron asistir a su funeral que resultó solemnísimo.
La conversión y el perdón de la madre de Santa María Goretti
Alejandro fue condenado a 30 años de prisión. Al principio renegaba y no daba muchas muestras de arrepentimiento.
Más bien lo que sentía era rabia y desilusión por haber cometido semejante error que tantas penas le costaba. Pero en 1910 tuvo un sueño. Vio que se encontraba con María Goretti en un bellísimo jardín, donde ella estaba cultivando hermosas rosas, y que la niña le decía que él también podría ir un día al Paraíso. Esto le transformó por completo. Se confesó. Empezó a comportarse sumamente bien en la cárcel y a ofrecer sus oficios y sus sufrimientos por sus pecados, y al fin las autoridades le rebajaron la décima parte de su condena por buena conducta y salió libre, después de 27 años de cárcel.
En la noche de Navidad del año 1929, la señora Asunta , mamá de María, que estaba de sirvienta en una casa cural, sintió que tocaban a la puerta. Salió a abrir, y era Alejandro.
Señora, ¿me conoce? y bajó los ojos.
Sí, Alejandro, lo recuerdo muy bien.
¿Me perdona? suplicó el pobre hombre, que llevaba en su rostro las huellas de 27 años sufriendo en la cárcel.
Sí Alejandro. Dios lo ha perdonado. Mi hija también lo perdonó. ¿Cómo no lo voy a perdonar yo?
Aquella noche la pasó en la casa del párroco. Y a la misa de medianoche, se acercaron a comulgar juntos, la madre de la santa y el asesino de la mártir.
En adelante la señora Goretti nunca permitió que la gente tratara mal a Serenelli. Cuando las gentes se extrañaban de que lo tratara bien, ella respondía:
Está tan arrepentido. Mi hijita María lo perdonó, ¿porqué entonces no lo voy a perdonar yo? Es cierto que ha cometido un pecado enorme, pero Dios ha sabido sacar mucho bien de tanto mal.
Alejandro terminó sus días como hortelano en un convento de los Padres Capuchinos, arrepentido y haciendo penitencia por sus pecados.
El testamento escrito ocho años antes de su muerte
"Soy un anciano de casi ochenta años y estoy listo para partir. Echando una ojeada a mi pasado, reconozco que en mi primera juventud escogí el mal camino, el camino del mal que me llevó a la ruina. Veía a través de la prensa, los espectáculos y los malos ejemplos que la mayoría de los jóvenes siguen ese mal camino, sin reflexionar. Y yo hice lo mismo sin preocuparme por nada.
Tenía cerca de mí a personas que creían y vivían su fe, pero no me fijaba en esto, cegado por una fuerza salvaje que me arrastraba hacia el mal camino. Cuando tenía veinte años, cometí un crimen pasional, del cual hoy me horrorizo con sólo recordarlo. María Goretti, ahora una santa, fue el ángel bueno que la Providencia puso ante mis pasos. Todavía tengo impresas en mi corazón sus palabras de reproche y de perdón. Ella rezó por mí, intercedió por mí, su asesino.
Luego vinieron 30 años de cárcel. Si no hubiese sido menor de edad, habría sido condenado a cadena perpetua. Acepté la sentencia que merecía, expié con resignación mi culpa. María [Goretti] fue realmente mi luz y mi protectora; con su ayuda, me porté bien y traté de vivir honestamente cuando fui aceptado nuevamente entre los miembros de la sociedad. Los hijos de San Francisco, los capuchinos de le Marche, me recibieron en su monasterio con su angélica caridad, no como a un sirviente sino como a un hermano. Con ellos convivo desde 1936.
Ahora estoy esperando serenamente ser admitido a la visión de Dios, abrazar de nuevo a mis seres queridos, estar junto a mi ángel protector y a su querida madre, Asunta. Desearía que quienes lean estas líneas aprendan la estupenda enseñanza de evitar el mal y de seguir siempre el buen camino, desde la niñez. Piensen que la Religión, con sus mandatos, no es algo que pueda dejarse de lado, sino el verdadero consuelo, la única vía segura en todas las circunstancias, también en las más dolorosas de la vida. ¡Paz y bien!"
Alessandro Serenelli, 5 de mayo de 1961
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