sábado, 11 de agosto de 2012

Domingo XIX (ciclo b) Mons. Castagna

Mons. Domingo S. Castagna
Arzobispo Emérito de Corrientes
12 de agosto de 2012
Juan 6, 41-51
          Se hace pan de trigo para ser Pan de Vida. Nuevamente la fe - tema propuesto por la Escritura - de ella depende la Vida: “Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna” (Juan 6, 47). La fe es suscitada por la Palabra encarnada y quien se adhiere a ella adquiere la Vida para siempre. La imagen del Pan “bajado del Cielo” nos da a entender que Dios nos hace partícipes, por pura bondad, de su Vida. Es preciso comerlo. La Eucaristía, que Jesús promete e instituye, es el alimento que otorga y nutre esa Vida. Los textos sagrados, por momentos oportunamente repetitivos, no dejan lugar a dudas: “Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera”. Y de inmediato afirma: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo” (Juan 6, 50-51). Es conveniente que no remedemos a los escandalizados discípulos, que lo abandonan al no entender. Es burda la interpretación literal de sus palabras, ignorando el poder creador de Dios que se hace pan de trigo para ser Pan de Vida. En la última Cena los Apóstoles comprenden a qué se refería Jesús cuando afirmaba que su carne era comida y su sangre bebida.
          Un Pan poco aprovechado. La Eucaristía no engorda biológicamente a nadie, sería sacrílego utilizar las sagradas Hostias como sortilegio mágico para curar enfermedades. Ella es el mismo Cristo que hace, a quienes lo siguen, partícipes de su Vida, perdona sus pecados y los santifica. Está poco aprovechada y, por lo mismo, poco testimoniada por quienes deben aprovecharla. El mundo, al ignorar su presencia, la excluye de su vertiginosa carrera hacia un ilusorio progreso, que frena su desarrollo y lo retrotrae al tiempo de las cavernas. Los Congresos Eucarísticos y las procesiones de Corpus intentan, con buenos pero insuficientes resultados, exponerla en las calles y plazas de nuestras populosas ciudades. Siempre descenderá, incomprendida y silenciosa, gracias al rito celebrado por sencillos hombres ungidos por el Espíritu. El esfuerzo pastoral de la Iglesia se orienta a que el mundo sea consciente de la presencia viva de Jesucristo. La Eucaristía, aunque requiera de una conveniente catequesis, está destinada a ser “comida” y a causar la verdadera Vida, sin la cual el mundo permanece en la penumbra de la muerte.
          El Año de la fe, un proyecto pastoral. Es difícil comprender el misterio cristiano desde ángulos filosóficos ajenos a la fe, como son todas las formas del materialismo contemporáneo. La preceptiva dictada por el relativismo y cierto eclecticismo religioso, parece prevalecer en el discurso periodístico más selecto. La gente se nutre de las ideas que lee, ve y escucha en los diversos medios. Si, por otra parte, el habitual ejercicio de la predicación y de la catequesis no actúa de saludable antídoto doctrinal, el problema se amplía y ahonda. El Papa Benedicto XVI es un centinela avizor que sabe identificar las cuestiones que el mundo - incluso un gran número de bautizados - opone a las enseñanzas de la fe católica. De esa manera responde a las necesidades de la Iglesia que debe gobernar y de tantos otros, como son los casi tres mil millones de seres que no son parte de ella. El Año de la fe constituye, en perspectiva, un proyecto pastoral que va al encuentro del mal de la incredulidad. Es el mal generador de múltiples males. El Pontífice está diciendo que Jesucristo, autor de la fe, es la única respuesta que la Iglesia puede y debe ofrecer al mundo contemporáneo.
          La fe en Cristo hace buenos hombres. El resultado de no tomar en serio las palabras de Jesús, transmitidas por San Juan, salta a la vista. La corrupción no es un estado externo al hombre; de su interior, afecto al pecado, procede todo mal. El Pan de Vida es Cristo que viene a curar el interior del hombre. Su intención es hacer bueno al hombre y conducirlo a Dios, en Quien está la fuente única de su bondad. La fe en Cristo hace buenos hombres, porque Él es el prototipo del hombre bueno; sea mujer, varón, niño, joven o anciano, no importa el prestigio que hayan obtenido como consecuencia  de su alcurnia, poder político y económico o ciencia. El extenso catalogo de santos dice a las claras la posibilidad y el deber de ser verdaderamente buenos. Cristo es el autor de toda bondad; cuando se lo reconoce humildemente, su gracia actúa y hace buenas de verdad a las personas. Lo importante es tener fe. San Pio de Pietrelcina, desde su experiencia espiritual, recomendaba: “Reza, ten fe y no te preocupes”.

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