Mons. Martín de Elizalde OSB
Obispo de Nueve de Julio
Queridos hermanos:
Patrono de la diócesis de Nueve de Julio, conjuntamente con la Virgen de Fátima, y titular de la Iglesia Catedral , Santo Domingo de Guzmán es celebrado cada 8 de agosto, día de su fiesta. Es oportuno recordar algunos aspectos de su personalidad, ya que su testimonio de santidad y su fervor apostólico merecen ciertamente que tengamos en cuenta su figura y su ejemplo, especialmente quienes nos encontramos ligados a él por su patronazgo de intercesor y modelo. De manera especial, comprometidos como estamos en la Misión continental, propuesta por el Papa y los obispos latinoamericanos en Aparecida, y en vísperas de iniciar –en octubre próximo– el Año de la Fe, la figura de nuestro santo, su ejemplo y su impulso evangelizador, tiene una gran actualidad. Conocer su inspiración y aplicarla en los nuevos contextos nos ayudará, sin duda, y será una referencia enriquecedora.
Tuvimos ocasión de presentar sus “modos de orar”, como los llama la tradición de su familia espiritual, en esta misma sección de LA BUENA NOTICIA DIOCESANA (nº 120, agosto 2011). Esta vez, preparándonos para la celebración de su fiesta, queremos hacer memoria de su vocación apostólica, expresada en el servicio de la predicación de la verdad, que surge de su propia experiencia de Dios.
Ya los primeros testigos de la vida y actividad de Santo Domingo pusieron de relieve, con el término apostólico, lo que distinguía a este hombre extraordinario y que constituiría la característica de la tradición religiosa iniciada por él. En primer lugar, la vida que llevaba y quería trasmitir a sus discípulos es la que encontraba descripta en los Hechos de los apóstoles, la comunidad de Jerusalén, reunida en torno de los apóstoles de Jesús. Leemos, en efecto, que “todos los que habían creído vivían unidos; compartían todo cuanto tenían, vendían sus bienes y propiedades y repartían después el dinero entre todos según las necesidades de cada uno.
Todos los días se reunían en el Templo con entusiasmo, partían el pan en sus casas y compartían sus comidas con alegría y con gran sencillez de corazón...” Y el resumen concluye con estas palabras: “Alababan a Dios y se ganaban la simpatía de todo el pueblo; y el Señor agregaba cada día a la comunidad a los que quería salvar” (Hech 2, 44-47). Este modelo, elocuente en su sencillez, conjuga pobreza y generosidad, en un compartir sereno, garantía de paz y de armonía. El modelo de la vida apostólica se había reproducido muchas veces en la Iglesia, y grandes maestros espirituales y fundadores religiosos lo habían adoptado. La comunidad fraterna, sencilla, impresionaba a sus contemporáneos, con la evidencia de su mensaje. Pero a ello agrega Domingo una nota especial: la predicación itinerante. En vida de Jesús, los primeros llamados compartían todo con él, y eran enviados, de dos en dos, a anunciar la Buena Noticia.
Santo Domingo, varón apostólico, se propone aplicarlo con sus seguidores, y para ello se inspira en las experiencias conocidas por él – que las había, en su tiempo -, pero les da un alcance mayor, pues las circunstancias de la vida de la Iglesia de entonces requerían una acción rápida, de amplio alcance. Habían surgido movimientos que se apartaban de la vida sacramental y de la comunión eclesial, en el sur de Francia y en el norte de Italia: son los cátaros o albigenses. A ellos son enviados Domingo y sus frailes. Al testimonio de la vida común, frugal, fraterna, se integra la predicación itinerante. Y surge también, arraigada en la continuidad de su carisma, la presencia de los frailes dominicos en las universidades, dedicados a la búsqueda de la verdad por la teología: San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino.
La presencia dominicana se estructura entonces, desde sus mismos comienzos, en un triple ámbito: la fraternidad, íntima pero irradiante, con clima evangélico, haciendo grato y deseable el conocimiento de Dios y la experiencia de su gracia; la predicación, para trasmitir a los demás la experiencia de Dios que conduce a la verdad revelada, y que recupera para la vida de la Iglesia a comunidades enteras, obteniendo los resultados que las ofensivas armadas no habían conseguido; y, al fin, la presencia, tan valiosa, de los grandes maestros de la doctrina en los centros de la sabiduría, las nuevas universidades europeas.
Para concluir, en nuestro siglo XXI, el recuerdo de una tradición que nos es tan cercana por habernos sido atribuida en el patronazgo y en el nombre de la diócesis, nos invita a recuperar esos valores tan significativos. Es una invitación a ser buenos cristianos, ahondando en el significado de la conversión y de la comunión, en el seno de las familias, en la sociedad, en las comunidades cristianas. En el contexto de la Misión continental, nos invita a comprometernos en el anuncio del Evangelio, como lo predicaban los discípulos de Domingo, y esto tiene una enorme actualidad. Para ello, está la necesidad de fortalecer nuestras convicciones, alimentar nuestras raíces, profundizar en el conocimiento de la verdad, como solo podríamos hacerlo en la escuela de la doctrina, que a partir de la Palabra inspirada, se convierte en razón de nuestra esperanza, en progreso en el camino de la fe.
En esta fiesta de nuestro santo Patrono, pidamos a Dios Nuestro Señor por su intercesión, que nos conceda ser aquellos testigos veraces y comprometidos y que sepamos llevar a nuestros hermanos al conocimiento de la verdad.
Con mucho afecto, los saluda y bendice,
Mons. Martín de Elizalde, obispo de Nueve de Julio
Agosto de 2012
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