viernes, 3 de agosto de 2012

Domingo XVIII (ciclo b) San Agustín

De los tratados
sobre el Evangelio
de San Juan
San Agustín
(Jn 6,24-35)

 Jesús a continuación del misterio o sacramento mi­lagroso hace uso de la palabra con la intención de alimentar, si es posible, a los mismos que ya alimentó; de saciar con su palabra las inteligencias de aquellos cuyo vientre había sa­ciado con pan abundante; pero es con la condición de que lo entiendan, y si no lo entienden, que se recoja para que no perezcan ni las sobras siquiera. Que hable, pues, y oigamos con atención. Les contestó Jesús y dijo: en verdad, en verdad os digo que vosotros me buscáis, no por los milagros que habéis presenciado, sino porque habéis comido de los panes que yo os proporcioné. Me buscáis por la carne, no por el espíritu.
 
¡Cuántos hay que no buscan a Jesús sino para que les haga beneficios temporales! Tiene uno un negocio, y acu­de a la mediación de los clérigos; es perseguido otro por alguien más poderoso que él, y se refugia en la iglesia. No faltan quienes piden que se les recomiende a una persona ante la que tienen poco crédito. En fin, unos por unos motivos y otros por otros, llenan todos los días la iglesia. Apenas se busca a Jesús por Jesús. Me buscáis, no por los milagros que habéis presenciado, sino porque os di de comer pan de lo mío. Trabajad por el pan que no perece, sino que perma­nece hasta la vida eterna. Me buscáis por algo que no es lo que yo soy; buscadme a mí por mí mismo. Ya insinúa ser El este manjar, lo que se verá con más claridad en lo que sigue: Que el Hijo del hombre os lo dará. Yo creo que ya estaban esperando comer otra vez pan, y sentarse otra vez, y saciarse de nuevo. Pero Él había hablado de un alimento que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna. Es el mismo lenguaje que había usado con la mujer aquella sa­maritana: Si conocieras quién es el que te pide de beber, se­guramente se lo pedirías tú a El, y te daría agua viva. Como le dijese la mujer: ¿Tú? ¡Pero si no tienes pozal y el pozo es profundo! Le responde Jesús: Si te dieses cuenta quién es el que te pide de beber, tú se lo pedirías a El, y te daría agua que quien la bebiere no tendrá ya jamás sed; mientras que el que bebe de esta agua, volverá a tener sed.  1  Y la mujer se alegra y expresa el deseo de recibirla, como si así no hubiera de padecer ya más la sed del cuerpo, ella que se cansa con el trabajo de sacarla. Y así entre diálogos la lleva a la bebida espiritual. Lo mismo sucede aquí, lo mismo en ab­soluto.
 Alimento es, pues, éste que no perece, sino que per­manece hasta la vida eterna; el que os dará el Hijo del hom­bre, porque Dios-Padre imprimió en El 2 (en el Hijo del hombre) su sello. A este Hijo del hombre no le miréis como se mira a otros hijos de los hombres, de quienes se escribió: Los hijos de los hombres esperarán a la sombra de tus alas 3 . Este Hijo del hombre, elegido por singular gracia del Espí­ritu e Hijo del hombre según la carne, a pesar de ser una excepción entre los hombres, es Hijo del hombre. Este Hijo del hombre es también Hijo de Dios; este hombre es Dios también. En otro lugar hace a los discípulos esta pregunta: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos contestan: Unos dicen que Juan, otros que Elías, otros que Jeremías u otro de los antiguos profetas. Y sigue preguntan­do: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro da esta res­puesta: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo 4 . Él se llama Hijo del hombre, y Pedro le llama Hijo del Dios vivo. Él hablaba con mucha exactitud de lo que por misericordia era a vista de todo el mundo; Pedro hablaba de lo que sigue sien­do en los resplandores de su gloria. El Verbo de Dios reco­mienda su humildad; el hombre se da cuenta de los resplan­dores de la gloria de su Señor. Y en verdad, hermanos, yo pienso que esto es justo. Él se humilló por nosotros, glorifi­quémosle nosotros a El. No por Él es Hijo del hombre, sino por nosotros. Luego era Hijo del hombre en este sentido, pues el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Por eso, Dios-Padre le puso su sello. ¿Qué es sellar sino poner algo propio? Sellar es poner sobre una cosa una señal para que se distinga de las demás. Sellar es poner un signo en una cosa. A la cosa que pones tú una señal o signo, se la pones para que no se confunda con las demás y puedas tú recono­cerla. El Padre, pues, lo selló. ¿Qué quiere decir que lo selló? Que le dio algo propio suyo para diferenciarle de los demás hombres. Por eso de Él se escribió: Te ungió Dios, tu Dios, con el óleo de la alegría más que a tus copartícipes. Luego ¿qué es sellar? Hacer con El una excepción; esto es, hacer una excepción entre sus copartícipes 5 . Así que no me despre­ciéis, dice, porque soy Hijo del hombre; buscad en mí el manjar que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna. Porque de tal modo soy yo Hijo del hombre, que no soy uno de vosotros; de tal manera soy yo Hijo del hombre, que Dios-Padre me distingue con su sello. ¿Qué es distin­guirme con su sello? Comunicarme algo suyo propio por lo que no pueda yo ser identificado con el género humano y pueda el género humano por mí ser redimido.
 Le hicieron, pues, esta pregunta: ¿Qué es lo que tenemos que hacer para realizar obras de Dios? 6  El acaba de decirles: Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el que permanece hasta la vida eterna. Y ahora le preguntan: ¿Qué es lo que tenemos que hacer, qué es lo que tene­mos que observar para cumplir este precepto? Jesús les da esta respuesta: Obra de Dios es que creáis en aquel que Él ha enviado. Esto es, pues, comer el alimento que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna. ¿Con qué fin pre­paras los dientes y el estómago? Tú cree y lo comiste ya. La fe es cosa distinta de las obras, según testimonio del Após­tol, que dice que el hombre se justifica con la fe sin las obras de la ley 7 . Hay obras que tienen apariencia de buenas sin la fe de Cristo; pero no lo son, porque no dicen referencia al fin que las hace buenas; el fin de la ley es Cristo, que es la justificación de todo el que cree 8 . El Salvador no quiso dis­tinguir la fe de las obras, sino que dijo que la fe misma es ya una obra: es la fe misma, que obra por la caridad 9 . No dice: «Esto es obra vuestra», sino: Esto es obra de Dios; el que se gloríe tenga que gloriarse en el Señor 10 . Y porque los invitaba a la fe, piden todavía ellos milagros para creer. Mira cómo es verdad que los judíos piden milagros. ¿Qué milagros haces tú para verlos y creer en ti? ¿Qué obras haces? 11 ¿Era poco el haber comido hasta hartarse con sólo cinco panes? Esto lo sabían, pero estimaban más que esta comida el maná del cielo. Mas el Señor Jesús se presentaba de tal forma, que era como anteponerse a Moisés. Jamás tuvo Moisés la audacia de decir que él daba un alimento que no perece, sino un alimento que permanece hasta la vida eterna. Este prometía mucho más que Moisés. Moisés pro­metía, sí, un reino, una tierra con arroyos de leche y miel, una paz temporal, hijos numerosos, la salud corporal y todos los demás bienes temporales, es verdad, pero que eran figura de los espirituales. El Antiguo Testamento era eso lo que prometía al hombre viejo. Ponían sus ojos, pues, en pro­mesas de Moisés y también en las promesas de Cristo. Moi­sés les prometía llenar su vientre en la tierra, pero de Manjares que perecen; Cristo prometía un manjar que no perece, sino que permanece eternamente. Observaban que prometía más, pero tenían los ojos vendados para no ver que hacía obras mayores. Fijaban su atención en las obras que había hecho Moisés, pero aún tenían ansias de que rea­lizase obras mayores quien prometía tan excelsos bienes. ¿Qué obras, dicen, haces, para que te creamos? Y para que te des cuenta que ponían en parangón los milagros de Moi­sés con este de Jesús (lo que indica que, a su parecer, eran menores los que hacía Jesús), le dicen: Nuestros padres co­mieron el maná en el desierto. Pero ¿qué es el maná? Segu­ramente no hacéis de él aprecio. Así está escrito: Les dio a comer el maná. Por Moisés recibieron nuestros padres el maná del cielo, y, sin embargo, Moisés no les dijo: Traba­jad por el manjar que no perece. Tú prometes un manjar que no perece, sino que dura hasta la vida eterna; y no realizas tales obras como las que realizó Moisés. No dio él panes de cebada, sino maná del cielo.
 Respuesta de Jesús: En verdad, en verdad os digo que no os dio Moisés pan del cielo, sino mi Padre es quien os dio pan del cielo. El pan verdadero es el que ha bajado del cielo y que da la vida al mundo. Aquél es, pues, el Ver­dadero pan que da la vida al mundo, y ése es el manjar del cual acabo de deciros: Trabajad por el manjar que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna. El maná era signo de este pan. Signos de mi persona eran todas aquellas cosas. Vosotros os vais tras el amor de mis amigos y deses­timáis al que era significado por ellos. No os dio Moisés pan del cielo. Dios es el que da pan. ¿Y qué pan es ése? ¿El maná tal vez? No; es el pan que el maná significó, esto es, el mismo Señor Jesús. Mi Padre es el que os da el ver­dadero pan. Porque pan de Dios es el que ha bajado del cielo y que da la vida al mundo. Dícenle ellos: Señor, danos siempre este pan. Lo mismo que aquella mujer de Samaria, a quien fue dicho: El que bebiere de esta agua no volverá a tener sed jamás 12, tomó las palabras en sentido material y, como quien quería verse libre de aquella necesidad, le dice en seguida: Señor, dame de esta agua, así éstos: Señor, danos de este pan para que nos repare las fuerzas y que no nos falte jamás.
 Respuesta de Jesús: Yo soy el pan de vida; el que llega a mí, no tendrá hambre, y el que cree en mí, no ten­drá sed jamás 13 . El que llega a mí significa lo mismo que el que cree en mí; y esta locución: No tendrá hambre, tiene el mismo sentido que esta otra: No tendrá sed jamás. Ambas cosas significan la eterna hartura aquella donde no hay indigencia alguna. ¿No deseáis vosotros el pan del cielo? En vuestra presencia está y no lo queréis comer. Y os dije que me estáis viendo y no me creéis. Sin embargo, no por eso me he olvidado yo de mi pueblo. ¿Hará, por ventura, la infidelidad vuestra que desaparezca la fidelidad de Dios? 14 Atiende, pues, lo que sigue: Todo lo que me da a mí el Pa­dre, vendrá a mí, y al que a mí llegare no le echaré fuera 15. ¿Qué interioridad es esa de la que jamás se sale fuera? In­terioridad muy íntima, interioridad dulcísima. ¡Oh retirada interioridad, que no hastía, exenta del repugnante amargor de los malos pensamientos y libre de la turbación de las tentaciones y de los dolores! ¿No es por ventura esa misma intimidad retirada en la que entrará aquel que como a sier­vo benemérito dirá el Señor: Entra en el gozo de tu Señor? 16
(SAN AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 25, 10-14, o.c. (XIII), BAC, Madrid, 1968, pp. 558-565)
Notas
1 Jn 4, 10, etc.
2 Jn 6, 27
3 Sal 35, 8
4 Mt 16, 13, etc.
5 Sal 44, 8
6 Jn 6, 28
7 Rm 3, 28
8 Rm 10, 4
9 Ga 5, 6
10 1 Co 1, 31
11 Jn 6, 30
12 Jn 4, 13, etc.
13 Jn 6, 35
14 Rm 3, 3
15 Jn 6, 37
16 Mt 25, 23

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