miércoles, 11 de noviembre de 2020

La vida de Martín de Tours es apasionante - Card. Mario Poli

 

Homilía del Cardenal Mario Aurelio Poli

En la Iglesia Catedral de Buenos Aires

El 11 de noviembre de 2016

Solemnidad de San Martín de Tours

Lecturas: Isaías 61, 1-3ª; Salmo 88; 2Cor 5, 14-20; Mateo 25, 31-40

En la tradición cristiana, quien se abre a la Escritura inspirada por Dios, es educado en la justicia y está mejor preparado para hacer siempre el bien (cfr. 2Tim 3, 16-17).

Al escuchar la vocación profética de Isaías, se advierte el lenguaje esperanzador que Dios pone en boca de su enviado: una buena noticia para los pobres; además, dispone sus manos para vendar los corazones heridos, liberar a los cautivos y dar libertad a los prisioneros. Con este enviado, Dios se toma la revancha y entonces, consolará ante la partida de familiares y amigos, habrá óleo de alegría para todos y cambiará su opresión por un canto de alabanza. Tan importante es este texto en todo el Antiguo Testamento, que Jesús hace suya esta profecía en la sinagoga de Nazaret. Al comienzo de su ministerio público lee el mismo texto de Isaías y proclama «que HOY se ha cumplido esta Escritura». El Hijo de Dios es la buena noticia para los pueblos de todos los tiempos, es el liberador por excelencia, y por donde pasa, deja la alegría en el corazón de todos aquellos que quieren construir el reino de justicia y de paz que Él anunció. Él mismo vendrá a darle plenitud. Los pobres, los enfermos, los prisioneros y perseguidos por practicar la justicia, los refugiados y marginados en general, no son una estadística en el Evangelio de Jesús, sino que los convirtió en el lugar privilegiado donde Él quiso quedarse. Son sus pequeños y Él mismo se convierte en testigo de nuestra justicia y caridad para con ellos: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo».

San Mateo colocó esta parábola sobre el Reino que acabamos de proclamar, cuando Jesús se dirige a su Pasión. El mensaje es claro: si deseamos encontrarnos con Jesús resucitado, Él se deja encontrar en los que están en la periferia de nuestra vida, y por eso nos invita a no pasar indiferentes e insensibles ante el dolor o situaciones de indigencia. El ejemplo del buen samaritano, sin ser un hombre religioso, en paralelo con la enseñanza de este día, sigue teniendo vigencia en nuestros días. Jesús reparó en su gesto misericordioso porque tuvo compasión de un prójimo que no conocía. Ahí está el Señor en nuestros barrios, anda escondido en sus pequeños y hay muchas ocasiones en el día para encontrarnos mano a mano con él. El feliz encuentro dependerá de cómo pasamos por la vida…

Cumpliendo con una antigua tradición, don Juan de Garay y los primeros miembros del Cabildo, unos días después de fundada la Ciudad, el 20 de octubre de 1580, se reunieron para darle un santo como Protector y Patrono. Según consta en las actas, echaron suerte y recayó en San Martín. No conformes con darles un santo francés a una colonia española, reiteraron por tres veces la elección; al repetirse su nombre, entendieron que era un signo del Cielo y aceptaron su patrocinio sobre la ciudad de la Santísima Trinidad del Puerto de los Buenos Aires.

La vida de Martín de Tours es apasionante. Su existencia recorre todo el siglo IV, bajo el decadente imperio romano. Padres paganos, educado en la humanidades de la formación clásica, alistado en el ejército desde su juventud, conoce el cristianismo y mientras se prepara para recibir los sacramentos, debe servir en la Legión que custodia los frentes de batalla contra los pueblos bárbaros que en ese tiempo pasan la frontera del Rhin y quieren ocupar el mediodía del continente europeo. Se dice que tenemos el santo que merecemos… Lo que narra su biógrafo contemporáneo, Sulpicio Severo, nos puede dar la pista para entender por qué lo tenemos de patrono:

«Cierto día, no llevando consigo nada más que sus armas y una sencilla capa militar (era entonces un invierno más riguroso que de costumbre, hasta el punto de que muchos morían de frío), encontró Martín, en la puerta de la ciudad de Amiens, a un pobre desnudo. Como la gente que pasaba a su lado no atendía a los ruegos que les hacía para que se apiadaran de él, el varón lleno de Dios, comprendió que si los demás no tenían piedad, era porque el pobre le estaba reservado a él. ¿Qué hacer? No tenía más que la capa militar. Lo demás ya lo había dado en ocasiones semejantes. Tomó pues la espada que ceñía, partió la capa por la mitad, dio una parte al pobre y se puso de nuevo el resto. Entre los que asistían al hecho, algunos se pusieron a reír al ver el aspecto ridículo que tenía con su capa partida, pero muchos en cambio, con mejor juicio, se dolieron profundamente de no haber hecho otro tanto, pues teniendo más hubieran podido vestir al pobre sin sufrir ellos la desnudez. A la noche, cuando Martín se entregó al sueño, vio a Cristo vestido con el trozo de capa con que había cubierto al pobre. Se le dijo que mirara atentamente al Señor y la capa que le había dado. Luego oyó al Señor que decía con voz clara a una multitud de ángeles que lo rodeaban: “Martín, siendo todavía catecúmeno, me ha cubierto con este vestido”. En verdad el Señor, recordando las palabras que él mismo dijera: “Lo que hicieron a uno de estos pequeños, a mí me lo hicieron” (Mt 25,40), proclamó haber recibido el vestido en la persona del pobre. Y para confirmar tan buena obra se dignó mostrarse llevando el vestido que recibiera el pobre»

Ahí está la clave: Dios nos regaló un Santo que no pasó indiferente. ¿Acaso los que compartimos esta bendita ciudad no tenemos que imitarlo? Pasar indiferente y acostumbrarnos a tantos rostros sufrientes que nos cruzamos a diario. La indiferencia seca el corazón, alimenta el egoísmo, llena de sinsentido nuestra vida y nos aísla de la realidad.

Martín no fue indiferente, ni le importó presentarse en ridículo con media capa de su uniforme. Tuvo lo que buscaba: un encuentro personal con Jesucristo. «Solo le pido a Dios que no sea indiferente...», tarareamos los porteños. Es el principio básico de toda vocación pública. Ahí está Martín, cristiano, monje, obispo, que pasó por la vida como su Maestro, haciendo el bien. No sé si lo merecemos los porteños, pero seguro que necesitamos su testimonio para seguirlo, para construir la fraternidad que perdimos.

Comprometerse, incomodarse, posponer proyectos personales por el bien común, pensar en el otro y sin discursos, sino con gestos de grandeza, desapareciendo, para que el servicio quede claro que nace del corazón. Hay signos solidarios que nuestro pueblo los practica en silencio y anónimamente. Compartir y dar es más que recibir.

¿Es que hay ejemplos para imitar en nuestra historia de Nación? ¿Cuáles? Hay uno que este año brilla como la estrella Sirio y nos orienta en la búsqueda del bien común.

«Hace 200 años los congresales de Tucumán pensaron en nosotros, y no cabe duda de que somos la razón de la sacrificada y riesgosa entrega de sus vidas, tiempo e intereses, que sin titubeos nos ofrecieron [...]. Y «“llenos de santo ardor por la justicia”, prometieron ante “Dios y la señal de la Cruz” sostener “estos derechos hasta con la vida, haberes y fama”» . Entre la primera generación de argentinos hay muchos ejemplos de quienes se echaron la Patria al hombro. La inspiración evangélica de los padres que proclamaron la Independencia y la Libertad, no deja de ser una invitación a ser creativos e imaginar a nuestro país como un gran espacio de convivencia fraterna.

Ustedes han entrado por la puerta Santa del Jubileo de la Misericordia. La Puerta es Cristo. El mismo en el evangelio de San Juan ha dicho: «Yo soy la puerta, el que entre por mí se salvará, podrá entrar y salir y siempre tendrá alimento» (Jn 10). Pasar la Puerta Santa es entrar en su modo de amar, de perdonar, de mirar a los demás con un corazón misericordioso. Cuando los bautizados pasamos la Puerta Santa renovamos el deseo de que el modo de ser de Jesús sea el nuestro.

El alimento que nos da Cristo es su Cuerpo y su Sangre. Es la Misa. Siempre la mesa está dispuesta para recibir a los hijos y, cuando comulgamos, todo el bien espiritual pasa del sacramento a nuestras vidas, para que como Martín, nuestro Patrono, pasemos por la vida haciendo el bien .

Ver también:

San Martín de Tours, Caballero liberal y Obispo valiente - P. Alfredo Sáenz S.J.


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