Martes de la 31ª semana
LA GRAN CENA
Un hombre daba un gran
banquete (Lc 14, 16).
Por esta cena se
entiende la bienaventuranza celestial.
I. Se llama grande por
la multitud de los que toman parte en él.
1º) Por razón de los
que la ofrecen, que son el Padre, y el Hijo y el Espíritu Santo; inmenso el
Padre, inmenso el Hijo, inmenso el Espíritu Santo, y por eso, ofrecen una cena
inmensa. El Señor de los ejércitos hará a todos los pueblos en este monte
convite de manjares mantecosos, convite de vendimia, de manjares mantecosos con
tuétano, de vino sin heces (Is 25, 6).
2º) Por razón de los
que le sirven, que son millares de millares.
3º) Por razón de los
comensales, que serán centenares de mil.
II. Se llama grande, por la abundancia de los alimentos que allí se darán. Pues habrá allí millares de millares de manjares. Los manjares en la vida eterna son los goces, y como hay allí millares de millares de goces, serán por lo tanto millares de millares los alimentos. Podemos, sin embargo, señalar tres grandes manjares: el gozo por la ausencia de todos los males, el gozo por la presencia de todos los bienes, y la alegría continua de las divinas alabanzas. De los tres dice San Agustín: "¡Oh, cuánta será aquella felicidad, donde no habrá ningún mal, ni estará oculto ningún bien, donde se dedicarán a las alabanzas internas, y Dios lo será todo en todos!"
III. Se llama grande
por la eternidad del banquete, porque:
1º) Nunca terminará.
Ninguno os quitará vuestro gozo (Jn 16, 22).
2º) Nunca se acabará
de cenar. No cesaban día y noche de decir… Señor Dios omnipotente, el que era,
y el que es, y el que ha de venir (Apoc 4, 8). Porque el alabar es allí lo
mismo que cenar.
3º) También se llama
eterno el banquete, porque toda él se comerá al mismo tiempo. La eternidad es
la posesión total y simultánea de la vida bienaventurada.
(Serm.,
LXXXI)
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