SAN JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 26 de febrero de 1997
María en las bodas de Caná
1. En el episodio
de las bodas de Caná, san Juan presenta la primera intervención de María en la
vida pública de Jesús y pone de relieve su cooperación en la misión de su Hijo.
Ya desde el inicio del
relato, el evangelista anota que «estaba allí la madre de Jesús» (Jn 2, 1)
y, como para sugerir que esa presencia estaba en el origen de la invitación
dirigida por los esposos al mismo Jesús y a sus discípulos (cf. Redemptoris
Mater, 21), añade: «Fue invitado a la boda también Jesús con sus
discípulos» (Jn 2, 2). Con esas palabras, san Juan parece indicar que en
Caná, como en el acontecimiento fundamental de la Encarnación, María es quien
introduce al Salvador.
El significado y el
papel que asume la presencia de la Virgen se manifiesta cuando llega a faltar
el vino. Ella, como experta y solícita ama de casa, inmediatamente se da cuenta
e interviene para que no decaiga la alegría de todos y, en primer lugar, para
ayudar a los esposos en su dificultad. Dirigiéndose a Jesús con las palabras:
«No tienen vino» (Jn 2, 3), María le expresa su preocupación por esa
situación, esperando una intervención que la resuelva. Más precisamente, según
algunos exegetas, la Madre espera un signo extraordinario, dado que Jesús no
disponía de vino.
2. La opción de María, que habría podido tal vez conseguir en otra parte el vino necesario, manifiesta la valentía de su fe porque, hasta ese momento, Jesús no había realizado ningún milagro, ni en Nazaret ni en la vida pública.
En Caná, la Virgen
muestra una vez más su total disponibilidad a Dios. Ella que, en la Anunciación,
creyendo en Jesús antes de verlo, había contribuido al prodigio de la
concepción virginal, aquí, confiando en el poder de Jesús aún sin revelar,
provoca su «primer signo», la prodigiosa transformación del agua en vino.
De ese modo, María
precede en la fe a los discípulos que, como refiere san Juan, creerán después
del milagro: Jesús «manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos»
(Jn 2, 11). Más aún, al obtener el signo prodigioso, María brinda un apoyo
a su fe.
3. La respuesta
de Jesús a las palabras de María: «Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti? Todavía no
ha llegado mi hora » (Jn 2, 4), expresa un rechazo aparente, €como para
probar la fe de su madre.
Según una
interpretación, Jesús, desde el inicio de su misión, parece poner en tela de
juicio su relación natural de hijo, ante la intervención de su madre. En
efecto, en la lengua hablada del ambiente, esa frase da a entender una
distancia entre las personas, excluyendo la comunión de vida. Esta lejanía no
elimina el respeto y la estima; el término «mujer», con el que Jesús se dirige
a su madre, se usa en una acepción que reaparecerá en los diálogos con la
cananea (cf. Mt 15, 28), la samaritana (cf. Jn 4, 21), la
adúltera (cf. Jn 8, 10) y María Magdalena (cf. Jn 20, 13),
en contextos que manifiestan una relación positiva de Jesús con sus interlocutoras.
Con la expresión:
«Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti?», Jesús desea poner la cooperación de María en
el plano de la salvación que, comprometiendo su fe y su esperanza, exige la
superación de su papel natural de madre.
4. Mucho más
fuerte es la motivación formulada por Jesús: «Todavía no ha llegado mi hora»
(Jn 2, 4).
Algunos estudiosos del
texto sagrado, siguiendo la interpretación de san Agustín, identifican esa
«hora» con el acontecimiento de la Pasión. Para otros, en cambio, se refiere al
primer milagro en que se revelaría el poder mesiánico del profeta de Nazaret.
Hay otros, por último, que consideran que la frase es interrogativa y prolonga
la pregunta anterior: «¿Qué nos va a mí y a ti? ¿no ha llegado ya mi hora?»
(Jn 2, 4). Jesús da a entender a María que él ya no depende de ella, sino
que debe tomar la iniciativa para realizar la obra del Padre. María, entonces,
dócilmente deja de insistir ante él y, en cambio, se dirige a los sirvientes
para invitarlos a cumplir sus órdenes.
En cualquier caso, su
confianza en el Hijo es premiada. Jesús, al que ella ha dejado totalmente la
iniciativa, hace el milagro, reconociendo la valentía y la docilidad de su
madre: «Jesús les dice: "Llenad las tinajas de agua". Y las llenaron
hasta el borde» (Jn 2, 7). Así, también la obediencia de los sirvientes contribuye
a proporcionar vino en abundancia.
La exhortación de
María: «Haced lo que él os diga», conserva un valor siempre actual para los
cristianos de todos los tiempos, y está destinada a renovar su efecto
maravilloso en la vida de cada uno. Invita a una confianza sin vacilaciones,
sobre todo cuando no se entienden el sentido y la utilidad de lo que Cristo
pide.
De la misma manera que
en el relato de la cananea (cf. Mt 15, 24-26) el rechazo aparente de
Jesús exalta la fe de la mujer, también las palabras del Hijo «Todavía no ha
llegado mi hora», junto con la realización del primer milagro, manifiestan la
grandeza de la fe de la Madre y la fuerza de su oración.
El episodio de las
bodas de Caná nos estimula a ser valientes en la fe y a experimentar en nuestra
vida la verdad de las palabras del Evangelio: «Pedid y se os dará» (Mt 7,
7; Lc 11, 9).
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