SAN JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 18 de diciembre de 1996
La profecía de Simeón asocia María al destino doloroso de su Hijo
(Lectura: capítulo 2 del evangelio de san Lucas, versículos
34-35)
1. Después de haber
reconocido en Jesús la "luz para alumbrar a las naciones" (Lc 2,
32), Simeón anuncia a María la gran prueba a la que está llamado el Mesías y le
revela su participación en ese destino doloroso.
La referencia al
sacrificio redentor, ausente en la Anunciación, ha impulsado a ver en el
oráculo de Simeón casi un "segundo anuncio" (Redemptoris Mater, 16),
que llevará a la Virgen a un entendimiento más profundo del misterio de su
Hijo.
Simeón, que hasta ese
momento se había dirigido a todos los presentes, bendiciendo en particular a
José y María, ahora predice sólo a la Virgen que participará en el destino de
su Hijo. Inspirado por el Espíritu Santo, le anuncia: "Éste está puesto
para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción
―¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!― a fin de que queden al
descubierto las intenciones de muchos corazones" (Lc 2, 34-35).
2. Estas palabras predicen un futuro de sufrimiento para el Mesías. En efecto, será el "signo de contradicción", destinado a encontrar una dura oposición en sus contemporáneos. Pero Simeón une al sufrimiento de Cristo la visión del alma de María atravesada por la espada, asociando de ese modo a la Madre al destino doloroso de su Hijo.
Así, el santo anciano,
a la vez que pone de relieve la creciente hostilidad que va a encontrar el
Mesías, subraya las repercusiones que esa hostilidad tendrá en el corazón de la
Madre. Ese sufrimiento materno llegará al culmen en la pasión, cuando se unirá
a su Hijo en el sacrificio redentor.
Las palabras de
Simeón, pronunciadas después de una alusión a los primeros cantos del Siervo
del Señor (cf. Is 42, 6; 49, 6), citados en Lc 2, 32, nos
hacen pensar en la profecía del Siervo paciente (cf. Is 52, 13 - 53,
12), el cual, "molido por nuestros pecados" (Is 53, 5), se
ofrece "a sí mismo en expiación" (Is 53, 10) mediante un
sacrificio personal y espiritual, que supera con mucho los antiguos sacrificios
rituales.
Podemos advertir aquí
que la profecía de Simeón permite vislumbrar en el futuro sufrimiento de María
una semejanza notable con el futuro doloroso del "Siervo".
3. María y José
manifiestan su admiración cuando Simeón proclama a Jesús "luz para
alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2, 32).
María, en cambio, ante la profecía de la espada que le atravesará el alma, no
dice nada. Acoge en silencio, al igual que José, esas palabras misteriosas que
hacen presagiar una prueba muy dolorosa y expresan el significado más auténtico
de la presentación de Jesús en el templo.
En efecto, según el
plan divino, el sacrificio ofrecido entonces de "un par de tórtolas o dos
pichones, conforme a lo que se dice en la Ley" (Lc 2, 24), era un
preludio del sacrificio de Jesús, "manso y humilde de corazón" (Mt 11,
29); en él se haría la verdadera "presentación" (cf. Lc 2,
22), que asociaría a la Madre a su Hijo en la obra de la redención.
4. Después de la
profecía de Simeón se produce el encuentro con la profetisa Ana, que también
"alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención
de Jerusalén" (Lc 2, 38). La fe y la sabiduría profética de la
anciana que, "sirviendo a Dios noche y día" (Lc 2, 37), mantiene
viva con ayunos y oraciones la espera del Mesías, dan a la Sagrada Familia un
nuevo impulso a poner su esperanza en el Dios de Israel. En un momento tan
particular, María y José seguramente consideraron el comportamiento de Ana como
un signo del Señor, un mensaje de fe iluminada y de servicio perseverante.
A partir de la
profecía de Simeón, María une de modo intenso y misterioso su vida a la misión
dolorosa de Cristo: se convertirá en la fiel cooperadora de su Hijo para la
salvación del género humano.
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