SAN JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 15 de enero de 1997
Jesús perdido y hallado en el templo
1. Como última
página de los relatos de la infancia, antes del comienzo de la predicación de
Juan el Bautista, el evangelista Lucas pone el episodio de la peregrinación de
Jesús adolescente al templo de Jerusalén. Se trata de una circunstancia
singular, que arroja luz sobre los largos años de la vida oculta de Nazaret.
En esa ocasión Jesús
revela, con su fuerte personalidad, la conciencia de su misión, confiriendo a
este segundo «ingreso » en la «casa del Padre» el significado de una entrega
completa a Dios, que ya había caracterizado su presentación en el templo.
Este pasaje da la
impresión de que contradice la anotación de Lucas, que presenta a Jesús sumiso
a José y a María (cf. Lc 2, 51). Pero, si se mira bien, Jesús parece
aquí ponerse en una consciente y casi voluntaria antítesis con su condición
normal de hijo, manifestando repentinamente una firme separación de María y
José. Afirma que asume como norma de su comportamiento sólo su pertenencia al
Padre, y no los vínculos familiares terrenos.
2. A través de este episodio, Jesús prepara a su madre para el misterio de la Redención. María, al igual que José, vive en esos tres dramáticos días, en que su Hijo se separa de ellos para permanecer en el templo, la anticipación del triduo de su pasión, muerte y resurrección.
Al dejar partir a su
madre y a José hacia Galilea, sin avisarles de su intención de permanecer en
Jerusalén, Jesús los introduce en el misterio del sufrimiento que lleva a la
alegría, anticipando lo que realizaría más tarde con los discípulos mediante el
anuncio de su Pascua.
Según el relato de
Lucas, en el viaje de regreso a Nazaret, María y José, después de una jornada
de viaje, preocupados y angustiados por el niño Jesús, lo buscan inútilmente
entre sus parientes y conocidos. Vuelven a Jerusalén y, al encontrarlo en el
templo, quedan asombrados porque lo ven «sentado en medio de los doctores,
escuchándoles y preguntándoles » (Lc 2, 46). Su conducta es muy diversa de
la acostumbrada. Y seguramente el hecho de encontrarlo al tercer día revela a
sus padres otro aspecto relativo a su persona y a su misión.
Jesús asume el papel
de maestro, como hará más tarde en la vida pública, pronunciando palabras que
despiertan admiración: «Todos los que lo oían estaban estupefactos por su
inteligencia y sus respuestas» (Lc 2, 47). Manifestando una sabiduría que
asombra a los oyentes, comienza a practicar el arte del diálogo, que será una
característica de su misión salvífica.
Su madre le pregunta:
«Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te
andábamos buscando » (Lc 2, 48). Se podría descubrir aquí el eco de los
«porqués» de tantas madres ante los sufrimientos que les causan sus hijos, así
como los interrogantes que surgen en el corazón de todo hombre en los momentos
de prueba.
3. La respuesta
de Jesús, en forma de pregunta, es densa de significado: «Y ¿por qué me
buscabais? ¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?» (Lc 2,
49).
Con esa expresión,
Jesús revela a María y a José, de modo inesperado e imprevisto, el misterio de
su Persona, invitándolos a superar las apariencias y abriéndoles perspectivas
nuevas sobre su futuro.
En la respuesta a su
madre angustiada, el Hijo revela enseguida el motivo de su comportamiento.
María había dicho: «Tu padre», designando a José; Jesús responde: «Mi Padre»,
refiriéndose al Padre celestial.
Jesús, al aludir a su
ascendencia divina, más que afirmar que el templo, casa de su Padre, es el
«lugar» natural de su presencia, lo que quiere dejar claro es que él debe
ocuparse de todo lo que atañe al Padre y a su designio. Desea reafirmar que
sólo la voluntad del Padre es para él norma que vincula su obediencia.
El texto evangélico
subraya esa referencia a la entrega total al proyecto de Dios mediante la
expresión verbal «debía », que volverá a aparecer en el anuncio de la Pasión
(cf. Mc 8, 31).
Así pues, a sus padres
se les pide que le permitan cumplir su misión donde lo lleve la voluntad del
Padre celestial.
4. El evangelista
comenta: «Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio» (Lc 2,
50).
María y José no
entienden el contenido de su respuesta, ni el modo, que parece un rechazo, como
reacciona a su preocupación de padres. Con esta actitud, Jesús quiere revelar los
aspectos misteriosos de su intimidad con el Padre, aspectos que María intuye,
pero sin saberlos relacionar con la prueba que estaba atravesando.
Las palabras de Lucas
nos permiten conocer cómo vivió María en lo más profundo de su alma este
episodio realmente singular: «conservaba cuidadosamente todas las cosas en su
corazón» (Lc 2, 51). La madre de Jesús vincula los acontecimientos al
misterio de su Hijo, tal como se le reveló en la Anunciación, y ahonda en ellos
en el silencio de la contemplación, ofreciendo su colaboración con el espíritu
de un renovado «fiat».
Así comienza el primer
eslabón de una cadena de acontecimientos que llevará a María a superar
progresivamente el papel natural que le correspondía por su maternidad, para
ponerse al servicio de la misión de su Hijo divino.
En el templo de
Jerusalén, en este preludio de su misión salvífica, Jesús asocia a su Madre a
sí; ya no será solamente la madre que lo engendró, sino la Mujer que, con su
obediencia al plan del Padre, podrá colaborar en el misterio de la Redención.
De este modo, María,
conservando en su corazón un evento tan rico de significado, llega a una nueva
dimensión de su cooperación en la salvación.
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