Homilía del Cardenal Mario Aurelio Poli
En la Iglesia Catedral de Buenos Aires
El 11 de noviembre de 2016
Solemnidad de San Martín de Tours
Lecturas: Isaías 61, 1-3ª; Salmo 88; 2Cor 5, 14-20; Mateo 25,
31-40
En la tradición
cristiana, quien se abre a la Escritura inspirada por Dios, es educado en la
justicia y está mejor preparado para hacer siempre el bien (cfr. 2Tim 3,
16-17).
Al escuchar la
vocación profética de Isaías, se advierte el lenguaje esperanzador que Dios
pone en boca de su enviado: una buena noticia para los pobres; además, dispone
sus manos para vendar los corazones heridos, liberar a los cautivos y dar
libertad a los prisioneros. Con este enviado, Dios se toma la revancha y
entonces, consolará ante la partida de familiares y amigos, habrá óleo de
alegría para todos y cambiará su opresión por un canto de alabanza. Tan
importante es este texto en todo el Antiguo Testamento, que Jesús hace suya
esta profecía en la sinagoga de Nazaret. Al comienzo de su ministerio público
lee el mismo texto de Isaías y proclama «que HOY se ha cumplido esta
Escritura». El Hijo de Dios es la buena noticia para los pueblos de todos los
tiempos, es el liberador por excelencia, y por donde pasa, deja la alegría en
el corazón de todos aquellos que quieren construir el reino de justicia y de
paz que Él anunció. Él mismo vendrá a darle plenitud. Los pobres, los enfermos,
los prisioneros y perseguidos por practicar la justicia, los refugiados y
marginados en general, no son una estadística en el Evangelio de Jesús, sino
que los convirtió en el lugar privilegiado donde Él quiso quedarse. Son sus
pequeños y Él mismo se convierte en testigo de nuestra justicia y caridad para
con ellos: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis
hermanos, lo hicieron conmigo».
San Mateo colocó esta parábola sobre el Reino que acabamos de proclamar, cuando Jesús se dirige a su Pasión. El mensaje es claro: si deseamos encontrarnos con Jesús resucitado, Él se deja encontrar en los que están en la periferia de nuestra vida, y por eso nos invita a no pasar indiferentes e insensibles ante el dolor o situaciones de indigencia. El ejemplo del buen samaritano, sin ser un hombre religioso, en paralelo con la enseñanza de este día, sigue teniendo vigencia en nuestros días. Jesús reparó en su gesto misericordioso porque tuvo compasión de un prójimo que no conocía. Ahí está el Señor en nuestros barrios, anda escondido en sus pequeños y hay muchas ocasiones en el día para encontrarnos mano a mano con él. El feliz encuentro dependerá de cómo pasamos por la vida…
Cumpliendo con una
antigua tradición, don Juan de Garay y los primeros miembros del Cabildo, unos
días después de fundada la Ciudad, el 20 de octubre de 1580, se reunieron para
darle un santo como Protector y Patrono. Según consta en las actas, echaron
suerte y recayó en San Martín. No conformes con darles un santo francés a una
colonia española, reiteraron por tres veces la elección; al repetirse su
nombre, entendieron que era un signo del Cielo y aceptaron su patrocinio sobre
la ciudad de la Santísima Trinidad del Puerto de los Buenos Aires.
La vida de Martín de
Tours es apasionante. Su existencia recorre todo el siglo IV, bajo el decadente
imperio romano. Padres paganos, educado en la humanidades de la formación
clásica, alistado en el ejército desde su juventud, conoce el cristianismo y
mientras se prepara para recibir los sacramentos, debe servir en la Legión que
custodia los frentes de batalla contra los pueblos bárbaros que en ese tiempo
pasan la frontera del Rhin y quieren ocupar el mediodía del continente europeo.
Se dice que tenemos el santo que merecemos… Lo que narra su biógrafo
contemporáneo, Sulpicio Severo, nos puede dar la pista para entender por qué lo
tenemos de patrono:
«Cierto día, no
llevando consigo nada más que sus armas y una sencilla capa militar (era
entonces un invierno más riguroso que de costumbre, hasta el punto de que
muchos morían de frío), encontró Martín, en la puerta de la ciudad de Amiens, a
un pobre desnudo. Como la gente que pasaba a su lado no atendía a los ruegos
que les hacía para que se apiadaran de él, el varón lleno de Dios, comprendió
que si los demás no tenían piedad, era porque el pobre le estaba reservado a
él. ¿Qué hacer? No tenía más que la capa militar. Lo demás ya lo había dado en
ocasiones semejantes. Tomó pues la espada que ceñía, partió la capa por la
mitad, dio una parte al pobre y se puso de nuevo el resto. Entre los que
asistían al hecho, algunos se pusieron a reír al ver el aspecto ridículo que
tenía con su capa partida, pero muchos en cambio, con mejor juicio, se dolieron
profundamente de no haber hecho otro tanto, pues teniendo más hubieran podido
vestir al pobre sin sufrir ellos la desnudez. A la noche, cuando Martín se
entregó al sueño, vio a Cristo vestido con el trozo de capa con que había
cubierto al pobre. Se le dijo que mirara atentamente al Señor y la capa que le
había dado. Luego oyó al Señor que decía con voz clara a una multitud de
ángeles que lo rodeaban: “Martín, siendo todavía catecúmeno, me ha cubierto con
este vestido”. En verdad el Señor, recordando las palabras que él mismo dijera:
“Lo que hicieron a uno de estos pequeños, a mí me lo hicieron” (Mt 25,40),
proclamó haber recibido el vestido en la persona del pobre. Y para confirmar
tan buena obra se dignó mostrarse llevando el vestido que recibiera el pobre»
Ahí está la clave:
Dios nos regaló un Santo que no pasó indiferente. ¿Acaso los que compartimos
esta bendita ciudad no tenemos que imitarlo? Pasar indiferente y acostumbrarnos
a tantos rostros sufrientes que nos cruzamos a diario. La indiferencia seca el
corazón, alimenta el egoísmo, llena de sinsentido nuestra vida y nos aísla de
la realidad.
Martín no fue
indiferente, ni le importó presentarse en ridículo con media capa de su
uniforme. Tuvo lo que buscaba: un encuentro personal con Jesucristo. «Solo le
pido a Dios que no sea indiferente...», tarareamos los porteños. Es el
principio básico de toda vocación pública. Ahí está Martín, cristiano, monje,
obispo, que pasó por la vida como su Maestro, haciendo el bien. No sé si lo
merecemos los porteños, pero seguro que necesitamos su testimonio para seguirlo,
para construir la fraternidad que perdimos.
Comprometerse,
incomodarse, posponer proyectos personales por el bien común, pensar en el otro
y sin discursos, sino con gestos de grandeza, desapareciendo, para que el
servicio quede claro que nace del corazón. Hay signos solidarios que nuestro
pueblo los practica en silencio y anónimamente. Compartir y dar es más que
recibir.
¿Es que hay ejemplos
para imitar en nuestra historia de Nación? ¿Cuáles? Hay uno que este año brilla
como la estrella Sirio y nos orienta en la búsqueda del bien común.
«Hace 200 años los
congresales de Tucumán pensaron en nosotros, y no cabe duda de que somos la
razón de la sacrificada y riesgosa entrega de sus vidas, tiempo e intereses,
que sin titubeos nos ofrecieron [...]. Y «“llenos de santo ardor por la
justicia”, prometieron ante “Dios y la señal de la Cruz” sostener “estos
derechos hasta con la vida, haberes y fama”» . Entre la primera generación de
argentinos hay muchos ejemplos de quienes se echaron la Patria al hombro. La
inspiración evangélica de los padres que proclamaron la Independencia y la
Libertad, no deja de ser una invitación a ser creativos e imaginar a nuestro
país como un gran espacio de convivencia fraterna.
Ustedes han entrado
por la puerta Santa del Jubileo de la Misericordia. La Puerta es Cristo. El
mismo en el evangelio de San Juan ha dicho: «Yo soy la puerta, el que entre por
mí se salvará, podrá entrar y salir y siempre tendrá alimento» (Jn 10). Pasar
la Puerta Santa es entrar en su modo de amar, de perdonar, de mirar a los demás
con un corazón misericordioso. Cuando los bautizados pasamos la Puerta Santa
renovamos el deseo de que el modo de ser de Jesús sea el nuestro.
El alimento que nos da Cristo es su Cuerpo y su Sangre. Es la Misa. Siempre la mesa está dispuesta para recibir a los hijos y, cuando comulgamos, todo el bien espiritual pasa del sacramento a nuestras vidas, para que como Martín, nuestro Patrono, pasemos por la vida haciendo el bien .
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