Sábado de la 32ª semana
MODO DE ORAR
I. ¿Debe ser vocal la
oración? El Profeta David dice así: Con mi voz clamé al Señor; con mi voz al
Señor rogué (Sal 141, 2).
La oración singular,
qué se ofrece por una persona particular, no es necesario que sea vocal; pero
únese la palabra a tal oración por tres razones:
1º) Para excitar la
devoción interior, por la cual el espíritu del que ora se eleva a Dios, pues el
espíritu del hombre se mueve según la aprensión, y por consiguiente según el
afecto, por medio de los signos externos, ya de las voces, ya también de
algunos hechos. Por esto dice San Agustín que: "nosotros nos excitamos más
vivamente a acrecentar el deseo santo con las palabras y otros signos"*. De modo que, en la oración singular, debe usarse de
palabras y otros signos, tanto como conviene, para excitar el espíritu
interiormente. Pero si con ello el espíritu se distrae o es impedido de algún
modo debe desistirse de ello, lo cual acontece principalmente en aquéllos cuyo
espíritu está suficientemente dispuesto a la devoción sin tales signos. Así
dice el Salmista: Contigo habló mi corazón, mi rostro te ha buscado (Sal 26,
8); y de Ana se lee, que hablaba en su corazón (1 Reyes 1, 13).
2º) Se añade la
oración vocal como para pagar una deuda, esto es, para que el hombre sirva a
Dios con todo lo que de él recibe, es decir, no sólo con el alma, sino también
con el cuerpo.
3º) También se une la oración vocal por cierta redundancia del alma sobre el cuerpo, a causa del afecto vehemente, según aquello del Salmo (15, 9): Se alegró mi corazón, y se regocijó mi lengua.
II. ¿Debe ser atenta
la oración?
Una cosa es necesaria
de dos modos: 1º, si por ella se llega mejor al fin, y según esto la atención
es absolutamente necesaria a la oración; 2º, si sin ella no puede conseguirse
su efecto. El efecto de la oración es triple:
El primero es común a
todos los actos informados por la caridad, que es merecer, y para este efecto
no se requiere necesariamente que la atención acompañe del todo a la oración,
sino que la fuerza de la primera intención, por la que uno se pone a orar, hace
meritoria toda la oración.
El segundo efecto de
la oración es impetrar, y a este efecto también basta la primera intención, que
Dios considera principalmente; pero si la primera intención falta, la oración
ni es meritoria ni impetratoria; porque Dios no oye la oración a que no atiende
el que ora.
El tercer efecto de la
oración es el que produce de presente, es decir, cierta refección espiritual
del alma, y para esto se requiere necesariamente la atención en la oración. Por
eso se dice a los Corintios: Si orare en una lengua... mi menta queda sin fruto
(1 Cor 14, 14).
Hay tres clases de
atención: una, por la que se atiende a las palabras, para no equivocarse en
ellas; la segunda es aquélla por la que se atiende al sentido de las palabras;
y la tercera es por la que se atiende al fin de la oración, esto es, a Dios y
al objeto por el que se ora. Ésta es sobre todo necesaria y pueden tenerla
hasta los idiotas; y a veces es tan intensa la atención con que el alma se
eleva a Dios, que hasta el espíritu se olvida de todo lo demás.
(2ª
2ae , q. LXXXIII, a. 12, 13)
Nota:
*Ad
Prob., epíst, 130 a 121
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