Trigésimo segundo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 671-672: estamos
esperando que todo le sea sometido
CEC 988-991: los justos
vivirán para siempre con Cristo resucitado
CEC 1036, 2612: velamos
habitualmente para el retorno del Señor
Friedrich Wilhelm Von Schadow -
Las vírgenes necias y las prudentes |
CEC 671-672: estamos esperando que todo le sea sometido
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esperando que todo le sea sometido
671 El
Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía
acabado "con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25,
31) con el advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los
ataques de los poderes del mal (cf. 2 Ts 2, 7), a pesar de que
estos poderes hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que
todo le haya sido sometido (cf. 1 Co 15, 28), y "mientras
no [...] haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la
Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a
este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las
criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la
manifestación de los hijos de Dios" (LG 48). Por esta razón los
cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1 Co 11,
26), que se apresure el retorno de Cristo (cf. 2 P 3, 11-12)
cuando suplican: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 20; cf. 1
Co 16, 22; Ap 22, 17-20).
672 Cristo
afirmó antes de su Ascensión que aún no era la hora del establecimiento
glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel (cf. Hch 1,
6-7) que, según los profetas (cf. Is 11, 1-9), debía traer a
todos los hombres el orden definitivo de la justicia, del amor y de la paz. El
tiempo presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio
(cf Hch 1, 8), pero es también un tiempo marcado todavía por
la "tribulación" (1 Co 7, 26) y la prueba del mal
(cf. Ef 5, 16) que afecta también a la Iglesia (cf. 1
P 4, 17) e inaugura los combates de los últimos días (1 Jn 2,
18; 4, 3; 1 Tm 4, 1). Es un tiempo de espera y de vigilia
(cf. Mt 25, 1-13; Mc 13, 33-37).
CEC 988-991: los justos
vivirán para siempre con Cristo resucitado
988 El Credo cristiano —profesión de nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en su acción creadora, salvadora y santificadora— culmina en la proclamación de la resurrección de los muertos al fin de los tiempos, y en la vida eterna.
989 Creemos
firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado
verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los
justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él
los resucitará en el último día (cf. Jn 6, 39-40). Como la
suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad:
«Si el Espíritu de
Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que
resucitó a Jesús de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos
mortales por su Espíritu que habita en vosotros (Rm 8, 11;
cf. 1 Ts 4, 14; 1 Co 6, 14; 2 Co 4,
14; Flp 3, 10-11).
990 El
término "carne" designa al hombre en su condición de debilidad y de
mortalidad (cf. Gn 6, 3; Sal 56, 5; Is 40,
6). La "resurrección de la carne" significa que, después de la
muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros
"cuerpos mortales" (Rm 8, 11) volverán a tener vida.
991 Creer
en la resurrección de los muertos ha sido desde sus comienzos un elemento
esencial de la fe cristiana. "La resurrección de los muertos es esperanza
de los cristianos; somos cristianos por creer en ella" (Tertuliano, De
resurrectione mortuorum 1, 1):
«¿Cómo andan diciendo
algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Si no hay
resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vana
es nuestra predicación, vana también vuestra fe [...] ¡Pero no! Cristo resucitó
de entre los muertos como primicias de los que durmieron» (1 Co 15,
12-14. 20).
CEC 1036, 2612: velamos
habitualmente para el retorno del Señor
1036 Las afirmaciones de la
Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento
a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en
relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento
apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha;
porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son
muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el
camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt 7,
13-14):
«Como no sabemos ni el
día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente
en vela. Para que así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la
tierra mereceremos entrar con Él en la boda y ser contados entre los santos y
no nos manden ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las
tinieblas exteriores, donde "habrá llanto y rechinar de dientes"» (LG 48).
2612 En Jesús “el Reino de Dios está próximo” (Mc 1, 15), llama a la conversión y a la fe pero
también a la vigilancia. En la oración, el discípulo espera atento a Aquel que es y
que viene, en el recuerdo de su primera venida en la humildad de la carne, y en
la esperanza de su segundo advenimiento en la gloria (cf Mc 13; Lc 21, 34-36). En comunión con su Maestro, la oración de
los discípulos es un combate, y velando en la oración es como no se cae en la
tentación (cf Lc 22, 40. 46).
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