CICLO A
Primer domingo de Adviento
CEC 668-677, 769:
la tribulación final
y la venida de
Cristo en gloria
CEC 451, 671, 1130,
1403, 2817: “¡Ven, Señor Jesús!”
CEC 2729-2733: la
vigilancia humilde del corazón
y la venida de Cristo en gloria
I. Volverá en gloria
Cristo reina ya mediante la Iglesia ...
668 "Cristo
murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos" (Rm 14,
9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su participación, en su
humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor:
posee todo poder en los cielos y en la tierra. El está "por encima de todo
principado, potestad, virtud, dominación" porque el Padre "bajo sus
pies sometió todas las cosas"(Ef 1, 20-22). Cristo es el Señor
del cosmos (cf. Ef 4, 10; 1 Co 15, 24. 27-28)
y de la historia. En Él, la historia de la humanidad e incluso toda la Creación
encuentran su recapitulación (Ef 1, 10), su cumplimiento
transcendente.
669 Como Señor,
Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo (cf. Ef 1,
22). Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su misión, permanece
en la tierra en su Iglesia. La Redención es la fuente de la autoridad que
Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la Iglesia (cf. Ef 4,
11-13). "La Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en misterio"(LG 3),
"constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra" (LG 5).
670 Desde la
Ascensión, el designio de Dios ha entrado en su consumación. Estamos ya en la
"última hora" (1 Jn 2, 18; cf. 1 P 4,
7). "El final de la historia ha llegado ya a nosotros y la renovación del
mundo está ya decidida de manera irrevocable e incluso de alguna manera real
está ya por anticipado en este mundo. La Iglesia, en efecto, ya en la tierra,
se caracteriza por una verdadera santidad, aunque todavía imperfecta" (LG 48).
El Reino de Cristo manifiesta ya su presencia por los signos milagrosos
(cf. Mc 16, 17-18) que acompañan a su anuncio por la Iglesia
(cf. Mc 16, 20).
... esperando que todo le sea sometido
671 El Reino de
Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado
"con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25,
31) con el advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los
ataques de los poderes del mal (cf. 2 Ts 2, 7), a pesar de que
estos poderes hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que
todo le haya sido sometido (cf. 1 Co 15, 28), y "mientras
no [...] haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la
Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a
este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las
criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la
manifestación de los hijos de Dios" (LG 48).
Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1
Co 11, 26), que se apresure el retorno de Cristo (cf. 2 P 3,
11-12) cuando suplican: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 20;
cf. 1 Co 16, 22; Ap 22, 17-20).
672 Cristo afirmó
antes de su Ascensión que aún no era la hora del establecimiento glorioso del
Reino mesiánico esperado por Israel (cf. Hch 1, 6-7) que,
según los profetas (cf. Is 11, 1-9), debía traer a todos los
hombres el orden definitivo de la justicia, del amor y de la paz. El tiempo
presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio (cf Hch 1,
8), pero es también un tiempo marcado todavía por la "tribulación" (1
Co 7, 26) y la prueba del mal (cf. Ef 5, 16) que
afecta también a la Iglesia (cf. 1 P 4, 17) e inaugura los
combates de los últimos días (1 Jn 2, 18; 4, 3; 1 Tm 4,
1). Es un tiempo de espera y de vigilia (cf. Mt 25,
1-13; Mc 13, 33-37).
El glorioso advenimiento de Cristo, esperanza de Israel
673 Desde la
Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf Ap 22,
20) aun cuando a nosotros no nos "toca conocer el tiempo y el momento que
ha fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1, 7; cf. Mc 13,
32). Este acontecimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento
(cf. Mt 24, 44: 1 Ts 5, 2), aunque tal
acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén
"retenidos" en las manos de Dios (cf. 2 Ts 2, 3-12).
674 La venida del
Mesías glorioso, en un momento determinado de la historia (cf. Rm 11,
31), se vincula al reconocimiento del Mesías por "todo Israel" (Rm 11,
26; Mt 23, 39) del que "una parte está endurecida" (Rm 11,
25) en "la incredulidad" (Rm 11, 20) respecto a Jesús .
San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después de Pentecostés:
"Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean borrados,
a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que
os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo
de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus profetas"
(Hch 3, 19-21). Y san Pablo le hace eco: "si su reprobación ha
sido la reconciliación del mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección
de entre los muertos?" (Rm 11, 5). La entrada de "la
plenitud de los judíos" (Rm 11, 12) en la salvación mesiánica,
a continuación de "la plenitud de los gentiles (Rm 11, 25; cf. Lc 21, 24),
hará al pueblo de Dios "llegar a la plenitud de Cristo" (Ef 4,
13) en la cual "Dios será todo en nosotros" (1 Co 15,
28).
La última prueba de la Iglesia
675 Antes del
advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que
sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24,
12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21,
12; Jn 15, 19-20) desvelará el "misterio de
iniquidad" bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a
los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la
apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es
decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo
colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2
Ts 2, 4-12; 1Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1
Jn 2, 18.22).
676 Esta impostura
del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez que se pretende llevar
a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino
más allá del tiempo histórico a través del juicio escatológico: incluso en su
forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta falsificación del Reino futuro con
el nombre de milenarismo (cf. DS 3839), sobre todo bajo la forma política de un
mesianismo secularizado, "intrínsecamente perverso" (cf. Pío XI,
carta enc. Divini Redemptoris,
condenando "los errores presentados bajo un falso sentido místico"
"de esta especie de falseada redención de los más humildes"; GS 20-21).
677 La Iglesia
sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que
seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap 19,
1-9). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la
Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino
por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap 20,
7-10) que hará descender desde el cielo a su Esposa (cf. Ap 21,
2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final
(cf. Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este
mundo que pasa (cf. 2 P 3, 12-13).
La Iglesia, consumada en la gloria
769 La Iglesia
"sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo" (LG 48),
cuando Cristo vuelva glorioso. Hasta ese día, "la Iglesia avanza en su
peregrinación a través de las persecuciones del mundo y de los consuelos de
Dios" (San Agustín, De civitate Dei 18, 51; cf. LG 8).
Aquí abajo, ella se sabe en exilio, lejos del Señor (cf. 2Co 5,
6; LG 6),
y aspira al advenimiento pleno del Reino, "y espera y desea con todas sus
fuerzas reunirse con su Rey en la gloria" (LG 5).
La consumación de la Iglesia en la gloria, y a través de ella la del mundo, no
sucederá sin grandes pruebas. Solamente entonces, "todos los justos
descendientes de Adán, `desde Abel el justo hasta el último de los elegidos' se
reunirán con el Padre en la Iglesia universal" (LG 2).
CEC 451, 671, 1130,
1403, 2817: “¡Ven, Señor Jesús!”
451 La oración cristiana está marcada por el título
"Señor", ya sea en la invitación a la oración "el Señor esté con
vosotros", o en su conclusión "por Jesucristo nuestro Señor" o
incluso en la exclamación llena de confianza y de esperanza: Maran atha ("¡el Señor
viene!") o Marana tha ("¡Ven, Señor!") (1 Co 16, 22):
"¡Amén! ¡ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 20).
... esperando que todo le sea sometido
671 El Reino de
Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado
"con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25,
31) con el advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los
ataques de los poderes del mal (cf. 2 Ts 2, 7), a pesar de que
estos poderes hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que
todo le haya sido sometido (cf. 1 Co 15, 28), y "mientras
no [...] haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la
Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a
este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las
criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la
manifestación de los hijos de Dios" (LG 48).
Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1
Co 11, 26), que se apresure el retorno de Cristo (cf. 2 P 3,
11-12) cuando suplican: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 20;
cf. 1 Co 16, 22; Ap 22, 17-20).
1130 La Iglesia
celebra el Misterio de su Señor "hasta que él venga" y "Dios sea
todo en todos" (1 Co 11, 26; 15, 28). Desde la era apostólica,
la liturgia es atraída hacia su término por el gemido del Espíritu en la
Iglesia: ¡Marana tha! (1 Co 16,22). La liturgia
participa así en el deseo de Jesús: "Con ansia he deseado comer esta
Pascua con vosotros [...] hasta que halle su cumplimiento en el Reino de
Dios" (Lc 22,15-16). En los sacramentos de Cristo, la Iglesia
recibe ya las arras de su herencia, participa ya en la vida eterna, aunque
"aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria del Gran
Dios y Salvador nuestro Jesucristo" (Tt 2,13). "El Espíritu y
la Esposa dicen: ¡Ven! [...] ¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22,17.20).
Santo Tomás resume
así las diferentes dimensiones del signo sacramental: «Unde sacramentum est
signum rememorativum eius quod praecessit, scilicet passionis Christi; et
desmonstrativum eius quod in nobis efficitur per Christi passionem, scilicet
gratiae; et prognosticum, id est, praenuntiativum futurae gloriae» («Por
eso el sacramento es un signo que rememora lo que sucedió, es decir, la pasión
de Cristo; es un signo que demuestra lo que se realiza en nosotros en virtud de
la pasión de Cristo, es decir, la gracia; y es un signo que anticipa, es decir,
que preanuncia la gloria venidera») (Summa theologiae 3, q. 60, a.
3, c.)
1403 En la última Cena, el Señor mismo atrajo la atención de
sus discípulos hacia el cumplimiento de la Pascua en el Reino de Dios: "Y
os digo que desde ahora no beberé de este fruto de la vid hasta el día en que
lo beba con vosotros, de nuevo, en el Reino de mi Padre" (Mt 26,29; cf. Lc 22,18; Mc 14,25). Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía
recuerda esta promesa y su mirada se dirige hacia "el que viene" (Ap 1,4). En su oración, implora su venida: Marana tha (1 Co 16,22),
"Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20), "que tu gracia venga y que este mundo
pase" (Didaché 10,6).
2817 Esta petición
es el Marana Tha, el grito del Espíritu y de la Esposa: “Ven, Señor
Jesús”:
«Incluso aunque esta
oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del Reino, habríamos
tenido que expresar esta petición , dirigiéndonos con premura a la meta de
nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el altar, invocan al Señor
con grandes gritos: “¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer
justicia por nuestra sangre a los habitantes de la tierra?” (Ap 6,
10). En efecto, los mártires deben alcanzar la justicia al fin de los tiempos.
Señor, ¡apresura, pues, la venida de tu Reino!» (Tertuliano, De
oratione, 5, 2-4).
CEC 2729-2733: la
vigilancia humilde del corazón
II. La humilde vigilancia
de la oración
Frente a las dificultades de la oración
2729 La dificultad
habitual de la oración es la distracción. En la oración vocal, la
distracción puede referirse a las palabras y al sentido de estas. La
distracción, de un modo más profundo, puede referirse a Aquél al que oramos,
tanto en la oración vocal (litúrgica o personal), como en la meditación y en la
oración contemplativa. Dedicarse a perseguir las distracciones es caer en sus
redes; basta con volver a nuestro corazón: la distracción descubre al que ora
aquello a lo que su corazón está apegado. Esta humilde toma de conciencia debe
empujar al orante a ofrecerse al Señor para ser purificado. El combate se
decide cuando se elige a quién se desea servir (cf Mt 6,21.24).
2730 Mirado
positivamente, el combate contra el ánimo posesivo y dominador es la
vigilancia, la sobriedad del corazón. Cuando Jesús insiste en la vigilancia, es
siempre en relación a Él, a su Venida, al último día y al “hoy”. El esposo
viene en mitad de la noche; la luz que no debe apagarse es la de la fe: “Dice
de ti mi corazón: busca su rostro” (Sal 27, 8).
2731 Otra
dificultad, especialmente para los que quieren sinceramente orar, es la sequedad.
Forma parte de la oración en la que el corazón está desprendido, sin gusto por
los pensamientos, recuerdos y sentimientos, incluso espirituales. Es el momento
en que la fe es más pura, la fe que se mantiene firme junto a Jesús en su
agonía y en el sepulcro. “El grano de trigo, si [...] muere, da mucho fruto” (Jn 12,
24). Si la sequedad se debe a falta de raíz, porque la Palabra ha caído sobre
roca, no hay éxito en el combate sin una mayor conversión (cf Lc 8,
6. 13).
Frente a las tentaciones en la oración
2732 La tentación
más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se
expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho.
Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y
cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la
verdad del corazón y de su más profundo deseo. Mientras tanto, nos volvemos al
Señor como nuestro único recurso; pero ¿alguien se lo cree verdaderamente?
Consideramos a Dios como asociado a la alianza con nosotros, pero nuestro
corazón continúa en la arrogancia. En cualquier caso, la falta de fe revela que
no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde: «Sin
mí, no podéis hacer nada» (Jn 15, 5).
2733 Otra tentación
a la que abre la puerta la presunción es la acedia. Los Padres
espirituales entienden por ella una forma de aspereza o de desabrimiento
debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la
vigilancia, a la negligencia del corazón. “El espíritu [...] está pronto pero
la carne es débil” (Mt 26, 41). Cuanto más alto es el punto desde
el que alguien toma decisiones, tanto mayor es la dificultad. El desaliento,
doloroso, es el reverso de la presunción. Quien es humilde no se extraña de su
miseria; ésta le lleva a una mayor confianza, a mantenerse firme en la
constancia.
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