lunes, 4 de noviembre de 2019

El ambientalismo se ha convertido para algunos que han abandonado la fe tradicional en un sustituto de la misma - Mons. Anthony Fisher O.P.


S.E.R. Mons. Anthony Fisher O.P.
Arzobispo de Sidney

Homilía en el
Seminario Redemptoris Mater de Sidney
27 de octubre de 2019


Muy queridos hermanos:
Parte de la genialidad del cristianismo a lo largo de los siglos ha sido su capacidad de enriquecerse con ideas que provienen de fuera de él. En nuestra época planteamientos prominentes del mundo secular como la filosofía analítica, la política democrática, la economía capitalista, el análisis marxista, la defensa de los derechos humanos, la crítica feminista o la conciencia psicológica, aun cuando han sido inspirados por el cristianismo, también han sido purificados por él, y en cierto sentido han sido 'bautizados' e incorporados a él, con diversos grados de éxito. El discurso apocalíptico de la adolescente sueca Greta Thunberg en las Naciones Unidas y las "huelgas climáticas" que inspiró y que atrajeron a decenas de miles de estudiantes de escuelas en Australia el mes pasado, o las prácticas más problemáticas del movimiento ‘rebelión contra la extinción’ y nuestro propio sínodo por la Amazonia recientemente desarrollado, no son sino ejemplos más recientes del planteamiento actual llamado ecologismo.

Es casi trivial observar que este ambientalismo se ha convertido para algunos que han abandonado la fe tradicional en un sustituto de la misma. Michael Crichton, autor de Jurassic Park, de La amenaza de  Andrómeda y de otros clásicos,  antes de morir, se refirió al ecologismo como "la religión preferida por los ateos urbanos", una religión que "reinterpreta" las creencias judeocristianas de una nueva manera: "Hay un Edén inicial, un paraíso; es un estado de gracia y de armonía con la naturaleza. Se da una caída original desde la gracia a un estado de contaminación, como resultado de comer del árbol del conocimiento; y como consecuencia de nuestras acciones, se acerca un día de juicio para todos nosotros. Todos somos pecadores de la energía, y estamos condenados a morir, a menos que busquemos la salvación, que ahora se llama sostenibilidad. La sostenibilidad es la salvación en la iglesia del medio ambiente. Así como la comida orgánica es su comunión, el agua libre de pesticidas es lo que beben las personas que tienen las creencias correctas”. Los partidarios de esta fe demuestran un dogmatismo y un celo cuasirreligioso, tienen sus sacerdotes y sacerdotisas, sus credos e incluso rituales.


Así quienes se dejan llevar por las modas confiesan ahora varias 'ecoteologías' y 'espiritualidades de la creación': siempre románticas, apocalípticas o ambas a la vez; a menudo eclécticas, a veces coqueteadoras con un animismo precristiano o con el panteísmo postcristiano. Pero también hay algunos cristianos serios, incluido nuestro Santo Padre, quien ahora reflexiona sobre las implicaciones del movimiento verde para el pensamiento y la acción cristiana. En esto se apoya, por supuesto, en la larga tradición de la doctrina social cristiana sobre el cuidado de la creación, la importancia de la solidaridad global y los deberes para con las generaciones futuras. De igual modo que pasó con la antigua síntesis medieval de la filosofía aristotélica y la teología agustiniana, o la más reciente del análisis marxista con la exégesis bíblica en la teología de la liberación, algunos hoy reaccionan al cambio hacia lo verde en teología con una hostilidad inmediata; otros con entusiasmo ciego y no adulterado; y aun otros con interés, precaución o ambivalencia.

La segunda lectura de la Misa de esta noche es la favorita de los ecoteólogos (Rom 8, 18-25). La consideran como un elemento raro, en medio de una una religión antropocéntrica, explotadora del medio ambiente; un versículo que suena con una melodía muy diferente. Aquí, Pablo celebra la belleza de un cosmos que da a luz y revela 'la libertad y la gloria de los hijos de Dios'. Parece sugerir, quizás con más fuerza que en ningún otro lugar de las Escrituras, que el mundo creado no es solo como un campo de juego para que lo utilicemos a nuestro capricho, sino una obra de arte con valor en sí misma, con un futuro bajo la gracia que es el contexto de nuestro hermoso desarrollo.

Esta lectura de nuestra epístola concuerda con el estado de ánimo actual, que siente horror por la degradación ambiental, por el agotamiento de los recursos y por efectos climáticos tales como los fenómenos meteorológicos extremos, la escasez de agua, los arrecifes de coral moribundos, el aumento del nivel del mar y una selva amazónica en llamas. Ciertamente, la creación gime bajo el peso de la mala gestión humana. Este texto también encaja cómodamente con el desafío cristiano a los valores deshumanizantes y globalmente fatales del materialismo adquisitivo y del consumismo de la cultura del descarte, y propone, en cambio, una mayor reverencia por el mundo natural.

Esto es cierto, hasta donde se pueda afirmar. Pero una lectura atenta del texto muestra que San Pablo no idealiza la naturaleza como algo "bueno", a lo que los seres humanos "malos" nos oponemos como violadores y saqueadores. Es muy consciente de la cautividad a la que está sometida la creación, de su sufrimiento, de sus gemidos, de su propia necesidad y de su ansia de renovación, restauración y glorificación. En el mundo selvático de supervivencia del más apto, hay poco respeto por lo bello y ninguna esperanza por lo débil.

Por esto, la naturaleza, incluso en los escritos más cosmológicos de Pablo, no es la fuente de la gracia y del carácter de la persona: simplemente hay que observar a las gaviotas peleándose por restos de comida para entender que no son modelo de virtud.

El orden natural está tan 'roto' o 'caído' como nuestra naturaleza humana. La creación, según San Pablo, está "esclavizada a la frustración" y anhela ser de otra manera. Y esa gran liberación, esa redención universal, cuando llegue, no será obra de la naturaleza misma, sino de la gracia divina y de la acción humana que cooperan para mejorar el entorno físico, social y espiritual, y finalmente se transfigurarán en la Segunda Venida.

Por lo tanto, el secreto para la correcta relación entre el entorno humano y el medio ambiente es que aprendamos a estar, como Cristo, en la casa, en el mundo de las grandes maravillas de Dios y de inmensa belleza (cf. Col 1, 12-20). Una vez que se conoce y se ama en Dios, no podemos explotar la creación con insensible desprecio, ni convertirla en otro ídolo junto con los tótems del materialismo y el consumismo. Más bien apreciaremos y buscaremos mejorar los ambientes físicos, sociales y espirituales. Así, en su encíclica Laudato Si, el Papa Francisco explora bellamente las tres preocupaciones principales de su santo patrón: el amor al mundo natural y sus criaturas, el amor a la humanidad y especialmente por los pobres, y el amor al Creador de todos ellos. Pide el Papa un replanteamiento radical de nuestra relación con los tres.

La preocupación del Papa Francisco no es por el medio ambiente considerado estrechamente, nuestra casa por así decirlo, sino con todo el 'ecosistema' físico-moral-espiritual (nuestra casa común) y con las relaciones que los seres humanos tienen allí con su Creador, con el mundo y entre sí. Él habla al Sydney contemporáneo con toda su belleza natural y social, su potencial y sus desafíos, sobre nuestras actitudes hacia nuestros propios cuerpos, incluida la necesidad de vivir una masculinidad o feminidad saludable; sobre la mala calidad de vida común que a veces se da en la ciudad, con su anonimato y ritmo frenético de vida, sus relaciones rotas y la falta de responsabilidad intergeneracional; y también sobre actitudes equivocadas hacia el medio ambiente natural. Critica el voraz consumismo de la "sociedad del usar y tirar", la ingenua creencia en el progreso material ilimitado, los peligros del imperativo tecnológico y el peligroso relativismo detrás de gran parte de este pensamiento y comportamiento. Haciéndose eco de las Escrituras y la tradición, nos llama a ser un pueblo más simple y humilde.

Como administradores de la creación en virtud de su humanidad, futuros viticultores en la viña de la Iglesia en virtud de caminar en el Camino, y futuros pastores en el pastoreo de ovejas del reino de Dios en virtud del sacerdocio, estas preocupaciones no deben estar lejos de vuestras mentes. El vínculo inextricable entre el amor del Creador y el amor de Su creación significa una toma de conciencia cristiana muy particular del cuidado pastoral. Donde otros buscan soluciones políticas, financieras o tecnológicas a nuestros problemas mundiales, la Iglesia propone una conversión moral y espiritual antes de cualquier acción de este tipo. Como San Pablo lo pone muy bien hoy: somos uno con toda la creación; nosotros también gemimos internamente mientras esperamos nuestra glorificación corporal y la de todo el cosmos. Esta es nuestra esperanza cristiana.


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