La importancia de la educación
en la
misión de la Iglesia hoy
Cardenal Robert Sarah
Conferencia en la presentación del
Congreso de Católicos y vida pública
La educación está en el corazón de la misión de la Iglesia - Los desafíos antropológicos de la crisis actual de la educación - Educación en las virtudes intelectuales y morales: subjetivación adecuada
Eminencias, Excelencias, queridos
hermanos sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, queridos hermanos y
hermanas en Cristo:
Siento una gran alegría por estar
presente en esta prestigiosa Universidad San Pablo-CEU de Madrid para
participar en el XXI Congreso de Católicos y Vida Pública, al que han tenido la
bondad de invitarme para hablarles de «la
importancia de la educación en la misión de la Iglesia hoy». Querría
expresar mi más profunda gratitud al Excelentísimo señor don Alfonso Bullón de
Mendoza, presidente de la Asociación Católica de Propagandistas y de la
Fundación Universitaria San Pablo CEU, así como a don Rafael Sánchez Saus,
Director de este Congreso, y a sus colaboradores, en particular a don José
Francisco Serrano Oceja, por su acogida tan calurosa y delicada.
Es también una gran alegría para mí
saludar, muy particularmente, a sus Eminencias los señores cardenales Carlos
Osoro Sierra, arzobispo de Madrid; Antonio Cañizares Llovera, arzobispo de
Valencia, y Antonio María Rouco Varela, arzobispo emérito de Madrid, así como a
los rectores de las distintas universidades católicas, por su presencia y su
buena disposición, tan cordiales.
También querría saludar y agradecer muy
cordialmente a los sacerdotes, religiosos, y a todos ustedes, hermanos y
hermanas, que han venido a honrarme con su presencia y con su amistad,
participando en este encuentro.
La Iglesia es Mater, pero
también es Magistra. Esto es una forma de comprender uno de sus
aspectos esenciales. Pío XI llega a afirmar que «todo este conjunto de tesoros
educativos de infinito valor pertenece de una manera tan íntima a la Iglesia,
que viene como a identificarse con su propia naturaleza, por ser la Iglesia el
Cuerpo místico de Cristo, la Esposa inmaculada de Cristo y, por lo tanto, Madre
fecundísima y educadora soberana y perfecta. También el grande y genial san
Agustín, de quien pronto celebraremos el decimoquinto centenario de su muerte,
pronunció, llevado por un santo amor a tal madre, con estas palabras: “¡Oh
Iglesia católica, Madre verdadera de los cristianos! Con razón predicas no solo
que hay que honrar pura y castamente a Dios, cuya posesión es vida dichosa,
sino que también abrazas el amor y la caridad del prójimo, de tal manera que en
ti hallamos todas las medicinas eficaces para los muchos males que por causa de
los pecados aquejan a las almas. Tú adviertes y enseñas puerilmente a los
niños, fuertemente a los jóvenes, delicadamente a los ancianos, conforme a la
edad de cada uno, en su cuerpo y en su espíritu… Tú con una libre servidumbre
sometes a los hijos a sus padres y pones a los padres delante de los hijos con
un piadoso dominio. Tú, con el vínculo de la religión, más fuerte y más
estrecho que el de la sangre, unes a hermanos con hermanos… Tú, no solo con el
vínculo de la sociedad, sino también con el de una cierta fraternidad, ligas a
ciudadanos con ciudadanos, a naciones con naciones; en una palabra, unes a
todos los hombres con el recuerdo de los primeros padres. Enseñas a los reyes a
mirar por los pueblos y amonestas a los pueblos para que obedezcan a los reyes
Enseñas diligentemente a quién se debe honor, a quién afecto, a quién
reverencia, a quién temor, a quién consuelo, a quién aviso, a quién
exhortación, a quién corrección, a quién represión, a quién castigo, mostrando cómo
no todo se debe a todos, pero sí a todos la caridad y a ninguno la ofensa”» [1]. Toda madre es educadora, pero no
toda educadora es madre. Por tanto, la Iglesia debe ejercer su misión educadora
según una modalidad maternal.