Miércoles de la 13ª semana
AMOR DESORDENADO DE SÍ MISMO
Aquél que ama la
iniquidad, aborrece su alma (Sal 10, 6).
I. Se dice que el
hombre es alguna cosa según su principalidad; mas lo principal en el hombre es
el espíritu racional; lo secundario es la naturaleza sensitiva y corporal. A lo
primero llama el Apóstol hombre interior; a lo segundo, exterior. (2 Cor 4).
Los hombres buenos creen que lo principal en ellos es la naturaleza racional, o
sea el hombre interior, por lo que piensan, según esto, ser lo que son; al paso
que los malos consideran como principal en ellos naturaleza sensitiva y
corporal, esto es, el hombre exterior; por lo cual como no se conocen
rectamente a sí mismos, no se aman verdaderamente; sino que aman lo que ellos
opinan ser ellos mismos.
II. Pero los buenos,
conociéndose verdaderamente a sí mismos, se aman también verdaderamente.
Y esto se prueba por
cinco cosas, que son propias de la amistad.
1º) Todo amigo
quiere ante todo que su amigo exista y viva; 2º) quiere bienes para él; 3º)
ejecuta cosas buenas para él; 4º) vive con él agradablemente; 5º) concuerda con
él, compartiendo por igual sus penas y sus alegrías. Según esto, los buenos se
aman a sí mismos en cuanto al hombre interior, puesto que quieren conservarlo
en toda su integridad, y le desean bienes, que son los bienes espirituales;
dedican su actividad a conseguirlos y con gusto vuelven a su propio corazón,
porque en él encuentran buenos pensamientos para el presente, el recuerdo de
las buenas acciones pasadas y la esperanza de las futuras, por las cuales se
produce la deleitación. Igualmente no toleran en sí mismos la disensión de la
voluntad, porque toda su alma tiende hacia un mismo fin.
III. Por el
contrario, los malos no quieren conservarse en la integridad del hombre
interior, ni apetecen los bienes espirituales, ni trabajan con ese fin, ni les
agrada vivir con él volviendo a su corazón, porque allí encuentran males tanto
presentes como pasados y futuros, que aborrecen; ni aun concuerdan con él
porque su conciencia les remuerde, según aquello del Salmo (49, 21): Te
argüiré, y te pondré delante de tu cara. De la misma manera puede probarse que
los malos se aman a sí mismos según la corrupción del hombre exterior; pero no es
así como los buenos se aman a sí mismos.
Así, pues, el amor
de sí mismo, que es el principio del pecado, es el que es propio de los malos y
llega hasta el desprecio de Dios; porque los malos desean los bienes exteriores
hasta el punto de despreciar los espirituales.
(2ª 2ae , q. XXV, a.
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