La siguiente es una
guía para poder celebrar en nuestras casas, en este tiempo de pandemia.
Los textos que
están en rojo (rúbricas) no son para leer en voz alta y tienen la función de
dar algunas indicaciones sobre lo que hay que ir haciendo. De acuerdo a las
posibilidades de la persona y/o grupo familiar se realizará todos o algunos de
los momentos celebrativos propuestos.
Para preparar antes de la
celebración:
- Un lugar cómodo que permita el
recogimiento y la oración familiar.
- Un pequeño altar con los elementos
que a la familia le son significativos: un mantel, una vela encendida, una
cruz, la imagen de la Virgen María, etc.
- Una Biblia desde la cual se
proclamará el Evangelio.
SALMO 26
¡Cantaré y celebraré
con mi vida al Señor!
El señor es mi luz y
mi Salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa
de mi vida,
¿quién me hará
temblar?
Aunque venga un
ejército contra mí,
mi corazón no temerá;
aunque estalle contra
mí la guerra,
no perderé la
confianza.
¡Cantaré y celebraré
con mi vida al Señor!
Solamente una cosa hoy
pido a Dios,
y por ella suspiro:
vivir en la casa del
Señor
toda mi vida.
Porque en su templo Él
me guardará
en la hora del
peligro;
me pondrá en lo más
oculto de su casa,
me afirmará sobre una
roca.
¡Cantaré y celebraré
con mi vida al Señor!
¡Oye, Señor bueno, mi
oración,
ten piedad y
respóndeme!
¡Señor, mi corazón te
habla,
mis ojos, los tuyos
buscan!
¡No me rechaces, ni me
abandones,
Señor, mi Salvador!
Si mi padre y mi madre
me dejaran,
Vos me recibirás.
¡Cantaré y celebraré
con mi vida al Señor!
Sé que gozaré de los
bienes del Señor
en la tierra de los
vivos.
¡Confía en Dios, sé
fuerte y animoso;
espera en el Señor!
¡Cantaré y celebraré
con mi vida al Señor!
Luego el
adulto que guía la celebración (G) invita a todos a hacerse la señal de la
cruz, mientras dicen:
Todos: En el nombre del
Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
G: Familia, bendigamos
al Señor, que en su bondad nos invita a compartir la mesa de su Palabra.
Todos
responden:
Bendito sea Dios, por los siglos.
Y continúa: Para poder hacer esta
celebración con espíritu fraterno y en paz, pidamos perdón por nuestras faltas
de amor a Dios y entre nosotros:
Todos hacen un
breve momento de silencio, y a continuación el que guía la celebración dice:
G: Tú, que te revelas a
los pequeños. Señor, ten piedad
Todos: Señor, ten piedad.
G: Tú, que alivias a los
afligidos y agobiados. Cristo, ten piedad.
Todos: Cristo, ten piedad.
G: Tú, que eres paciente
y humilde de corazón. Señor, ten piedad.
Todos: Señor, ten piedad.
G: Dios todopoderoso
tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida
eterna.
Todos: Amén.
Escuchamos la Palabra
Habiendo
marcado previamente el texto que se escuchará y puestos todos de pie, alguien
toma la Biblia del altar familiar y proclama el evangelio de este domingo Mateo
11, 25-30. Si se prefiere se puede tomar el texto que transcribimos aquí abajo.
Del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Mateo 11, 25-30
Jesús dijo:
Te alabo, Padre, Señor
del cielo y de la tierra, porque, habiendo ocultado estas cosas a los sabios y
a los prudentes, las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has
querido.
Todo me ha sido dado
por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al
Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mí todos los
que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi
yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así
encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.
Palabra del Señor
Reflexionamos en familia
Se puede hacer
una reconstrucción del evangelio, con preguntas para dialogar en familia.
Además, puede leerse la siguiente reflexión:
«¡Te alabo, Padre!»,
dice Jesús al comienzo del evangelio, casi como un grito que confirma aquella
invitación del profeta al pueblo de Israel: «¡Alégrate mucho, hija de Sión!
¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén!» (Zac. 9,9).
Antes de meternos más
en el evangelio conviene que nos preguntemos… ¿en qué momento nosotros alabamos
a Dios? ¿lo hacemos? ¿frente a qué situaciones expresamos una alabanza con el
corazón pleno? Seguramente la mayor parte de las veces, o todas, refieren a
momentos de alegría, de satisfacción y de paz, cuando vemos que se cumplieron
nuestros deseos, o se solucionaron nuestros problemas. Y es bueno que así sea.
Pero ¿son esas las
situaciones que en las que Jesús alaba al Padre, o en las que el profeta invita
a la alabanza a Israel?
En el evangelio de
Mateo que leemos durante el ciclo A de la liturgia, estos versículos vienen
luego de que Jesús experimenta la poca fe de sus compatriotas y de haberse
lamentado de las ciudades de Galilea. Por tanto, más bien es la desilusión y el
dolor el contexto de la alabanza de Jesús.
En medio del dolor por
la falta de fe de sus hermanos, Jesús alaba a Dios porque nunca deja de
revelarse a los pequeños. En la angustia de quien siente el rechazo, Jesús
alaba al Padre porque está siempre presente, sosteniendo su vida, y la vida de
todos los que se reconocen pequeños, y necesitan ser aliviados en sus penas y
fatigas.
Lo mismo encontramos
en el mensaje de Zacarías que exhorta a Israel a la alabanza y a llenarse de
alegría, aunque se encuentre momentáneamente cautivo, oprimido por otros
pueblos. Porque la alegría y la alabanza no vienen del éxito conseguido, sino
de la presencia del Dios manso que liberará a quien confía en él.
En medio de lo que nos
preocupa y nos amenaza, es necesario alabar a Dios. Porque esa alabanza es la
que despierta la esperanza y fortalece el corazón. Ya sea el Covid-19, ya sea
la situación económica que nos aplasta, ya sea la soledad que nos deprime o el
cansancio de tantas palabras que no dicen nada… ninguna situación puede
robarnos la alegría de ver entre nosotros a un Dios humilde que se ofrece como
descanso y que, compasivo, nos dice: «Vengan a mí todos los que están afligidos
y agobiados, y yo los aliviaré».
En la experiencia de
encuentro con Jesús que nunca se apartó de nosotros, podemos repetir hoy sus
palabras y clamar al cielo: ¡Te alabamos, Padre, porque te mostraste a tus
pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido!
«Que todas tus obras
te den gracias, Señor, y tus fieles te bendigan; que anuncien la gloria de tu
reino y proclamen tu poder. El Señor es fiel en todas sus palabras y bondadoso
en todas sus acciones. El Señor sostiene a los que caen y endereza a los que
están encorvados» (Salmo 144, 13c-14)
VENGAN A MÍ
Vengan a mí todos,
Vengan a mí, vengan a
mí.
Te alabo, Padre, Señor
de cielo y tierra,
te ocultaste a los
necios.
Te revelaste a los
pobres y pequeños;
sí, Padre, así lo has
querido.
Vengan a mí los
agobiados,
Yo los aliviaré.
Carguen mi yugo y
aprendan de mí,
soy manso y humilde.
Encontrarán alivio en
mí,
mi yugo es suave y mi
carga liviana..
Confesamos nuestra fe
G: Como familia de Dios vamos a
expresar con alegría nuestra de fe diciendo: «Creo, Señor»
Alguno de los presentes va
proponiendo las fórmulas de fe, a las que todos responden.
Lector: En Dios Padre, creador del
cielo y de la tierra…
Todos: «Creo, Señor»
Lector: En Jesucristo, su único Hijo,
nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de
Santa María Virgen…
Todos: «Creo, Señor»
Lector: En Jesucristo, que padeció bajo
el poder de Poncio Pilato fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los
infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos…
Todos: «Creo, Señor»
Lector: En Jesucristo, que subió a los
cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso, y que desde
allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos…
Todos: «Creo, Señor»
Lector: En el Espíritu Santo, la santa
Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la
resurrección de la carne y la vida eterna…
Todos: «Creo, Señor»
Presentamos nuestra oración
G: “Vengan a mí todos
los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré”, dice el Señor. Por eso
con confianza le presentamos nuestras intenciones. A cada intención respondemos:
“Escúchanos, Padre bueno”.
Lector: Para que la Iglesia
anuncie el Evangelio con la sencillez y pobreza de Jesús, pidamos al Padre.
Para que los hombres y mujeres que son dirigentes
en nuestro país pongan sus conocimientos y capacidades para ayudar
especialmente a los más afectados por la pandemia, pidamos al Padre.
Para que los enfermos, los afligidos y agobiados
por esta situación que estamos viviendo encuentren alivio en sus dificultades,
pidamos al Padre.
Para que los trabajadores encuentren sentido a sus
esfuerzos y no pierdan la esperanza en estos tiempos difíciles, pidamos al
Padre.
Para que siguiendo el ejemplo de los sencillos y
humildes, alabemos siempre al Padre, pidamos al Padre.
Quien lo
desee, puede agregar intenciones.
Después, quien
anima la oración, dice: Concluyamos nuestra celebración en familia, diciendo
juntos la oración que Jesús enseñó a los apóstoles: Padre nuestro que estás en
el cielo…
G: Oremos.
Dios Padre, que te revelas a los pequeños y das tu
herencia a los pacientes,
haznos pobres, libres y alegres, a imitación de
Cristo tu Hijo,
para llevar con él el suave yugo de la cruz
y anunciar a los hombres la alegría que viene de
ti.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Pedimos a Dios su bendición
Quien anima la oración, invocando la
bendición de Dios, y santiguándose, dice:
El Señor nos bendiga,
nos defienda de todo mal
y nos lleve a la Vida eterna.
Y todos responden: Amén.
O bien:
Que nos bendiga y nos custodie
el Señor omnipotente y
misericordioso,
el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo.
Y todos responden: Amén.
Cantad a María
Cantad a María la Reina del cielo,
del hombre consuelo, de Dios alegría.
/Cantad, cantad,
cantad a María./ (bis)
Cantad a María, la virgen sin mancha,
la llena de gracia, por Dios elegida.
Cantad a María, la estrella del alba,
que anuncia a las almas el Sol de alegría.
Cantad a María, que dio de su carne
el Cuerpo y la Sangre al Verbo de Vida.
Una vez que se ha pedido la bendición
de Dios, la familia puede realizar alguna de las siguientes oraciones,
preparadas especialmente para este tiempo de pandemia.
Invocación del Papa
Francisco a San José
Protege, Santo
Custodio, este país nuestro.
Ilumina a los
responsables del bien común,
para que ellos
sepan - como tú - cuidar a las personas
a quienes se les
confía su responsabilidad.
Da la inteligencia
de la ciencia a quienes buscan los medios adecuados para la salud
y el bienestar
físico de los hermanos.
Apoya a quienes se
sacrifican por los necesitados: l
os voluntarios,
enfermeros, médicos,
que están a la
vanguardia del tratamiento de los enfermos,
incluso a costa de
su propia seguridad.
Bendice, San José,
la Iglesia:
a partir de sus
ministros, conviértela en un signo e instrumento de tu luz y tu bondad.
Acompaña, San José,
a las familias:
con tu silencio de
oración, construye armonía entre padres e hijos,
especialmente
en los más pequeños.
Preserva a los
ancianos de la soledad:
asegura que ninguno
sea dejado en la desesperación
por el abandono y
el desánimo.
Consuela a los más
frágiles,
alienta a los que
flaquean, intercede por los pobres.
Con la Virgen
Madre, suplica al Señor
que libere al mundo
de cualquier forma de pandemia.
Amén.
Invocación a la
protección de
San José Gabriel
del Rosario Brochero
Señor, de quien
procede todo don perfecto,
Tú esclareciste a
San José Gabriel del Rosario,
por su celo
misionero, su predicación evangélica
y su vida pobre y
entregada;
concede con su
intercesión, la gracia que te pedimos:
por su entrega en
la asistencia de los enfermos y moribundos
de la epidemia de
cólera que azotó a la ciudad de Córdoba,
te pedimos por
nuestra Patria y el mundo entero,
líbranos de la
actual pandemia y de todo mal.
Por Jesucristo,
nuestro Señor.
Amén
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