lunes, 8 de junio de 2020

Meditaciones después del tiempo pascual con textos de Santo Tomás de Aquino 58


Lunes después de la Santísima Trinidad

LA IMAGEN DE DIOS EN EL HOMBRE



1. Crió Dios al hombre a su imagen (Gen 1, 27). El hombre es en gran manera semejante a Dios en cuanto que la naturaleza intelectual puede imitar mucho a Dios. Pero en lo que más imita a Dios la naturaleza intelectual es en que Dios se conoce y se ama a sí mismo. Por consiguiente podemos considerar desde tres aspectos la imagen de Dios en el hombre:

Uno, en la aptitud natural que el hombre tiene para conocer y amar a Dios; y esta aptitud reside en la misma naturaleza del espíritu, que es común a todos los hombres.

Otro, en que el hombre conoce actual o habitualmente a Dios y lo ama, aunque de un modo imperfecto, y esta imagen surge de la conformidad que da la gracia.


Tercero, en que el hombre conoce a Dios en acto y le ama perfectamente; y ésta es la imagen según la semejanza que da la gloria. Por lo cual, sobre aquello: Sellada está, Señor, sobre nosotros la imagen de tu rostro (Sal 4, 7), distingue la Glosa tres clases de imagen: de creación, de restauración y de semejanza. La primera se encuentra en todos los hombres; la segunda, únicamente en los justos; la tercera, sólo en los bienaventurados.
(1ª, q. XCIII, a. 4)

II. La imagen de Dios está principalmente en nosotros, cuando en acto conocemos y amamos a Dios. Pues la criatura intelectual, se asemeja en gran manera a Dios por ser intelectual; ya que posee esa semejanza sobre las demás criaturas y esto incluye a todas las otras.

Por lo que hace al género de esta semejanza, más se asemeja Dios cuando lo conoce en acto que cuando lo conoce en hábito o en potencia, pues Dios es siempre inteligente en acto.

Y cuando conoce en acto, se asemeja en gran manera a Dios, por cuanto conoce al mismo Dios; y Dios conoce todas las otras cosas, conociéndose a sí mismo.
(Contra Gentiles, lib., III, cap. 23)

Así, pues, la imagen de la Trinidad se considera primaria y principalmente en el alma según sus actos, es decir, por el conocimiento que tenemos pensando, y del que formamos el verbo interno, del cual prorrumpimos en amor; secundariamente y como por consecuencia según sus potencias y principalmente según sus hábitos, esto en cuanto incluyen virtualmente los actos.
(1ª, q. XCIII, a. 7)

III. La imagen de Dios en el hombre puede estar tan borrosa que sea casi nula, como en los que no tienen uso de razón; o bien oscura y deforme, como en los pecadores; o clara y hermosa, como en los justos (San Agustín, De Trin., I. 14, c. 4).
(1ª, q. XCIII, a. 8, ad 3eum)

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