IV. UNA DIFICULTAD PARA EL APOSTOLADO
La escasez del dinero y artes para
remediarla
Como
los ociosos operarios de la parábola evangélica excusaban su ociosidad con la
razón de que nadie lOs conducía o llamaba a trabajar, harto frecuentemente oímos
cohonestar muchas ociosidades y no pocos brazos caídos con esta palabra, que
suele decirse con aire de razón definitiva.
Sin
dinero y sin las influencias y auxilios que el dinero da ¿qué vamos a
hacer? Ésa es la pregunta que
intentaré responder en este capítulo.
La incuestionable escasez de dinero
para muchas obras buenas
Es
cierto de toda certeza:
1º
Que hace falta dinero para las obras de que hablamos, ¡claro que sí! Un
catecismo y una escuela necesitan dinero; un centro, una biblioteca, un círculo
de estudios, una mutualidad, una propaganda cualquiera necesitan casa, luz,
muebles, dependientes, libros, materiales; es decir, necesitan dinero, y de
ordinario, mientras con más dinero cuenten, más bien podrán hacer.
2º
Que el dinero católico escasea, y mucho, en determinados sitios y para
determinadas obras. Dice un amigo que
uno de los trabajos a que preferentemente deben dedicarse hoy los cristianos es
a bautizar un sinnúmero de pesetas
que andan por ahí, y aun en cajas de católicos más moras que el mismísimo Sultán de Marruecos.
Sí, ahora que estamos en la época del
laicismo, hay que tener en cuenta que la mayor parte del dinero que circula por
el mundo es laico.
Sin
que podamos decir, porque sería una gran mentira y una gran injusticia, que se
han secado los cauces de la generosidad cristiana, bien puede asegurarse que en
determinadas circunstancias y para determinadas obras sufren interrupciones o
mermas bastante lamentables.
Es
un hecho, desgraciadamente muy cierto, que en no pocas obras católicas se
padecen hambre y sed de muchas cosas por falta de dinero.
No todo se hace con dinero
Pero con ser todo eso
tan cierto, todavía me atrevo a asegurar que en lo de la dificultad del dinero,
hay un poco, mejor digo, hay un mucho de bu
con que se amedranta a los niños. Y si
no, vamos a cuentas.
¿Qué es el dinero?
Dejándonos de definiciones, que no son del caso, y circunscribiéndonos al
aspecto, bajo el cual lo consideramos aquí, el dinero no es más que uno de los elementos de la acción
católica o de la propaganda, y no el principal.
Elementos
de esas obras son la gracia de Dios, en primer término, el amor de Dios y del
prójimo, la iniciativa propia, la buena voluntad, el talento organizador, el
estudio, la constancia, la palabra hablada o escrita, la simpatía, la
laboriosidad, etc., todos los cuales pueden, en absoluto, obtenerse y
ejercitarse sin dinero; al paso que
éste no puede hacer nada sin todos ellos y muy poco faltando alguno solamente.
La obsesión del dinero
Y ocurre este singular
fenómeno cuando se trata de fundar o emprender una obra buena. Se piensa en el local, en el exorno del
mismo, en lo que pudiéramos llamar mecanismo exterior de la obra, y no se
piensa o se piensa menos en contar con Dios, para cuya gloria debe hacerse
aquella obra y con el hombre que hay
que poner al frente de aquélla y en la aptitud de éste o de los que la inician
y en los medios más conducentes para que la obra conserve su espíritu y se
prevenga contra los peligros de la inconstancia, la moda, la disipación o
desnaturalización, hoy tan inminentes.
Es decir, se piensa en
lo que cuesta y apenas si preocupan los demás elementos, más o tan influyentes
que el dinero.
¿Verdad
que en este proceder hay un poco de inconsecuencia?
¿Verdad
que sólo por este lado hay ya que quitarle un poco al bu de la
dificultad del dinero? Alguien ha
llamado la atención de los hombres de la acción católica sobre la enfermedad
que, con frase feliz, ha llamado mal de piedra,
designando con ese nombre a esa tendencia de hacer consistir la grandeza y
virtualidad de nuestras obras en la grandeza de proporciones y coste de las
casas para esas obras.
Cuidado que yo no soy
partidario de las obras raquíticas;
creo que con ellas, entre otras cosas, se ofende a Dios, a quien se supone poco
generoso para con los que por Él trabajan, y se da pobre idea de los
sentimientos de fe y de confianza de los que en ellas andan.
Pero
creo que es una grandísima torpeza, por lo menos, quejarnos a Dios y a los
hombres de que no podemos hacer obras buenas, porque no nos dan dinero,
teniendo almacenados en nuestra cabeza y en nuestro corazón y en la cabeza y en
el corazón de nuestros amigos, elementos mucho más poderosos y eficaces que aquél,
de cuya ausencia nos lamentamos.
Dos ejemplos