Cardenal
Gerhard Müller
Prefecto
de la Congregación para la Doctrina de la Fe
A Konrad
Sawicki de Aleteia
.
Quisiera preguntarle
sobre los mártires cristianos de hoy en día, por ejemplo de Siria, Egipto
o incluso Francia. El Concilio Vaticano II nos anima a leer las señales de
la época e interpretarlas dentro de su contexto actual. Entonces, ¿qué nos dice
hoy este signum temporis: los nuevos mártires?
Persiste una percepción de
que los mártires solo vivieron en la época de la antigua Roma. Si pensamos
sobre los mártires en la historia contemporánea, principalmente son los del
siglo XX en países cristianos como Alemania, la Unión Soviética y el
Bloque Soviético.
Ahora, este gran desafío ha reaparecido debido al islamismo radical. Los países
islámicos deben pronunciarse en relación a la libertad
religiosa, la libertad de conciencia, y deberían respetarlas. Uno no puede decir: “Vengo en nombre
de Dios y decidiré sobre vuestras vidas”. Todos y cada uno de nosotros debemos
decidir en nuestra conciencia sobre si permanecer o no en la fe.
Esto es lo que necesitamos
aprender, también en los países occidentales que comprometen la libertad de
conciencia cuando, por ejemplo, una persona es obligada a participar en un aborto porque así lo dicta la ley. Esto, también, es una forma
ligeramente diferente de perseguir a los cristianos, la mayor violación de la
libertad de conciencia.
Necesitamos
reaprender, también en los países occidentales, en los Estados laicos, el
significado de la libertad de religión y de confesión.
No podemos escandalizarnos
con tanta arrogancia por los islamistas mientras nosotros mismos no reconocemos
totalmente y sin restricciones la libertad de religión y confesión. Esta es
precisamente la lectura de las señales de esta época: la Iglesia es una defensora de los derechos humanos y la dignidad humana
universal sin restricciones, de la dignidad de todos los pueblos.
No defendemos solo a los
creyentes de la Iglesia católica o de otras Iglesias cristianas, sino que
defendemos a todas y cada una de las personas.
Mi segunda pregunta es en
relación a Medjugorje. Debido a la conclusión de la labor de la comisión vaticana
y la misión del enviado especial del papa, el arzobispo Henryk Hoser, los
fieles confían en que pronto se tome una decisión en relación a la autenticidad
de las apariciones. ¿Está justificada esta expectativa?
Por un lado, tenemos una serie de iniciativas pastorales en Medjugorje.
Resulta justo y conveniente que las personas, allá donde estén, puedan
disfrutar de los sacramentos de la penitencia y la reconciliación,
recibir la Sagrada Comunión y reflexionar sobre sus caminos vitales a la luz de
la fe considerando, por ejemplo, una vocación al matrimonio o a una vida célibe como
sacerdotes o mujeres y hombres religiosos.
Por otro lado, esta
experiencia no dice nada sobre las supuestas apariciones y mensajes. La Iglesia
tiene derecho a pronunciarse en cualquier momento sobre si se reconocen o
no, si las apariciones son sobrenaturales o no o si son producto de la
imaginación de la gente o visiones subjetivas, experiencias religiosas
subjetivas.
Aunque la Iglesia
reconociera estos fenómenos como sobrenaturales, un cristiano como individuo no
está forzado a creer en ellos y a tratarlos como
artículos de fe que le conduzcan a la salvación; los cristianos no están
obligados a reconocerlos. Un individuo cristiano sigue siendo libre. Jesucristo es la base de la Revelación para nosotros y esta es la medida
de nuestra fe.
Las supuestas
apariciones acaecidas en Medjugorje son revelaciones privadas, que no están
excluidas por principio, pero no tienen el estatus ni la relevancia de la
verdadera Revelación de Dios como verdad y salvación.
Jesucristo viene a nosotros
en la vida de la Iglesia, está presente en los sacramentos y por eso los fieles no deberían depositar excesivas esperanzas en las posibles
explicaciones de la Iglesia sobre revelaciones privadas. El motivo es que la verdad de la
Revelación no depende de los últimos fenómenos y visiones.
Nosotros, como Congregación
para la Doctrina de la Fe, indicamos si esto fue un fenómeno sobrenatural o si
no es seguro que fuera sobrenatural. Es una recomendación que la Congregación
para la Doctrina de la Fe ofrece al Papa.
Es el Papa, como
supremo pontífice, quien toma las decisiones sobre la credibilidad de estos
fenómenos, o sobre su falta de credibilidad. No es que una comisión
especial o la Congregación para la Doctrina de la Fe puedan confirmar o
rechazar el carácter sobrenatural del fenómeno; nosotros solo emitimos una
recomendación.
No es apropiado, en mi
opinión, ofrecer la impresión de que la comisión o la Congregación hayan
alcanzado una conclusión definitiva. Es algo que aún está por ver.
Otra pregunta que quisiera
hacerle es en relación al debate dentro de la Iglesia tras la publicación hace
un año de la exhortación Amoris Laetitia.
¿Considera este debate fructífero o potencialmente peligroso?
La verdadera intención
de la exhortación apostólica Amoris Laetitia fue la de poner en el centro el mensaje bíblico
total y completo sobre el matrimonio como un sacramento y una forma de vida. Además, apuntaba a tomar
en consideración a aquellos que, debido a diferentes circunstancias, han
fracasado o han encontrado problemas, para que no digamos: “Aquí están los que
lo hacen todo bien, mientras que los demás no son de los nuestros”.
Queremos que todo el mundo
recorra el camino de los seguidores de Cristo y deseamos ser una ayuda para que
esto se entienda y se ponga en práctica.
En este sentido, todo debate o intercambio de opiniones es bueno. Sin embargo, tiene un
aspecto negativo. Concretamente, el debate se reduce a una única cuestión,
mientras que otros temas planteados, cruciales y vitales, se barren hacia un
lado. Esto genera pequeñas divisiones y preocupaciones cuando uno escucha la
pregunta: “¿Qué opinas sobre la Sagrada Comunión para divorciados que viven en
uniones no sacramentales?”.
Podemos abordar esta
cuestión solo desde la perspectiva de la totalidad de la doctrina de la
Iglesia. El Papa no ha cambiado, ni cambiará, ni puede cambiar la Revelación.
Algunos afirman que el Papa ha cambiado los cimientos de la moralidad de la
Iglesia y que ha revitalizado el sacramento del sagrado matrimonio. Eso no es
algo que el Papa haría ni que pueda hacer.
Nos encontramos en Polonia,
un país para el que algunos católicos, tanto aquí como en el resto de Europa,
tienen grandes expectativas. ¿Cree que este país tiene una misión especial que
cumplir?
Europa no es una mera
colección de naciones y Estados. Europa tiene un alma, que se origina en el
cristianismo. Dentro de Europa hay
naciones individuales con sus historias particulares, sus culturas particulares
y sus formas particulares y debemos extraer conclusiones apropiadas.
Polonia tuvo la primera
constitución democrática de Europa, adoptada en 1791. Sin embargo, Polonia ha
recibido en repetidas ocasiones los zarandeos del destino, dividida como Estado
y como nación, sufriendo en las manos de los entonces Estados imperiales.
Polonia preservó su
identidad gracias a su fe católica y esta es la característica especial por la
que Polonia debe contribuir desde su pasado y presente al futuro común de
Europa. Debemos compartir un camino para que cada uno pueda contribuir con algo
único al viaje.
El hecho de que Polonia
como nación esté unida en la fe católica, que tenga ahí sus valores y raíces
es, en mi opinión, significativo también para otras partes de Europa, dominadas
por el laicismo y una vida sin Dios apoyada en el materialismo.
En cambio, la voz con la
que habla Polonia dice: “No, nosotros tenemos un sentido más alto del
significado de la vida humana. Lo vemos en la oración, en la magnificencia de
ser humano, un hijo de Dios”. Esto nos ensalza hacia la libertad, hacia la
libertad civil además de nuestra libertad personal de seres humanos, que es
nuestro objetivo.
Me parece esencial que nos
veamos en Europa como una comunidad de naciones. No como Estados de autoridad,
como antes, cuando Estados individuales se percibían como encarnaciones de
poder y querían expandirse a expensas de los demás. Somos una comunidad
cultural y nuestra cultura tiene sus raíces en la religión cristiana.
Mi última pregunta es en
relación a la teología de la liberación, en la que sé que Su Eminencia está interesado.
Algunos católicos muestran una perspectiva con persistentes reservas hacia
ella. ¿Cuál es la esencia de la teología de la liberación y qué podemos
aprender de los teólogos que se adhieren a ella?
El punto de partida de la
teología de la liberación es: “¿Cómo puedo pensar en el amor Divino delante de la abyecta pobreza y la
flagrante injusticia que existen en el mundo, en América del Sur y Central, en las
comunidades que son predominantemente católicas? ¿Por qué no debería la fe
católica ofrecer ayuda a la igualdad social y a la dignidad de todas y cada una
de las personas?”.
Aquí, en la Iglesia, ofrecemos una respuesta que no guarda parecido con la dada por los
comunistas. Los comunistas dijeron: “Todo va a ir mejor en este
mundo”, y estas promesas vinieron seguidas solo de infierno. Nosotros, por
nuestra parte, decimos: “A través de Dios todo se vuelve mejor”.
Al mismo tiempo, estamos
llamados a asumir la responsabilidad de este
mundo, para involucrarnos y usar nuestra razón para atender las necesidades
educativas, alimentarias, de vivienda y de trabajo, en aras de un desarrollo
social bueno y positivo.
Disponemos de la doctrina social católica con sus principios de respeto por los
seres humanos, la subsidiariedad y la solidaridad. Disponemos de esos
principios fundamentales y por eso queremos involucrarnos, como Iglesia y como
cristianos, para que la sociedad pueda desarrollarse bien. Aunque no en
términos materialistas.
En lo temporal está el
camino hacia lo atemporal, lo eterno. Es una unión del camino y del objetivo.
Cristo es el Camino y el
Objetivo. Él es la Verdad y la Vida.
Para nosotros, miembros de
la Iglesia católica, no hay discrepancia entre ese mundo y este mundo, entre lo
material y lo espiritual. Para nosotros esta es la unidad en Cristo. Dios se ha
hecho hombre. Cristo es el Dios-hombre. Por tanto, lo humano y lo divino están unidos en Cristo.
El arzobispo Óscar Romero es
un ejemplo perfecto aquí, un modelo. Desde la Congregación hemos estudiado
todos sus libros, escritos y declaraciones durante su proceso de beatificación.
Yo mismo los he leído en español para examinar su ortodoxia. Sobre esta base,
emitimos un nihil obstat, una aprobación que confirma que
no hay nada que impida que Romero sea elevado a la gloria de los altares.
Deberíamos tener en mente
que esta línea de pensamiento viene fuertemente influida por el Concilio
Vaticano II, por la enseñanza sobre las relaciones entre la Iglesia y el mundo
contemporáneo. Este es el motivo de nuestro compromiso. No solo el compromiso
de hacer de este mundo un lugar mejor en términos materiales, sino el
compromiso de defender la dignidad humana como
piedra angular.
Además, este es el compromiso
de Dios hacia nosotros. Debemos recordar el sufrimiento y la pasión de
Jesucristo en la cruz, por nosotros y por este mundo. Su resurrección nos
ofrece una esperanza de crear un mundo mejor, donde los niños reciban una buena
educación, donde existan oportunidades para el desarrollo y la búsqueda de los
talentos y carismas de cada uno… Debemos recordar el horizonte último: nuestro
Dios, el Creador de este mundo.
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