III. EL LEMA DE
NUESTROS APOSTOLADOS
¡Todo por, con y para el Corazón de Jesús!
¡Guerra al pesimismo y al laicismo en las obras católicas!
Aunque Ésa no sea una frase sonora, creo que
es clara y precisa.
III. EL LEMA DE
NUESTROS APOSTOLADOS
¡Todo por, con y para el Corazón de Jesús!
¡Guerra al pesimismo y al laicismo en las obras católicas!
Aunque Ésa no sea una frase sonora, creo que
es clara y precisa.
La parte positiva
del lema
Acá, en los trabajos de la
tierra, toman éstos su clasificación, su intensidad, su eficacia y sus
ganancias de estas tres cosas: la razón, los medios y los fines del trabajo.
A mayor razón, a mayores y
más abundantes medios y a más levantados fines en el que trabaja, el trabajo es
tanto más noble, más fácil y fecundo.
Apliquemos esto al trabajo
por las almas y por el pueblo y concluyamos que aquél trabajará más y con menos
riesgo y fatiga y sacará más de su trabajo, que se mueva a trabajar por razón
más recta, que trabaje con los medios más aptos y que persiga el fin más
elevado.
¿No es verdad?
Pues aquí de nuestro lema.
¿Por qué queremos trabajar
en favor de las almas y del pueblo?
Porque el Corazón de Jesús lo quiere.
No queremos que sea la compasión meramente natural, ni
el miedo al socialismo, ni el gusto de hacer el bien por el bien ni el afán de
señalarnos en el ejército de los luchadores del bien, quienes muevan nuestras
manos para trabajar y para escribir, sino que nos echamos a la calle y al
trabajo, porque el Corazón de Jesús, que está vivo en el Sagrario de nuestra
iglesia y que hemos recibido en comunión por la mañana, nos ha dicho con voz
que no oyen los oídos de la carne, pero sí los oídos del alma: Ve y trabaja... que mi Corazón quiere
hacer por medio de ti un poco de bien a esos necesitados...
Y gozosos en entrar al servicio de tan buen Amo y
honradísimos en ser utilizados por Él, nos ponemos a trabajar en el estajo que
Él nos señala. ¿Conocéis un motivo, una razón que empujen a trabajar más que esto?
Y como vamos por Él y sabemos lo poco que valemos y, sobre todo, lo
improporcionados que somos para trabajos de orden sobrenatural, después de
ofrecer la pobre red de nuestro
ingenio, de nuestras fuerzas, de nuestro entusiasmo, le hemos dicho y le
decimos cada día, después de comulgar, al reanudar el trabajo: «En tu nombre la
echamos, Señor».
Sabemos muy bien que sin Él
aunque se trabaje toda la noche y todo el día, no se saca nada, y que con Él
nuestras redes vuelven a nuestra barca siempre llenas y rebosantes.
Y ¿si nuestro trabajo es
fecundo y el fruto nos sonríe, y las gentes nos aplauden y los beneficiados por
nuestra obras nos agradecen y nuestro trabajo y nuestra persona van a ser
rodeados de la aureola de la gloria?
Entonces, con la ocultación
de nuestras personas y con la profesión terminante de fe de nuestras obras,
decimos
para Él todo
Para el Corazón de Jesús,
que nos mandó trabajar y que nos sostuvo en el trabajo, toda la gloria, y toda la
alabanza, y todo el agradecimiento y todo el amor.
Para nosotros, mientras más
silencio, más contentos y más seguros.
Y ¿si nuestros trabajos no son entendidos,
nuestras iniciativas no secundadas, nuestras intenciones falsificadas y nuestro
fruto no aparece?
Entonces, cuando suene la
hora de lo que llamarán fracaso, entonces la confusión, las burlas que vengan
para nosotros
Que en recibir eso no hay
peligro alguno y sí grandes ventajas para la obra y para el operario...
Ésa es la parte positiva de
nuestro lema y me parece que es bastante positiva.
Por Él, con Él, y para Él
queremos trabajar e invitar a los que nos lean u oigan a trabajar. Ése es el único apostolado parroquial,
benéfico, social, individual que queremos.
Guerra al pesimismo
y al laicismo en las obras católicas
Expuesta la primera parte,
que llamé positiva por constituir una rotunda afirmación de querer ir siempre a
la acción católica por el Corazón de Jesús, con Él y para Él, voy a añadir unas
palabrillas aclaratorias de la segunda parte, que, aun en la forma negativa que
está expuesta, no deja de ser otra afirmación del mismo principio.
«Guerra al pesimismo y al laicismo en las
obras católicas».
Guerra
Quizá
a más de un pacífico lector, acostumbrado al estilo medio en serio y medio en
broma de este librillo y de todas mis propagandas, le disuene esa palabra;
pero, ¡qué se le va a hacer!, hay que decir la palabra guerra y que hacer lo
que dice, esto es, guerrear.
No tengan miedo, después de
todo, porque no digo guerra a los pesimistas y a los laicos, sino al pesimismo
y al laicismo, que acá sabemos, por gracia de Dios, guardar toda clase de
respetos, y consideraciones con las personas, así como, sea en broma, sea en
serio, no reparamos en disparar bala rasa contra los muñecos y muñecotes que traen revueltos a no pocas.
Guerra a las
polillas de lo bueno
Y no muñecos, ni muñecotes,
sino bichos de mala sangre y peor intención, que destrozan cuanto cogen o se
pone a su alcance, son los malhadados vicios del pesimismo y del laicismo.
¿Han visto ustedes lo que
hace el gusano de la polilla en las sillas en donde se alberga?
Por de fuera parecen muebles
acabados de sacar de la tienda; pero, ¡ay!, del que se siente confiado en
ellas, que pondrá en peligro su integridad corporal.
Pues eso mismo y, si cabe
más, hacen esos gusanitos de pesimismo y laicismo en las obras católicas en que
se meten, pues dejándoles una apariencia quizá deslumbrante, las inutilizan
para todo efecto positivamente bueno.
Sin meterme a estudiar en toda su extensión
esos dos males, sólo expondré la raíz de su malicia y la razón de su perniciosa
influencia.
En qué convienen
Convienen entre sí estos dos males
«en quitar a Dios de las obras», aunque por distintos caminos o procedimientos.
El pesimista quita a Dios,
porque no confía en Él; el laicista quita a Dios, porque confía en sí mismo.
El uno viene a decir con su
conducta: yo no hago eso, yo no trabajo, yo no me meto en esa empresa, porque,
como todo está tan malo y tan corrompido, sólo un milagro de Dios podría
hacerlo; y como Dios no va a hacer milagros a cada momento...
El otro dice: yo sí lo hago, yo me meto porque
tengo dinero, talento, suerte, buen ambiente y ¿qué más necesito?
Los dos, cada uno a su manera, han prescindido
de Dios, lo han quitado de sus obras.
El pesimista por miedoso, el laicista por atrevido y presumido.
Y ustedes comprenderán que quitar de
una obra a Dios es quitar la vida a la obra.
Y cuenta que no hablo de
herejes o cismáticos, ni aun de católicos indiferentes, sino de gente buena,
que se interesa por el bien del pueblo y a su manera trabaja o intenta trabajar
en su favor. Hablo del pesimismo y del
laicismo de que se dejan contaminar a veces los buenos en sus buenas obras.
Contra eso levanto siempre
bandera, ¡bandera de sanos y estimulantes optimismos y de cristiano y eficaz
sobrenaturalismo!
¿Cómo?
Lo que digo a los
pesimistas
Es que llevan razón con lo de que el
mundo anda muy mal y que la gente está muy corrompida y que con los malos
papeles, los malos espectáculos, las malas modas, y con tanta cosa mala como
hoy se exhibe y triunfa hasta de la ley, la cuesta arriba de la austera vida
cristiana, se hace casi inaccesible.
Conformes con toda
conformidad con todas las negras tintas que quieren los pesimistas derramar
sobre el cuadro que ofrece el mundo de hoy en sus relaciones con Jesucristo y
con las cosas del alma.
¡Ay! ¡Ay! ¡Sé yo en punto a
tristezas, y a desengaños, y a ingratitudes, y a persecuciones de todas clases
y a todas horas, sé yo -repito- tantas cosas! ¡Podría pintar cuadros con tinta
más negra que la china y más amarga que la hiel!
Sí señores pesimistas, no os
regateo negruras ni horrores, antes suscribo todos vuestros quejidos con otro
tan hondo y tan prologando como el del que más se queje.
Pero en qué no
llevan razón
No estoy conforme en que
por ese motivo se deban cruzar de brazos los llamados a trabajar contra el mal.
En el orden natural, para
todas las enfermedades, por desesperadas que sean, se buscan remedios, y deber
de todo buen médico es no cruzarse de brazos ante ningún enfermo por muy seguro
que esté de su muerte y por mucha desconfianza que tenga de salvarlo.
Sin meterme ahora en discutir si el mal que
padece nuestra sociedad es incurable o no, ni en afirmar que el mal de hoy es o
no es mal tan antiguo como el hombre y en dilucidar otras cuestiones, si no impertinentes,
pero que al menos nos llevarían muy lejos, me contento con recordar a los de
los brazos cruzados unas cuantas verdades, tan ciertas y oportunas, como el
Evangelio, de donde están tomadas.
Lo que dice el
Evangelio
El
Evangelio, tan conciso en todo lo que cuenta y enseña, en lo único que está, si
puede decirse, prolijo, es en anunciar contradicciones para los seguidores de
la obra del maestro.
Ábrase cualquier página:
quizá no se hable en ella de glorias y triunfos; pero, seguramente, de
opresiones, persecuciones, calumnias, odios, prisiones, cruces, ludibrios,
bofetadas, salivazos, muertes, ¡vaya si se habla!
Y ¿para quién se anuncian
todos esos regalos? ¿Para los
enemigos de Cristo?
No; sin que a éstos les
falte el anuncio de la ración que les espera, todas aquellas predicciones de
cosas desagradables, son para los amigos de Jesús.
Así que, por lo pronto, no
nos han debido coger desprevenidos ni
extrañados los males que ahora
lamentamos.
Júntense con todos esos
dichos del Evangelio los hechos del maestro.
¿Nos hemos fijado en la
cosecha inmediata de fruto que obtiene nuestro Señor Jesucristo con su
predicación, sus milagros, sus profecías, su vida santa y su sacrificio de cada
instante?
Para Él ya sabemos lo que,
por de pronto, recoge: unas cuantas calumnias que dan margen a un proceso
inicuo, bofetadas, heridas y crucifixión; y para su obra, un grupito de mujeres
fieles y un solo hombre...
Señores pesimistas, ¿sabéis
de alguno que haya sembrado más y haya recogido menos que nuestro divino
maestro?
Y, sin embargo,
Él, que hubiese tenido razón
sobradísima para cruzarse de brazos ante aquel, al parecer, colosal fracaso, no
sólo no se cruza de brazos, sino que para enseñanza perpetua de sus ministros y
satisfacción perenne de su amor, quiere que la muerte le coja con los brazos
abiertos, muy abiertos para con ellos así quedarse, como símbolo de la religión
por Él fundada...
¡Ay, amigos de los brazos
cruzados! ¿os habéis fijado en vuestro crucifijo? ¿Habéis comparado vuestra
actitud con la del Maestro?
Lo que digo a los
laicistas
Y debiera con más propiedad
decir: a los católicos laicos, o al
revés, si place más. Porque yo no hablo aquí de los laicos a secas y, por ende,
de los que lo son en la teoría y en la
práctica.
Voy solamente contra los
católicos, que se empeñan en hacer laicamente
obras católicas.
Y ¡ojalá no fueran tantos
los que en tales empeños andan! ¡Otro gallo les cantara a no pocas obras
buenas!
Tantos hay, que forman hasta
familias o tribus distintas.
Hay católicos laicos en el fin (mucho de cultura, bienestar social,
adaptación al medio, elevación de nivel, equilibrio de fuerzas, etc., y nada de
salvación de almas, disminución de ofensas a Dios, perseverancia y conservación
de la inocencia).
Laicos en el procedimiento (chanchullos, componendas,
contemporizaciones con los de la pared de enfrente, acepción de personas y
hasta adulaciones y poca o ninguna simplicidad cristiana, nada o casi nada de
confianza en el auxilio de Dios, ni sombra de la santa libertad apostólica, ni
oración, ni Sagrario, etc., etc., y ¡cuántos etcéteras más!).
Laicos en los motivos o móviles (compasión natural,
miedo al enemigo, evasivas de molestias, buen parecer o ser bien visto y nada
de gloria de Dios, voluntad del sagrado Corazón de Jesús, afán de verlo reinar
y de extender su reinado, etc.).
Y dentro de cada una de esas
familias ¡vaya si hay hijos e hijuelos!
Obras cristianas sin
Cristo
Triste cosa es, en verdad,
ésa de que se pretendan hacer obras cristianas
sin Cristo, y de que se malgasten y desperdicien tanto dinero y tantas
fuerzas por falta o defecto de orientación cristiana. Más de una vez he sentido pena, mucha pena
ante obras, al parecer, brillantes y fecundas de acción católica, porque
después de verlo todo y de oír a todos, me he preguntado: pero fuera del nombre
o título de esa obra, que es católica ¿en dónde está lo católico de ella?
Y no solamente ante obras,
sino ante hombres de acción he sentido esa misma pena; me han expuesto sus
entusiasmos o sus decaimientos, sus proyectos o sus fracasos tan laicamente, como si no se tuviera en el
mundo la menor noticia del Evangelio, del Sagrario y de las promesas de Jesús
en uno y en otro.
Soldados con fusiles
de caña
Cuando veo esas obras y esos
hombres ocupar un sitio en las líneas del ejército católico tratando de luchar,
siento pena y miedo y frío, como lo sentiría al ver pelear dos ejércitos, el
uno perfectamente pertrechado de todas las armas modernas de guerra y el otro
armado con fusiles de caña.
¡Pobres hermanos míos,
empeñados en hacer la guerra al mundo, al demonio y a la carne, que en
definitiva son siempre los enemigos nuestros, con fusiles de caña...!
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