Cada
año, en el umbral de la Cuaresma, el Papa se dirige a todos los miembros de la
Iglesia y les exhorta a vivir bien este tiempo que se nos ofrece, para
prepararnos a una verdadera liberación.
El
espíritu de penitencia y su práctica nos conducen a desprendernos sinceramente
de todo lo que poseemos de superfluo, y a veces incluso de lo necesario, y que
nos impide “ser” verdaderamente lo que Dios quiere que seamos: «donde está tu
tesoro, allí estará tu corazón» (Mt 6, 21). ¿Está nuestro corazón
apegado a las riquezas materiales, al poder sobre los demás, a las sutilezas
egoístas de dominio? En tal caso tenemos necesidad de Cristo Liberador Pascual
que, si lo queremos, puede liberarnos de las ataduras de pecado que nos
atenazan.
Preparémonos
a dejarnos enriquecer por la gracia de la Resurrección desembarazándonos de
todo falso tesoro: los bienes materiales que no nos son necesarios, son con
frecuencia los medios de supervivencia para millones de seres humanos. Más allá
de su subsistencia mínima, centenares de millones de hombres esperan de
nosotros que les ayudemos a procurarse los medios necesarios para su propia
promoción humana integral, así como para el desarrollo económico y cultural de
su país.
Pero
las intenciones declaradas o un simple don no bastan para cambiar el corazón
del hombre; hace falta una conversión de espíritu que nos lleve a un encuentro
de corazones, a compartir con los más menesterosos de nuestras sociedades, con
los que están desprovistos de todo, incluso a veces de su dignidad de hombres y
de mujeres, de jóvenes o de niños, con todos los refugiados del mundo que no
pueden ya vivir en la tierra de sus antepasados y deben abandonar su propia
patria. Es allí donde encontramos y vivimos más íntimamente el misterio del
sufrimiento y de la muerte redentora del Señor. El verdadero compartir que es
un encuentro con los otros, nos ayuda a liberarnos de los lazos que nos
esclavizan, y por ello nos hace ver en los demás a nuestros hermanos y
hermanas, nos hace descubrir de nuevo que somos hijos de un mismo Padre,
«herederos de Dios, coherederos de Cristo» (Rom 8, 17), de quien
recibimos los bienes incorruptibles.
Os
exhorto, pues, a responder generosamente a las llamadas que, durante esta Cuaresma,
lanzarán vuestros Obispos, personalmente o por medio de los responsables de las
campañas de solidaridad. Seréis vosotros los primeros beneficiarios de ello,
porque os pondréis así en el camino de la única verdadera Liberación. Vuestros
esfuerzos unidos a los de todos los bautizados darán testimonio de la caridad
de Cristo y construirán así esa “civilización del amor” a la que aspira,
conscientemente o no, nuestro mundo lastimado por los conflictos de las
injusticias, desengañado porque ya no encuentra verdaderos testigos del Amor de
Dios.
Yo
os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
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