MENSAJE DEL PAPA
SAN JUAN PABLO II
PARA LA CUARESMA DE 1982
SAN JUAN PABLO II
PARA LA CUARESMA DE 1982
Amadísimos hijos e hijas:
«¿Y quién es mi prójimo?»
(Lc 10, 29)
Os acordáis: es con la parábola
del Buen Samaritano como Jesús responde a la pregunta de un doctor de la Ley,
quien acaba de confesar lo que él acostumbra a leer en la Ley: «Amarás al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y
con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo».
Cristo es el Buen Samaritano; él
es el primero en acercarse a nosotros, el que nos ha hecho su prójimo para
socorrernos, curarnos y salvarnos: «... se anonadó, tomando la forma de siervo
y haciéndose semejante a los hombres; y en la condición de hombre se humilló,
hecho obediente, hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2, 7-8).
Si existe todavía alguna
distancia entre Dios y nosotros, esto se debe a los hombres, por los obstáculos
que ponemos para que se dé este acercamiento. El pecado que existe en nuestro
corazón, las injusticias que cometemos, el odio y la desunión que mantenemos,
todo ello impide el que nosotros amemos a Dios con todo nuestro corazón y todas
nuestras fuerzas. El tiempo de Cuaresma es una época privilegiada de
purificación y penitencia, con el fin de dejar que el Salvador nos haga su
prójimo y nos salve a través de su amor.
El segundo mandamiento es
semejante al primero (cf. Mt 22, 39), y no pueden separarse.
Tenemos que amar a los demás con el mismo Amor que Dios ha derramado en
nuestros corazones y con el que él mismo nos ama.
Ahí también, cuántas dificultades
se dan para hacer del otro nuestro prójimo: no amamos suficientemente a Dios y
a nuestros hermanos. ¿Por qué tenemos aún tantas dificultades en dejar la fase,
importante pero insuficiente, de la reflexión, de las declaraciones o
protestas, para hacernos de veras emigrantes con los emigrantes, refugiados con
los refugiados, y pobres con aquellos que carecen de todo?
Se nos ha dado el tiempo
litúrgico de la Cuaresma, en y por la Iglesia, con el fin de purificarnos del
resto de egoísmo, de apego excesivo a los bienes, materiales o de cualquier
otra clase, que nos mantienen distanciados de los que tienen derechos sobre
nosotros, principalmente de aquellos que, físicamente cercanos o distantes de
nosotros, no tienen la posibilidad de vivir la dignidad de sus vidas de hombres
y mujeres, creados por Dios a su imagen y semejanza.
Por consiguiente, dejaos imbuir
del espíritu de penitencia y conversión, que es espíritu de amor y
participación. Siguiendo el ejemplo de Cristo, estad cerca de los despojados y
heridos, y de los que el mundo ignora y rechaza. Participad en todo aquello que
se realiza en vuestra Iglesia local, a fin de que los cristianos y los hombres
de buena voluntad procuren a cada uno de sus hermanos los medios, aun
materiales, de vivir con dignidad y de tomar ellos mismos bajo su
responsabilidad su promoción humana y espiritual, y la de sus familias.
Que las colectas de Cuaresma,
incluso en los países pobres, os permitan ayudar con vuestra colaboración a las
Iglesias de las naciones aún más desfavorecidas, para realizar su misión de
Buenos Samaritanos ante aquellos de los que son directamente responsables: sus
pobres, hambrientos, víctimas de la injusticia, y los que no pueden todavía ser
responsables de su propio desarrollo y del de sus comunidades humanas.
Penitencia y conversión: este es
el camino, no triste sino liberador, de nuestro tiempo cuaresmal.
Y si todavía os preguntáis: ¿Y
quién es mi prójimo?, leeréis la respuesta en el rostro del Resucitado y lo
sentiréis de sus labios: «En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a
uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,
40).
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