CARTA DE SAN POLICARPO DE ESMIRNA A LOS FILIPENSES
Saludo
Policarpo y los
presbíteros que están con él, a la Iglesia de Dios que habita como extranjera
en Filipos: que la misericordia y la paz les sean dadas en plenitud por Dios
todopoderoso y Jesucristo nuestro Salvador.
La fe en Jesucristo
Me alegré mucho con
ustedes, en nuestro Señor Jesucristo, cuando recibieron a las imágenes de la
verdadera caridad, y acompañaron, como debían hacerlo, a aquellos que estaban
encadenados por ataduras dignas de los santos, que son las diademas de quienes
han sido verdaderamente elegidos por Dios nuestro Señor.
Y me alegré de que la
raíz vigorosa de su fe, de la que se habla desde tiempos antiguos, permanece
hasta ahora y da frutos en nuestro Señor Jesucristo, que aceptó por nuestros
pecados llegar hasta la muerte; y Dios lo resucitó librándolo de los
sufrimientos del infierno.
Sin verlo, ustedes creen en él, con un gozo
inefable y glorioso (1 P 1,8) al cual muchos desean llegar, y ustedes saben que
han sido salvados por gracia, no por sus obras, sino por la voluntad de Dios
por Jesucristo (Ef 2,5.8-9).
Por tanto, cíñanse sus
cinturas y sirvan a Dios en el temor y la verdad (1 P 1,13; ver Sal 2,11)
dejando a un lado las palabras falsas y el error de la multitud, creyendo en
Aquel que ha resucitado a nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos, y le
ha dado la gloria (1 P 1,21), y un trono a su derecha.
A él le está todo
sometido, en el cielo y sobre la tierra (ver Flp 2,10; 3,21); a él le obedece
todo lo que respira, él vendrá a juzgar a vivos y muertos (Hch 10,42), y Dios
pedirá cuenta de su sangre a quienes no aceptan creer en él. Aquel que lo ha
resucitado de entre los muertos, también nos resucitará a nosotros (2 Co 4,14),
si hacemos su voluntad y caminamos en sus mandamientos, y si amamos lo que él
amó, absteniéndonos de toda injusticia, arrogancia, amor al dinero,
murmuración, falso testimonio, no devolviendo mal por mal, injuria por injuria
(1 P 3,9), golpe por golpe, maldición por maldición, acordándonos de lo que nos
ha enseñado el Señor, que dice: "No juzguen, para no ser juzgados;
perdonen y se les perdonará; hagan misericordia para recibir misericordia; la
medida con que midan se usará también con ustedes, y bienaventurados los pobres
y los que son perseguidos por la justicia, porque de ellos es el reino de Dios.
Fe, esperanza y
caridad
No es por mí mismo,
hermanos, que les escribo esto sobre la justicia, sino porque ustedes primero
me invitaron. Porque ni yo, ni otro como yo, podemos acercarnos a la sabiduría del
bienaventurado y glorioso Pablo, que estando entre ustedes, hablándoles cara a
cara a los hombres de entonces (sobre el asunto de la predicación de Pablo en Filipos,
ver Hch 16,12-40), enseñó con exactitud y con fuerza la palabra de verdad, y
luego de su partida les escribió una carta; si la estudian atentamente podrán
crecer en la fe que les ha sido dada; ella es la madre de todos nosotros,
seguida de la esperanza y precedida del amor por Dios, por Cristo y por el
prójimo. El que permanece en estas virtudes ha cumplido los mandamientos de la
justicia; pues el que tiene la caridad está lejos de todo pecado.
Que todos lleven una
vida digna de la fe que profesan
El principio de todos
los males es el amor al dinero.7 Sabiendo, por tanto, que nada hemos traído al
mundo y que no nos podremos llevar nada (1 Tm 6,7), revistámonos con las armas
de la justicia (ver 2 Co 6,7), y aprendamos primero nosotros mismos a caminar
en los mandamientos del Señor.
Después, enseñen a sus
mujeres a caminar en la fe que les ha sido dada, en la caridad, en la pureza, a
amar a sus maridos con toda fidelidad, a amar a todos los otros igualmente con
toda castidad y a educar a sus hijos en el conocimiento del temor de Dios.
Que las viudas sean
sabias en la fe del Señor, que intercedan sin cesar por todos, que estén lejos
de toda calumnia, murmuración, falso testimonio, amor al dinero y de todo mal;
sabiendo que son el altar de Dios, que Él examinará todo y que nada se le
oculta de nuestros pensamientos, de nuestros sentimientos, de los secretos de
nuestro corazón (ver 1 Co 14,25).
Sabiendo que de Dios nadie se burla (Ga 6,7),
debemos caminar de una forma digna de sus mandamientos y de su gloria.
Igualmente que los diáconos
sean irreprochables delante de su justicia, como servidores de Dios y de
Cristo, y no de los hombres: ni calumnia, ni doblez, ni amor al dinero; sino
castos en todas las cosas, misericordiosos, solícitos, caminando según la
verdad del Señor que se ha hecho el servidor de todos. Si le somos agradables
en el tiempo presente, Él nos dará a cambio el tiempo venidero, puesto que nos
ha prometido resucitarnos de entre los muertos y que, si nuestra conducta es
digna de Él, también reinaremos con Él (2 Tm 2,12), si al menos tenemos fe.
Del mismo modo, que
los jóvenes sean irreprochables en todo, velando ante todo por la pureza,
refrenando todo mal que esté en ellos. Porque es bueno cortar los deseos de
este mundo, pues todos los deseos combaten contra el espíritu (ver 1 P 2,11), y
ni los fornicadores, ni los afeminados, ni los sodomitas tendrán parte en el
reino de Dios (ver 1 Co 6,9-10), ni aquellos que hacen el mal. Por eso deben
abstenerse de todo esto y estar sometidos a los presbíteros y a los diáconos como
a Dios y a Cristo.
Las vírgenes deben
caminar con una conciencia irreprensible y pura.
Los presbíteros
También los
presbíteros deben ser misericordiosos, compasivos con todos; que devuelvan al
recto camino a los descarriados, que visiten a todos los enfermos, sin olvidar
a la viuda, al huérfano, al pobre, sino pensando siempre en hacer el bien
delante de Dios y de los hombres. Que se abstengan de toda cólera, acepción de
personas, juicio injusto; que estén alejados del amor al dinero, que no piensen
mal rápidamente de alguien, que no sean duros en sus juicios, sabiendo que
todos somos deudores del pecado.
Si pedimos al Señor
que nos perdone, también nosotros debemos perdonar, pues estamos ante los ojos
de nuestro Señor y Dios, y todos deberemos comparecer ante el tribunal de
Cristo, y cada uno deberá dar cuenta de sí mismo (ver Rm 14,10-12).
Por tanto, sirvámosle
con temor y mucha circunspección, conforme él nos lo ha mandado, al igual que
los apóstoles que nos han predicado el Evangelio y los profetas que nos
anunciaron la venida de nuestro Señor. Seamos celosos para lo bueno, evitemos
los escándalos, los falsos hermanos y los que llevan con hipocresía el nombre
del Señor, haciendo errar a los cabezas huecas [kenoys anthrópoys,
literalmente: hombres vacíos].
Advertencia contra el
docetismo
Todo, en efecto, el
que no confiesa que Jesucristo vino en la carne es un anticristo, y el que no
acepta el testimonio de la cruz es del diablo, y el que tergiversa las palabras
del Señor según sus propios deseos y niega la resurrección y el juicio, ése es
el primogénito de Satanás.
Por eso, abandonemos
los vanos discursos de las multitudes y las falsas doctrinas, y volvamos a la
enseñanza que nos ha sido transmitida desde el principio. Permaneciendo sobrios
para la oración (ver 1 P 4,7), constantes en los ayunos, suplicando en nuestras
oraciones a Dios, que lo ve todo, que no nos introduzca en la tentación (Mt
6,13), pues el Señor ha dicho: El espíritu está dispuesto, pero la carne es
débil (Mt 26,41).
Esperanza y paciencia
Perseveremos constantemente
en nuestra esperanza y en las primicias de nuestra justicia, que es Jesucristo,
que llevó al madero nuestros pecados en su propio cuerpo (ver 1 P 2,24), él,
que no había cometido pecado, en quien no se había encontrado falsedad en su
boca (1 P 2,22). Pero por nosotros, para que nosotros viviéramos en él, lo
soportó todo.
Seamos, pues, los
imitadores de su paciencia, y si sufrimos por su nombre, glorifiquémoslo.
Porque éste es el ejemplo que él nos ha dado en sí mismo, y esto es lo que
nosotros hemos creído (ver 1 P 4,16; 2,21).
Los exhorto a todos a
obedecer a la palabra de justicia, y a perseverar con toda paciencia, la que
han visto con sus ojos no sólo en los bienaventurados Ignacio, Zósimo y Rufo,
sino también en otros de entre ustedes, en Pablo mismo y en los demás
apóstoles. Convencidos de que todos éstos no han corrido en vano (Ga 2,2; Flp
2,16), sino en la fe y la justicia, y que están en el lugar que les corresponde
junto al Señor con los que han sufrido. Ellos no amaron este siglo presente
(ver 2 Tm 4,10), sino a aquel que murió por nosotros y que Dios resucitó por
nosotros.
Caridad fraterna
(A partir de este
capítulo no tenemos el texto griego de la carta, sino una antigua versión
latina)
Permanezcan, por
tanto, en estos (sentimientos) e imiten el ejemplo del Señor, firmes e
inconmovibles en la fe, amando a los hermanos, amándose unos a otros, unidos en
la verdad, teniéndose paciencia unos a otros con la mansedumbre del Señor, no
despreciando a nadie.
Cuando puedan hacer el
bien, no lo posterguen, pues la limosna libera de la muerte (Tb. 12,9). Todos
ustedes estén sometidos los unos a los otros, teniendo una conducta
irreprensible entre los paganos, para que por sus buenas obras (también)
reciban la alabanza y el Señor no sea blasfemado por causa de ustedes (ver 1 P
2,12). Pero pobre de aquel por quien sea blasfemado el nombre del Señor (ver Is
52,5). Enseñen, pues, a todos la sobriedad en la que viven ustedes mismos.
El caso de Valente
Estoy muy apenado por
Valente, que fue presbítero por algún tiempo entre ustedes, (al ver) que ignora
hasta tal punto el cargo que se le había dado. Por tanto, les advierto que se
abstengan de la avaricia y que sean castos y veraces. Absténganse de todo mal.
Quien no se puede gobernar a sí mismo en esto, ¿cómo puede enseñarlo a los
otros? Si alguno no se abstiene de la avaricia, se dejará manchar por la
idolatría y será contado entre los paganos que ignoran el juicio del Señor (ver
Jr 5,4). ¿O acaso ignoramos que los santos juzgarán al mundo, como lo enseña
Pablo? (ver 1 Co 6,2).
Yo no oí ni vi nada
semejante en ustedes, entre quienes trabajó el bienaventurado Pablo, ustedes
que están al comienzo de su epístola. De ustedes, en efecto, él se gloría
delante de todas las iglesias (ver 2 Ts 1,4), las únicas que entonces conocían
a Dios, puesto que nosotros todavía no lo conocíamos.
Así, pues, hermanos,
estoy muy triste por él y por su esposa, a ellos les conceda el Señor la
penitencia verdadera (ver 2 Tm 2,25). Ustedes sean sobrios, también en esto, y
no los consideren como a enemigos (ver 2 Ts 3,15), sino que vuelvan a llamarlos
como a miembros sufrientes y extraviados. Haciendo esto se construyen a sí
mismos.
Recomendaciones
finales
Confío en que están
bien ejercitados en las santas Escrituras, y que nada ignoran. Yo, por mi
parte, no tengo este don. Ahora (les digo), como está dicho en las Escrituras:
Enójense y no pequen, y que el sol no se ponga sobre su ira (Sal 4,5; Ef 4,26).
Feliz quien se acuerda. Creo que sucede así con ustedes.
Que Dios, el Padre de
nuestro Señor Jesucristo, y él mismo, el pontífice eterno, el Hijo de Dios,
Jesucristo (ver Hb 6,20; 7,13), los edifiquen en la fe y en la verdad, en toda
mansedumbre, sin cólera, en paciencia y en magnanimidad, en tolerancia y en
castidad. Y les den parte en la herencia de sus santos21, y a nosotros con
ustedes, y a todos los que están bajo el cielo, que creen en nuestro Señor
Jesucristo y en su Padre, que lo resucitó de entre los muertos.
Oren por todos los
santos. Oren también por los reyes, por las autoridades y los príncipes, por
los que los persiguen y los odian, y por los enemigos de la cruz (ver Mt 5,44;
1 Tm 2,2; Jn 15,16; 1 Tm 4,15; St 1,4; Col 2,10; Flp 3,18.); de modo que su
fruto sea manifiesto para todos, y ustedes sean perfectos en Él.
Ustedes e Ignacio me
han escrito, para que si alguien va a Siria también lleve la carta de ustedes.
Lo haré, si encuentro una ocasión favorable, sea yo mismo, sea aquel que
enviaré para que nos represente. (Ignacio de Antioquía le había pedido a
Policarpo que enviase un mensajero a Antioquía, a fin de llevarles a los
cristianos sus felicitaciones y animándolos [ver Ep. a Policarpo 7,2; 8,1]. La
comunidad de Filipos, según parece, les había escrito a los Antioquenos con
idéntica finalidad. Policarpo responde con esta primera carta.)
Conforme me lo
pidieron, les mandamos las cartas de Ignacio, las que él nos envió y todas las
demás que tenemos entre nosotros. Ellas van unidas a la presente carta, y
ustedes podrán obtener gran provecho; porque ellas contienen fe, paciencia y
toda edificación relacionada con nuestro Señor. Hágannos saber lo que sepan con
certeza del mismo Ignacio y de sus compañeros. ("Les mandamos las cartas
de Ignacio." Esta frase parece indicar que, con mucha probabilidad, muy
pronto se formó un corpus de las cartas de Ignacio. Policarpo no tenía
dificultad en reunir todas las epístolas de Ignacio a las iglesias de Asia.
Esto permite conjeturar que no formaba parte del corpus la carta a los Romanos,
que ha sido transmitida de forma independiente. - Desde "Hágannos saber..."
el texto sólo se conserva en latín. "Ignacio y sus compañeros" es la
traducción de "qui cum eo sunt").
Despedida
(A partir de este
capítulo se retoma el texto, en su versión latina, de la segunda carta.
Crescente no es el secretario de Policarpo, sino el portador de la carta [ver
Ignacio de Antioquía, Rom. 10,1; Filad. 11,2; Esmir. 12,1])
Les escribo esto por
Crescente, a quien recientemente les recomendé y ahora (de nuevo) les
recomiendo. Se ha conducido entre nosotros de forma irreprochable; y creo que
lo hará entre ustedes de la misma manera. También les recomiendo su hermana,
cuando ella llegue entre ustedes. Sean perfectos en el Señor Jesucristo, y en
su gracia con todos los suyos. Amén. (También se podría traducir, esta última
frase, por "Compórtense bien en el Señor Jesucristo" [Incolumes
estote in domino Iesu Christo]).
No hay comentarios:
Publicar un comentario