HERMANOS
PERO SEPARADOS
¿Un
cristianismo más "moderno"? - Hay quien dice... - Un largo camino - «Pero
la Biblia es católica» - Iglesias en la tempestad
¿Un
cristianismo más "moderno"?
Pasamos ahora al tema del ecumenismo, a las relaciones entre las diversas confesiones cristianas. Como ciudadano de un país multiconfesional como Alemania, Joseph Ratzinger escribió importantes contribuciones sobre este tema. Ahora, en su nueva misión, no tiene menos presente el problema ecuménico.
Dice: «El empeño ecuménico,
en este período de la historia de la Iglesia, es parte integrante del
desarrollo de la fe». Y de nuevo, en este tema —y tanto más cuanto más
importantes son los asuntos—, se advierte en él una necesidad de precisión.
Ya en otra ocasión observaba: «Cuando se corre por un camino equivocado, se
aleja uno de la meta». En cuanto está de su parte, vigila, ejerce su
"función crítica", convencido de que, al igual que en cualquier otro
asunto, «también en el ecumenismo los equívocos, las impaciencias, la
superficialidad, nos alejan de la meta en vez de acercarnos a ella». Se
muestra convencido de que «las definiciones claras de la propia fe sirven a
todos, incluso al interlocutor», y de que «el diálogo puede profundizar y
purificar la fe católica, pero no puede cambiarla».
Empiezo con una
"provocación": Eminencia, hay quien dice que se está dando un proceso
de "protestantización" del catolicismo.
La respuesta, como siempre,
apunta al núcleo de la cuestión sin agazaparse en distinciones evasivas:
«Depende de cómo se defina el "protestantismo". Quien hable hoy
de la "protestantización" de la Iglesia católica, se referirá sin
duda, en términos generales, a un cambio de eclesiología, a una concepción
diferente de las relaciones entre la Iglesia y el Evangelio. Existe, de
hecho, el peligro de semejante cambio: no es un mero espantapájaros montado por
algunos círculos integristas».
Pero, ¿por qué precisamente
el protestantismo —cuya crisis no es ciertamente menor que la del catolicismo—
debería atraer hoy a teólogos y laicos que hasta el Concilio permanecían fieles
a la Iglesia de Roma?
«Desde luego, no es fácil
explicarlo. Me viene a las mientes la siguiente consideración. El
protestantismo surgió en los comienzos de la Edad Moderna y, por lo mismo, está
más ligado que el catolicismo a las fuerzas profundas que produjeron la era
moderna. Su configuración actual se debe en gran medida al contacto con
las grandes corrientes filosóficas del siglo XIX. Su suerte y su peligro están
en su apertura a la mentalidad contemporánea. No es extraño que teólogos
católicos, que no saben qué hacer con la teología tradicional, lleguen a opinar
que hay en el protestantismo caminos adecuados y abiertos de antemano para una
fusión de fe y modernidad».
¿Qué principios entrarían
en juego en esa opinión?
«Hoy como ayer, el
principio Sola Scriptura desempeñaría un papel primordial. Para un
cristiano medio hoy resulta más "moderno" admitir que la fe nazca de
la opinión individual, del trabajo intelectual, de la contribución del
especialista. Si escarbamos más a fondo, encontraremos aquí de nuevo,
como origen de toda esta situación, que en la raíz hay una concepción
protestante de la Iglesia más fácil de aceptar que la católica».
Así que desembocamos, una
vez más, en la eclesiología.
«Ciertamente. Al
hombre moderno de la calle le dice, a primera vista, más un concepto de Iglesia
que en lenguaje técnico llamaríamos "congregacionista" o
"Iglesia libre" (Freechurch). Parte de que la Iglesia es
una forma mudable y pueden organizarse las cosas de la fe del modo más conforme
posible a las exigencias del momento. Ya hemos hablado de ello varias
veces, pero vale la pena volver sobre el tema: resulta casi imposible para la
conciencia de muchos, hoy día, el llegar a ver que tras la realidad humana se
encuentra la misteriosa realidad divina. Este es, como sabemos, el
concepto católico de la Iglesia, que ciertamente es mucho más duro de aceptar
que el que acabamos de esbozar, que no es, por supuesto, "lo protestante
sin más", sino algo que se ha formado en el marco del fenómeno
"protestantismo"».
A finales de 1983 —quinto
centenario del nacimiento de Martín Lutero—, visto el entusiasmo de alguna
celebración católica, las malas lenguas insinuaron que actualmente el
Reformador podría enseñar las mismas cosas de entonces, pero ocupando sin
problemas una cátedra en una universidad o en un seminario católico. ¿Qué me
dice de esto el Prefecto? ¿Cree qué la Congregación dirigida por él invitaría
al monje agustino para un "coloquio informativo"?
Sonríe: «Sí, creo de hecho
que también hoy él tendría que explicarse y que lo que dijo tampoco hoy puede
considerarse "teología católica". Si así no fuera, no sería
necesario diálogo ecuménico alguno, porque un diálogo crítico con Lutero busca
precisamente y pregunta cómo cabe salvar los auténticos valores de su teología
y superar lo que de católico le falta».
Sería interesante saber en
qué temas se apoyaría la Congregación para la Doctrina de la Fe para intervenir
contra Lutero.
No hay la menor duda en la
respuesta: «Aun a costa de parecer tedioso, creo que nos centraríamos una vez
más en el problema eclesiológico. En la disputa de Leipzig, el oponente
católico de Martín Lutero le demostró de modo irrefutable que su "nueva
doctrina" no se oponía solamente a los Papas, sino también a la Tradición,
claramente expresada por los Padres y por los Concilios. Lutero entonces
tuvo que admitirlo y argumentó que también los concilios ecuménicos habían
errado, poniendo así la autoridad de los exegetas por encima de la autoridad de
la Iglesia y de su Tradición».
¿Fue en ese momento cuando
se produjo la "separación" decisiva?
«Efectivamente, así lo
creo. Fue el momento decisivo, porque se abandonaba la idea católica de
la Iglesia como intérprete auténtica del verdadero sentido de la
Revelación. Lutero no podía compartir ya la certeza de que, en la
Iglesia, hay una conciencia común por encima de la inteligencia e
interpretación privada. Quedaron alteradas las relaciones entre la
Iglesia y el individuo, entre la Iglesia y la Biblia. Por tanto, si
Lutero viviera, la Congregación habría de hablar con él sobre este punto, o,
mejor dicho, sobre este punto hablamos con él en los diálogos ecuménicos.
Por otra parte, no es otra la base de nuestras conversaciones con los teólogos
católicos: la teología católica expone la fe de la Iglesia; cuando se pasa de
la exposición a una reconstrucción autónoma, se hace otra cosa».
Hay quien
dice...
Cardenal Ratzinger, continuemos con las "provocaciones", sigamos
analizando las insinuaciones de las malas lenguas... Por ejemplo: hay quien
dice que, en estos años, el ecumenismo ha discurrido con frecuencia en un solo
sentido. Disculpas y demandas de perdón —desde luego con frecuencia muy justificadas—
por parte católica; pero por parte protestante, se observa una reafirmación en
los propios argumentos y, al parecer, poca inclinación a reexaminar
críticamente los orígenes y acontecimientos de la Reforma.
«Puede que sea verdad
—responde—. La actitud de cierto ecumenismo católico posconciliar ha
estado quizás marcada por una especie de masoquismo, por una necesidad un tanto
perversa de reconocerse culpable de todos los desastres de la historia.
Hablando concretamente de la situación alemana, que conozco por dentro, tengo
que decir que soy amigo de algunos protestantes verdaderamente espirituales,
personas a las que realmente admiro. Al vivir en profundidad su vida
cristiana, estas personas tienen también una profunda conciencia de la culpa de
todos los cristianos por las divisiones que les desgarran. Por parte
protestante hay un nuevo interés respecto a los elementos fundamentales de la
realidad católica».
¿Cuál es el principal
objeto de la revisión por parte de la Reforma?
«Hay un redescubrimiento de
la necesidad de una Tradición, sin la cual la Biblia queda como flotando en el
aire, y como un libro antiguo entre tantos otros. Este redescubrimiento
se ve favorecido también por el hecho de que los protestantes pertenecen, junto
con los ortodoxos, al Consejo Ecuménico de Ginebra, que es el organismo que
reúne a todas las Iglesias cristianas, a excepción de la católica. Ahora
bien, decir "ortodoxia oriental" equivale a decir
"Tradición"».
«Por lo demás —agrega—,
este empecinamiento en el Sola Scriptura del protestantismo clásico no podía
perdurar, y hoy más que nunca ha sido puesto en cuestión por la exégesis
"científica", nacida y desarrollada precisamente en el ámbito de la
Reforma, que ha demostrado que los evangelios son producto de la Iglesia
primitiva; más aún, que toda la Escritura no es más que Tradición. Hasta
el punto que, dándole la vuelta a su lema tradicional, algunos estudiosos
luteranos parecen acercarse a la idea de las Iglesias ortodoxas de Oriente: no
se trata ya de Sola Scriptura, sino de Sola Traditio. Y se da también,
por parte de algunos teólogos protestantes, el redescubrimiento de la
autoridad, de una cierta jerarquía, y de la realidad de los sacramentos».
Y añade sonriendo, como
pensativamente: «Mientras fueron los católicos quienes decían estas cosas, era
difícil que los protestantes las aceptaran. Dichas por las Iglesias de
Oriente, han sido escuchadas y estudiadas con mayor atención, quizás porque se
desconfiaba menos de aquellos cristianos, cuya presencia en el Consejo de Ginebra
ha resultado providencial».
Así, pues, hay también un
movimiento de la parte protestante; se da una convergencia hacia posiciones que
podrían manifestarse algún día como comunes.
Ratzinger, como buen
realista, está lejos de cualquier optimismo ingenuo: «Sí, existe ese movimiento
y por tanto un reconocimiento de infidelidad a Cristo por parte de todos los
cristianos, no sólo por la parte católica. Pero queda aún como un límite
infranqueable aquella diversa concepción sobre la Iglesia. Á un reformado
le resultará siempre difícil, por no decir imposible, aceptar el sacerdocio
como sacramento y como condición indispensable para la eucaristía; porque para
aceptar esto sería menester aceptar la estructura de la Iglesia basada en la
sucesión apostólica. A lo sumo —al menos por ahora— pueden llegar a
conceder que este tipo de Iglesia es la mejor solución, pero no que sea la
única, la indispensable».
Ratzinger observa que
precisamente por esta idea sobre la Iglesia —que resulta más "fácil",
más "obvia", según la mentalidad actual—, al convivir protestantes y
católicos, son estos últimos los que corren mayor riesgo de deslizarse hacia
las posiciones del otro. «El auténtico catolicismo —dice— se mantiene en un
equilibrio muy delicado, en un intento de compaginar aspectos que parecen
contrapuestos y que, sin embargo, aseguran la integridad del
Credo. Además, el catolicismo exige la aceptación de una mentalidad de fe
que frecuentemente se halla en una radical oposición con la opinión actualmente
dominante».
Como ejemplo me cita la
renovada negativa de Roma a permitir "la intercomunión", es decir, la
posibilidad para un católico de participar en la eucaristía de una Iglesia
reformada. Dice: «Muchos católicos piensan que esta prohibición es el
último fruto de una mentalidad intolerante que ha pasado de moda.
"No seáis tan severos, tan anacrónicos", nos gritan
enardecidos. Pero no es cuestión de intolerancia ni de retraso ecuménico.
Para el Credo católico, si no hay sucesión apostólica, no hay sacerdocio
auténtico, y por tanto no puede haber auténtica eucaristía. Nosotros
creemos que esto ha sido querido así por el mismo Fundador del cristianismo».
Un largo
camino
Ya hemos aludido, aunque en forma indirecta, a las Iglesias ortodoxas del
Oriente europeo. ¿Cómo se desarrollan las relaciones con ellas?
«Los contactos son
aparentemente más fáciles, pero en realidad presentan graves
dificultades. Estas Iglesias tienen una doctrina auténtica, pero
estática, como bloqueada; permanecen fieles a la doctrina del primer milenio
cristiano, pero rechazan todas las profundizaciones sucesivas, porque los
católicos habrían tomado las decisiones sin contar con ellos. Según
ellos, en materia de fe solamente puede decidir un Concilio verdaderamente
ecuménico, y, por lo tanto, que comprenda a todos los cristianos. En
consecuencia, no consideran válido cuanto ha sido declarado por los católicos
después de la división. En principio, hasta pueden estar de acuerdo sobre
todo lo que ha sido establecido, pero lo consideran limitado a las Iglesias que
dependen de Roma y no lo aceptan como norma también para ellos».
Al menos en esto la
eclesiología constituye un problema menos insoluble.
«No está tan claro.
Es verdad que tienen firme la idea de la necesaria sucesión apostólica, y que
su episcopado y su eucaristía son auténticos. Sin embargo, conservan esa idea
profundamente asimilada de la autocefalía, según la cual, las Iglesias, aunque
unidas en la fe, son al mismo tiempo independientes entre sí. No llegan a
aceptar que el Obispo de Roma, el Papa, pueda ser el principio, el centro de la
unidad, aunque sea en una Iglesia universal entendida como comunión».
¿Así que ni siquiera con el
Oriente es previsible, para tiempos no muy lejanos, un principio de unión?
«No veo, dentro de una
perspectiva humana, que sea posible una unión completa que vaya más allá de una
practicable (y ya practicada) fase inicial. Sin embargo, esta dificultad
está en el nivel teológico. En cambio, en el plano concreto, vital, las
relaciones son más fáciles. Puede verse allí donde los católicos y los
ortodoxos están en contacto (y quizás sufren una misma persecución), como por
ejemplo en Ucrania. Aunque las eclesiologías continúen divididas para la
teología, en cambio, en la existencia concreta, las Iglesias experimentan un
intercambio vital: existe reciprocidad sacramental y es posible (en
determinadas condiciones) la intercomunión, a diferencia de lo que sucede con
los protestantes».
Los anglicanos se han
considerado siempre como the bridge-church, la iglesia puente entre el mundo
protestante y el católico; hubo un tiempo (y no lejano) en que pareció que se
estaba a un paso de la unión.
«Es verdad. Pero
ahora los anglicanos han vuelto a alejarse bruscamente con las nuevas normas
sobre los divorciados que vuelven a casarse, sobre el sacerdocio conferido a
las mujeres y sobre otras cuestiones de teología moral. Estas cuestiones
han vuelto a abrir una brecha no sólo entre los anglicanos y los católicos,
sino también entre los anglicanos y los ortodoxos, que en general comparten el
punto de vista católico».
Después del Concilio
alguien afirmó que bastaría con que la Iglesia católica se adentrara por el
camino e las "reformas" para reencontrar la unidad con los hermanos
separados. Sin embargo, tengo delante un documento reciente sobre el
ecumenismo, proveniente de la parte protestante y en concreto de las Iglesias
italianas valdense y metodista. En él se lee: «Catolicismo y protestantismo,
aunque se remonten a un mismo Señor, son dos modos distintos de entender y
vivir el cristianismo. Estos modos distintos no son complementarios sino
alternativos».
¿Qué opina de esto el
cardenal Ratzinger?
«Desgraciadamente, por el
momento, la realidad es ésta. No hay que confundir las palabras con la
realidad: cualquier progreso en el plano teológico, cualquier documento común,
no significan un acercamiento verdaderamente vital. La eucaristía es
vida, y esta vida, lamentablemente, no es compartible con quien tiene una
concepción de la Iglesia —y, por lo tanto, del sacramento— tan distante.
Existe un cierto peligro en un ecumenismo que no se sitúe realistamente ante
esta dificultad, insuperable, por el momento, para los hombres. Por otra
parte, está claro que también existían peligros en la situación preconciliar,
marcada por el encastillamiento y por la intransigencia, que no dejaban espacio
a la fraternidad».
«Pero la
Biblia es católica»
Se ha intentado avanzar algún paso proponiendo algunas traducciones de la
Biblia en común entre diversas confesiones. ¿Qué piensa Ratzinger de estas
ediciones ecuménicas?
«Solamente he estudiado la
traducción interconfesional alemana. Ha sido concebida sobre todo para el
uso litúrgico y para la catequesis. En la práctica resulta que la usan
casi exclusivamente los católicos, y en cambio no la usan muchos luteranos,
porque prefieren volver a "su" Biblia».
¿Sería, quizás, otro caso
de ecumenismo "en un solo sentido"?
«Tampoco en este tema hay
que hacerse demasiadas ilusiones. La Escritura vive en una comunidad y
tiene necesidad de un lenguaje. Toda traducción es al mismo tiempo, de
alguna manera, una interpretación. Hay pasajes (y todos los estudiosos
están de acuerdo en esto) en que dice más el traductor que la misma Biblia, y
esto sucede muy especialmente con Lutero. Algunos textos de la Escritura
exigen una elección muy precisa, una toma de posición muy clara. No se
puede mezclar o esconder una dificultad mediante subterfugios. Se
pretende hacernos creer que los exegetas, con sus métodos histórico-críticos,
habrían encontrado la solución "científica" y, por lo tanto, por
encima de las partes en cuestión; pero esto no es así, porque toda
"ciencia" depende inevitablemente de una filosofía, de una
ideología. No existe la neutralidad, y menos en este tema. Por otra
parte, comprendo que los luteranos alemanes insistan en su Biblia de
Lutero. En su forma literaria, ella ha sido precisamente la fuerza unitiva
del luteranismo a través de los siglos; su eliminación afectaría de hecho al
núcleo de la identidad luterana. Esta traducción tiene un rango en su
comunidad muy distinto del que cualquier otra pueda tener entre nosotros.
Además, por la interpretación que implica, limita en cierto sentido los efectos
de la Sola Scriptura y proporciona una inteligencia común de la Biblia, una
asimilación "eclesial" común».
Añade: «Debemos tener el
valor de repetir con toda claridad que, tomada en su totalidad, la Biblia es
"católica". El aceptarla tal como está, en la unidad de todas
sus partes, significa aceptar a los grandes Padres de la Iglesia y la lectura
que ellos hicieron; y, por lo tanto, significa entrar en el catolicismo».
Semejante afirmación —me
aventuro a decir—, ¿no corre el riesgo de suscitar la desconfianza de quien la
considere "apologética"?
«No —replica—, porque no es
mía, sino de muchos exegetas protestantes contemporáneos. Por ejemplo,
uno de los discípulos predilectos del luterano Rudolf Bultmann, el profesor
Heinrich Schlier. Éste, llevando hasta sus lógicas consecuencias el
principio de Sola Scriptura, ha visto que el "catolicismo" está ya en
e Nuevo Testamento, porque en él se encuentra ya el concepto de una Iglesia
viviente a la que el Señor le ha dejado su Palabra viva. ¡Ciertamente que
no está en la Escritura la idea de que ésta sea un fósil arqueológico, una
colección de diversas fuentes que tuvieran que ser estudiadas por un arqueólogo
o por un paleontólogo! De esta manera, con coherencia, Schlier ha entrado
en la Iglesia católica. Otros colegas suyos protestantes no han llegado a
tanto, pero no impugnan en general la presencia de lo católico en la Biblia».
Y
usted mismo, cardenal Ratzinger (de niño, o de joven seminarista, o quizá de
teólogo), ¿no se ha sentido nunca atraído por el protestantismo? ¿No ha pensado
nunca en cambiar a otra confesión cristiana?
«¡Oh, no! —exclama—.
El catolicismo de mi Baviera sabía dejar sitio para todo lo que es humano: para
la oración y para las fiestas, para la penitencia y para la alegría. Un
cristianismo gozoso, policromo, humano. Será que no tengo el sentido del
"purismo" y que desde la infancia he respirado el barroco. Y
con toda la estima a mis amigos protestantes, por simple psicología, jamás he
sentido un atractivo de este género. Tampoco en el plano teológico; el
protestantismo podía dar la impresión de una "superioridad", de mayor
"cientifismo", pero la gran tradición de los Padres y de los maestros
medievales era para mí más convincente».
Iglesias en
la tempestad
Usted vivió de niño, luego de adolescente y de joven (tenía dieciocho años en
1945) en la Alemania del nazismo; ¿cómo ha vivido en cuanto católico aquel
clima terrible?
«Nací en una familia muy
creyente y practicante. En la fe de mis padres, en la fe de nuestra
Iglesia, tuve la confirmación del catolicismo como la fortaleza de la verdad y
de la justicia contra aquel reino del ateísmo y de la mentira que fue el
nazismo. En el hundimiento de aquel régimen he visto de hecho que la
Iglesia había tenido una intuición acertada».
Pero Hitler venía del
Austria católica; el partido fue fundado y prosperó en la católica Munich...
«Bien. Pero sería una
miopía considerarlo por eso producto del catolicismo. Los gérmenes
venenosos del nazismo no son fruto del catolicismo de Austria, o de Alemania
meridional, sino a lo sumo de la atmósfera decadente y cosmopolita de Viena a
finales de la monarquía, cuando Hitler meditaba nostálgico la fuerza y decisión
de la Alemania septentrional: sus ídolos políticos fueron Federico II y
Bismarck. En las elecciones decisivas de 1933 es bien sabido que Hitler
no logró la mayoría en los Ländern católicos, a diferencia de lo que ocurrió en
otras regiones alemanas».
¿Cómo explica esto?
«Tengo que comenzar
diciendo que el núcleo creyente de la Iglesia evangélica desempeñó un destacado
papel en la resistencia a Hitler. Me acuerdo de la Declaración de Barmen,
del 31 de mayo de 1934, con la que la "Iglesia confesora" (bekennende
Kirche) se apartó de los "Cristianos alemanes" y realizó así el acto
básico de oposición a las pretensiones totalitarias de Hitler. Por otra
arte, el fenómeno de los "Cristianos alemanes" hacía ver el singular
peligro al que quedó expuesto el protestantismo en el momento de la toma del
poder. La idea de un cristianismo nacional, es decir, germano,
antilatino, deparó a Hitler un punto de conexión, lo mismo que la tradición de
la Iglesia estatal y la fuerte insistencia en la obligación de la obediencia a
la autoridad, tan familiar a la tradición luterana. Por estos aspectos,
el protestantismo alemán, en particular e luteranismo, se vio al principio
mucho más expuesto a las artimañas de Hitler. Un movimiento como el de los
"Cristianos alemanes" no tenía cabida posible en el marco de la
eclesiología católica».
Eso no quita el que también
los protestantes se significaran en la lucha contra el nazismo.
«Claro que no. De lo
que acabo de decir sobre el protestantismo se deduce precisamente que los
protestantes necesitaban un coraje más personal para resistir a Hitler.
Karl Barth expresó con mucha claridad este estado de cosas cuando rechazó el
juramento de los funcionarios. Así se explica que e1 protestantismo tenga
destacadas personalidades de la resistencia antinazi. Pero asimismo se
comprende cómo al católico alemán medio le resultara más fácil mantenerse en el
rechazo de las doctrinas de Hitler. En aquella situación política se vio
una vez más lo que en tantas otras se ha comprobado en a historia. A la
hora de optar por un mal menor, la Iglesia puede, por táctica, llegar a
pactos hasta con sistemas estatales represivos, resultando a la postre ser un
bastión contra las apisonadoras totalitarias. Por su propia naturaleza,
la Iglesia católica no puede ni mezclarse ni confundirse con el Estado y tiene
que oponerse a cualquier Estado que fuerce a los creyentes a una visión
única. Esto, ni más ni menos, fue lo que viví, siendo joven católico, en
la Alemania nazi».
(Del Capítulo XI de Informe sobre la Fe)
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