Declaración de la
Comisión Permanente
del Episcopado Argentino,
a nuestros colaboradores:
sacerdotes diocesanos y religiosos
y a todo el pueblo de Dios
sacerdotes diocesanos y religiosos
y a todo el pueblo de Dios
(12 de agosto de 1970)
Introducción
Conocemos y valoramos
vuestra expectativa por nuestra palabra de obispos, a la cual tenéis derecho.
La comisión permanente del Episcopado Argentino se ha
reunido, en estos días, para estudiar los problemas religiosos más urgentes de
nuestro país y preparar el temario de su próxima asamblea ordinaria.
Vuestra expectativa es justa
y nos agrada responder a ella dentro del ámbito de nuestras facultades y en
nombre del Episcopado. Corresponde que obremos como pastores auténticos de la
Iglesia y así lo queremos hacer.
El Señor que es caridad, por
ella se dignó ser y llamarse nuestro Padre por la gracia, y Jesús a sus
apóstoles y en ellos a sus sucesores, nos llamó sus amigos. Así, pues, queremos
llegar a todos vosotros con la verdad y con el amor de Jesucristo y de su
Iglesia.
Los
recientes acontecimientos
Los últimos acontecimientos
de violencias, secuestros y asesinatos han desatado oleadas de protestas y
negaciones, que han perturbado el ambiente, aumentando la confusión y la
desorientación. En estas circunstancias es fácil hacer cargos, pero no pocas
veces sin las condiciones necesarias de objetividad, justicia, equidad y sin la
cordura que exige la prudencia.
Por eso, nuestra palabra se
dirige a todos, intentando exponer con claridad la verdad, amando a los
hombres, pero denunciando los errores y acentuando la obligación grave de
renunciar a ellos al comprobarlos.
Lo que buscamos y queremos
ahora es la reflexión seria y obligada de conocer bien y respetar la verdad de
la Iglesia, en puntos básicos claramente enseñada por ella, para rectificar
rumbos, deponer actitudes y, si es necesario, para hacer penitencia, que
significa cambiar de mentalidad, a fin de pensar como piensa la Iglesia, con
ella y en ella, cooperando a sí a su obra de salvación.
Hemos orado, hemos
reflexionado y hemos estudiado. Hoy debemos implorar nosotros y vosotros, con
todos los fieles y comunidades religiosas –a los cuales pedimos que nos
acompañen con sus oraciones y buenas obras-, una gracia extraordinaria.
“La hora que marca el reloj
de la historia exige de todos los hijos de la Iglesia una gran valentía, y de
manera especial la ‘valentía de la verdad’, que el mismo Señor recomendó a sus
discípulos cuando decía: ‘Que vuestro sí sea sí, y vuestro no, no’.”1
Pidamos esta gracia.
Nosotros para conocer bien la verdad y decirla con claridad y caridad; y
vosotros para entenderla, aceptarla y realizarla. Su Santidad Pablo VI nos ha
señalado el sendero con su ejemplo personal y con su palabra iluminadora. En
esta oportunidad, sobre todo, seguiremos
sus enseñanzas, que son las de la Iglesia.
“El coraje de la verdad es
también la primera e indispensable caridad que los pastores deben ejercitar. No
admitamos jamás, ni siquiera con el pretexto de la caridad para con el prójimo,
que un ministro del evangelio anuncie una palabra puramente humana, va en ello
la salvación de los hombres. Por eso, en este recuerdo todavía fresco de la
fiesta de pentecostés queremos hacer un llamado a todos los pastores
responsables para que eleven su voz cuando sea necesario con la fuerza del
Espíritu Santo (cfr. Hechos I,8), con el fin de aclarar lo que está turbio,
enderezar lo torcido, calentar lo que está tibio, fortalecer lo que está débil,
iluminar lo tenebroso.”2
La Misión
de la Iglesia
Ante todo es absolutamente
indispensable tener bien en cuenta la naturaleza, constitución y finalidades de
la Iglesia para poder apreciar rectamente si nuestra vida cristiana y su
actividad están conformes o no a los dictados fundamentales de la misma.
“La misión propia que Cristo
confió a la Iglesia no es de orden político, económico o social; el fin que él le
señaló es de orden religioso. Pero ciertamente de esta misión de la Iglesia se
difunde ayuda, luz y fuerza que pueden cooperar en la tarea de establecer y
afianzar la comunidad humana según la ley divina.”3
Con cuanta razón y acierto
ha señalado Su Santidad Pablo VI que no todos los impulsos que el Concilio ha
conferido a la Iglesia se han encaminado en la dirección correcta, de modo que
no pocos síntomas parecen más bien ser preludios de graves contratiempos para
la misma Iglesia. “Hemos señalado algunos, dice, por ejemplo, una cierta
desviación del sentido de la ortodoxia doctrinal en algunas escuelas y en
algunos estudiosos.” De lo cual concluye que: “Y no hay quien no vea qué
peligro para la verdad religiosa y para la eficacia salvífica de nuestra religión
constituye el hecho de considerar sólo su aspecto humano y social con perjuicio
de su aspecto primario, sagrado y divino, que es el de la fe y de la oración”.4
Peligroso
error
Este hecho, comprobado
repetidas veces en múltiples declaraciones firmadas por sacerdotes y laicos,
más que un síntoma es realmente un peligroso error que no debe continuar más.
El Concilio Vaticano II
señala el buen sendero, con claridad, diciendo “Para que puedan verificar
también concretamente la unidad de su vida, consideren todas sus empresas,
examinando cuál sea la voluntad de Dios, es decir hasta qué punto se conforman
sus empresas con las normas de la misión evangélica de la Iglesia. Y es así que
la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia. Así,
pues, la caridad pastoral pide que, para no correr en vano, trabajen siempre
los presbíteros en vínculo de comunión con los obispos y con los otros hermanos
en el sacerdocio.”5
Los hechos actuales y a
pesar de las advertencias hechas ya por vuestros obispos, por los Sumos
Pontífices Pío XII, Juan XXIII y sobre todo Pablo VI, ofrecen un espectáculo
doloroso ante nuestros fieles y ante nuestros conciudadanos.
Comunión en
la acción
El Concilio Vaticano II
insiste, fortaleciendo esta doctrina tan fundamental con estas palabras: “El
ministerio sacerdotal, por el hecho de ser ministerio de la Iglesia misma, sólo
puede cumplirse en comunión jerárquica con todo el cuerpo. Así, la caridad
pastoral apremia a los presbíteros a que, obrando en esta comunión, consagren
por la obediencia su propia voluntad al servicio de Dios y de sus hermanos,
aceptando y ejecutando con espíritu de fe lo que se manda o recomienda por
parte del Sumo Pontífice y del propio obispo. [ ...] De esta manera mantienen y
fortalecen la necesaria unidad con sus hermanos en el ministerio, y
señaladamente con los que el Señor ha constituido rectores visibles de su
Iglesia y trabajan en la edificación del cuerpo de Cristo.”6
Esta doctrina del Concilio
no necesita comentarios. Pero sí necesita, de nuestra parte, la afirmación de
que es obligatoria para todos y cada uno de nosotros. Quien no acepte esta
verdad está quebrantando la unidad de la Iglesia.
Edificación
en la verdad
Finalmente, como rectores
del pueblo de Dios se les recuerda que “para ejercer este ministerio, como para
cumplir las restantes funciones de presbítero, se les confiere potestad
espiritual que, ciertamente, se da para edificación.”7
Se señalan luego las normas para proceder en los diversos casos y trabajos para
la edificación de la comunidad cristiana, cerrando con la siguiente
advertencia: “Sin embargo, en la construcción de la comunidad de los
cristianos, los presbíteros no están nunca al servicio de una ideología o
facción humana, sino que, como heraldos del evangelio y pastores de la Iglesia,
trabajan por lograr el espiritual incremento del Cuerpo de Cristo.”8
Así, pues, quede bien en
claro que el poder espiritual que la Iglesia confiere a los presbíteros es
ciertamente para edificación e incremento del cuerpo de Cristo como heraldos
del evangelio y pastores de la Iglesia.
Lo
económico y político
Por último, cabe bien
recordar aquí lo que señala el Episcopado Latinoamericano en Medellín: “Para
promover el desarrollo integral del hombre formará (el sacerdote) a los laicos
y los animará a participar activamente, con conciencia cristiana, en la técnica
y elaboración del progreso. Pero en el orden económico y social, y
principalmente en el orden político, en donde se presentan diversas opciones
concretas, al sacerdote como tal no les incumbe directamente la decisión, ni el
liderazgo, no tampoco la estructuración de soluciones.”9
Si en este orden económico
social, y principalmente en el político, con el cual hoy diversas opciones
concretas pero que, sin embargo, al sacerdote como tal no le incumbe
directamente la decisión ni el liderazgo, ni tampoco la estructuración de
soluciones, mucho menos le incumbe la decisión, el liderazgo y la
estructuración de soluciones donde no puede existir opción sin la negación de
principios del derecho natural y la doctrina social de la Iglesia.
La
Revolución Social
“Adherir a un proceso
revolucionario [ ...] haciendo opción por un socialismo latinoamericano que
implique necesariamente la socialización de los medios de producción del poder
económico y político y de la cultura”10
no corresponde ni es lícito a ningún grupo de sacerdotes ni por su carácter
sacerdotal, ni por la doctrina social de la Iglesia a la cual se opone, ni por
el carácter de revolución social que implica la aceptación de la violencia como
medio para lograr cuanto antes la liberación de los oprimidos.
Ya hemos expuesto cuál es la
misión del sacerdote como tal en la Iglesia. Sostener “que no habrá socialismo
auténtico en Latinoamérica sin esa toma de poder por auténticos revolucionarios,
surgidos del pueblo y fieles a él”,11
es propiciar la revolución social con todas las violencias inherentes a la
misma.
Su Santidad Pablo VI, el 24
de junio de 1968, hizo la siguiente advertencia: “Sentimos, sin embargo, el
deber de poner en guardia a nuestros hijos y a todos los hombres, contra la
fácil e ilusoria tentación de creer que el cambio ruidoso y brusco de un orden
que no satisface, sea por si mismo garantía de un orden bueno o por lo menos
donde éste no se encuentra debidamente preparado; y sobre todo que la
violencia, aunque se presente como sincera revolución contra la injusticia,
asegure casi naturalmente la instauración de la justicia, cuando la experiencia
nos enseña que la mayoría de las veces ocurre precisamente lo contrario.”
En el ámbito cristiano, ni
la enseñanza de la Iglesia ni su tradición nos presentan la alianza del
evangelio y de la violencia en busca de la justicia social.
La declaración del
Episcopado argentino, al término de la llamada reunión de San Miguel, es frecuentemente
invocada para avalar la revolución social. Sin embargo en ella el Episcopado,
en el documento Justicia, expresó claramente la doctrina de la Iglesia con
estas palabras: “La necesidad de una transformación rápida y profunda de la
estructura actual nos obliga a todos a buscar un nuevo y humano, viable y
eficaz camino de liberación con el que se superarán las estériles resistencias
al cambio y se evitará caer en las opciones extremistas, especialmente las de
inspiración marxista, ajenas no sólo a la visión cristiana, sino también al
sentir de nuestro pueblo.”
Socialización
de los medios de producción
No se puede optar por el
“socialismo latinoamericano que implique necesariamente la socialización de los
medios de producción del poder económico y político y de la cultura”, afirmando
que para que ello sea factible se considera “necesario erradicar definitiva y
totalmente la propiedad privada de los medios de producción”,12 sin negar principios fundamentales de
la doctrina social de la Iglesia.
Son mas que suficientes los
siguientes párrafos: “El derecho de propiedad privada, aun en lo tocante a
bienes de producción, tiene un valor permanente, ya que es un derecho contenido
en la misma naturaleza, la cual nos enseña la prioridad del hombre individual
sobre la sociedad civil y, por consiguiente, la necesaria subordinación
teleológica de la sociedad civil al hombre. [ ...] Además, la historia y la
experiencia demuestran que en los regímenes políticos que no reconocen a los
particulares la propiedad, incluida la de los bienes de producción, se viola o
suprime totalmente el ejercicio de la libertad humana en las cosas más
fundamentales, lo cual demuestra con evidencia que el ejercicio de la libertad
tiene su garantía y al mismo tiempo su estímulo en el derecho de propiedad.”13
Sin embargo, debemos dejar
claramente expresado que al defender con la doctrina social de la Iglesia el
derecho de la propiedad privada, aun en lo tocante a los medios y bienes de
producción, no se pretende ni sostener y menos defender el estado actual de
cosas, como si fuera una expresión de la voluntad divina. No se trata de
proteger, por principio, a los ricos contra los pobres e indigentes. Lo que se
hace es defender el alto fin ético-social de la propiedad. La doctrina social de
la Iglesia, en este caso tiende a lograr que la institución de la propiedad
privada sea lo que debe ser, de acuerdo a la función social, que es uno de sus
caracteres esenciales por su misma naturaleza. Sólo así la propiedad privada,
aun de los medios de producción, podrá asegurar los derechos que la libertad
concede a la persona humana, prestando su necesaria colaboración para
restablecer el recto orden de la sociedad.
Insistimos, una vez más, en
la promoción de los sectores más necesitados y en un más fácil acceso de los
mismos a los bienes materiales, culturales y religiosos.
Manifestaciones
de violencia
Finalmente, ante los
acontecimientos que han conmovido las conciencias, hiriendo los sentimientos
más profundos de humanidad y fraternal convivencia de todo el país, con actos
de terrorismo, asaltos, asesinatos, secuestros y violencias, creemos de nuestro
deber recordaros las palabras que el Episcopado argentino, en abril de 1969, al
término de la citada reunión de San Miguel, os dirigió: “Ante las crecientes
manifestaciones de violencia, de distinto origen, hacemos un llamado a los
padres, a las instituciones educativas, a la prensa y a los demás medios de
comunicación social y a las autoridades competentes para que reflexionen
seriamente sobre su propia responsabilidad frente a las manifestaciones
delictivas juveniles. Si bien alentamos todos los esfuerzos orientados a lograr
la transformación anhelada, señalamos la necesidad de no equivocar el camino;
las vidas y bienes que con relativa frecuencia se ponen en juego son un injusto
precio y un grave obstáculo para lograr el mayor consenso en las tareas del
cambio social.”14
“Además, no podemos menos
que deplorar, con Su Santidad Pablo VI, que se erijan en sistemas de lucha,
métodos de terror que la conciencia civil rechaza con toda justicia. No es con
nuevas injusticias como se combaten aquellas contra las cuales se protesta;
como tampoco se restablece el orden, turbado con acciones incluso delictivas,
violando los derechos del hombre.”15
Fidelidad
No podríamos, sin embargo,
terminar sin hacer una observación de singular importancia que nos exige
nuestro deber de pastores.
Para que “un movimiento
sacerdotal sea cristiano e implique una voluntad inquebrantable de pertenencia
a la Iglesia Católica, pueblo de Dios, según la definiera el Concilio Vaticano
II,”16 es absolutamente necesario aceptar la
definición completa de la Iglesia que da el Concilio. Es cierto que la Iglesia
es pueblo de Dios. Pero la definición completa dada por el concilio es la
siguiente: “Cristo único mediador, estableció y mantiene continuamente a su
Iglesia santa, comunidad de fe, de esperanza y de caridad, en este mundo como
una trabazón visible, por la cual comunica a todos la verdad y la gracia. Pero
la sociedad dotada de órganos jerárquicos y el cuerpo místico de Cristo, la
sociedad visible y la comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia
dotada de los bienes celestiales, no han de considerarse como dos cosas
distintas, porque forman una realidad compleja, constituida por un elemento
humano y otro divino. [ ...] Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el
símbolo confesamos una, santa, católica y apostólica, la que nuestro salvador
entregó después de su resurrección a Pedro para que la apacentara (Jn.21,17),
confiándole a él a los demás apóstoles su difusión y gobierno (Mt. 28,18), y la
erigió para siempre como columna y fundamento de la verdad (I Tim. 3,15). Esta
Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como sociedad, permanece en la
Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en
comunión con él, aunque se encuentren fuera de ella muchos elementos de
santificación y de verdad que, como dones propios de la Iglesia de Cristo,
impulsan hacia la unidad católica.”17
Indispensable
comunión
Esto, pues, quiere decir que
los movimientos de grupos sacerdotales no pueden ni deben actuar sin estar en
comunión con sus propios obispos y, en último término, con el Pastor supremo de
la Iglesia, como lo hemos expuesto en este mismo documento, al transcribir los
textos del decreto sobre el ministerio de los presbíteros, del Concilio
Vaticano II, en sus números 14 y 15.
Todos debemos,
permanentemente, esforzarnos por ser mejores y modificar nuestro modo de ser.
Pero como pastores, no podemos modificar jamás la doctrina del evangelio ni las
enseñanzas de la Iglesia de su magisterio.
Inmediato
futuro
Todos nosotros, todo el
pueblo de Dios, obispos, sacerdotes, religiosos y fieles debemos empeñarnos con
una sola alma y un solo corazón en amar la unidad y buscar la unidad, cerrando
las grietas que puedan haberse abierto. Este es el gran deber de la hora para
todos. Al analizar las tendencias principales que en el seno de nuestra Iglesia
han tomado estado público, lo hemos hecho confrontándolas con la doctrina del
Concilio Vaticano II y otros documentos del magisterio de la Iglesia, con amor,
en el anhelo de que la reflexión en la oración os ilumine para que vuestra
decisión de servir ala Iglesia, al pueblo de Dios y a todos los hombres, entre
en la comunión con quienes el Espíritu Santo puso para conducir a la Iglesia
por los senderos de la verdad y en la caridad.
Para terminar, no
encontramos palabras mejores ni más a propósito que las que pronunció Jesús en
su oración sacerdotal, después de la última cena y de la institución de la
eucaristía, cuando rogó por la Iglesia futura: “No ruego por éstos solamente,
sino también por los que crean en mi por medio de su palabra; que todos sean
uno; como tú Padre, en mi y yo en ti, que también ellos en nosotros sean uno, para
que el mundo crea que tú me enviaste.”18
A María Santísima, Madre de
la Iglesia, suplicamos nos haga encontrar a todos en la unidad por la que oró
el Señor.
Buenos Aires, 12 de agosto de 1970
1 Su Santidad Pablo VI: discurso a los miembros del Sacro Colegio
Cardenalicio, 18 de mayo de 1970
2 Su Santidad Pablo VI: discurso a los miembros del Sacro Colegio
Cardenalicio, 18 de mayo de 1970
3 Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, N° 42
4 Su Santidad Pablo VI: audiencia general del 17 de septiembre de 1969
5 Decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, N° 14
6 Decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, N° 15
7 Decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, N° 6
8 Decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, N° 14
9 Medellín: Sacerdotes, N° 19
10 Declaración del tercer encuentro nacional del movimiento de sacerdotes
para el Tercer Mundo – Santa Fe, 2 de mayo de 1970.
11 Declaración del tercer encuentro nacional del movimiento de sacerdotes
para el Tercer Mundo – Santa Fe, 2 de mayo de 1970
12 Comunicado de los coordinadores regionales del movimiento de sacerdotes
para el Tercer Mundo. Córdoba, 27 de junio de 1969
13 Encíclica sobre los recientes desarrollos de la cuestión social a la luz
de la doctrina cristiana, N° 109
14 Declaración del Episcopado Argentino: documento “paz”, San Miguel, 21 al
26 de abril de 1969
15 Su Santidad Pablo VI: discurso a los miembros del Sacro Colegio
Cardenalicio, 18 de mayo de 1970
16 Declaración del Tercer encuentro nacional del movimiento de sacerdotes
para el Tercer Mundo. Santa Fe, 2 de mayo de 1970
17 Constitución dogmática sobre la Iglesia, Cap. I: N°8
18 Jn. 17,20-21
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