AUNQUE TODOS... YO NO
LIBRO DE LA LEALTAD
AL SEÑOR
MÁS DESLEALMENTE SERVIDO
Prólogo
al que intente leer
Siendo
el tiempo cosa de tan subido precio y el perderlo falta tan deplorable, quiero
hacer una advertencia honrada con el fin de que por la lectura de este libro
nadie caiga en esta falta.
Lector,
si eres hombre sin fe y a semejante
desgracia, la mayor de todas, añades la no pequeña de no tener corazón, cierra
este libro, y déjalo, que no se ha escrito para ti. Perderías el tiempo.
Pero si tienes la dicha de ser hombre de fe y corazón, aunque guardes
aquélla entre cenizas de disipación y vanidades y lleves éste estropeado por
los azares de la existencia, pasa adelante y lee, que el tiempo que en ello
empleares, tiempo fecundo será. Y ya para tu gobierno y a guisa de iniciación
ruégote que pares mientes en el título de este libro que aunque un tantico
contrario a las leyes de la concisión, vigente en estos casos, ha sido preciso
para dar a conocer en un solo renglón todo lo que trata de decir.
Ese
AUNQUE TODOS... YO NO, es la palabra
de la lealtad a toda prueba, hasta llegar, si es preciso, a la terquedad
heroica de perder la vida antes de dejar de guardarla.
Es la gota de bálsamo que Dios bueno deja llegar al corazón de los
injustamente condenados y es la mano airada que abofetea la cara de los tiranos
y perseguidores injustos.
Es la fórmula de los corazones viriles y grandes, que no se ablandan ni
ante el soborno ni ante el éxito, corazones de roca ante la dádiva del vencedor
y de carne para la compasión hacia el vencido.
Esa palabra no es ciertamente palabra de esclavo, sino de señor. No es
palabra que pronuncian ni entienden los cobardes, los egoístas y los
comodones, sino los esforzados y abnegados.
Es, por último, y ¡qué triste es esto!, la
palabra de los menos, y, si me
aprietas, te diré que de los muy pocos,
que la historia y la experiencia enseñan que no están los más, por esas escabrosidades y contramarcas de la lealtad a
todo trance.
Por eso
lector
querido, preveníate al comenzar, que si no andabas muy allá de corazón, dejaras
estos renglones escritos para arrancar lágrimas de compasión y rugidos de
indignación por una deslealtad que se está perpetrando ante nuestra vista y
para levantar un ejército de desagraviadores de ella.
Estas
páginas
llevan el propósito de poner a los hombres
de fe y de corazón enfrente de un mal que no sé cómo llamarlo y que después de
llamarlo con todos los nombres malos de la tierra, todavía no lo habría hecho
adecuadamente.
¡Él abandono del Sagrario!
Es decir, la repetición constante para el Corazón de Jesucristo de lo
más triste de su Evangelio.
Es Belén, su pueblo, con sus puertas cerradas, y sin un rinconcito para
que nazca. Es Nazaret, la tierra de casi toda su vida, intentando arrojarlo
desde lo alto del monte. Es Jerusalén, el gran teatro de sus milagros,
dejándolo sin comer y sin casa para dormir el mismo Domingo de Ramos. Es el abandonándolo, todos huyeron de la
noche de las agonías del Huerto. Es el desconsolador y tristísimo vino a los suyos y los suyos no lo
recibieron del Evangelio de san Juan repetido todos los días en miles y
miles de Sagrarios en donde vive la mismísima Víctima de aquellas deslealtades.
Yo temo
que
al leer la palabra "Sagrario" en este prólogo, algún espíritu de fe
superficial bostezando diga: ¡bah! ¡cosas de mística! ¡entretenimiento para
devotas! Esto no es para hombres de negocios, de estudios... No, hermano mío,
le diría yo: no es cosa de mística, ni ascética, sino de justicia seca, de
lógica, de razón y de buen sentido lo que aquí se trata.
Lo
que aquí se busca es acabar con ese contrasentido y contra derecho y contra
razón que envuelve el creer que Jesucristo está realmente presente en el
Sagrario todo el día y toda la noche y lo mismo en el de la artística y
suntuosa catedral que en el de la ruinosa y misérrima iglesia de aldea y
dejarlo solo noche y día.
¿Es leal,
es justo, es lógico ese proceder?
¿Qué fe es ésa que no hace caso de lo que cree o qué corazones tienen
los hombres de esa fe?
Lógico es que el pagano, el judío, el hereje, el impío, vuelvan las
espaldas al Sagrario. ¡No creen! Pero que las vuelva y viva como si no
existiera el que sabe tan cierto como lo más cierto que sepa, que detrás de
aquella puertecita dorada vive el Jesús del Evangelio con todo su poder, con
todo su Corazón, con toda su misericordia..., ¿puede eso justificarse? ¿o por
lo contrario, hay injusticia e inconsecuencia que más hagan sufrir a la divina
Víctima de ellas y que peores resultados puedan traer a quienes la perpetran?
Jesús mío, ¡y son tantos y de tantas clases los que te abandonan! ¡Te
ves tan solo de tus cristianos, de tus amigos de tus... ¡Te ves tan solo!
De
mí sé decir que considero uno de los mayores beneficios que el Corazón de Jesús
me ha hecho en mi vida y ¡me ha hecho tantos y tan grandes!, el haberme llamado
la atención sobre ese mal del abandono del Sagrario y dándolo a conocer tan al
vivo en sí y en sus consecuencias que ya hace tiempo que consagré todo mi
sacerdocio como ahora mi episcopado a trabajar, clamar y protestar en todas
las formas que se me alcanzan contra ese perniocísimo mal, principio y motivo
de todos los demás males sociales, domésticos e individuales.
Ésta es la razón de ser de este librejo como lo es de cuanto escribo,
hablo y proyecto, aplacar el quejido que nuestros abandonos arrancan sin cesar
al Corazón de Jesús en sus Sagrarios: sustinui
qui consolaretur... (Salmo 68,21). Esperé
quien me consolara y... no lo hallé. Cierto de que nada mejor ni más
sabroso puedo desear para Él y para mis hermanos los hombres, ¿conseguiré que
lleguen a enterarse éstos?
Conceda
el Corazón bendito de Jesús a estas paginillas, para su consuelo escritas, el
que sean eco penetrante y vivo del sustinui de sus desolaciones y de mi
lema y que quienquiera que las lea, sacerdote o seglar, fervoroso o tibio,
diligente o descuidado, hombre o mujer, se sienta obligado a repetir muchas,
muchas veces más que con la boca, con los ojos rebosando lágrimas de desagravio
y con el corazón derretido por la compasión: Corazón de Jesús Sacramentado, Aunque todos te vuelvan las espaldas, yo no.
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