domingo, 18 de mayo de 2014

Aunque todos...yo no (1) Beato Manuel González García

AUNQUE TODOS... YO NO
 
LIBRO DE LA LEALTAD
AL SEÑOR
MÁS DESLEALMENTE SERVIDO
 
    Prólogo
    al que intente leer
 
   Siendo el tiempo cosa de tan subido precio y el perderlo falta tan deplorable, quiero hacer una advertencia honrada con el fin de que por la lectura de este libro nadie caiga en esta falta.
 
Lector,
si eres hombre sin fe y a semejante desgracia, la mayor de todas, añades la no pequeña de no tener corazón, cierra este libro, y déjalo, que no se ha escrito para ti. Perderías el tiempo.
   Pero si tienes la dicha de ser hombre de fe y corazón, aunque guardes aquélla entre cenizas de disipación y vanida­des y lleves éste estropeado por los azares de la existen­cia, pasa adelante y lee, que el tiempo que en ello emplea­res, tiempo fecundo será. Y ya para tu gobierno y a guisa de iniciación ruégote que pares mientes en el título de este libro que aunque un tantico contrario a las leyes de la concisión, vigente en estos casos, ha sido preciso para dar a conocer en un solo renglón todo lo que trata de decir.   
 
  Ese AUNQUE TODOS... YO NO, es la palabra de la lealtad a toda prueba, hasta llegar, si es preciso, a la terquedad heroica de perder la vida antes de dejar de guardarla.
   Es la gota de bálsamo que Dios bueno deja llegar al corazón de los injustamente condenados y es la mano airada que abofetea la cara de los tiranos y perseguidores injustos.
   Es la fórmula de los corazones viriles y grandes, que no se ablandan ni ante el soborno ni ante el éxito, corazones de roca ante la dádiva del vencedor y de carne para la compasión hacia el vencido.
   Esa palabra no es ciertamente palabra de esclavo, sino de señor. No es palabra que pronuncian ni entienden los cobar­des, los egoístas y los comodones, sino los esforzados y abnegados.
   Es, por último, y ¡qué triste es esto!, la palabra de los menos, y, si me aprietas, te diré que de los muy pocos, que la historia y la experiencia enseñan que no están los más, por esas escabrosidades y contramarcas de la lealtad a todo trance.
 
 
Por eso

   lector querido, preveníate al comenzar, que si no andabas muy allá de corazón, dejaras estos renglones escritos para arrancar lágrimas de compasión y rugidos de indignación por una deslealtad que se está perpetrando ante nuestra vista y para levantar un ejército de desagraviadores de ella.
 
 
Estas páginas
llevan el propósito de poner a los hombres de fe y de corazón enfrente de un mal que no sé cómo llamarlo y que después de llamarlo con todos los nombres malos de la tierra, todavía no lo habría hecho adecuadamente.
   ¡Él abandono del Sagrario!
   Es decir, la repetición constante para el Corazón de Jesucristo de lo más triste de su Evangelio.
   Es Belén, su pueblo, con sus puertas cerradas, y sin un rinconcito para que nazca. Es Nazaret, la tierra de casi toda su vida, intentando arrojarlo desde lo alto del monte. Es Jerusalén, el gran teatro de sus milagros, dejándolo sin comer y sin casa para dormir el mismo Domingo de Ramos. Es el abandonándolo, todos huyeron de la noche de las agonías del Huerto. Es el desconsolador y tristísimo vino a los suyos y los suyos no lo recibieron del Evangelio de san Juan repetido todos los días en miles y miles de Sagrarios en donde vive la mismísima Víctima de aquellas deslealtades.
 
 
Yo temo
  que al leer la palabra "Sagrario" en este prólogo, algún espíritu de fe superficial bostezando diga: ¡bah! ¡cosas de mística! ¡entretenimiento para devotas! Esto no es para hombres de negocios, de estudios... No, hermano mío, le diría yo: no es cosa de mística, ni ascética, sino de justicia seca, de lógica, de razón y de buen sentido lo que aquí se trata.
 
   Lo que aquí se busca es acabar con ese contrasentido y contra derecho y contra razón que envuelve el creer que Jesucristo está realmente presente en el Sagrario todo el día y toda la noche y lo mismo en el de la artística y suntuosa catedral que en el de la ruinosa y misérrima iglesia de aldea y dejarlo solo noche y día.
 
 
¿Es leal,
es justo, es lógico ese proceder?
   ¿Qué fe es ésa que no hace caso de lo que cree o qué corazones tienen los hombres de esa fe?
   Lógico es que el pagano, el judío, el hereje, el impío, vuelvan las espaldas al Sagrario. ¡No creen! Pero que las vuelva y viva como si no existiera el que sabe tan cierto como lo más cierto que sepa, que detrás de aquella puertecita dorada vive el Jesús del Evangelio con todo su poder, con todo su Corazón, con toda su misericordia..., ¿puede eso justifi­carse? ¿o por lo contrario, hay injusticia e inconse­cuencia que más hagan sufrir a la divina Víctima de ellas y que peores resultados puedan traer a quienes la perpetran?
   Jesús mío, ¡y son tantos y de tantas clases los que te abandonan! ¡Te ves tan solo de tus cristianos, de tus amigos de tus... ¡Te ves tan solo!
 
  De mí sé decir que considero uno de los mayores beneficios que el Corazón de Jesús me ha hecho en mi vida y ¡me ha hecho tantos y tan grandes!, el haberme llamado la atención sobre ese mal del abandono del Sagrario y dándolo a conocer tan al vivo en sí y en sus consecuencias que ya hace tiempo que consagré todo mi sacerdocio como ahora mi episco­pado a trabajar, clamar y protestar en todas las formas que se me alcanzan contra ese perniocísimo mal, principio y motivo de todos los demás males sociales, domésticos e individuales.
   Ésta es la razón de ser de este librejo como lo es de cuanto escribo, hablo y proyecto, aplacar el quejido que nuestros abandonos arrancan sin cesar al Corazón de Jesús en sus Sagrarios: sustinui qui consolaretur... (Salmo 68,21). Esperé quien me consolara y... no lo hallé. Cierto de que nada mejor ni más sabroso puedo desear para Él y para mis hermanos los hombres, ¿conseguiré que lleguen a enterarse éstos?
 
   Conceda el Corazón bendito de Jesús a estas pagini­llas, para su consuelo escritas, el que sean eco penetrante y vivo del sustinui de sus desolaciones y de mi lema y que quien­quiera que las lea, sacerdote o seglar, fervoroso o tibio, diligente o descuidado, hombre o mujer, se sienta obligado a repetir muchas, muchas veces más que con la boca, con los ojos rebosando lágrimas de desagravio y con el corazón derretido por la compasión: Corazón de Jesús Sacra­mentado, Aunque todos te vuelvan las espaldas, yo no.
 


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