«Yo soy el camino, la
verdad y la vida»
(Jn 14,6).
1. Estas divinas
lecciones nos levantan el corazón, para que la desesperanza no nos deprima, y
al mismo tiempo lo aterran, para que no nos lleve el viento de la soberbia. Dificultoso,
por demás, había de sernos seguir el camino medio, verdadero y derecho, como si
dijésemos entre la izquierda de la desesperación y la derecha de la presunción,
si Cristo no dijese: Yo soy el camino, la verdad y la vida. O en
palabras semejantes: «¿Por dónde quieres ir? Yo soy el camino. ¿A dónde quieres
ir? Yo soy la verdad. ¿Dónde quieres detenerte? Yo soy la vida.» Vayamos, pues,
tranquilamente por este camino; mas ¡cuidado con las asechanzas a la vera del
camino! No se atreve el enemigo a poner celada en el mismo camino, porque el
camino es Cristo; pero a la vera del camino es cierto que no se cansa de
ponerlas. Por eso dice un salmo: Junto a las sendas me pusieron tropiezos. Y
en otro lugar dice la
Escritura : Entre lazos andas. Estos lazos entre los
que andamos no están en el camino, sino a la vera del camino. ¿De qué te
asustas, qué temes por el camino? Teme si te sales de él. Porque, si al enemigo
se le deja poner lazos junto al camino, es para que, con la alegría de la
seguridad, no se abandone el camino derecho y vaya el caminante a dar en las
celadas.
2. Aunque sea Cristo
la verdad y la vida, el excelso y Dios, el camino es Cristo humilde. Andando
sobre las huellas de Cristo humilde, llegarás a la cumbre; si tu flaqueza no se
desprecia de sus humillaciones, llegarás a la cima, donde serás inexpugnable.
¿Cuál fue la causa de las humillaciones de Cristo sino la debilidad tuya? Tu
flaqueza te asediaba rigurosa y sin remedio, y esto hizo que viniese a ti un
Médico tan excelente. Porque, si tu enfermedad fuese tal que, a lo menos,
pudieras ir por tus pies al médico, aún se podría decir que no era intolerable;
más como tú no pudiste ir a él, vino él a ti; y vino enseñándonos la humildad,
por donde volvamos a la vida, porque la soberbia era obstáculo invencible para
ello; como que había sido ella la que había hecho apartarse de la vida el
corazón humano levantado contra Dios; y, desdeñando, cuando sano, las normas de
su higiene, cayó el alma en enfermedad. Que ahora sepa, ya enferma, oír a quien
despreció cuando sana; oiga, para levantarse, al que despreció para caer; oiga,
escarmentada en cabeza propia, lo que rehusó alcanzar obedeciendo a lo mandado.
Porque ahora su miseria tiene amaestrada al alma, que la felicidad hizo
negligente, de cuan malo, ¡ay!, es alejarse de Dios, presumiendo de sí, y cuan
bueno es adherirse al Señor, sintiendo siempre humildemente. Por quedar de lado
al bien aquel incorruptible y singular para juntarse a esta multitud de
apetencias sensuales, al amor del siglo y corrupciones terrenas, es
prostituirse a espaldas del Señor. A ésta es a quien se grita: De fornicaria
se te ha vuelto la cara y eres de pies a cabeza desvergonzada. Veamos ahora
el objeto de la reprimenda.
3. Porque Dios, cuando
riñe, no insulta; su mira es sacarle a la presunción los colores de la
confusión para que sane. ¡Qué vehemencia la de la Escritura en sus voces y
qué no usar la caricia de la adulación con quienes quiso volver al camino de
salvación! Adúlteros, ¿no sabéis que los amigos del mundo se hacen enemigos
de Dios? El amor del mundo hace adúltera al alma; el amor del Hacedor del
mundo hace casta el alma; pero, si ésta no comienza por abochornarse de sus
disoluciones, jamás apetecerá los castos abrazos de Dios. Que la confusión,
pues, la disponga para el retorno, porque es el orgullo quien la detiene. Quien
increpa, no comete pecado, pone a la vista el pecado. Lo que el alma no quería
ver, se lo pone delante de los ojos; y lo que deseaba tanto llevar a la
espalda, la corrección se lo cuelga del cuello. Has de verte a ti en ti. ¿Qué
andas mirando la brizna en el ojo de tu hermano, y no ves la viga en el tuyo? Y
al alma, que anda fuera de sí, se la trae de nuevo a sí. Y lo mismo que se
había alejado de sí misma, habíase alejado de su Señor. Esta alma, en efecto,
se había mirado a sí misma, y salió complacida del examen, enamorándose con
ello de su independencia. Se alejó de él sin quedarse en sí misma; siéntese
impelida a salir de sí, sale fuera de sí misma y se precipita sobre lo
exterior. Ama el mundo, ama lo temporal, ama lo terreno.
Ya el amarse a sí
misma, con desprecio de quien la hizo, fuera decaer, venir a menos; tan a menos
como distancia hay de una cosa hecha a quien la hizo. Luego Dios ha de ser
amado en tal modo que aún nos olvidemos de nosotros mismos, si ello fuera
posible. ¿Cómo se ha de obrar esta conversión? El alma se olvidó de sí misma,
más por amor al mundo; olvídese ahora de sí misma, más para amar al artífice
del mundo. Empujada fuera de sí, en cierta manera se perdió a sí; y como ni ver
sus hechos sabe, justifica sus excesos. Flotando a la deriva, tiene a gala su
altivez, sus liviandades, los honores, los empleos, las riquezas, y toda
vanidad contribuye a infatuarla. Pero viene la reprensión, viene la corrección,
la hace entrar en sí, se desagrada de sí, confiesa su fealdad, desea la
belleza, y la disipada vuelve a Dios avergonzada.
4. ¿Ruega contra ella
o ruega por ella quien dice: Cubre su rostro de ignominia? Llena, dice, su
rostro de ignominia, y buscarán tu nombre, ¡oh Señor! ¿Era, pues,
aborrecimiento el desear les cubriera el rostro de vergüenza? Si está
suspirando por que busquen el nombre del Señor, ¿no los ama extremadamente?
Pero ¿hay aquí sólo amor o sólo aborrecimiento, o se aborrece y ama al mismo
tiempo? Sí, sí; aborrece y ama. Aborrece lo tuyo, te ama a ti. ¿Qué significa:
«Aborrece lo tuyo, te ama a ti»? Aborrece lo que tú hiciste, ama lo que hizo
Dios. Tuyos, ¿qué son sino los pecados? Y tú, ¿qué eres sino lo que hizo Dios?
Desdeñas lo que fuiste hecho, amas lo que hiciste; amas fuera de ti tus obras,
menosprecias en ti la obra de Dios. No es extraño te vayas a lo exterior, no es
extraño que resbales, no es extraño que te alejes de ti mismo, no es extraño se
te llame espíritu que va y no vuelve. Oye, oye a quien te llama
diciendo: Volveos a mí, que yo me volveré a vosotros.
A Dios no se le aleja
ni se le trae; ni se inmuta cuando corrige ni hay mudanza en él cuando
reprende. Si está lejos de ti, es porque te alejaste tú de él. Fuiste tú quien
de él se cayó, no fue él quien se te ocultó. Ahora, pues, oye que te dice: Volveos
a mí, que yo me volveré a vosotros. En otras palabras:«Este volverme yo a
vosotros no es sino volveros vosotros a mí.» Dios, en efecto, persigue a los
que les vuelven la espalda e ilumina el rostro de los que le vuelven la cara.
¡Oh fugitivo!, ¿a dónde huirás de Dios? ¿A dónde huirás huyendo de quien ningún
espacio circunscribe y de ninguna parte se halla ausente? Quien da libertad al
convertido, ¿se venga del huido? Fugitivo, es tu juez; vuelve a él y le
hallarás padre.
5. Hinchado por la
soberbia, esta misma hinchazón le estorbaba para volver por la estrechura.
Quien, en efecto, se hizo por nosotros camino, clama: Entrad por la puerta
estrecha. Hace conatos para entrar, más la hinchazón se lo impide; y cuanto
más la hinchazón se lo impide, tanto más perjudiciales le resultan los
esfuerzos. Porque, para un hinchado, la estrechura es un tormento, que
contribuye a hincharle más; y si aún aumenta de volumen, ¿cómo ha de poder
entrar?
Tiene, pues, que deshincharse.
¿Cómo? Tomando el medicamento de la humildad; que beba esta pócima amarga, pero
saludable, la pócima de la humillación. ¿Por qué tratar de encogerse? No se lo
permite la masa; no grande, sino hinchada. Porque la magnitud o corpulencia es
indicio de solidez, la hinchazón es inflamiento. Quien, pues, esté hinchado, no
se tenga por grande; deshínchese para ser de grandeza auténtica y sólida. No
ambicione estas cosas de acá; no le ufane la pompa esta de las cosas huidizas y
corruptibles; oiga la voz del que dijo: Entrad por la puerta angosta; y
también: Yo soy el camino. Como si el tímido le preguntase: «¿Por dónde
voy a entrar?», le responde:«Yo soy el camino, entra por mí». Para
entrar por esta puerta tienes que andar por este camino; porque si dijo: Yo
soy el camino, dijo también: Yo soy la puerta. ¿Qué te preocupas del
por dónde volver, a dónde volver y por dónde entrar? Para que no andes
descarriado, él se hizo todo eso para ti: camino y entrada. En dos palabras lo
dice: Sé humilde, sé manso. Pero que nos lo diga con la máxima
diafanidad, para que veas por vista de ojos por dónde va el camino, cuál es el
camino y a dónde va el camino. ¿A dónde quieres ir? Eres, muy posiblemente, un
ambicioso que todo lo querría para sí. Pues...Todas las cosas las puso el
Padre en mis manos. Dirás quizá:«Bien; las puso en las manos de Cristo,
pero no en las mías...»Escucha lo que dice el Apóstol; escucha, según te dije
hace rato; no te quiebre la desesperación las alas del ánimo; oye cómo fuiste
amado cuando no eras amable; oye cómo eras amado cuando eras torpe y feo;
antes, en fin, de que hubiera en ti cosa digna de amor. Fuiste amado primero
para que te hicieras digno de ser amado. Pues bien, Cristo, dice el Apóstol,
murió en beneficio de los impíos. ¿Acaso merecía el impío ser amado? Ruégote me
digas qué merecía el impío. —La condenación, respondes tú.—Pues, con todo eso, Cristo
murió por los impíos. Ahí ves lo que hizo por ti cuando impío; ¿qué reserva
para el pío? ¿Qué se hizo a favor del impío? Por los impíos murió Cristo. Tú,
que deseabas poseerlo todo, ahí tienes modo de hallarlo todo; no lo busques por
el camino de la avaricia, búscalo por el camino de la piedad. Si por ahí vas,
lo poseerás, porque poseerás al Hacedor de todas las cosas, y, poseyéndole a
él, todo con él será tuyo.
6. No son estas ideas
que os expongo deducciones del raciocinio. Escúchale al Apóstol sus mismas
palabras: Quien a su propio Hijo no perdonó, antes por nosotros todos le
entregó, ¿cómo podría no darnos también con él todas las cosas?¡Evidentemente!
¡Oh avaro!, ahí tienes todas las cosas. A fin, pues, de no hallar estorbo,
desama todo lo que amas y aduéñate de Cristo, en quien puedas ser dueño de
todo. Médico él absolutamente innecesitado de tal remedio, tomó, sin embargo
para animar al enfermo, lo que ninguna falta le hacía; fue un modo de lenguaje
para vencer la resistencia del enfermo y reanimar al decaído. El cáliz, dice,
que yo he de beber; yo, en quien esa pócima nada tiene que sanar, porque
no lo hay, voy a beberlo, con todo ello, para que tú, a quien hace falta
beberlo, no te eches atrás y lo bebas. Ved ahora, hermanos, si la humanidad,
tomando medicina tan excelente, debe continuar enferma. Ya se humilló Dios, y
¡aún es orgulloso el hombre! Oiga y aprenda. Todas las cosas, dice, las
puso el Padre en mis manos. Si, pues, lo deseas todo, todo lo tendrás
conmigo; si deseas al Padre, lo tendrás por mí, lo tendrás en mí. ¿De qué me
sirve, dices, tenerlo todo, si a él no lo tengo? Bien dices. Si, pues, a él
también quieres tenerle, oye lo que sigue. Porque, habiendo dicho: Todas las
cosas las puso el Padre en mis manos, como exhortando y diciendo: «Ven a mí
si quieres poseerlo todo», y dijeras tú: «No quiero todas las cosas, sino al
que hizo todas las cosas», prosigue y dice: Nadie conoce al Hijo sino el
Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo. No pierdas el ánimo, oye lo
demás: Y aquel a quien el Hijo quiera revelárselo. A quienquiera, dice.
—Tal vez a mí no quiera. —No habría venido a ti humilde si no quisiera le
conocieras excelso. Quizá también aquí digas: «Aunque le conozca a él, yo
querría conocer al Padre.» ¿Quieres conocer al Padre? Oye la voz de Felipe; fue
el primero que habló de esto, y muy bien, como era justo. Sediento de
felicidad, buscaba la en todas partes; más la sed no se le apagaba en ninguna,
no hallaba dónde amortiguar su ardor. Y con esta sed dícele al Señor: Señor,
muéstranos al Padre, y nos basta. ¿Qué significa ese nos basta? Allí
será el descansar, y nada más buscar. El Señor: ¿Tanto tiempo como llevo con
vosotros y aún no me habéis conocido? Felipe, quien me ve a mí, ve también al
Padre. Consecuencia: para que se manifieste el Hijo, es de necesidad no
hallar al Hijo inferior a su Padre, o no dicen nada estas sus palabras: Yo y
el Padre somos una misma cosa. Ahora bien, el que de suyo es una misma cosa
con el Padre, se anonadó por ti a sí mismo, tomando forma de siervo.
Anonadóse a sí mismo, tomando forma de esclavo, cuando, alejado de él, te
dio eso; para cuando vuelvas a él, te guardó: Yo y el Padre somos una misma
cosa.
SAN
AGUSTÍN, Sermones (3º) (t. XXIII), Sermón 142, 1-6, BAC
Madrid 1983, 285-93
No hay comentarios:
Publicar un comentario