CARTA ENCÍCLICA
SLAVORUM APOSTOLI
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS, SACERDOTES,
FAMILIAS RELIGIOSAS
Y A TODOS LOS FIELES CRISTIANOS
EN MEMORIA
DE LA OBRA EVANGELIZADORA
DE LOS SANTOS CIRILO Y METODIO
DESPUES DE ONCE SIGLOS
SLAVORUM APOSTOLI
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS, SACERDOTES,
FAMILIAS RELIGIOSAS
Y A TODOS LOS FIELES CRISTIANOS
EN MEMORIA
DE LA OBRA EVANGELIZADORA
DE LOS SANTOS CIRILO Y METODIO
DESPUES DE ONCE SIGLOS
I. INTRODUCCIÓN
1. Los apóstoles de los Eslavos, santos
Cirilo y Metodio, permanecen en la memoria de la Iglesia junto a la gran
obra de evangelización que realizaron. Se puede afirmar más bien que su
recuerdo se ha hecho particularmente vivo y actual en nuestros días.
Al considerar la veneración, plena de
gratitud, de la que los santos hermanos de Salónica (la antigua Tesalónica)
gozan desde hace siglos, especialmente en las naciones eslavas, y
recordando la inestimable contribución dada por ellos a la obra del anuncio
del Evangelio en aquellos pueblos y, al mismo tiempo, a la causa de la
reconciliación, de la convivencia amistosa, del desarrollo humano y del respeto
a la dignidad intrínseca de cada nación, con la Carta Apostólica Egregiae
virtutis,(1)
del 31 de diciembre de 1980, proclamé a
los santos Cirilo y Metodio compatronos de Europa. Continué así la línea
trazada por mis Predecesores y, de modo particular, por León XIII, quien hace
algo más de 100 años, el 30 de septiembre de 1880, extendió a toda la Iglesia
el culto de los dos santos con la Carta Encíclica Grande munus,(2) y por Pablo VI, quien, con la
Carta Apostólica Pacis nuntius,(3) proclamó a San Benito, patrón de Europa, el 24 de octubre de 1964.
2. El documento de hace cinco años
quería avivar la conciencia ante estos solemnes actos de la Iglesia e intentaba
llamar la atención de los cristianos y de todos los hombres de buena voluntad,
que buscan el bien, la concordia y la unidad de Europa, a la actualidad siempre
viva de las eminentes figuras de Benito, de Cirilo y Metodio, como modelos
concretos y ayuda espiritual para los cristianos de nuestra época y,
especialmente, para las naciones del continente europeo, que, desde hace ya
tiempo, sobre todo gracias a la oración y a la labor de estos santos, se han
arraigado consciente y originalmente en la Iglesia y en la tradición cristiana.
La publicación de mi citada Carta
Apostólica, el año 1980, inspirada por la firme esperanza de una superación
gradual en Europa y en el mundo de todo aquello que divide a las Iglesias, a
las naciones y a los pueblos, se refería a tres circunstancias, que
constituyeron objeto de mi oración y reflexión. La primera fue el XI centenario
de la Carta pontificia Industriae tuae,(4) mediante la cual Juan VIII, en el año 880, aprobó el uso de la lengua
eslava en la liturgia traducida por los dos santos hermanos. La segunda estaba
representada por el primer centenario de la ya mencionada Carta encíclica Grande
munus. La tercera fue el comienzo, precisamente el año 1980, del feliz y
prometedor diálogo teológico entre la Iglesia Católica y las Iglesias Ortodoxas
en la isla de Patmos.
3. En este documento deseo hacer una
mención particular de la citada Carta con la que León XIII quiso recordar a la
Iglesia y al mundo los méritos apostólicos de ambos hermanos: no sólo de
Metodio que, —según la tradición— terminó su vida en Velehrad, en la Gran
Moravia el año 885, sino también de Cirilo, al que la muerte separó de su
hermano el año 869 en Roma, ciudad que acogió y custodia todavía con conmovedora
veneración sus reliquias en la antigua Basílica de san Clemente.
Al recordar la santa vida y los méritos
apostólicos de los dos hermanos de Salónica, el papa León XIII fijó su
fiesta litúrgica el día 7 de julio. Después del Concilio Vaticano II, como
consecuencia de la reforma litúrgica, la fiesta fue trasladada al 14 de
febrero, fecha que, desde el punto de vista histórico, indica el nacimiento al
cielo de san Cirilo.(5)
A más de un siglo de la publicación de
la Carta de León XIII las nuevas circunstancias, en que se celebra el
undécimo centenario de la gloriosa muerte de san Metodio, inducen a dar una
renovada expresión al recuerdo que la Iglesia conserva de tan importante
aniversario. Y se siente particularmente obligado a ello el primer Papa llamado
a la sede de Pedro desde Polonia y, por lo tanto, de entre las naciones
eslavas.
Los acontecimientos del último siglo y,
especialmente, de los últimos decenios han contribuido a reavivar en la
Iglesia, junto con el recuerdo religioso, el interés históricocultural por los
dos santos hermanos, cuyos carismas particulares se han hecho aún más
inteligibles ante las situaciones y las experiencias propias de nuestra época.
A ello han contribuido muchos hechos que pertenecen, como auténticos signos de
los tiempos, a la historia del siglo xx y, ante todo, a aquel gran
acontecimiento que se ha verificado en la vida de la Iglesia con el Concilio
Vaticano II. A la luz del Magisterio y de la orientación pastoral de este
Concilio, podemos volver a mirar de un modo nuevo —más maduro y profundo— a
estas dos santas figuras, de las que nos separan ya once siglos, y leer,
además, en su vida y actividad apostólica los contenidos que la sapiente
Providencia divina inscribió para que se revelaran con nueva plenitud en
nuestra época y dieran nuevos frutos.
II. REFERENCIA
BIOGRÁFICA
4. Siguiendo el ejemplo ofrecido por la
Carta Grande munus, deseo recordar la vida de San Metodio, sin omitir
por esto las vicisitudes —que tan íntimamente le están unidas— de su hermano
san Cirilo. Esto lo haré a grandes rasgos, dejando a la investigación histórica
las precisiones y las discusiones sobre los puntos más concretos.
La ciudad, que vio nacer a los dos
santos hermanos, es la actual Salónica, que en el siglo IX era un importante
centro de vida comercial y política en el Imperio bizantino y ocupaba un lugar
de notable importancia en la vida intelectual y social de aquella región de los
Balcanes. Al estar situada en la frontera de los territorios eslavos, tenía por
lo tanto un nombre eslavo: Solun.
Metodio era el hermano mayor y
verosímilmente su nombre de pila era Miguel. Nace entre los años 815 y 820.
Menor que él, Constantino —posteriormente más conocido con el nombre religioso
de Cirilo— vino al mundo el año 827 u 828. Su padre era un alto funcionario de
la administración imperial. La situación social de la familia abría a los dos
hermanos una similar carrera, que, por lo demás, Metodio emprendió, alcanzando
el cargo de arconte, o sea de gobernador en una de las provincias fronterizas,
en la que vivían muchos eslavos. Sin embargo, hacia el año 840 la abandona para
retirarse a uno de los monasterios situados en la falda del monte Olimpo —en
Bitinia—, conocido entonces bajo el nombre de Sagrada Montaña.
Su hermano Cirilo siguió con particular
provecho los estudios en Bizancio, donde recibió las órdenes sagradas, después
de haber rechazado decididamente un brillante porvenir político. Por sus
excepcionales cualidades y conocimientos culturales y religiosos le fueron
confiadas, siendo todavía joven, delicadas tareas eclesiásticas, como la de
bibliotecario del Archivo contiguo a la gran iglesia de santa Sofía en
Constantinopla y, a la vez, el prestigioso cargo de secretario del Patriarca de
aquella misma ciudad. Bien pronto, sin embargo, dio a conocer que quería
substraerse a tales funciones, para dedicarse al estudio y a la vida
contemplativa, lejos de toda ambición. Y así, se refugió a escondidas en un
monasterio en las costas del Mar Negro. Encontrado seis meses más tarde, fue
convencido a aceptar la enseñanza de las disciplinas filosóficas en la Escuela
Superior de Constantinopla, ganándose por la calidad de su saber el
calificativo de Filósofo con el que todavía es conocido. Más tarde fue
enviado por el Emperador y el Patriarca a realizar una misión ante los
sarracenos. Finalizada con éxito dicha gestión, se retiró de la vida pública
para reunirse con su hermano mayor Metodio y compartir con él la vida
monástica. Pero nuevamente, y junto con él, fue incluido como experto religioso
y cultural en una delegación de Bizancio enviada ante los Jázaros. Durante la
permanencia en Crimea, en Cherson, creyeron localizar la iglesia en la que
había sido sepultado antiguamente san Clemente, Papa romano y mártir exiliado
en aquella lejana región; recogen y llevan consigo las reliquias,(6) que acompañarían después los dos santos
hermanos en el sucesivo viaje misionero a Occidente, hasta el instante en que
pudieran depositarlas solemnemente en Roma, entregándolas al papa Adriano II.
5. El hecho que debía decidir totalmente
el curso de su vida, fue la petición hecha por el príncipe Rastislao de la Gran
Moravia al Emperador Miguel III, para que enviara a sus pueblos « un Obispo y
maestro, ... que fuera capaz de explicarles la verdadera fe cristiana en su
lengua ».(7)
Son elegidos los santos Cirilo y
Metodio, que rápidamente aceptan la misión. Seguidamente se ponen en viaje y
llegan a la Gran Moravia —un Estado formado entonces por diversos pueblos
eslavos de Europa Central, encrucijada de las influencias recíprocas entre
Oriente y Occidente— probablemente hacia el año 863 comenzando en aquellos
pueblos la misión, a la que ambos se dedican durante el resto de su vida,
pasada entre viajes, privaciones, sufrimientos, hostilidades y persecuciones,
que en el caso de Metodio llegan hasta una cruel prisión. Soportan todo ello
con una gran fe y firme esperanza en Dios. En efecto, se habían preparado bien
a la tarea que les había sido encomendada; llevaban consigo los textos de la
Sagrada Escritura indispensables para la celebración de la sagrada liturgia,
preparados y traducidos por ellos mismos a la lengua paleoeslava y escritos con
un nuevo alfabeto, elaborado por Constantino Filósofo y perfectamente adaptado
a los sonidos de tal lengua. La actividad misionera de los dos hermanos estuvo
acompañada por un éxito notable, pero también por las comprensibles
dificultades que la precedente e inicial cristianización, llevada por las
Iglesias latinas lindantes, ponía a los nuevos misioneros.
Después de unos tres años, en el viaje a
Roma se detienen en Panonia, donde el príncipe eslavo Kocel —huido del
importante centro civil y religioso de Nitra— les ofrece una hospitalaria
acogida. Desde aquí, algunos meses más tarde, continúan el viaje a Roma en
compañía de sus discípulos para quienes desean conseguir las órdenes sagradas.
Su itinerario pasa por Venecia, donde son sometidas a público debate las
premisas innovadoras de la misión que están realizando. En Roma el Papa Adriano
II, que ha sucedido mientras tanto a Nicolás I, les acoge con mucha
benevolencia. Aprueba los libros litúrgicos eslavos, que ordena depositar sobre
el altar de la iglesia de Santa María ad Praesepe, llamada en la
actualidad Santa María la Mayor, y dispone que sus discípulos sean ordenados
sacerdotes. Esta fase de sus trabajos se concluye de un modo muy favorable.
Metodio, sin embargo, debe continuar solo la etapa sucesiva, : pues su hermano
menor, gravemente enfermo, apenas consigue emitir los votos religiosos y vestir
el hábito monacal, pues muere poco tiempo después el 14 de febrero del 869 en
Roma.
6. San Metodio fue fiel a las palabras
que Cirilo le había dicho en su lecho de muerte: « He aquí, hermano, que hemos
compartido la misma suerte ahondando el arado en el mismo surco; yo caigo ahora
sobre el campo al término de mi jornada. Tú amas mucho —lo sé— tu Montaña; sin
embargo, por la Montaña no abandones tu trabajo de enseñanza. En verdad, ¿dónde
puedes salvarte mejor? (8)
Consagrado obispo para el territorio de
la antigua diócesis de Panonia y nombrado legado pontificio « ad gentes » para
los pueblos eslavos, toma el título eclesiástico de la restaurada sede
episcopal de Sirmio. La actividad apostólica de Metodio se ve, sin embargo,
interrumpida a consecuencia de complicaciones político religiosas que culminan
con su encarcelamiento por un período de dos años, bajo la acusación de haber
invadido una jurisdicción episcopal ajena. Es liberado sólo gracias a una
intervención personal del papa Juan VIII. Finalmente, también el nuevo soberano
de la Gran Moravia, el príncipe Svatopluk, se muestra contrario a la acción de
Metodio, oponiéndose a la liturgia eslava e insinuando en Roma ciertas dudas
sobre la ortodoxia del nuevo arzobispo. El año 880 Metodio es llamado ad
limina Apostolorum, para presentar una vez más toda la cuestión
personalmente a Juan VIII. En Roma, una vez absuelto de todas las acusaciones,
obtiene del Papa la publicación de la bula Industriae tuae,(9) que, por lo menos en lo fundamental,
restituía las prerrogativas reconocidas a la liturgia en lengua eslava por su
predecesor Adriano II.
Análogo reconocimiento de perfecta
legitimidad y ortodoxia obtiene Metodio de parte del Emperador bizantino y del
Patriarca Focio, en aquel momento en plena comunión con la sede de Roma, cuando
va a Constantinopla el año 881 u 882. Dedica los últimos años de su vida sobre
todo a ulteriores traducciones de la Sagrada Escritura y de los libros
litúrgicos, de las obras de los Padres de la Iglesia y también de una recopilación
de las leyes eclesiásticas y civiles bizantinas, conocida bajo el nombre de Nomocanon.
Preocupado por la supervivencia de la obra que había comenzado, designa
como sucesor a su discípulo Gorazd. Muere el 6 de abril del año 885 al servicio
de la Iglesia instaurada en los pueblos eslavos.
7. La acción previsora, la doctrina
profunda y ortodoxa, el equilibrio, la lealtad, el celo apostólico, la
magnanimidad intrépida le granjearon el reconocimiento y la confianza de
Pontífices Romanos, de Patriarcas Constantinopolitanos, de Emperadores
bizantinos y de diversos Príncipes de los nuevos pueblos eslavos. Por todo
ello, Metodio llegó a ser el guía y el pastor legítimo de la Iglesia, que en
aquella época se arraigaba en aquellas naciones y es unánimemente venerado,
junto con su hermano Constantino, como el heraldo del Evangelio y el Maestro «
de parte de Dios y del Santo Apóstol Pedro » (10) y como fundamento de la unidad plena entre las Iglesias de reciente
fundación y las más antiguas.
Por esto « hombres y mujeres, humildes y
poderosos, ricos y pobres, libres y siervos, viudas y huérfanos, extranjeros y
gentes del lugar, sanos y enfermos » (11) formaban la muchedumbre que, entre lágrimas y cantos, acompañaban al
sepulcro al buen Maestro y Pastor, que se había hecho « todo para todos para
salvarlos a todos ».(12)
En honor a la verdad, la obra de los
santos hermanos, después de la muerte de Metodio sufrió una grave crisis, y la
persecución contra sus discípulos se agudizó de tal modo, que se vieron
obligados a abandonar su campo misional; no obstante esto, su siembra
evangélica no cesó de producir frutos y su actitud pastoral, preocupada por
llevar la verdad revelada a nuevos pueblos —respetando en todo momento su
peculiaridad cultural—, sigue siendo un modelo vivo para la Iglesia y para los
misioneros de todas las épocas.
III. HERALDOS DEL
EVANGELIO
8. Los hermanos Cirilo y Metodio,
bizantinos de cultura, supieron hacerse apóstoles de los eslavos en el pleno
sentido de la palabra. La separación de la patria que Dios exige a veces a los
hombres elegidos, aceptada por la fe en su promesa, es siempre una misteriosa y
fecunda condición para el desarrollo y el crecimiento del Pueblo de Dios en la
tierra. El Señor dijo a Abrahán: « Salte de tu tierra, de tu parentela, de la
casa de tu padre, para la tierra que yo te indicaré; yo te haré un gran pueblo,
te bendeciré y engrandeceré tu nombre, que será una bendición ».(13)
Durante la visión nocturna que san Pablo
tuvo en Tróade en el Asia Menor, un varón macedonio, por lo tanto un habitante
del continente europeo, se presentó ante él y le suplicó que se dirigiera a su
país para anunciarles la Palabra de Dios: « Pasa a Macedonia y ayúdanos ».(14)
La divina Providencia, que en el caso de
los dos santos hermanos se manifestó a través de la voz y la autoridad del
Emperador de Bizancio y del Patriarca de la Iglesia de Constantinopla, les
exhortó de una manera semejante, cuando les pidió que se dirigieran en misión a
los pueblos eslavos. Este encargo significaba para ellos abandonar no sólo un
puesto de honor, sino también la vida contemplativa; significaba salir del
ámbito del Imperio bizantino y emprender una larga peregrinación al servicio
del Evangelio, entre unos pueblos que, bajo muchos aspectos, estaban lejos del
sistema de convivencia civil basado en una organización avanzada del Estado y
la cultura refinada de Bizancio, imbuida por principios cristianos. Análoga
pregunta hizo por tres veces el Pontífice Romano a Metodio, cuando le envió
como obispo entre los eslavos de la Gran Moravia, en las regiones eclesiásticas
de la antigua diócesis de Panonia.
9. La Vida eslava de Metodio
recoge con estas palabras la petición, hecha por el príncipe Rastislao al
Emperador Miguel III a través de sus enviados: « Han llegado hasta nosotros
numerosos maestros cristianos de Italia, de Grecia y de Alemania, que nos
instruyen de diversas maneras. Pero nosotros los eslavos... no tenemos a nadie
que nos guíe a la verdad y nos instruya de un modo comprensible ».(15) Entonces es cuando Constantino y Metodio
fueron invitados a partir. Su respuesta profundamente cristiana a la
invitación, en esta circunstancia y en todas las demás ocasiones, está
expresada admirablemente en las palabras dirigidas por Constantino al
Emperador: « A pesar de estar cansado y físicamente débil, iré con alegría a
aquel país »; (16)
« Yo marcho con alegría por la fe
cristiana »,(17)
La verdad y la fuerza de su mandato
misional nacían del interior del misterio de la Redención, y su obra
evangelizadora entre los pueblos eslavos debía constituir un eslabón importante
en la misión confiada por el Salvador a la Iglesia Universal hasta el fin del
mundo. Fue una realidad —en el tiempo y en las circunstancias concretas— de las
palabras de Cristo, que mediante el poder de su Cruz y de su Resurrección mandó
a los Apóstoles: « Predicad el Evangelio a toda creatura »; (18) « id pues; enseñad a todas las gentes ».(19) Actuando así, los evangelizadores y
maestros de los pueblos eslavos se dejaron guiar por el ideal apostólico de san
Pablo: « Todos pues, sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Porque
cuantos en Cristo habéis sido bautizados, os habéis vestido de Cristo. No hay
ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o hembra, porque todos
sois uno en Cristo Jesús ».(20)
Junto a un gran respeto por las personas
y a la desinteresada solicitud por su verdadero bien, los dos santos hermanos
tuvieron adecuados recursos de energía, de prudencia, de celo y de caridad,
indispensables para llevar a los futuros creyentes la luz, y para indicarles,
al mismo tiempo, el bien, ofreciendo una ayuda concreta para conseguirlo. Para
tal fin quisieron hacerse semejantes en todo a los que llevaban el evangelio;
quisieron ser parte de aquellos pueblos y compartir en todo su suerte.
10. Precisamente por tal motivo
consideraron una cosa normal tomar una posición clara en todos los conflictos,
que entonces perturbaban las sociedades eslavas en vías de organización,
asumiendo como suyas las dificultades y los problemas, inevitables en unos
pueblos que defendían la propia identidad bajo la presión militar y cultural
del nuevo Imperio romanogermánico, e intentaban rechazar aquellas formas de
vida que consideraban extrañas. Era a la vez el comienzo de unas divergencias
más profundas, destinadas desgraciadamente a acrecentarse, entre la cristiandad
oriental y la occidental, y los dos santos misioneros se encontraron
personalmente implicados en ellas; pero supieron mantener siempre una recta
ortodoxia y una atención coherente, tanto al depósito de la tradición como a
las novedades del estilo de vida, propias de los pueblos evangelizados. A
menudo las situaciones de contraste se impusieron con toda su ambigua y
dolorosa complejidad; pero no por esto Constantino y Metodio intentaron
apartarse de la prueba: la incomprensión, la manifiesta mala fe y, en el caso
de Metodio, incluso las cadenas, aceptadas por amor de Cristo, no consiguieron
hacer desistir a ninguno de los dos del tenaz propósito de ayudar y de servir a
la justa causa de los pueblos eslavos y a la unidad de la Iglesia universal.
Este fue el precio que debieron pagar por la causa de la difusión del
Evangelio, por la empresa misionera, por la búsqueda esforzada de nuevas formas
de vida y de vías eficaces con el fin de hacer llegar la Buena Nueva a las
naciones eslavas que se estaban formando.
En la perspectiva de la evangelización
—como indican sus biografías— los dos santos hermanos se dedicaron a la difícil
tarea de traducir los textos de la Sagrada Escritura, conocidos por ellos en
griego, a la lengua de aquella estirpe eslava que se había establecido hasta
los confines de su región y de su ciudad natal. Sirviéndose del conocimiento de
la propia lengua griega y de la propia cultura para esta obra ardua y singular,
se prefijaron el cometido de comprender y penetrar la lengua, las costumbres y
tradiciones propias de los pueblos eslavos, interpretando fielmente las
aspiraciones y valores humanos que en ellos subsistían y se expresaban.
11. Para traducir las verdades
evangélicas a una nueva lengua, ellos se preocuparon por conocer bien el mundo
interior de aquellos a los que tenían intención de anunciar la Palabra de Dios
con imágenes y conceptos que les resultaran familiares. Injertar correctamente
las nociones de la Biblia y los conceptos de la teología griega en un con texto
de experiencias históricas y de formas de pensar muy distintas, les pareció una
condición indispensable para el éxito de su actividad misionera. Se trataba de
un nuevo método de catequesis. Para defender su legitimidad y demostrar su
bondad, san Metodio no dudó, primero con su hermano y luego solo, en acoger
dócilmente las invitaciones a ir a Roma, recibidas tanto en el 867 del papa
Nicolás I, como en el año 879 del papa Juan VIII, los cuales quisieron
confrontar la doctrina que enseñaban en la Gran Moravia con la que los santos
Apóstoles Pedro y Pablo habían dejado en la primera Cátedra episcopal de la
Iglesia, junto con el trofeo glorioso de sus reliquias.
Anteriormente, Constantino y sus
colaboradores se habían preocupado en crear un nuevo alfabeto, para que las
verdades que había que anunciar y explicar pudieran ser escritas en la lengua
eslava y resultaran de ese modo plenamente comprensibles y asimilables por sus
destinatarios. Fue un esfuerzo verdaderamente digno de su espíritu misionero el
de aprender la lengua y la mentalidad de los pueblos nuevos, a los que debían
llevar la fe, como fue también ejemplar la determinación de asimilar y hacer
propias todas las exigencias y aspiraciones de los pueblos eslavos. La opción
generosa de identificarse con su misma vida y tradición, después de haberlas
purificado e iluminado con la Revelación, hace de Cirilo y Metodio verdaderos
modelos para todos los misioneros que en las diversas épocas han acogido la
invitación de san Pablo de hacerse todo a todos para rescatar a todos y, en
particular, para los misioneros que, desde la antigüedad hasta los tiempos
modernos —desde Europa a Asia y hoy en todos los continentes— han trabajado
para traducir a las lenguas vivas de los diversos pueblos la Biblia y los
textos litúrgicos, a fin de reflejar en ellas la única Palabra de Dios, hecha
accesible de este modo según las formas expresivas propias de cada
civilización.
La perfecta comunión en el amor preserva
a la Iglesia de cualquier forma de particularismo o de exclusivismo étnico o de
prejuicio racial, así como de cualquier orgullo nacionalista. Tal comunión debe
elevar y sublimar todo legítimo sentimiento puramente natural del corazón
humano.
IV. IMPLANTARON LA IGLESIA DE DIOS
12. Pero la característica que, de
manera especial, deseo subrayar en la conducta tenida por a los apóstoles de
los eslavos, Cirilo y Metodio, es su modo pacífico de edificar la
Iglesia, guiados por su visión de la Iglesia una, santa y universal.
Aunque los cristianos eslavos, más que
otros, consideran de buen grado a los santos hermanos como « eslavos de corazón
», éstos sin embargo siguen siendo hombres de cultura helénica y de formación
bizantina, es decir, hombres que pertenecen en todo a la tradición del Oriente
cristiano, tanto civil como eclesiástico.
Ya en sus tiempos las diferencias entre
Constantinopla y Roma habían empezado a perfilarse como pretextos de desunión,
aunque la deplorable escisión entre las dos partes de la misma cristiandad
estaba aún lejana. Los evangelizadores y maestros de los eslavos se prepararon
para ir a la Gran Moravia, llenos de toda la riqueza de la tradición y de la
experiencia religiosa que caracterizaba el cristianismo oriental y que
encontraba un reflejo peculiar en la enseñanza teológica y en la celebración de
la sagrada liturgia.
Dado que desde ya hacía tiempo todos los
oficios sagrados se celebraban en lengua griega en todas las Iglesias dentro de
los confines del Imperio bizantino, las tradiciones propias de muchas Iglesias
nacionales de Oriente —como la Georgiana y la Siríaca— que en el servicio
divino usaban la lengua de su pueblo, eran bien conocidas a la cultura superior
de Constantinopla y, especialmente, a Constantino Filósofo gracias a los
estudios y a los contactos repetidos que había tenido con cristianos de
aquellas Iglesias, tanto en la capital como en el curso de sus viajes.
Ambos hermanos, conscientes de la
antigüedad y de la legitimidad de estas sagradas tradiciones, no tuvieron pues
miedo de usar la lengua eslava en la liturgia, haciendo de ella un instrumento
eficaz para acercar las verdades divinas a cuantos hablaban en esa lengua. Lo
hicieron con una conciencia ajena a todo espíritu de superioridad o de dominio,
por amor a la justicia y con evidente celo apostólico hacia unos pueblos que se
estaban desarrollando.
El cristianismo occidental, después de
las migraciones de los pueblos nuevos, había amalgamado los grupos étnicos
llegados con las poblaciones latinas residentes, extendiendo a todos, con la
intención de unirlos, la lengua, la liturgia y la cultura latina transmitidas
por la Iglesia de Roma. De la uniformidad así conseguida, se originaba en
aquellas sociedades relativamente jóvenes y en plena expansión un sentimiento
de fuerza y compactibilidad, que contribuía tanto a su unión más estrecha, como
a su afirmación más enérgica en Europa. Se puede comprender cómo en esta
situación toda diversidad fuera entendida a veces como amenaza a una unidad
todavía infieri, y cómo pudiera resultar grande la tentación de
eliminarla recurriendo a formas de coacción.
13. Resulta así singular y admirable,
cómo los santos hermanos, actuando en situaciones tan complejas y precarias, no
impusieran a los pueblos, cuya evangelización les encomendaron, ni siquiera la
indiscutible superioridad de la lengua griega y de la cultura bizantina, o los
usos y comportamientos de la sociedad más avanzada, en la que ellos habían
crecido y que necesariamente seguían siendo para ellos familiares y queridos.
Movidos por el ideal de unir en Cristo a los nuevos creyentes, adaptaron a la
lengua eslava los textos ricos y refinados de la liturgia bizantina, y
adecuaron a la mentalidad y a las costumbres de los nuevos pueblos las
elaboraciones sutiles y complejas del derecho grecoromano. Siguiendo el mismo
programa de concordia y paz, respetaron en todo momento las obligaciones de su
misión, teniendo en cuenta las tradicionales prerrogativas y los derechos
eclesiásticos fijados por los cánones conciliares, de tal modo —a pesar de ser
súbditos del Imperio de Oriente y fieles sujetos al Patriarcado de
Constantinopla— creyeron deber suyo dar cuenta al Romano Pontífice de su acción
misionera y someter a su juicio, para obtener su aprobación, la doctrina que
profesaban y enseñaban, los libros litúrgicos compuestos en lengua eslava y los
métodos adoptados en la evangelización de aquellos pueblos.
Habiendo iniciado su misión por mandato
de Constantinopla, ellos buscaron, en un cierto sentido, que la misma fuese
confirmada dirigiéndose a la Sede Apostólica de Roma, centro visible de la
unidad de la Iglesia.(21)
De este modo, movidos por el sentido de
su universalidad, edificaron la Iglesia como Iglesia una, santa, católica y
apostólica. Esto se deduce, de la forma más transparente y explícita, de todo
su comportamiento. Puede decirse que la invocación de Jesús en la oración
sacerdotal —ut unum sint (22) — representa su lema misionero según las palabras del Salmista: « Alabad
a Yavé las gentes todas, alabadle todos los pueblos ».(23) Para nosotros, hombres de hoy, su
apostolado posee también la elocuencia de una llamada ecuménica: es una
invitación a reconstruir, en la paz de la reconciliación, la unidad que fue
gravemente resquebrajada en tiempos posteriores a los santos Cirilo y Metodio
y, en primerísimo lugar, la unidad entre Oriente y Occidente.
La convicción de los santos hermanos de
Salónica, según los cuales cada Iglesia local está llamada a enriquecer con sus
propios dones el « pleroma » católico, estaba en perfecta armonía con su
intuición evangélica de que las diferentes condiciones de vida de cada Iglesia
cristiana nunca pueden justificar desacuerdos, discordias, rupturas en la
profesión de la única fe y en la práctica de la caridad.
14. Se sabe que, según las enseñanzas
del Concilio Vaticano II, « por "Movimiento ecuménico" se entienden
las actividades e iniciativas que, según las variadas necesidades de la Iglesia
y las características de la época, se suscitan y se ordenan a favorecer la
unidad de los cristianos ».(24) Por tanto, no parece nada anacrónico el ver en los santos Cirilo y
Metodio a los auténticos precursores del ecumenismo, por haber querido eliminar
o disminuir eficazmente toda verdadera división, o incluso sólo aparente, entre
cada una de las Comunidades pertenecientes a la misma Iglesia. En efecto, la
división, que por desgracia tuvo lugar en la historia de la Iglesia y
desafortunadamente continúa todavía, « contradice abiertamente la voluntad de
Cristo, es un escándalo para el mundo y daña a la causa santísima de la
predicación del Evangelio a todos los hombres ».(25)
La ferviente solicitud demostrada por
ambos hermanos y, especialmente por Metodio, en razón de su responsabilidad
episcopal, por conservar la unidad de la fe y del amor entre las Iglesias de
las que eran miembros, es decir, la Iglesia de Constantinopla y la Iglesia
Romana por una parte, y las Iglesias nacientes en tierras eslavas por otra, fue
y será siempre su gran mérito. Este es tanto mayor, si se tiene presente que su
misión se desarrolló en los años 863-885, es decir en los años críticos en los
que surgió y empezó a hacerse más profunda la fatal discordia y la áspera
controversia entre las Iglesias de Oriente y de Occidente. La división se
acentuó por la cuestión de la dependencia canónica de Bulgaria, que precisamente
entonces había aceptado oficialmente el cristianismo.
En este período borrascoso, marcado
también por conflictos armados entre pueblos cristianos limítrofes, los santos
hermanos de Salónica conservaron una fidelidad total, llena de vigilancia, a la
recta doctrina y a la tradición de la Iglesia perfectamente unida y, en
particular, a las « instituciones divinas » y a las « instituciones
eclesiásticas »,(26)
sobre las que, según los cánones de los
antiguos Concilios, basaban su estructura y su organización. Esta fidelidad les
permitió llevar a término los grandes objetivos misioneros y permanecer en
plena unidad espiritual y canónica con la Iglesia Romana, con la Iglesia de
Constantinopla y con las nuevas Iglesias, fundadas por ellos entre los pueblos
eslavos.
15. Metodio, especialmente, no dudaba en
afrontar incomprensiones, contrastes e incluso difamaciones y persecuciones
físicas, con tal de no faltar a su ejemplar fidelidad eclesial, con tal de
cumplir sus deberes de cristiano y de obispo, y los compromisos adquiridos ante
la Iglesia de Bizancio, que lo había engendrado y enviado como misionero junto
con Cirilo; ante la Iglesia de Roma, gracias a la cual desempeñaba su encargo
de arzobispo pro fide en el « territorio de san Pedro »; (27) así como ante aquella Iglesia naciente
en tierras eslavas, que él aceptó como propia y que supo defender —convencido
de su justo derecho— ante las autoridades eclesiásticas y civiles, tutelando
concretamente la liturgia en lengua paleoeslava y los derechos eclesiásticos
fundamentales propios de las Iglesias en las diversas Naciones.
Obrando así, él recurría siempre, como
Constantino Filósofo, al diálogo con los que eran contrarios a sus ideas o a
sus iniciativas pastorales y ponían en duda su legitimidad. De este modo será
siempre un maestro para todos aquellos que, en cualquier época, tratan de
atenuar las discordias respetando la plenitud multiforme de la Iglesia, la
cual, según la voluntad de su Fundador Jesucristo, debe ser siempre una, santa,
católica y apostólica. Tal consigna encontró pleno eco en el Símbolo de los 150
Padres del II Concilio ecuménico de Constantinopla, lo cual constituye la
intangible profesión de fe de todos los cristianos.
V. SENTIDO
CATÓLICO DE LA IGLESIA
16. No es solamente el contenido evangélico
de la doctrina anunciada por los santos Cirilo y Metodio lo que merece un
particular relieve. Para la Iglesia de hoy es también muy expresivo e
instructivo el método catequético y pastoral que ellos aplicaron en su
actividad apostólica entre pueblos que todavía no habían visto celebrar los
divinos Misterios en su lengua nativa, ni habían oído todavía anunciar la
Palabra de Dios de una manera plenamente afín a su mentalidad y en el respeto
de sus propias condiciones de vida.
Sabemos que el Concilio Vaticano II,
hace veinte años, tuvo como objetivo principal el de despertar la
autoconciencia de la Iglesia y, mediante su renovación interior, darle un nuevo
impulso misionero en el anuncio del eterno mensaje de salvación, de paz y de
reciproca concordia entre los pueblos y naciones, por encima de todas las
fronteras que todavía dividen nuestro planeta destinado por voluntad de Dios
creador y redentor, a ser morada común para toda la humanidad. Las amenazas,
que en nuestros días se ciernen sobre el mundo, no pueden hacer olvidar la
profética intuición del papa Juan XXIII, que convocó el Concilio con la
intención y convicción de que con él se podría preparar e iniciar un período de
primavera y resurgimiento en la vida de la IgIesia.
Y, en tema de universalidad, el mismo
Concilio, entre otras cosas, se expresó así: « Todos los hombres están llamados
a formar parte del nuevo Pueblo de Dios. Por lo cual, este pueblo, sin dejar de
ser uno y único, debe extenderse a todo el mundo y en todos los tiempos, para
así cumplir el designio de la voluntad de Dios, quien en un principio creó una
sola naturaleza humana, y a sus hijos, que estaban dispersos, determinó luego
congregarlos (cf. Jn 11, 52)... La Iglesia o el Pueblo de Dios,
introduciendo este reino, no disminuye el bien temporal de ningún pueblo;
antes, al contrario, fomenta y asume, y al asumirlas, las purifica, fortalece y
eleva todas las capacidades y riquezas y costumbres de los pueblos en lo que
tienen de bueno ... Este carácter de universalidad que distingue al Pueblo de
Dios, es un don del mismo Señor ... En virtud de esta catolicidad, cada una de
las partes colabora con sus dones propios con las restantes partes y con toda
la Iglesia, de tal modo que el todo y cada una de las partes aumenten a causa
de todos los que mutuamente se comunican y tienden a la plenitud en la unidad
».(28)
17. Podemos afirmar con toda
tranquilidad que una visión así, tradicional y a la vez muy actual, de la
catolicidad de la Iglesia —sentida como una sinfonía de las diversas liturgias
en todas las lenguas del mundo, unidas a una única liturgia, o como un coro
armonioso que, sostenido por las voces de inmensas multitudes de hombres, se
eleva según innumerables modulaciones, timbres y acordes para la alabanza de
Dios, desde cualquier punto de nuestro globo, en cada momento de la historia—,
corresponde de modo particular a la visión teológico y pastoral que inspiró la
obra apostólica y misionera de Constantino Filósofo y de Metodio, y favoreció
su misión entre las naciones eslavas.
En Venecia, ante los representantes de
la cultura eclesiástica que, apegados a un concepto más bien angosto de la
realidad eclesial, eran contrarios a esta visión, san Cirilo la defendió con valentía,
indicando el hecho de que muchos pueblos habían introducido ya en el pasado y
poseían una liturgia escrita y celebrada en su propia lengua, como « los
Armenios, Persas, Abasgos, Georgianos, Sugdos, Godos, Avares, Tirsos, Jázaros,
Arabes, Coptos, Sirianos y otros muchos ».(29)
Recordando que Dios hace salir el sol y
hace caer la lluvia sobre todos los hombres sin excepción,(30) él decía: « ¿no respiramos acaso todos
el aire del mismo modo? Y vosotros no os avergonzáis de establecer sólo tres
lenguas (hebreo, griego y latín) decidiendo que todos los demás pueblos y razas
queden ciegos y sordos. Decidme: ¿defendéis esto, porque consideráis a Dios tan
débil que no pueda concederlo, o tan envidioso, que no lo quiera? ».(31) A las argumentaciones históricas y
dialécticas que se le presentaban, el Santo respondía recurriendo al fundamento
inspirado por la Sagrada Escritura: « Toda lengua confiese que Jesucristo es
Señor para gloria de Dios Padre »;(32) « póstrese toda la tierra ante ti y entone salmos a tu nombre »;(33) « alabad a Yavé las gentes todas,
alabadle todos los pueblos ».(34)
18. La Iglesia es también católica
porque sabe presentar en cada contexto humano la verdad revelada, custodiada
intacta por ella en su contenido divino, de manera que se haga accesible a los
modos de pensar elevados y a las justas aspiraciones de cada hombre y de cada
pueblo. Por otra parte, todo el patrimonio de bien, que cada generación
trasmite a la posteridad junto con el don inestimable de la vida, constituye
como una variopinta e inmensa cantidad de teselas que componen el vivo mosaico
del Pantocrátor, el cual se manifestará en su total esplendor sólo en la
parusía.
El Evangelio no lleva al empobrecimiento
o desaparición de todo lo que cada hombre, pueblo y nación, y cada cultura en
la historia, reconocen y realizan como bien, verdad y belleza. Es más, el
Evangelio induce a asimilar y desarrollar todos estos valores, a vivirlos con
magnanimidad y alegría y a completarlos con la misteriosa y sublime luz de la
Revelación.
La dimensión concreta de la catolicidad,
inscrita por Cristo el Señor en la constitución misma de la Iglesia, no es algo
estático, fuera del dato histórico y de una uniformidad sin relieve, sino que
surge y se desarrolla, en un cierto sentido, cotidianamente como una novedad a
partir de la fe unánime de todos los que creen en Dios uno y trino, revelado
por Jesucristo y predicado por la Iglesia con la fuerza del Espíritu Santo.
Esta dimensión brota espontáneamente del recíproco respeto —propio de la
caridad fraterna— hacia cada hombre y cada Nación, grande o pequeña, y por el
reconocimiento leal de los atributos y derechos de los hermanos en la fe.
19. La catolicidad de la Iglesia se
manifiesta también en la corresponsabilidad activa y en la colaboración generosa
de todos en favor del bien común. La Iglesia realiza en todas partes su propia
universalidad acogiendo, uniendo y elevando, en el modo en que le es propio y
con solicitud maternal, todo valor humano auténtico. Al mismo tiempo, ella se
afana, en cualquier área geográfica y en cualquier situación histórica, en
ganar para Dios a cada hombre y a todos los , hombres, para unirlos entre sí y
con EL en su verdad y en su amor.
Cada hombre, cada nación, cada cultura y
civilización tienen una función propia que desarrollar y un puesto propio en el
misterioso plan de Dios y en la historia universal de la salvación. Este era el
modo de pensar de los dos santos hermanos: Dios « clemente y compasivo,(35) esperando que todos los hombres se
arrepientan, para que todos sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad,(36) no permite que el género humano sucumba
a la debilidad y perezca, cayendo en la tentación del enemigo, sino que en
todos los años y tiempos no cesa de concedernos una gracia múltiple, desde el
origen hasta hoy, del mismo modo: antes, por medio de los patriarcas y de los
padres y, después de ellos, por medio de los profetas; y más tarde por medio de
los apóstoles y de los mártires, de los hombres justos y de los doctores, que
El escogió de en medio de esta vida tempestuosa ».(37)
20. EL mensaje evangélico, que los
santos Cirilo y Metodio tradujeron para los pueblos eslavos, recogiendo
sabiamente del tesoro de la Iglesia « cosas antiguas y nuevas »,(38) fue transmitido mediante el anuncio y la
catequesis en conformidad con las verdades eternas y adaptándolo, al mismo
tiempo, a la situación histórica concreta. Gracias a los esfuerzos misioneros
de ambos Santos, los pueblos eslavos pudieron, por primera vez, tomar
conciencia de su propia vocación y participar en el designio eterno de
salvación del mundo. Con esto reconocían también el propio papel en favor de
toda la historia de la humanidad creada por Dios Padre, redimida por el Hijo
Salvador e iluminada por el Espíritu Santo. Gracias a este anuncio, aprobado en
su tiempo por las autoridades de la Iglesia —los Obispos de Roma y los
Patriarcas de Constantinopla— los eslavos pudieron sentirse, junto con las
otras naciones de la tierra, descendientes y herederos de la promesa hecha por
Dios a Abrahán.(39)
De este modo, y gracias a la
organización eclesiástica creada por san Metodio y a la conciencia de la propia
identidad cristiana, ellos ocuparon el lugar que les estaba destinado en la
Iglesia , establecida también ya en aquella parte de Europa. Por ello, sus actuales
descendientes conservan un recuerdo grato e imperecedero de aquél que vino a
ser el eslabón que los une a la cadena de los grandes heraldos de la divina
Revelación del Antiguo y del Nuevo Testamento: « Después de todos éstos, en
nuestros tiempos, Dios misericordioso suscitó para la buena empresa en favor de
nuestro pueblo —de quien antes nadie se había preocupado—, a nuestro maestro el
bienaventurado Metodio, cuyas virtudes y luchas nosotros las comparamos una por
una y son sonrojarnos, a las de tales hombres gratos a Dios ».(40)
VI. EVANGELIO Y
CULTURA
21. Los hermanos de Salónica eran
herederos no sólo de la fe, sino también de la cultura de la antigua Grecia,
continuada por Bizancio. Todos saben la importancia que esta herencia tiene
para toda la cultura europea y, directa o indirectamente, para la cultura
universal. En la obra de evangelización que ellos llevaron a cabo como pioneros
en los territorios habitados por los pueblos eslavos, está contenido, al mismo
tiempo, un modelo de lo que hoy lleva el nombre de « inculturación »
—encarnación del evangelio en las culturas autóctonas— y , a la vez , la
introducción de éstas en la vida de la Iglesia.
Al encarnarse el Evangelio en la
peculiar cultura de los pueblos que evangelizaban, los santos Cirilo y Metodio
tuvieron un mérito particular en la formación y desarrollo de aquella misma
cultura, o mejor, de muchas culturas. En efecto, todas las culturas de las
naciones eslavas deben el propio « comienzo » o desarrollo a la obra de los
hermanos de Salónica. Ellos, con la creación, original y genial, de un alfabeto
para la lengua eslava, dieron una contribución fundamental a la cultura y a la
literatura de todas las naciones eslavas.
Además, la traducción de los libros
sagrados realizada por Cirilo y Metodio, junto con sus discípulos, confirió
capacidad y dignidad cultural a la lengua litúrgica paleoeslava, que, vino a
ser durante largos siglos no sólo la lengua eclesiástica, sino también la
oficial y literaria, e incluso la lengua común de las clases más cultas en la
mayor parte de las naciones eslavas y, en concreto, de todos los eslavos de
rito oriental. Dicha lengua se usaba también en la Iglesia de la Santa Cruz, de
Cracovia, en la que se habían establecido los Benedictinos eslavos. Aquí se
publicaron los primeros libros litúrgicos impresos en esta lengua. Hasta el día
de hoy es ésta la lengua usada en la liturgia bizantina de las Iglesia
Orientales eslavas de rito constantinopolitano, tanto Católicas como Ortodoxas,
en Europa oriental y sudoriental, así como en diversos Países de Europa
occidental; es también usada en la liturgia romana de los católicos de Croacia.
22. En el desarrollo histórico de los
eslavos de rito oriental, dicha lengua tuvo un papel similar al de la lengua
latina en Occidente; además ella se ha conservado durante largo tiempo —en
parte hasta el siglo XIX— y ha ejercido un influjo mucho más directo en la
formación de las lenguas nativas literarias gracias a la estrecha relación de
parentesco con ellas.
Estos méritos en favor de la cultura de
todos los pueblos y de todas las naciones eslavas, hacen que la obra de
evangelización realizada por los santos Cirilo y Metodio esté, en cierto
sentido, constantemente presente en la historia y en la vida de estos pueblos y
de estas naciones.
VII. SIGNIFICADO E
IRRADIACIÓN DEL MILENIO CRISTIANO EN EL MUNDO ESLAVO
23. La actividad apostólico-misionera de
los santos Cirilo y Metodio, que se sitúa en la segunda mitad del siglo IX,
puede considerarse como la primera evangelización efectiva de los eslavos.
Esta actividad alcanzó, de diversa
manera, a cada uno de los territorios, concentrándose principalmente en los de
la Gran Moravia de entonces. Ante todo, abarcó las regiones de la metrópoli,
cuyo pastor era Metodio, esto es, Moravia, Eslovaquia y Panonia, en suma, una
parte de la actual Hungría. En el marco del influjo más vasto ejercido por esta
actividad apostólica —en especial por parte de los misioneros preparados por
Metodio— se encontraron los otros grupos de eslavos occidentales, sobre todo,
los de Bohemia. El primer príncipe histórico de Bohemia, de la dinastía de los
Premyslidi, Bozyvoj (Borivoj), fue bautizado probablemente según el rito
eslavo. Más tarde este influjo llegó hasta las tribus serviolusacianas, así
como a los territorios de la Polonia meridional. Sin embargo, desde el momento
de la caída de la Gran Moravia (905-906 aproximadamente), a este rito le
sustituyó el rito latino y Bohemia fue puesta eclesiásticamente bajo la
jurisdicción del Obispo de Ratisbona y la metrópoli de Salzburgo. Mas, es digno
de atención el hecho de que aún a mediados del siglo X, en tiempos de san
Wenceslao, existía una compenetración recíproca de elementos de ambos ritos con
una avanzada simbiosis de las dos lenguas usadas en la liturgia: la lengua
eslava y la lengua latina. Por lo demás, no era posible la cristianización del
pueblo sin servirse de la lengua nativa. Solamente sobre esta base pudo
desarrollarse la terminología cristiana en Bohemia y de aquí, sucesivamente,
desarrollarse y consolidarse la terminología eclesiástica en Polonia. La
referencia sobre el príncipe de los Vislanos en la Vida de Metodio es la
alusión histórica más antigua relativa a una de las tribus polacas.(41) Faltan datos suficientes para poder
relacionar con esta noticia la institución de una organización eclesiástica de
rito eslavo en las tierras polacas.
24. El bautismo de Polonia en el año
966, en la persona del primer soberano histórico Mieszko, que se casó con la
princesa bohema Dubravka) tuvo lugar principalmente por medio de la Iglesia
bohema y, por medio de ella, el cristianismo se introdujo en Polonia desde Roma
en la forma latina. De todas maneras, subsiste el hecho de que los orígenes del
cristianismo en Polonia se conectan de algún modo con la obra de los hermanos
que partieron de la lejana Salónica. Entre los eslavos de la península
Balcánica, la solicitud de los santos hermanos fructificó de modo aún más
visible. Gracias a su apostolado, se consolidó el cristianismo, radicado desde
hacía tiempo en Croacia.
Principalmente a través de los
discípulos, expulsados del primer terreno de actividad, la misión
cirilo-metodiana se consolidó y desarrolló maravillosamente en Bulgaria. Aquí,
gracias a san Clemente de Ojrid, surgieron centros dinámicos de vida monástica,
y aquí tuvo un desarrollo particular el alfabeto cirílico. Desde aquí el
cristianismo pasó también a otros territorios hasta llegar, a través de la
vecina Rumania, a la antigua Rus' de Kiev y extenderse luego desde Moscú hacia
el Oriente. Dentro de algunos años —precisamente en el 1988— se cumplirá el
milenario del bautismo de san Vladimiro el Grande, príncipe de Kiev.
25 Justamente, por tanto, los santos
Cirilo y Metodio fueron muy pronto reconocidos por la familia de los pueblos
eslavos como padres, tanto de su cristianismo como de su cultura. En muchos de
los territorios ya mencionados, si bien habían sido visitados por diversos
misioneros, la mayoría de la población eslava conservaba, todavía en el siglo
IX, costumbres y creencias paganas. Solamente en el terreno cultivado por
nuestros santos, o al menos preparado por ellos para su cultivo, el
cristianismo entró de modo definitivo en la historia de los eslavos durante el
siglo siguiente.
Su obra constituye una contribución
eminente para la formación de las comunes raíces cristianas de Europa; raíces
que, por su solidez y vitalidad, constituyen uno de los más firmes puntos de
referencia del que no puede prescindir todo intento serio por recomponer de
modo nuevo y actual la unidad del continente.
Después de once siglos de cristianismo
entre los eslavos, constatamos que el legado de los hermanos de Salónica es y
sigue siendo para dichos pueblos más profundo y serio que cualquier división.
Ambas tradiciones cristianas —la oriental que viene de Constantinopla y la
occidental que viene de Roma— surgieron en el seno de la única Iglesia, aunque
sobre el entramado de culturas diversas y con una óptica distinta respecto a
los mismos problemas. Tal diversidad, cuando sea bien comprendido su origen y
convenientemente ponderados su valor y significado, no hará sino enriquecer
tanto la cultura de Europa como su tradición religiosa, y convertirse, de esta
manera, en una base adecuada para su deseada renovación espiritual.
26. Desde el siglo ix, cuando en la
Europa cristiana se estaba delineando un sistema nuevo, los santos Cirilo y
Metodio nos proponen un mensaje que se manifiesta de gran actualidad para
nuestra época la cual, precisamente por razón de tantos y tan complejos
problemas de orden religioso y cultural, civil e internacional, busca una
unidad vital en la real comunión de sus diversas componentes. De los dos
evangelizadores se puede afirmar que una característica suya fue el amor a la
comunión de la Iglesia universal tanto en Oriente como en Occidente y, dentro
de ella, a la Iglesia particular que estaba naciendo en las naciones eslavas.
De ellos procede, también para los cristianos y hombres de nuestro tiempo, la
invitación a construir juntos la comunión.
Pero es en el terreno específico de la
actividad misionera donde destaca todavía más el ejemplo de Cirilo y Metodio.
En efecto, dicha actividad es tarea esencial de la Iglesia y es en nuestros
días urgente en la forma ya mencionada de la « inculturación ». Los dos
hermanos no sólo desarrollaron su misión respetando plenamente la cultura
existente entre los pueblos eslavos, sino que, junto con la religión, la
promovieron y acrecentaron de forma eminente e incesante De modo análogo, en
nuestros días, las Iglesias de antigua fundación pueden y deben ayudar a las
Iglesia y a los pueblos jóvenes a madurar en su propia identidad y a progresar
en ella.(42)
27. Cirilo y Metodio son como los
eslabones de unión, o como un puente espiritual, entre la tradición oriental y
la occidental, que confluyen en la única gran tradición de la Iglesia
universal. Para nosotros son paladines y a la vez patronos en el esfuerzo
ecuménico de las Iglesias hermanas de Oriente y Occidente para volver a
encontrar, mediante el diálogo y la oración, la unidad visible en la comunión
perfecta y total; « unión que —como dije durante mi visita a Bari— no es
absorción ni tampoco fusión ».(43) La unidad es el encuentro en la verdad y en el amor que nos han sido
dados por el Espíritu. Cirilo y Metodio, en su personalidad y en su obra, son
figuras que despiertan en todos los cristianos una gran « nostalgia por la
unión » y por la unidad entre las dos Iglesias hermanas de Oriente y Occidente.(44) Para la plena catolicidad, cada nación y
cada cultura tienen un papel propio que desarrollar en el plan universal de
salvación. Cada tradición particular, cada Iglesia local, debe permanecer
abierta y atenta a las otras Iglesias y tradiciones y, al mismo tiempo, a la
comunión universal y católica; si permaneciese cerrada en sí misma, correría el
peligro de empobrecerse también ella.
En la actuación del propio carisma,
Cirilo y Metodio dieron una contribución decisiva a la construcción de Europa,
no sólo en la comunión religiosa cristiana, sino también con miras a su unión
civil y cultural. Ni aún hoy existe otra vía para superar las tensiones y
reparar las rupturas y antagonismos existentes, tanto en Europa como en el
mundo, los cuales amenazan con provocar una espantosa destrucción de vida y de
valores. Ser cristiano en nuestro tiempo significa ser artífice de comunión en
la Iglesia y en la sociedad. A tal fin ayudan un espíritu abierto hacia los
hermanos, la mutua comprensión y la prontitud en la cooperación mediante un
generoso intercambio de los bienes culturales y espirituales.
En efecto, una de las aspiraciones
fundamentales de la humanidad actual es la de volver a encontrar la unidad y la
comunión para una vida verdaderamente digna del hombre a nivel mundial. La
Iglesia, consciente de ser signo y sacramento universal de salvación y de
unidad del género humano, está dispuesta a desempeñar este deber suyo, « que
las condiciones de nuestra época hacen más urgente », para que « todos los
hombres, que hoy están más íntimamente unidos por múltiples vínculos sociales,
técnicos y culturales, consigan también la unidad completa en Cristo ».(45)
VIII. CONCLUSIÓN
28. Conviene, por tanto, que toda la
Iglesia celebre con solemnidad y alegría los once siglos transcurridos desde la
conclusión de la obra apostólica del primer arzobispo ordenado en Roma para los
pueblos eslavos, Metodio, y de su hermano Cirilo, al recordar el ingreso de
estos pueblos en la escena de la historia de la salvación y en el número de las
naciones europeas que, desde los siglos precedentes, habían acogido el mensaje
evangélico. Todos pueden comprender con qué profundo gozo desea participar en
esta celebración el primer hijo de la estirpe eslava, llamado, después de casi
dos milenios, a ocupar la sede episcopal de San Pedro en esta ciudad de Roma.
29. « En tus manos entrego mi
espíritu ». Nosotros saludamos el undécimo centenario de la muerte de san
Metodio con las mismas palabras que —de acuerdo a cuanto se narra en su Vida,
escrita en lengua paleoeslava (46) — fueron pronunciadas por él antes de morir, mientras estaba ya para
unirse con sus padres en la fe, en la esperanza y en la caridad: a los
patriarcas, profetas, apóstoles, doctores y mártires. Con el testimonio de la
palabra y de la vida, sostenidas por el carisma del Espíritu, él dio ejemplo de
una vocación fecunda tanto al siglo en que vivió como a los siglos posteriores
y, de modo particular, a nuestros días.
Su glorioso « tránsito » en la primavera del año 885 de la Encarnación
de Cristo (y según el cómputo bizantino del tiempo, en el año 6393 de la
creación del mundo) tuvo lugar en un período en que inquietantes nubes se
cernían sobre Constantinopla y tensiones hostiles amenazaban cada vez más la
tranquilidad y la vida de las naciones, e incluso los sagrados vínculos de
fraternidad cristiana y de comunión entre las Iglesias de Oriente y Occidente.
En su Catedral, rebosante de fieles de
diversas estirpes, los discípulos de san Metodio tributaron un solemne homenaje
al difunto pastor por el mensaje de salvación, de paz y de reconciliación que
había llevado y al que había dedicado toda su vida: « Celebraron un oficio
sagrado en latín, griego y eslavo »,(47) adorando a Dios y venerando al primer arzobispo de la Iglesia fundada
por él entre los eslavos, a quienes había anunciado el Evangelio junto con su
hermano, en su propia lengua. Esta Iglesia se consolidó aún más cuando, por
explícito consentimiento del Papa, recibió una jerarquía autóctona, radicada en
la sucesión apostólica y enlazada en la unidad de fe y de amor tanto con la
Iglesia de Roma como con la de Constantinopla , donde la misión eslava se había
iniciado.
Al cumplirse once siglos de su muerte,
deseo estar presente, al menos espiritualmente, en Velehrad donde —como
parece— la divina Providencia permitió a Metodio concluir su vida apostólica:
—deseo también detenerme en la Basílica
de san Clemente en Roma, donde fue sepultado san Cirilo; —y ante las tumbas
de ambos hermanos, apóstoles de los eslavos, deseo encomendar a la Santísima
Trinidad su herencia espiritual con una oración especial.
30. « En tus manos entrego ... ».
Oh Dios grande, uno en la Trinidad, yo
te entrego el legado de la fe de las naciones eslavas: conserva y bendice esta
obra tuya.
Recuerda, Padre todopoderoso, el momento
en el que, según tu voluntad, llegó a estos pueblos y naciones la « plenitud de
los tiempos » y los santos misioneros de Salónica cumplieron el mandato que tu
Hijo Jesucristo había dirigido a sus Apóstoles; siguiendo sus huellas y las de
sus sucesores llevaron a las tierras habitadas por los eslavos la luz del
Evangelio, la Buena Nueva de la salvación y ante ellos dieron testimonio de
—que Tú eres Creador del hombre, que
eres Padre y que en Ti todos los hombres somos hermanos;
—que por medio de tu Hijo, Palabra
eterna, has dado la existencia a todas las cosas y has llamado a los hombres a
participar de tu vida que no tiene fin;
—que has amado tanto al mundo que le has
entregado como don a tu Hijo unigénito, que por nosotros los hombres y por
nuestra salvación, bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo se encarnó de
la Virgen María y se hizo hombre;
—que, finalmente, enviaste al Espíritu
de poder y de consuelo para que todo hombre, redimido por Cristo, pudiese
recibir en él la dignidad de hijo y llegar a ser coheredero de las
indefectibles promesas hechas por Ti a la humanidad.
Tu plan creador, oh Padre, culminado en
la Redención, implica al hombre viviente y abarca toda su vida y la historia de
los pueblos.
Escucha, oh Padre, lo que hoy te implora
toda la Iglesia y haz que los hombres y las naciones que, gracias a la
misión apostólica de los santos hermanos de Salónica, te conocieron y te
recibieron a Ti, Dios verdadero, y mediante el Bautismo entraron en la
comunidad de tus hijos, puedan seguir todavía acogiendo, sin obstáculos, con
entusiasmo y confianza este programa evangélico, realizando todas sus
posibilidades humanas sobre el fundamento de sus enseñanzas.
—Que puedan seguir ellos, conforme a su
propia conciencia, la voz de tu llamada a lo largo del camino que les fue
indicado por primera vez hace once siglos.
—Que el hecho de pertenecer al Reino de
tu Hijo jamás sea considerado por nadie en contraste con el bien de su patria
terrena.
—Que en la vida privada y en la vida
pública puedan darte la alabanza debida.
—Que puedan vivir en la verdad, en la
caridad, en la justicia y en el gozo de la paz mesiánica que llega a los
corazones humanos, a las comunidades, a la tierra y al mundo entero.
—Que, conscientes de su dignidad de
hombres y de hijos de Dios, puedan tener la fuerza para superar todo odio y
para vencer el mal con el bien.
Y concede también a toda Europa, oh
Trinidad Santísima, por intercesión de los dos santos hermanos, que sienta cada
vez más la exigencia de la unidad religioso-cristiana y la comunión fraterna de
todos sus pueblos, de tal manera que, superada la incomprensión y la desconfianza
recíprocas, y vencidos los conflictos ideológicos por la común conciencia de la
verdad, pueda ser para el mundo entero un ejemplo de convivencia justa y
pacífica en el respeto mutuo y en la inviolable libertad.
31. A Ti, pues, Dios Padre todopoderoso
Dios Hijo que has redimido al mundo, Dios Espíritu Santo que eres fundamento y
maestro de toda santidad, deseo encomendarte la Iglesia entera de ayer, de hoy
y de mañana; la Iglesia que está en Europa y que está extendida por toda la
tierra.
En tus manos pongo esta riqueza singular
compuesta de tantos dones diversos, antiguos y nuevos que forman el tesoro
común de tantos hijos diversos.
Toda la Iglesia te da gracias a Ti, que
llamaste a las naciones eslavas a la comunión de la fe por la herencia y por la
contribución dada al patrimonio universal. Te da gracias por esto, de modo
particular, el Papa de origen eslavo. Que esta contribución no cese jamás de
enriquecer a la Iglesia, al continente europeo y al mundo entero. Que no se
debilite en Europa y en el mundo de hoy. Que no falte en la conciencia de
nuestros contemporáneos. Deseamos acoger íntegramente todo aquello que, de
original y válido, las naciones eslavas han dado y siguen dando al patrimonio
espiritual de la Iglesia y de la humanidad. Toda la Iglesia, consciente de su
riqueza común, profesa su solidaridad espiritual con ellos y reafirma su propia
responsabilidad hacia el Evangelio, por la obra de salvación que es llamada a
realizar también hoy en todo el mundo, hasta los confines de la tierra. Es indispensable
remontarse al pasado para comprender, bajo su luz, la realidad actual y
vislumbrar el mañana. La misión de la Iglesia, en efecto, está siempre
orientada y encaminada con indefectible esperanza hacia el futuro.
32. ¡El futuro! Por más que pueda aparecer
humanamente grávido de amenazas e incertidumbres, lo ponemos con confianza en
tus manos, Padre celestial, invocando la intercesión de la Madre de tu Hijo y
Madre de la Iglesia; y también la de tus Apóstoles Pedro y Pablo y la de los
santos Benito, Cirilo y Metodio, la de Agustín y Bonifacio, y la de todos los
evangelizadores de Europa, los cuales, fuertes en la fe, en la esperanza y en
la caridad, anunciaron a nuestros padres tu salvación y tu paz; y con los
trabajos de su siembra espiritual comenzaron la construcción de la civilización
del amor, el nuevo orden basado en tu santa ley y en el auxilio de tu
gracia, que al final de los tiempos vivificará todo y a todos en la Jerusalén
celestial. Amén.
A todos vosotros, amadísimos hermanos,
mi Bendición Apostólica.
Dado en Roma, junto
a San Pedro, el día 2 de Junio, solemnidad de la Santísima Trinidad, del año
1985, séptimo de mi Pontificado.
Notas:
(1) Juan Pablo II, Carta Apostólica Egregiae virtutis (31 de diciembre
de 1980) AAS 73 (1981), pp. 258-262.
(2) León XIII, Carta Encíclica Grande munus (30 de septiembre de 1880):
Leonis XIII Pont. Max. Acta, II, pp. 125-137; cf. también Pío XI, Carta Quod S.
Ciryllum (13 de febrero de 1927) a los Arzobispos y Obispos del Reino de los
Servios-Croatas-Eslovenos y de la República Checoeslovaca: AAS 19 (1927), pp.
93-96; Juan XXIII, Carta Apostólica Magnifici eventus (11 de mayo de 1963) a
los Obispos de las Naciones Eslavas: AAS 55 (1963), pp. 434-439; Pablo VI,
Carta Apostólica Antiquae nobilitatis (2 de febrero de 1969), con ocasión del
XI centenario de la muerte de san Cirilo: AAS 61 (1969), pp. 137-149.
(3) Pablo VI, Carta Apostólica Pacis nuntius (24 de octubre de 1964):
AAS 56 (1964), pp. 965-967.
(4) Cf. Magnae Moraviae Fontes Historici, t. III, Brno 1969, pp.
197-208.
(5) Únicamente en algunas naciones eslavas se celebra todavía la fiesta
del 7 de julio.
(6) Cf. Vita Constantini VIII, 16-18: Constantinus
et Methodius Thessalonicenses, Fontes, recensuerunt et illustraverunt Fr. Grivec
et Fr. Tomšic (Radovi Staroslavenskog Instituta, Knjiga 4, Zagreb 1960), p.
184.
(7) Cf. Ibid . XIV, 2-4; ed cit., pp. 199 s.
(8) Vita Methodii VI, 2-3: ed. cit., p. 225.
(9) Cf. Magnae Moraviae Fontes Historici, t. III,
Brno 1969, pp. 197-208.
(10) Cf. Vita Methodii VIII, 1-2: ed. cit., p. 225.
(11) Cf. Vita Methodii XVII, 13: ed. cit., p. 237.
(12) Cf. Ibid. y 1Cor 9, 22.
(13) Gén 12, 1 s.
(14) Act 16, 9.
(15) Vita Methodii V, 2: ed. cit., p. 223.
(16) Vita Constantini XIV, 9: ed. cit., p. 200.
(17) Ibid. VI, 7: ed. cit., p. 179.
(18) Mc 16, 15.
(19) Mt 28, 19.
(20) Gál 3, 26-28.
(21) Los sucesores del Papa Nicolás I, aunque preocupados por las
informaciones contradictorias que llegaban sobre la doctrina y la actuación de
Cirilo y Metodio, en el encuentro directo con ellos dieron plena razón a los
dos hermanos. Las prohibiciones o las limitaciones en el uso de la nueva
liturgia eslava deben atribuirse más bien a la presión de las circunstancias, a
las mudables relaciones políticas y a la necesidad de mantener la concordia.
(22) Jn 17, 21 s.
(23) Sal 117 [116], 1.
(24) Decr. Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 4.
(25) Ibid., 1.
(26) Cf. Vita Methodii IX, 3; VIII, 16: ed. cit.,
pp. 229; 228.
(27) Cf. Vita Methodii IX, 2:ed. cit., pp. 229.
(28) Conc. Ecum. Vatic. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 13.
(29) Vita Constantini XVI, 8: ed. cit., p. 205.
(30) Cf. Mt 5, 45.
(31) Vita Constantini XVI, 4-6: ed. cit., p. 205
(32) Ibid. XVI, 58: ed. cit., p. 208; Flp 2, 11.
(33) Vita Constantini XVI, 12: ed. cit., p. 206, Sal 66 [65], 4.
(34) Ibid. XVI, 13: ed. cit., p. 206; Sal 117
[116], 1.
(35) Cf. Sal 112 [111], 4; Jl 2, 13.
(36) Cf. 1 Tim 2, 4.
(37) Vita Constantini I, 1: ed. cit., p. 169.
(38) Cf. Mt 13, 52.
(39) Cf. Gén 15, 1-21.
(40) Vita Methodii II, 1: ed. cit., pp. 220 s.
(41) Cf. Vita Methodii XI, 2-3: ed. cit., p. 231.
(42) Cf. Conc. Ecum. Vatic. II, Decreto Ad gentes, sobre la actividad
misionera de la Iglesia, 38.
(43) Juan Pablo II, Discurso en el encuentro ecuménico en la basílica de
San Nicolás de Bari (26 de febrero de 1984), 2: L'Osservatore Romano, edic. en
lengua española 11 de marzo de 1984, p. 19.
(44) Ibid., p. 19.
(45) Conc. Ecum. Vatic. II, Constitución dogmática Lumen
gentium, sobre la Iglesia, 1.
(46) Cf. Vita Methodii XVII, 9-10: ed. cit., p.
237; Lc 23, 46; Sal 31 [30], 6.
(47) Vita Methodii XVII, 11: ed. cit., p. 237.
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