1. Un año más ha
vuelto la cuaresma, tiempo en que es mi obligación dirigiros una exhortación,
porque tenéis el deber de ofrecer a Dios obras que vayan de acuerdo con estos
días del calendario; obras que, sin embargo, sólo pueden seros útiles a
vosotros, no a él. También en las restantes épocas del año debe entregarse el
cristiano con ardor a la oración, al ayuno y a la limosna; pero esta solemnidad
debe estimular incluso a quienes de ordinario son perezosos al respecto; y
aquellos que ya se aplican con esmero a tales ocupaciones deben realizarlas
ahora con mayor intensidad. La vida en este mundo es el tiempo de nuestra
humillación; no otra cosa simbolizan estos días. La repetición anual de la
solemnidad equivale a una repetición de lo que Cristo el Señor sufrió por
nosotros en su única muerte. Lo que tuvo lugar una sola vez en la historia para
la renovación de nuestra vida, se celebra todos los años para perpetuar su
memoria. Por tanto, si debemos ser humildes de corazón y estar llenos del
afecto de la verdadera piedad durante toda nuestra peregrinación que transcurre
en medio de tentaciones, ¡cuánto más en estos días, en que no sólo se vive,
sino que también se simboliza en la celebración este tiempo de nuestra
humillación! La humildad de Cristo nos enseña a ser humildes, porque él al
morir cedió ante los impíos; su excelsitud nos hace excelsos, porque él al
resucitar precedió a los justos. Si hemos muerto con Cristo, dice el
Apóstol, también viviremos con él; si con él sufrimos, reinaremos también
con él. Con la debida veneración celebramos una de estas dos cosas ahora
pensando en la cercanía de su pasión; la otra después de Pascua, pensando en su
resurrección ya efectuada. Entonces, pasados los días de nuestra humillación,
llegará el tiempo de nuestra excelsitud; aunque aún no en el descanso de la
visión, sí en la satisfacción de contemplarlo en las celebraciones que lo
simbolizan. Ahora, pues, recobren intensidad los gemidos de nuestra oración;
entonces exultaremos con mayor gozo llenos de alabanza.
2. Añadamos a
nuestras oraciones la limosna y el ayuno, cual alas de la piedad con las que
puedan llegar más fácilmente hasta Dios. A partir de aquí puede comprender la
mente cristiana cuán lejos debe mantenerse de robar lo ajeno, si advierte que
es una especie de robo el no dar al necesitado lo que le sobra. Dice el Señor: Dad,
y se os dará; perdonad, y seréis perdonados. Entreguémonos con fervor a
estos dos modos de limosna: el dar y el perdonar, nosotros que pedimos al Señor
que nos otorgue sus bienes y no nos pida cuenta de nuestros males. Dad,dice,
y se os dará. ¿Hay cosa más auténtica y más justa que quien se niega a
dar, él mismo se defraude y no reciba nada? Si se comporta con desfachatez el
agricultor que va a buscar la cosecha donde sabe que no sembró, ¡cuánto mayor
no es la desfachatez de quien busca la riqueza de Dios para que le dé, después
de que él no quiso escuchar al pobre que le pedía a él! Dios, que no sufre
hambre, quiso, no obstante, ser alimentado en la persona del pobre. Por tanto,
no despreciemos a nuestro Dios necesitado en la persona del pobre, para que,
cuando nos sintamos necesitados, nos saciemos en quien es rico. Se nos
presentan personas necesitadas, y también nosotros lo somos; demos, pues, para
recibir. Pero ¿qué es lo que damos? Y ¿qué es lo que deseamos recibir en cambio
de esas pequeñas cosas visibles, temporales y terrenas? Lo que ni el ojo
vio, ni el oído oyó, ni llegó jamás al corazón humano. Si él no lo hubiera
prometido, ¿no sería propio de desvergonzados dar estas cosas y querer recibir
aquellas otras? ¿Y el no querer dar ni siquiera éstas? Tanto más que ni unas ni
otras tendríamos si no nos las hubiera dado aquel que nos exhorta a dar. ¿Con
qué cara esperamos que nos dé unas cosas u otras, si le despreciamos cuando nos
manda dar auténticas menudencias? Ver donad, y seréis perdonados; es
decir, otorgad perdón, y recibiréis perdón. Que el siervo se reconcilie con el
consiervo para no ser castigado con justicia por el Señor. Para este tipo de
limosnas nadie es pobre y puede hacer que viva eternamente quien no tiene con
qué vivir temporalmente. Se da gratuitamente; a base de dar se acumulan
riquezas que sólo se consumen cuando no se dan. Sean confundidas y perezcan las
enemistades, de quien sean, que hayan resistido hasta estas fechas. Déseles
muerte, para que no la causen ellas; sean dominadas, para que no dominen ellas;
elimínelas el que redime, para que no eliminen ellas a quien las retiene.
3. Vuestros ayunos no
sean como los que condena el profeta al decir: No he sido yo quien eligió
este ayuno, dice el Señor.Fustiga el ayuno de la gente pendenciera; busca
el de los piadosos. Condena a quienes aprietan y busca quienes aflojen. Acusa a
los cizañeros, busca libertadores. Este es el motivo por el que en estos días
refrenáis vuestros deseos de cosas lícitas, para no sucumbir ante lo ilícito.
Nunca se emborrache ni adultere quien en estos días se abstiene del matrimonio.
De esta forma, nuestra oración, hecha con humildad y caridad, con ayuno y
limosnas, templanza y perdón, practicando el bien y no devolviendo mal por mal,
alejándonos del mal y entregándonos a la virtud, busca la paz y la consigue. La
oración, en efecto, ayudada con las alas de tales virtudes, vuela y llega más
fácilmente al cielo, adonde nos precedió Cristo, nuestra paz.
(SAN AGUSTÍN, Sermón 206,
1-3, o.c. (XXIV), BAC, Madrid, 1983, pp. 106-110)
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