La ceniza
En el linde del bosque crece una flor llamada "espuela de
caballero". Caprichosamente arqueadas sus hojas verdeoscuras, flexible y
firmemente modelado el tallo esbelto; la flor como recortada en seda compacta,
con un azul tan resplandeciente que inunda toda la atmósfera circundante. Si
ahora viniese alguien y cortara la flor, se hartara de ella y la arrojase al
fuego sólo unos pocos momentos, y todo el esplendor radiante sería una delgada
capa de ceniza gris.
Pero lo que el fuego habría hecho aquí en breves instantes lo
hace el tiempo constantemente con todo lo que es viviente; con el elegante
helecho, con la elevada candelaria, con el poderoso roble firmemente erguido.
Lo hace tanto con la mariposa ligera como con la golondrina veloz, con la
ardilla inhábil y con el toro macizo.
Siempre es lo mismo, suceda rápida o lentamente por medio de una
herida, de una enfermedad, por fuego, por hambre o por cualquiera otra cosa: en
algún momento la vida floreciente será ceniza.
De figura robusta llegará a ser un montoncito ralo de polvo, al
cual todo viento desparramada; de colores brillantes, polvo grisáceo; de cálida
vida rebosante y sensible, tierra escasa. Menos que tierra: ¡ceniza!
También a nosotros nos ocurre:
"Acuérdate hombre, polvo eres y en polvo te
convertirás".
Caducidad —esto es lo que la ceniza expresa. Nuestra caducidad
—no la de otros, ¡la mía! Y ésta mi caducidad la expresa ella cuando el
sacerdote al comienzo de la Cuaresma, me marca sobre la frente con la ceniza de
las anteriormente verdes palmas del Domingo de Ramos del año pasado:
"Memento horno quia pulvis es et in pulverem
reverteris!".
Todo se convertirá en ceniza: mi casa, mi ropa, mi herramienta y
mi dinero; campo, pradera y bosque; el perro que me acompaña y el ganado del
establo; la mano con la que escribo, el ojo que lee, todo mi cuerpo; los hombres
que he amado, los hombres que he odiado y los hombres que he temido. Lo que
sobre la tierra me ha parecido grande y lo que me ha parecido pequeño —todo
ceniza...
(ROMANO GUARDINI,
Los Signos Sagrados, Ed.
Librería Emmanuel, 1983, pp. 43-44)
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