Jesús es
rechazado en Nazaret
Jesús, impulsado por el Espíritu, se volvió a Galilea.
En este pasaje se cumple la profecía de Isaías que dice:La tierra de
Zabulón y la tierra de Neftalí, a lo último, llenará de gloria el camino del
mar y la otra ribera del Jordán, la Galilea de las gentes; el pueblo que andaba
en tinieblas vio una gran luz (Is 9,1-2). ¿Cuál es esta gran luz, sino
Cristo, "que viniendo a este mundo ilumina a todo hombre"? (Jn 1,9).
Después tomó el libro, para mostrar que Él es el que ha hablado en los
profetas y atajar las blasfemias de los pérfidos que dicen que hay un Dios del
Antiguo Testamento y otro del Nuevo, o bien que Cristo comenzó a partir de la
Virgen: ¿cómo pudo tomar origen de la Virgen si antes de la Virgen hablaba El?
El Espíritu Santo está sobre mí.
Ve aquí la Trinidad perfecta y coeterna. La Escritura nos afirma que
Jesús es Dios y hombre, perfecto en lo uno y en lo otro; también nos habla del
Padre y del Espíritu Santo. Pues el Espíritu Santo nos ha sido mostrado
cooperando, cuando en la apariencia corporal de una paloma descendió sobre
Cristo en el momento en que el Hijo de Dios era bautizado en el río y el Padre
habló desde el cielo. ¿Qué testimonio podemos encontrar más grande que el de
El mismo, que afirma haber hablado en los profetas? Él fue ungido con un óleo
espiritual y una fuerza celestial, a fin de inundar la pobreza de la
naturaleza humana con el tesoro eterno de la resurrección, de eliminar la
cautividad del alma, iluminar la ceguera espiritual, proclamar el año del
Señor, que se extiende sobre los tiempos sin fin y no conoce las jornadas de
trabajo, sino que concede a los hombres frutos y descanso continuos. Él se ha
entregado a todas las tareas, incluso no ha desdeñado el oficio de lector,
mientras que nosotros, impíos, contemplamos su cuerpo y rehusamos creer en su
divinidad, que se deduce de sus milagros.
En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria.
La envidia no se traiciona medianamente: olvidada del amor entre sus
compatriotas, convierte en odios crueles las causas del amor. Al mismo tiempo,
ese dardo, como estas palabras, muestra que esperas en vano el bien de la
misericordia celestial si no quieres los frutos de la virtud en los demás; pues
Dios desprecia a los envidiosos y aparta las maravillas de su poder a los que
fustigan en los otros los beneficios divinos. Los actos del Señor en su carne
son la expresión de su divinidad, y lo que es invisible en Él nos lo muestra
por las cosas visibles (Rom 1,20).
No sin motivo se disculpa el Señor de no haber hecho milagros en su
patria, a fin de que nadie pensase que el amor a la patria ha de ser en
nosotros poco estimado: amando a todos los hombres, no podía dejar de amar a
sus compatriotas; mas fueron ellos los que por su envidia renunciaron al amor
de su patria. Pues el amor no es envidioso, no se infla (1 Cor 13,4). Y,
sin embargo, esta patria no ha sido excluida de los beneficios divinos. ¡Qué
mayor milagro que el nacimiento de Cristo en ella? Observa qué males acarrea el
odio; a causa de su odio, esta patria es considerada indigna de que El, como
ciudadano suyo, obrase en ella, después de haber tenido la dignidad de que el
Hijo de Dios naciese en ella.
En verdad os digo: muchas viudas había en Israel en los días de Elías.
No se quiere decir que estos días perteneciesen a Elías, sino que en
ellos Elías realizó sus obras; o mejor, que era día para aquellos que, gracias
a sus obras, veían la luz de la gracia espiritual y se convertían al Señor.
Por lo cual el cielo se abría cuando ellos veían los misterios divinos y
eternos; y se cerraba cuando había hambre, porque faltaba la fertilidad del
conocimiento de las cosas divinas.
Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo, y
ninguno de ellos fue limpiado sino el sirio Namán.
Está claro que estas palabras del Señor Salvador nos enseñan y nos
exhortan a tener celo por el culto de Dios; que nadie es curado ni librado de
la enfermedad que mancha su carne si no busca la salud con una actitud
religiosa: pues los beneficios divinos no se otorgan a los soñolientos, sino a
los que vigilan. Y con un ejemplo y una comparación bien elegida, la arrogancia
de los compatriotas envidiosos queda confundida, y muestra que la conducta del
Señor está de acuerdo con las antiguas Escrituras.
Efectivamente, leemos en los libros de los Reyes que un gentil, Namán,
ha sido, según la palabra del profeta, librado de las manchas de la lepra (2
Reg 5,14); sin embargo, muchos judíos estaban corroídos por la lepra del cuerpo
y del alma: pues los cuatro hombres que, acosados por el hambre, marcharon los
primeros al campamento del rey de Siria, nos dice la historia que eran
leprosos (2 Reg 7,3ss). ¿Por qué, pues, el profeta no tuvo cuidado de sus
hermanos, de sus compatriotas, ni curaba a los suyos, cuando curaba a los
extranjeros, a los que no practicaban la ley ni observaban su religión? ¿No es,
acaso, porque el remedio depende de la voluntad, no de la nación, y que el
beneficio divino se consigue por los deseos del mismo y no por el derecho de
nacimiento? Aprende a implorar lo que deseas obtener; el fruto de los
beneficios divinos no sigue a las gentes indiferentes.
Mas, aunque esta simple exposición pueda formar disposiciones morales,
sin embargo, el atractivo del misterio no está oculto. Del mismo modo que lo
posterior se deriva de lo que precede, así también lo que precede está
confirmado por lo que sigue. Hemos dicho en otro libro que esta
viuda a la que Elías fue enviado prefiguraba la Iglesia. Conviene que el
pueblo venga detrás de la Iglesia. Este pueblo congregado entre los extranjeros,
este pueblo antes leproso, este pueblo manchado antes de ser bautizado en el
río místico, este mismo pueblo, lavado de las manchas del cuerpo y del alma,
después del sacramento del bautismo, comienza a ser no más lepra, sino virgen
inmaculada y sin arruga (Eph 5,25). Con razón, pues, se describe a Namán grande
a los ojos de su señor y de aspecto admirable porque en él nos mostraba la
figura de la salvación que había de venir para los gentiles. Los consejos de
una santa esclava que, después de la derrota de su país, había caído en poder
del enemigo, le han movido a esperar de un profeta su salud; no fue curado por
la orden de un rey de la tierra, sino por una liberalidad de la misericordia
de Dios.
¿Por qué se le ha prescrito un número misterioso de inmersiones? ¿Por
qué ha sido escogido el río Jordán? ¿Es que no son mejores que el Jordán los
ríos de Damasco; el Abana y el Parpar?Herido en su amor propio prefirió esos ríos; mas
reflexionando, escogió el Jordán; ignora la ira el misterio; lo conoce, sin
embargo, la fe. Aprende el beneficio del bautismo salvador: el que se bañó leproso,
salió fiel. Reconoce la figura de los misterios espirituales: se pide la
curación del cuerpo y se obtiene la del alma. Al lavarse el cuerpo, se lava el
corazón. Pues veo que la lepra del cuerpo no ha sido purificada más que la del
alma, ya que después de este bautismo, purificado de la mancha de su antiguo
error, se niega a ofrecer a los dioses extranjeros las víctimas que había
ofrecido al Señor.
Aprende también las normas de la virtud correspondiente: ha mostrado su
fe el que ha rehusado la recompensa. Aprende en el magisterio de las palabras y
de los hechos lo que has de imitar. Tienes el precepto del Señor y el ejemplo
del profeta: recibir gratuitamente, dar gratuitamente (Mt 10,8), no vender tu
ministerio, sino ofrecerlo; la gracia de Dios no debe ser tasada con precio ni,
en los sacramentos, ha de enriquecerse el sacerdote, sino servir.
Sin embargo, no basta que no busques el lucro: has de atar aun las manos
de tus familiares. No sólo se pide que te conserves casto y sin tacha; pues el Apóstol
no dice: "Tú sólo'', sino que tú mismo te conserves casto (1 Tim 5,22).
Luego se pide que no sólo tú seas íntegro con respecto a estos tráficos, sino
también toda tu casa; pues es preciso que el sacerdote sea irreprensible, que
sepa gobernar bien su propia casa, que tenga los hijos en sujeción, con toda
honestidad; pues quien no sabe gobernar su casa, ¿cómo tendrá cuidado de la
Iglesia? (1 Tim 3, 2.5) Instruye a tu familia, exhórtala, cuida de ella, y, si
algún servidor te engaña —no excluyo que esto sea posible al hombre—y es
sorprendido, despídelo a ejemplo del profeta. La lepra sigue rápidamente al
salario afrentoso, y el dinero mal adquirido mancha el cuerpo y el alma: Has
recibido, dice, dinero y poseerás campos, viñas, olivares y ganados; y la
lepra de Namán te afectará a ti y a tu posteridad para siempre. Ve cómo el
acto del padre hace condenar en seguida a sus herederos; pues se trata de una
culpa inexpiable vender los misterios, y la gracia celestial hace pasar su
venganza a sus descendientes. De este modo los mohabitas y demás no entrarán
hasta la tercera y cuarta generación (Deut 23,3), es decir, por limitarme
a una simple interpretación, hasta que la falta de los antepasados no sea
expiada por sucesivas generaciones.
Más los que han pecado para con Dios con el error de la idolatría son
castigados, como lo vemos, hasta la cuarta generación; bien dura parece
seguramente la sentencia que la autoridad del profeta ha fulminado para siempre
contra la posteridad de Giezi a causa de su codicia, sobre todo cuando nuestro
Señor Jesucristo ha otorgado a todos, por la regeneración bautismal, el perdón
de los pecados; a no ser que se piense, más que en la descendencia de la raza,
en la de los vicios: del mismo modo que los que son hijos de la promesa son
contados como de buena raza, así también habría de considerarse de mala raza
los que son hijos del error. Pues los judíos tienen por padre al diablo (Jn
8,44), del cual son ellos descendientes, no por la carne, sino por sus pecados.
Luego todos los codiciosos, todos los avaros, poseen la lepra de Giezi con sus
riquezas y, por el bien mal adquirido, han acumulado menos un patrimonio de
riquezas que un tesoro de pecados para un suplicio eterno y un corto bienestar.
Pues, mientras las riquezas son perecederas, el castigo es sin fin, ya que ni
los avaros, ni los borrachos, ni los idólatras poseerán el reino de Dios (1 Cor
6,9-10).
Al oír esto se llenaron de cólera cuantos estaban en la sinagoga, y,
levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad.
Los sacrilegios de los judíos, que mucho antes había predicho el Señor
por los profetas —y lo que en un verso del salmo indica que había de sufrir
cuando estuviese en su cuerpo, al decir: Me devolvían mal por el bien (Ps
34,12)—, en el Evangelio nos muestra su cumplimiento. Efectivamente, cuando
distribuía sus beneficios entre los pueblos, ellos lo llenaban de injurias. No
es sorprendente que, habiendo perdido ellos la salvación, quisieran desterrar
de su territorio al Salvador. El Señor se modera sobre su conducta: Él ha
enseñado con su ejemplo a los apóstoles cómo hacerse todo a todos: no desecha a
los de buena voluntad ni coacciona a los recalcitrantes; no resiste cuando se
le expulsa ni está ausente de quien le invoca. Así en otro lugar, a los gerasenos,
no pudiendo soportar sus milagros, los deja como enfermos e ingratos.
Entiende al mismo tiempo que su pasión en su cuerpo no ha sido obligada,
sino voluntaria; no ha sido apresado por los judíos, sino que Él se ha ofrecido.
Cuando quiere, es arrestado; cuando quiere, cae; cuando quiere, es crucificado;
cuando quiere, nadie le retiene. En esta ocasión subió a la cima de la
montaña para ser precipitado; pero descendió en medio de ellos, cambiando
repentinamente y quedando estupefactos aquellos espíritus furiosos, pues no
había llegado aún la hora de su pasión. Él quería mejor salvar a los judíos que
perderlos, a fin de que el resultado ineficaz de su furor los hiciese renunciar
a querer lo que no podían realizar. Observa, pues, que aquí obra por su
divinidad y allí se entrega voluntariamente; ¿cómo, en efecto, pudo ser
arrestado por un puñado de hombres si antes no pudo hacerlo una multitud? Pero
no quiso que el sacrilegio fuese obra de muchos, para que el odio de la cruz recayese
sobre algunos: fue crucificado por unos cuantos, pero murió por todo el mundo.
(SAN
AMBROSIO, Tratado sobre el
Evangelio de San Lucas (1) nn. 43-56, BAC, Madrid, 1966, pp. 210-218)
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